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31.12.14

De la cabeza a los pies

Sus labios callados me susurraron una tímida despedida. La reina del latín se desdibujo ante mis pupilas y yo, no me lo quise perder. “A capite ad calcem”. 

De la cabeza a los pies, eso es lo que me hacía estremecer cada vez que podía recibir una de sus miradas. Tras esas tímidas palabras en mi oído, se aferró a lo poco que quedaba de mí, y beso mi alma, la que trataba de escaparse por las rendijas de mis palabras.

Es el fin, pensé nada más perder su mano entre mis dedos. Acaba aquí. Y la verdad es que no estoy muy seguro de si ha terminado, o simplemente no ha hecho nada más que empezar.

De la tierra al cielo hay más de mil pies, los mismos que nos separan en este instante. Pero no te dejo de pensar, ni de soñar. Quizás sea eso, que ya no puedo perderme, y tampoco olvidarte.

Y la verdad, yo ya no lo sé. Quizás nunca quise saber. Me conformé (y lo seguiré haciendo), mientras encuentre tus ojos buscándome en mitad de la noche para saber que ni tu estas sola ni yo estoy contigo. Con un par de miradas casi perdidas que nos encontremos, en cualquier lugar me bastará. Puede que uno de esos besos tontos que me encuentro en tus abrazos sea suficiente, y que no quieras más, y no merezca más.

Ya no te diré que quiero querer, pero puede que con una oportunidad más sumada a esas que hemos perdido, me encuentre ese par de ojos de tigresa vagabunda por las frías calles. Que no sea hoy, ni mucho menos aquí. Pero que sea así, contigo, y para mí.

Suena egoísta, y lo es. Pero esos ojos tan extraordinariamente comunes no se pueden perder entre copas una noche cualquiera. Esos labios que no dejan de gritar en silencio, merecen unas manos que sepan plasmar todo lo que no te digo.

También, te digo que no existes, que solo te imagino. Pero quiero que vuelvas a arroparme con tus palabras cuando me muera de frío. Que me calmes con tus ojos sabor a tierra cuando me encuentre perdido. Aparece de una vez, que ya no puedo más. Vuelve, que te necesito. Vete, que te perderé.

Quizás sea eso lo que necesito, un paso más, hacia algún lado en el que puede que no quiera estar, y lo que es peor, en el que tú no estés. Radical, expectante, soñadora y somnolienta.


De mi cabeza, a tus pies. 

26.12.14

Opuestos

El lugar donde empezó nuestra decadencia es muy claro. Las diferencias nos acorralaban cada noche mientras tratábamos de ahuyentarlas con tímidos actos de fe. Mi mundo había pasado de ser gris a ser multicolor, mientras tú, seguías en tu línea decadente hacia ninguna parte. Yo era un alma libre capaz de volar donde me llevase el viento, tú, un hombre pegado a la tierra. Alguna vez me pareció ver los tornillos que te fijaban firmemente al suelo.

Tú. Alteraste el orden de las cosas sencillas, cambiaste de sitio hasta las estrellas. Así es como se acaba una vida, se empieza una aventura y se crea el principio de un final que ninguno de los dos aprendió, ni quiso, bailar.

Dicen que los polos opuestos se atraen, y es cierto. Pero lo que nadie dice es que el amor no lleva al paraíso. Más bien, se encarga de marcar las heridas del pasado, las hace más fuertes, profundiza en aquellos desencantos y acaba con nosotros. El amor, nos convierte en ese malo de película, el que siempre acaba perdiendo. Somos, en definitiva, la parte inexacta de una pieza que no encaja.

Pero, el amor no siempre muere. A veces, lo matamos a base de besos vacíos, y miradas perdidas que anuncian llantos desconsolados, que ya, no valen la pena. Tú y yo, la conjunción perfecta de dos imanes opuestos que se atraían más de lo que podían imaginarse. Y así acabé yo, perdida. Tú, desesperado, anunciabas medidas para sanar las heridas.

Supongo que nos dejamos llevar por esa felicidad, la del paraíso. Quisimos, hacer de algo pequeño y corriente, algo grande y bonito. Y por desgracia, no siempre funciona. A veces, nos convertimos en objetos obsolescentes, marcamos nuestra propia fecha de caducidad. Acabamos, en definitiva, con ese paraíso que alguna vez, juntos, pisamos. Puede que querernos tanto y mal, o simplemente el no haber sabido como querer, fuese el fin.


Al final, consiste sólo en eso, en saber bailar el mejor de los finales posibles. Aprovechar cada instante en el que dejamos que suene la música, para que los polos opuestos, se atraigan indefectiblemente hacia una historia que difícilmente olvidaremos. 

Escrito por A & M

21.12.14

Salir corriendo

“¿Y cómo huir cuando no quedan islas para naufragar?”. J. Sabina. Peces de Ciudad

Así es como se encontraba en aquel instante. No podía dejar de pensar en aquella mujer de los ojos nublados, los labios inciertos y los dedos inquietos. Pero ya no quedaba ninguna isla en la que poder encontrarse con ella.

Supongo que así es como se llega al final, entrelazando unos dedos que jamás volverán a rozarte y respirando en un cuello que besaste hace unos minutos. Pero no queda más remedio que rendirse ante tal sutileza.

