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30.11.14

Pongamos que... es verdad

El otro día apareció con un ojo morado, y con ese respirar agitado que un golpe en el costado, tras un acto estúpido, deja que te acompañe al menos un par de días. Yo también he notado ese molesto compañero, por eso apenas le di importancia, aunque si destaqué su ojo. Aseguró que una pelea el fin de semana le había dejado ese rastro ineludible. Una pelea, que tuvo que ver con algún estúpido que pisó un jardín que no era el suyo. Ambos le restamos importancia y lo dejamos correr.

Algo semejante sucedía cada semana, cuando no era el ojo, era un labio partido, o todo tipo de arañazos. Una vida muy ajetreada, supuse. Quizás le quitas hierro al asunto cuando ves que tu compañero, ese que siempre ha sido un poco cabeza loca, aparece así día tras día, y jamás se te ocurre asociarlo a nada externo.

Uno de esos fines de semana en los que él presumía de haber hecho ciento y una cosas, lo encontré. Iba con su pareja, una chica normal, supongo, apenas reparé en ellos. Hasta que pasaron a mi lado y él bajó la mirada, avergonzado de todo aquello. Debe ser cierto eso de que se pilla antes a un mentiroso que a un cojo, pero bueno, cada cual hace lo que quiere con su vida.

Meses más tarde se confesó. Había dejado a su pareja, y estuvo al borde del abismo, pero se sobrepuso.

Muchas veces no tenemos en cuenta estos caso, en los que alguien sufre, y no importa si es hombre o mujer, si tiene veinte o sesenta, sólo importa que esa persona no está siendo feliz, y alguien le impide vivir su vida.

Da igual que quieras que él o ella estén contigo a toda costa. Lo realmente importante son las personas, cada uno de nosotros guarda algo que jamás podrá ser extirpado, el derecho a elegir, y decidir qué es lo mejor.

Puede que lo hayas visto. Puede que no tenga ningún tipo de secuela física. Pero puede, que cada whatsapp para controlar donde estás, cada llamada a horas intempestivas para saber si estás con alguien, te llevan al mismo camino, al de no tener derecho a decidir.


Quizás cuando actuemos todos en consecuencia, y eliminemos esas conductas de nuestra sociedad sea demasiado tarde. Controla tu propia vida.

24.11.14

Más allá de Ella

Les podría contar más de una cosa de ella. Pero creo que lo primero que deberían hacer es ver sus ojos. Dejar, que se apoderen de tus pupilas, y que lean cuanto quieran. Y no importa que sean tan comunes como cualquier estrella que se dibuja en el firmamento, ni que no destaquen entre todos los demás. Porque no le hace falta. Con mirar, con dibujar una mirada en tus pupilas es suficiente para saber que no quieres más, que no necesitas más.

No sólo tiene eso. Hay que ver más allá de lo que los ojos miran, como ella misma me dijo. Y si se deja descubrir, encuentras, un mundo inexplorado. Una constelación de miradas que te acarician desde lejos, y te susurran al oído. Un cúmulo de risas que se descomponen en un eco finito de sonrisas.

Puede que en un par de meses ustedes mismos caigan en esas redes invisibles que te atrapan con la calidez de sus gestos, esos, que a hurtadillas acarician la comisura de tus labios, buscando, por imposible que parezca, una sonrisa de verdad.

Las lágrimas que guarda, son tan diferentes, que encontrarlas te hace llorar, pero curan más que cualquier otra cosa. Y ese gesto, frío, y en ocasiones abstraído, se rompe en mil pedazos cuando creas una sonrisa. Y ese instante, en el que desaparece ella, y encuentras a ELLA, es algo diferente. Espectacular.

No les diré que sea única, ni extraordinaria. Es alguien diametralmente opuesto a la realidad que nos invade. Y no por ello es rara, es tan sólo excepcionalmente diferente. Quedan tan sólo unas letras, pero esa incapacidad de describirla, me permite gastar las palabras en decir lo que nunca nadie ve.

Podrían mirar, y jamás encontrar, pero yo miré, ella disparó, y caí. Guarda, en algún lugar esa horrible foto que marcó un camino, ligeramente difuso, aunque parece que firme. Y créanme, no he recibido mejor foto, que aquella que nadie ha visto, sólo ella.

Al fin, el fin. Y ella, su mirada, y lo que nadie ve, aún sigue ahí.


23.11.14

C.E.R.C.A (E)lla.

Parar el mundo por las prisas, y encontrarse frente a frente con su sonrisa. Aquella joven, de los ojos funestos, que se dedicaba a deambular entre la gente, devorando a cada suspiro un par de minutos perdidos. Comiendo las comisuras de los labios, absorbiendo el alma, de algún incauto que se perdía en su boca.

Y esa sonrisa tonta, esa que te provocan las mujeres, o los hombres, en función de lo que te guste, se vuelve algo habitual. Se convierte, la risa nerviosa en una mueca, algo divergente, en la que convergen sus piernas y mi alma, mi prisa y su calma.

Después la miras, y allí está impertérrita, esperando que tú, un iluso de labios cansados, ojos tristes y alma rota, te arrastres hasta ella. Y con que ella te eleve, desde su infierno hasta el cielo de los idiotas, y deje que te adentres en su boca, en la que más de un barco se hundió