Volvió a aferrarse a ella con todas sus fuerzas, no quería que escapase bajo ningún concepto. Por un momento pensó que había logrado retenerla. Ella se refugió en sus brazos, a pesar de todo, no quería dejarle allí. Le respiró al oído un suspiro cargado de emociones. Dejó que sus labios se lamentasen en su cuello, y perdió sus manos en la espalda de él, que poco a poco la sentía cada vez más lejos.

Lo beso de nuevo, quizás un par de veces. Ambas figuras se tornaron difusas en aquella dulcemente amarga noche. Ella se resistía levemente, él, se fue. Sus manos resbalaron hasta sentir de nuevo el frío.

Un nudo apretó su estómago. Una mano cerró sus gargantas. Un par de ojos desesperados buscaron la última mirada. Se cruzaron durante un segundo, tristes desahuciados, rotos.

Él, en un acto suicida volvió. Ella lo esperaba. Una última despedida. Empapada de promesas sin cumplir, sueños sin realizar y alguna que otra cuenta por saldar.

Supongo, que cuando ya no quedan islas para naufragar, acabamos perdiéndonos a la deriva. A veces, no saber dónde vamos, o a quién esperamos, nos ayuda a seguir soñando. Pero cuando tenemos claro el fin, y el camino se vuelve espinoso, es mejor seguir a la deriva que aceptar que nos hundiremos en un océano, que por un momento, veremos vacío, oscuro y tremendamente frío, sin ella.

Salir corriendo para saltar con un mayor impulso. Desafiar los límites de lo racional para seguir soñando. En definitiva, descubrir una isla, para poder naufragar, disfrutar, aprender, cumplir, querer, convencer, sentir, vivir. 

Con ella. Sí.


16.12.14

No digas nada

No quiero que digas nada. Lo diré yo por ti, siempre lo hiciste tú por mí. Por una vez, no pasará nada. Te diré que esta vez no ha sido suficiente, que llegaste demasiado tarde como para poder empezar pronto. Puede que ahora mismo no te des cuenta de nada, y seguro que es mejor así, menos problemas.

Ahora sí, me miras, y respiro ese dulce aroma que te inunda cada día. Y la verdad, no quiero otra cosa que no sea ese olor a azahar invernal. Quizás, ahora mismo te encuentres pensando en ese tipo con el que has cruzado miradas, y has rozado sus manos. Pero quizás, estés pensando en que aún nos queda un mundo por descubrir.

Lo cierto es que no me acuerdo si tienes los ojos azules, marrones o negros. Pero no dejo de pensar en ese susurro que se desliza por mis oídos cuando estás a mi lado. Y no te mentiré, no te voy a dejar de querer. Quiero ser esa promesa, que nunca cumplimos ninguno de los dos.

Ahora respira. Piensa en eso que no quieres repetir jamás. Y escribe (me). Solo busco, encontrarme contigo una de esas noches en las que no buscamos más que encontrar la mañana, y seas tú, la única que me entienda.

Una sonrisa más, un momento menos. Me pierdo de nuevo en esos ojos, en los que me hundo para no poder descubrirte, totalmente entregado a tu voluntad, para que puedas decirme lo que hicimos mal. Y es ahí, en la espesura de tus ojos, que ahora recuerdo negros, en la que encuentro lo que más quiero.

Una sonrisa fugaz, un destello. Tu mejilla contra la mía. El frío invierno de un verano sin sol. Me susurras, de nuevo al oído que fue sin querer. “Quédate a mi lado”. Y vuelves a hundir tus manos en mi espalda, dibujando círculos y yo, me pierdo en un abrazo que no sé dónde empezó.

Muerdes mi labio, se para el tiempo.  Se acaba el momento. Y ahí sí, volvemos a esa calle sin salida en la que nos batimos en un duelo silencioso por ver quién quiere menos que ayer.

A ti. La de los labios tristes y las miradas perdidas. De sonrisas calladas, lágrimas ahogadas. No digas nada.


14.12.14

El oasis de sus ojos

Un profundo dolor atenaza su espalda. Respira con dificultad. Duele. Se angustia. Trata de tomar aire por su boca. Duele más. Ese ser extraño le aprieta aún más en su espalda, todo se convierte en algo difícil. No puede respirar más. Punzadas directas al corazón, y ese dolor que no se va. Boquea como un pez fuera del agua, llega algo de oxígeno. Se detiene, se sienta en mitad de la calle y envuelve su rostro con las palmas de sus manos. Llora. Parece que se va…

Como puedes definir algo que no entra en tu vocabulario. Puede que sea una señal, de ya demasiadas, que indica que el camino no es el correcto. Varias personas cruzan su mente, se para en una de ellas. 

Es una imagen de una mujer que parece demasiado lejana. Se descubre lentamente la cara y por fin la ve. Tiene esa aura propia de los ángeles, o más bien, eso que él considera propio de ellos. No puede detenerse mucho más en ella, un fogonazo lo deslumbra y le hace volver al mundo de los mortales.

Ese mundo en el que aquel dolor que le impedía hasta caminar, y había tensado sus cuerdas vocales hasta hacerle enmudecer, se había disipado levemente con el frío nocturno. No supo nunca el tiempo que pasó allí sentado, un par de minutos, quizás lo suficiente.

A duras penas se arrastró hasta casa. Y allí estaba ella. Esa que le había salvado de la miseria hacía tan solo un rato. Quien le devolvía la sonrisa en las mañanas más frías del más crudo invierno.

Ahora sí. Esos ojos negros que le recibieron eran la mejor señal divina que le podían entregar. Estaba a salvo. Ella se abalanzó buscando un abrazo desesperado. Un par de segundos hasta rozar sus mejillas. Sus manos se perdieron en la espalda de ella, en la negra nube que coronaba sus pensamientos. Las de ella, por el contrario, se aferraron a sus hombros, clavó sus dedos entre sus huesos, dándole a entender que jamás le dejaría escapar.

Hay mucho más de ti de lo que quieres enseñar. Eres capaz. Apenas un puñado de palabras susurradas en el momento oportuno, para decir que no rasgarán eso que hay entre los dos.


Sonaba de fondo un ritmo melódico, calmado, pausado. Uno de esos ritmos, que envuelve la tensión de algo diferente. Algo así como un lago en mitad de un desierto. Un pequeño oasis de lágrimas entre sus brazos.

Aún huele mi ropa a ti.

10.12.14

E.lla

Apreciar la belleza invisible de lo que vemos. Admirar, esos ojos marrones, tan comunes que aún se dirigen a nosotros con pasión y curiosidad.

Ver que la casualidad no existe, y es, tan sólo una realidad ficcionada por esos labios que claman venganza contra tus pupilas.

Unos rasgos, casi divinos, que se acaban desdibujando de abajo hacia arriba, desembocando en un océano tan negro como un cielo sin estrellas, en el que, por una noche, me dejaría perder, y encontrar.

Y después, si me dejase, me descolgaría por esa espalda, aún por descubrir. Que cubierta de frías promesas que nunca se cumplieron, no deja que vea la luz del sol. Ni inspiro ni expiro me susurró, y que quieren que les diga, prefiero que suspire, al lado de mis labios. Que me deje esculpir en su rostro los más aguerridos versos. Que si me deja, descubriremos ese cielo, pintado de azul oscuro entre las columnas de un templo derribado.

Una diosa, recubierta de ese aspecto tan cotidiano. La excelencia, descrita en una palabra, que se desliza entre mis dedos, al dejar escapar su pelo. Extraordinariamente común. Comúnmente extraordinaria. Estrepitosa, iluminada, ascética, excéntrica, ejemplar, lúcida, ángel, única, increíble.

No inspira. Se lo aseguro. Tan sólo se encarga de hacer que fluyan las letras por estas manos que ahora la escriben. Sin ella, no. Con ella, tampoco. Ni día ni noche, tan sólo momentos que poco a poco se apagan.

Y se va, se pierde, se acaba, se termina. Y se funde la luz en esos ojos, tan marrones como la propia tierra, y en ese pelo que me lleva, al compás hacia un mundo que no sé si está aquí. Pero yo quiero ir.

Ese latido a contrapié, no es el mío, es el suyo entremezclándose con las letras, que se quedan cortas para tan excelsa virtud.

E.lla.


9.12.14

Mis letras

Tengo una larga lista de letras llenas de desencantos. Supongo, que cuanto más mayor se hace uno, más larga se hace la dichosa lista. No creo que sea especialmente acertado comentarles cada una de las letras, puesto que representan, en su gran mayoría un nombre o un lugar que ha terminado dándome menos de lo que esperaba. No tienen la culpa las letras del mal que propician quienes las portan, pero como a nadie le importa, ellas, son las menos indicadas para hablar del bien.

Quizás lo que más duele es cuando una persona, te traiciona, como Bruto a Julio César. Así, de mala manera, por la espalda, y con un puñal en los idus de Marzo. También les digo, vaya mala suerte la suya, o mala conciencia. Puede que la culpa sea de uno, que no sabe diferenciar el bien del mal, ni dónde dejar de dar para empezar a recibir. Ahí reside la clave, en ser capaz de frenar en seco, replantearse todo y comenzar de nuevo.

Y el colmo de la desfachatez llega cuando tú, que crees haber superado las incesantes trabas que aparecen… se duplican con una ciudad que lejos de alejarte de lo que odias, se convierte en un hostigador de tu inquieta conciencia.


El final del propio fin. La ridícula ficción que escribimos más con el corazón que con los labios, es lo que nos encamina a ese final ciego. Y les aseguro que no encontraremos una pálida luz de color blanco, sino un amargo e incandescente rojo que nos llevará, allí donde siempre merecimos estar. 

Lejos de aquí.

30.11.14

Pongamos que... es verdad

El otro día apareció con un ojo morado, y con ese respirar agitado que un golpe en el costado, tras un acto estúpido, deja que te acompañe al menos un par de días. Yo también he notado ese molesto compañero, por eso apenas le di importancia, aunque si destaqué su ojo. Aseguró que una pelea el fin de semana le había dejado ese rastro ineludible. Una pelea, que tuvo que ver con algún estúpido que pisó un jardín que no era el suyo. Ambos le restamos importancia y lo dejamos correr.

Algo semejante sucedía cada semana, cuando no era el ojo, era un labio partido, o todo tipo de arañazos. Una vida muy ajetreada, supuse. Quizás le quitas hierro al asunto cuando ves que tu compañero, ese que siempre ha sido un poco cabeza loca, aparece así día tras día, y jamás se te ocurre asociarlo a nada externo.

Uno de esos fines de semana en los que él presumía de haber hecho ciento y una cosas, lo encontré. Iba con su pareja, una chica normal, supongo, apenas reparé en ellos. Hasta que pasaron a mi lado y él bajó la mirada, avergonzado de todo aquello. Debe ser cierto eso de que se pilla antes a un mentiroso que a un cojo, pero bueno, cada cual hace lo que quiere con su vida.

Meses más tarde se confesó. Había dejado a su pareja, y estuvo al borde del abismo, pero se sobrepuso.

Muchas veces no tenemos en cuenta estos caso, en los que alguien sufre, y no importa si es hombre o mujer, si tiene veinte o sesenta, sólo importa que esa persona no está siendo feliz, y alguien le impide vivir su vida.

Da igual que quieras que él o ella estén contigo a toda costa. Lo realmente importante son las personas, cada uno de nosotros guarda algo que jamás podrá ser extirpado, el derecho a elegir, y decidir qué es lo mejor.

Puede que lo hayas visto. Puede que no tenga ningún tipo de secuela física. Pero puede, que cada whatsapp para controlar donde estás, cada llamada a horas intempestivas para saber si estás con alguien, te llevan al mismo camino, al de no tener derecho a decidir.


Quizás cuando actuemos todos en consecuencia, y eliminemos esas conductas de nuestra sociedad sea demasiado tarde. Controla tu propia vida.

24.11.14

Más allá de Ella

Les podría contar más de una cosa de ella. Pero creo que lo primero que deberían hacer es ver sus ojos. Dejar, que se apoderen de tus pupilas, y que lean cuanto quieran. Y no importa que sean tan comunes como cualquier estrella que se dibuja en el firmamento, ni que no destaquen entre todos los demás. Porque no le hace falta. Con mirar, con dibujar una mirada en tus pupilas es suficiente para saber que no quieres más, que no necesitas más.

No sólo tiene eso. Hay que ver más allá de lo que los ojos miran, como ella misma me dijo. Y si se deja descubrir, encuentras, un mundo inexplorado. Una constelación de miradas que te acarician desde lejos, y te susurran al oído. Un cúmulo de risas que se descomponen en un eco finito de sonrisas.

Puede que en un par de meses ustedes mismos caigan en esas redes invisibles que te atrapan con la calidez de sus gestos, esos, que a hurtadillas acarician la comisura de tus labios, buscando, por imposible que parezca, una sonrisa de verdad.

Las lágrimas que guarda, son tan diferentes, que encontrarlas te hace llorar, pero curan más que cualquier otra cosa. Y ese gesto, frío, y en ocasiones abstraído, se rompe en mil pedazos cuando creas una sonrisa. Y ese instante, en el que desaparece ella, y encuentras a ELLA, es algo diferente. Espectacular.

No les diré que sea única, ni extraordinaria. Es alguien diametralmente opuesto a la realidad que nos invade. Y no por ello es rara, es tan sólo excepcionalmente diferente. Quedan tan sólo unas letras, pero esa incapacidad de describirla, me permite gastar las palabras en decir lo que nunca nadie ve.

Podrían mirar, y jamás encontrar, pero yo miré, ella disparó, y caí. Guarda, en algún lugar esa horrible foto que marcó un camino, ligeramente difuso, aunque parece que firme. Y créanme, no he recibido mejor foto, que aquella que nadie ha visto, sólo ella.

Al fin, el fin. Y ella, su mirada, y lo que nadie ve, aún sigue ahí.


23.11.14

C.E.R.C.A (E)lla.

Parar el mundo por las prisas, y encontrarse frente a frente con su sonrisa. Aquella joven, de los ojos funestos, que se dedicaba a deambular entre la gente, devorando a cada suspiro un par de minutos perdidos. Comiendo las comisuras de los labios, absorbiendo el alma, de algún incauto que se perdía en su boca.

Y esa sonrisa tonta, esa que te provocan las mujeres, o los hombres, en función de lo que te guste, se vuelve algo habitual. Se convierte, la risa nerviosa en una mueca, algo divergente, en la que convergen sus piernas y mi alma, mi prisa y su calma.

Después la miras, y allí está impertérrita, esperando que tú, un iluso de labios cansados, ojos tristes y alma rota, te arrastres hasta ella. Y con que ella te eleve, desde su infierno hasta el cielo de los idiotas, y deje que te adentres en su boca, en la que más de un barco se hundió, y algún náufrago intento habitar.

Ella, la menos común entre las bellas, la más rara entre las mortales, se acaba desvaneciendo en una sombra taciturna que me invade cada amanecer. Se aleja arrastrando tras de sí un puñado de besos, y algún que otro retazo de una mala noche.

De pronto, aparece una gama cromática de ojos, que se dividen en mil colores de los que apenas recuerdo tres, y cae a mi lado. No articula palabra, me mira, me observa y no desiste.

Ni jugando al despiste. A esos ojos que no puedo olvidar y no puedo recordar.


Ella.

22.11.14

Una bala perdida

A la asesina de corazones.

Querida, deja de descerrajar tiros a bocajarro cuando encuentras a alguien que de males sabe mucho y de amores nada. Y no seas tan certera, deja que solo les roce el corazón, por el lado derecho, que duele menos, y se olviden, en un par de meses de la cara angelical que te precede. Y de esa arma que llevas siempre cargada, dispuesta a disparar en cada pupila a la que te enfrentes.

No olvides que a veces, también sienten. Y que aunque ese recuerdo tan dulce que dejas no esté del todo mal, esa cicatriz impenetrable es difícil de borrar. Así que cíñete a matar de un disparo, pero no les dejes medio vivos.

Y ahora supongo que estás pensando dispararme, en cuanto me veas, pero me temo que ya es demasiado tarde, diablesa, porque disparaste, justo en centro de eso que algunos dicen que tengo y que de vez en cuando, late, pero no por amor, sino por compasión, esa que le produce a mi desangelado motor el no verme más.

Pero no te equivoques, el disparo aún sigue ahí guardado, y cada vez se envenena más, y no sé qué decirte, bueno, sí, que me da igual. 

Que ya no me afectas. Que ni te quiero ni me alteras. Que ya no. Que tú, no.

Que esos ojos color de nubes ya no me verán más. Que si te llueve, sea cerca del mar. Y eso era todo, que dejes de matar, porque ya sabes lo que dice el maestro Sabina, “que amores que matan, nunca mueren”. Pero te digo que morirse de amor, a tu lado no me hubiera parecido tan grave. Y verte desaparecer, entre ese montón de nada que te persigue, no está nada mal.

La he encontrado. No ha necesitado ni siquiera disparar, la he dejado pasar. Sus ojos ni se acercan a las nubes que tú tienes, pero sus tormentas no son tan graves, sus labios, al contrario que los tuyos, no queman. Y sus besos, que te diría de sus besos, que al menos no envenenan, que curan y calman. Que ella me devuelve, poco a poco el pulso de ese metrónomo desacompasado que gasto en los meses de verano.

Si piensas disparar, que sea al costado, que no es tan grave, y el dolor, comparado con el de estar a tu lado será tan efímero, que no será ni notado.


Que ya ni te quiero, ni te espero. 

Disparen.

Maullidos

Un gato triste maulló en mitad de la noche. No era ella, pero su lamento era tan desolador como ver sus ojos desgarrándose por las lágrimas que le provocaba la decadencia que se veía abocada a sufrir.

No es nada fácil, asumir que eres pero ya apenas estás. Es más, resulta ciertamente desconcertante encontrarte tan vivo y estar tan muerto, que es difícil que el resto de la gente te distinga entre lo real y lo ficticio.

Ella está cansada de esta batalla que da por perdida desde antes de comenzar, y él, mastica lágrimas en noches calladas, para poder, al menos, aguantar un día más. Respira, vigila, descansa, cuida, quiere, ama, llora, lamenta, siente, pierde, gana una sonrisa suya, le devuelve una mirada aunque ya no está, teme, se angustia, ella se para, parece que vuelve, déjenme solo, la quiero, no puedo. SE VA.

Meses. Días. Y el día. El final de todo y el comienzo de nada, se pierde. Agoniza. Se fue. A casa, a desvalijar los armarios de todo lo que le recuerda a ella. A tirar botellas contra los cristales, a quedarse dormido llorando en una esquina tirado en el suelo.

Decide no seguir. Para, respira. Se despide de ella, ya no le queda nadie. Mil maneras, un par de minutos. Adiós. Se coloca la corbata se enfunda en el traje gris y se va de nuevo, miente, ya casi ni siente, pero sigue. Trabaja doce horas, llora tres y duerme un par más, bebe, apenas come y sigue con su corbata y su traje gris.

Un mes. No aguanta más, necesita estar con ella. Va. Habla. Llora. Allí, junto a la fría losa de mármol rodeado de cipreses que se asemejan a guardianes de almas. Respira. Expira.

Petrificado. Una semana, y le encuentran, nadie llora, pero llueve. 

Una gata, maúlla. 


19.11.14

Peces sin mar

El último suspiro se desdibujo en unos labios entreabiertos que boqueaban en busca de un postrero aliento perdido en un beso.

Así es como terminaba cada noche, intentando ganarse algo que hace tiempo que ya había perdido. Igual que un niño pequeño que tras una rabieta intenta volver a conseguir aquello que tenía pero hace unos instantes decidió que no le interesaba más.

Supongo que esa es la historia. Cuando conseguimos lo que llevamos meses o incluso años esperando, nos decepcionamos y decidimos dejarlo ahí apartado, hasta que recordamos que nos vuelve a interesar, bien sea porque nos encontramos hartos de aquello que nos ocupa, o porque no hemos podido olvidar aún ese dulce recuerdo que nos dejaba aquello que ahora añoramos y ya no podemos conseguir.

Pues esto, sucede igual con las personas, cuando llegas a ese punto de no retorno en el que o tiras para delante con lo puesto, y aferrado a esa mano que no dejarás que se vaya nunca jamás. O te paras a pensar, y decides sentarte mientras ves cómo se aleja, sigilosa y pausadamente hasta que se esfuma entre la espesa negritud que es tu futuro.

Más o menos debe ser algo así, supongo que el punto de no retorno en esta ocasión ha girado tanto, que nos ha hecho perder la cabeza. Lo importante, es saber encontrar a alguien que te ayude a salir del fango, y a ella, pues que le ayuden también, pero no tú. Quizá ya hayas hecho demasiado, más de la cuenta.

Sigues tu camino, y no puedes borrar de tu cabeza ese dulce aroma que te acompañaba cada día, y recaes en esa tentación irresistible de sus labios. Y los llantos se suceden, las miradas se esquivan, las sonrisas, antes cómplices, se vuelven armas arrojadizas que siguen disparando para mantener las formas.

Acaba así, boqueando como un pez en busca de una última bocanada de oxígeno. Y tú, te vuelves en la cama, hastiado de lo que antes deseabas y ahora aborreces, queriendo que un día distinto borre el camino que habéis elegido, y la angustia y la apatía que ahora se respiran, se torne de nuevo, en ese dulce aroma que guardaban aquellos besos. Esos besos. Sus besos.

Ella.


18.11.14

NORA

Apreciar la belleza invisible de lo que vemos. Admirar, esos ojos marrones, tan comunes que aún se dirigen a nosotros con admiración y curiosidad.

Ver que la casualidad no existe,  y es, tan sólo una realidad ficcionada por esos labios que claman venganza contra tus pupilas.

Unos rasgos casi divinos, que se acaban desdibujando de abajo hacia arriba, desembocando en un océano tan negro como un cielo sin estrellas, en el que, por una noche, me dejaría perder, y encontrar.
Y eso no es todo, la excepcional normalidad que desprende y te embriaga, la hacen sumamente rara, y tan diferente que no quieres perderla de tu lado. Así de simple, tan sólo debes esforzarte en mantener a esos ojos, tan comúnmente extraordinarios, cerca de los tuyos, y que te miren, y mirarlos, cada día como si fuese el último.

Pero eso no es lo difícil, porque todos sabemos alterar nuestra mirada para poder, en cierto modo, cautivar a quien queramos. Ella necesita, y merece mucho más. Deberías dibujar cada segundo a su lado una amplia sonrisa, de esas que llenan los ojos y estremecen el corazón, porque hacerla feliz debe ser lo primero.

Todos queremos sin querer, pero puede que este, sea el momento de quererla queriendo querer, porque una sonrisa, una mirada con esos ojos que brillan, merece que borremos un par de estrellas del cielo, para dejar hueco a una nueva.

La excepcionalidad de lo común hace que no nos demos cuenta de su existencia, y puede que alguno de ustedes vaya detrás de esa rubia tipo Barbie (que habrá muchas que merezcan algo como esto también), o de alguna chica, por denominarlas de alguna manera, de esas en las que la noche resalta una presencia que queda aguada por las mañanas.

Normal, Obstinada, Rutilante, Apasionada. Así es, en cuatro palabras, ella. Nada más, el resto sobra, porque sin ella, todo es nada.



9.11.14

De verdad

Hacer de verdad. Muchas veces encuentro que la gente vuelve sus miradas atónitas ante una risa que realmente es sincera. ¿Saben de lo que les hablo? Esa incontinencia de la risa que provoca una alteración insospechada en quienes le rodean, que miran, sorprendidos, y en cierto modo con desprecio por no acatar esa norma no escrita de convertirse en una persona comedida en público.

Es difícil encontrar a alguien así, técnicamente imposible. MENTIRA. También afirman que aquí, el tipo este que escribe, que es frio, apático y tan sólo habla sobre nimiedades, tiene un desarrollo plano, como si fuese el arquetípico tipo que tan sólo sabe hacer una cosa en su vida. Pues no, a veces, me muestro como realmente soy, y creo que es mejor.

Cada vez que te encuentras dispuesto a desenmascarar tu verdadero yo, ese que pasaría horas haciendo algo socialmente deleznable, porque a la gente no le parece interesante, aparece ese miedo que te atenaza, y te susurra: “aún no, no debes hacerlo”. Y vuelves al redil cual oveja perdida en un desapacible bosque.

Y no sólo consiste en ser de verdad, también hay hacer las cosas como si nos fuese la vida en ello, y de verdad, se va. Porque cada vez de forma más frecuente encuentro a esos típicos tíos, ellas también, que cumple a la perfección con todos los clichés y estereotipos establecidos, de la cabeza a los pies. Del pelo perfectamente cortado, a ese habla, odiosa y descuidada, pegados al teléfono, sin escribir todas las letras, porque eso no es lo que se lleva.

Ese momento te hace sentarte a pensar, y decirte que haces aquí. Pero sigues caminando, porque cada vez hay menos lugar para la mente disruptiva, que busca otros caminos. Y no solo en este ámbito la estereotipia social hace mella en nosotros, también en eso que algún desgraciado, aún llama amor, o relaciones esporádicas con otro fin distinto al de acostarse con la otra persona, pero como esto último queda demasiado largo, lo seguiremos llamando amor.


Hay veces, que confías en que la otra persona te… en que la otra persona… bueno, no se porte demasiado mal. Y entonces, sucede. Te envuelves en un mar de lágrimas, pero que haces, dibujarte la sonrisa de todo va muy, muy, muy bien, y sales a la calle, a mentir. Como casi todos.

4.11.14

Embustera

Y así, encontré. Una rubia de rebajas, por la que el tiempo pasa, y los hombres también. Un amor de colonia barata, esa que huele mucho y dura poco. Una ocasión, que me hizo deber más de un favor. Una nube en cada ojo, negra, como si de una tormenta se tratase, aunque nunca pasase de un puñado de lágrimas furtivas que fingían una inerte despedida.

Era la mujer perfecta de la P a la A, como ella ninguna, y peor sólo alguna. Porque aunque no me quería, ni de cenicero, le juré amor eterno por media hora entre sus piernas. La recuerdo al detalle. Labios pintados con un intenso carmín de color rojo carmesí, y un vestido, más que divino que enseñaba más de lo que ocultaba, y dejaba muy poco a la imaginación. Me llenó, hasta la camisa con su rojo pasión y me desplumó la cartera con sus manos de porcelana. Y aunque suene mal que lo diga, que dios la bendiga, porque me salió rana, y de tan puritana se convirtió en una buena fulana. De señoritos bien, de no después de las diez, de más de mil, pero no conmigo.

Y después de una embustera, con falda de tubo, y pelo descolorido por el tiempo perdido, la encontré, perdida entre la gente. Una chica, de esas que no hay dos, porque con una es demasiado. Sincera, sin calma, prisa ni pausa. De esas que con mirar encandilan, matan, quieren y aman. Una de esas, con ojos azules, sonrisas en los tacones y un mar de pelo en el que naufragó mi barco, y me enredo cada noche cuando me desvelo.

Al fin y al cabo, ella. La de los besos sinceros, con los ojos abiertos, el corazón en la mano y el cuchillo a la espalda. Y por ella, aún suspiro, y me mantengo en vilo, porque con esos ojos azules, como no voy a querer, como me lo voy a perder. Azul.


3.11.14

Transición hacia la decadencia

Uno de estos días, el primero de noviembre, me encontraba paseando por esta ciudad mía. Y vi una multitud de niños, y no tan niños, invadiendo la calle con sus disfraces de “Halloween”. Una historia tradicional que nada tiene que ver con nosotros, pues es importada de otro país. Últimamente me dedico a ver cómo nos olvidamos de lo que de verdad es nuestro. Todo nos parece mucho mejor que todo eso que nos llevó hasta donde estamos hoy.

No entiendo cómo podemos dejar de lado todo aquello, que en mayor o menor medida nos hizo grandes, nos erigió como un lugar apetecible y nos colocó en un lugar, que hace ya demasiado tiempo perdimos. No les digo con estas líneas que no disfracen a los niños, o incluso que no se disfracen ustedes mismos, pues es algo que ha ido arraigando en nuestra decadente sociedad. Pero si hacen este culto exorbitado a unas manifestaciones típicas ajenas a nosotros, no dejen de lado nuestras propias costumbres.

Hay que abogar por aquello que nos elevó del fango, hay que cambiar. Y el cambio no está en quienes ya han pasado los cincuenta, está en ustedes, que apenas superan la veintena. Y con esto, no sólo me refiero a los disfraces de “Halloween”, sino a todo eso que nos han traído de algún lugar, y no nos pertenece. Yo, por mi parte me niego a perpetrar esta suma de inútiles tradiciones prestadas. Y todo esto, no tiene nada que ver con las ideas que ustedes tengan, sino con el respeto que sientan hacia sus raíces.

Creamos una sociedad en la que nosotros, los que apenas pasamos de la veintena, no queremos, y abandonamos cuando se nos presenta la más mínima oportunidad. Si queremos, que esos pequeños, que aún no conocen el miedo, quieran quedarse, debemos cambiar lo que tenemos, debemos hacerlo mejor.

Así que tienen dos opciones, eludir esta responsabilidad que nadie les exige soportar, o convertirse en los motores de un cambio que nos hará mejores, a todos.

Por último, creo que podríamos empezar a hacer mella en nuestros jóvenes, hacer que profesen un amor, casi incondicional por estas raíces que tenemos, y que poco a poco, se han ido pudriendo por culpa de esta infecta sociedad que tan sólo rinde culto al cuerpo, la botella, el dinero y la telebasura.

¡CAMBIEMOS!


30.10.14

Wonderful

Cuando algo termina, te encuentras perdido. Se acabó. Puede que cuando acabas alejándote de una mujer, por muy despiadada, adorable, o increíble que sea, necesites volver a encontrarte. 

Generalmente, cuando queremos, dejamos de ser uno mismo, para ser uno del otro. Ese gesto de caridad altruista para sentirse en una armonía perfecta, destroza hasta al tipo más duro, insensible y me atrevería a decir arrogante, del mundo.

Es en ese instante, en el que acabas en un garito de mala muerte, sorbiendo de un vaso a tragos de una intensidad y frecuencia variable, algún tipo de bebida espirituosa. Una de esas que te hace tanto daño que se te olvida hasta tu propio nombre, y también el por qué bebes.

Cuando acabas de autocompadecerte en el antro infernal, sales a la calle. Ávido de emociones, deambulas por la ciudad, y a las dos de la madrugada la encuentras. Es lo mejor que te puedes permitir con ese puñado de billetes que llevas en los bolsillos.

Rubia descolorida, con los labios pintados de un color rosa chicle, visiblemente desgastado por los vicios que ofrece y exige la noche. Un vestido, demasiado ceñido a su ya desmejorado cuerpo adulto, y un aliento que rezuma restos de un mal vino, un puñado de cigarros, y un chicle de menta.

Te pone morritos. No estás para desaprovechar la ocasión. Y caes en ese fango de los desahuciados. Acabas, más pronto que tarde, le escupes un par de billetes, por una faena con más pena que gloria. Y vuelves, avergonzado a ese rincón en el que duermes.


Porque ella, como diría Sabina, aunque no era la más guapa del mundo, era más guapa que cualquiera. Y no será la mejor, pero sí la única. Así que compañero, búscate la vida, que la muerte ya la conociste sin tenerla a tu lado. 

29.10.14

Puede que...

La vida es injusta. ¡Vaya novedad! Un tipo cualquiera que ahora se cree descubridor de la verdad absoluta. Pues sí. Esta vida, es muy injusta. ¿Han tenido la sensación de querer encerrarse bajo sus sábanas y no volver a aparecer? Pues ahí está. Desaparecer.

Es algo raro, pero tan cotidiano que ya a nadie le asusta cuando le comentas que quieres perderte un par de días, porque estás hastiado de la vida. Más que de la vida es de esas injusticias que se suceden, una tras otra, sin piedad.

A veces, pensamos que la vida es una montaña rusa de emociones. ¡JÁ! Yo les digo que eso es una soberana memez. La vida, es más semejante a un camino, una senda angosta y llena de cambios constantes. Pero que les voy a decir, si fuese fácil, no sería divertido.

En demasiadas ocasiones cuando nos queremos cubrir bajo nuestras sábanas, esas que parecen dotadas de una protección sobrenatural, nos perdemos muchas cosas. Y yo no es que sea el típico tipo que aprovecha cada segundo, pero alguna cosa de esta vida sí que se. No hay que cubrirse bajo nada, que llueve, mojémonos. Si la vida nos da, recibamos, nos quita, aguantemos. Pero jamás se den por vencidos.

Quizás, si quieren perderse su vida, haya otros que la vivan. Y yo, al menos por el momento, me niego a que esos ojos verdes, cambien de compañía. Porque si me han elegido a mí, es porque me lo he ganado.

Puede que los ojos que les acompañen a ustedes sean diferentes, pero igualmente especiales. No dejen que se separen, reténganlos, quiéranlos. Disfruten. Y aprovechen hasta el último parpadeo, porque la vida... puede que sea tan maravillosa, como nosotros queramos.


25.10.14

A.H.O.R.A.

Rellenaría cada ápice de su piel con esta cantidad ingente de palabras que le dedico. Y ahora, que la miro, a hurtadillas mientras ella se hace la distraída y obvia mi presencia, hasta que me distraigo y me sigue con sus ojos. Ese par de nubes de tormenta, que amenazan con lluvia cada noche en que me despide.

Y es que no sólo evoca palabras, invita a llenar ese lienzo vacío ante el que me aterra enfrentarme. Pero una imagen, escasa, efímera, me lleva hasta ella. Les diría algo así como dice Sabina: “cuidado chaval, te estás enamorando”. Pero no, porque ella es tan etérea que es imposible saber quererla.

Y no les diré que no, porque con ella, así, como no. Su desparpajo arrogante que acecha cada instante. Y es dulzura, que se desvela cuando menos lo esperas. Con esos ojos, de gata callejera ye envuelve, y se escapa, se va. Una y otra vez. ¡Y lo que duele perder!

Pero aún tengo la esperanza, de encontrarme con esos ojos de tormenta una noche de luna llena, y decirle que por qué no. Y no esperaré respuesta, no es su estilo. Pero acallará el rumor, bastante lejano, de mi corazón. Ese corazón, que como un metrónomo que se ha descompensado, ahora late a contratiempo.


Y con una mirada, esa tan perdida, la encargada de encontrar almas, me buscará. Y no duden, me envolverá entre esas alas que se cubrieron de cicatrices y me llevará lejos. A su lado.

23.10.14

Nunca, es demasiado

Nunca, es demasiado tiempo, murmulló. Es cierto, pero tampoco es tiempo suficiente para nosotros dos, le susurré al oído. Así es como podría empezar cualquier historia, y así, es como empieza esta, que es la que yo les quiero contar.

El maestro Sabina, acostumbra a decir que, “al lugar dónde has sido feliz, no debieras tratar de volver”. Y eso me repetí varias veces, pero como resistirse a volver a la paz de su mirada, al infierno de su boca y al calor de sus piernas. En estos meses pude imaginarla de cientos de maneras, y la verdad es que ninguna me gustaba más que la original. Esa, que tiene una imperfecta perfección, esa que sin mirarme, me encuentra, y cuando me ve, no quiero decirles lo que pasa cuando me ve, porque desnuda mi corazón, y eso que trato de tenerlo guardado lejos de su lado. Es imposible.

Me gusta que lleguen esos momentos en los que me desdibujo entre sus brazos, y por desgracia, pierdo de vista sus ojos y no sé si los cierra, pero quiero pensar que ella hace lo mismo que yo, y tan sólo, por unos segundos, se quita esa coraza que lleva puesta y se encuentra a mi lado, así, sin cortapisas, con todos sus miedos, y sus inseguridades. Y con un puñado de segundos, nos contamos lo necesario para poder sobrevivir en esa locura que tenemos.

Y quién no la vea bella, merece sufrir en su espalda las mismas cicatrices que ella tiene, porque cada recuerdo de una herida, tiene una enseñanza detrás, una historia que no se ha de olvidar. Y conozco cada palmo de su piel, y aún me perdería mil y una noches en sus piernas, para poder, como les diría yo, querer sin querer.

No puedo evitar hablarles de ella, porque no desaparece de mi cabeza, se mezcla con mis recuerdos, su olor, se aferra a las notas más discretas de mi fragancia, esa que tanto gusta. Así quién no. Lo peor de todo, es que así, cómo no.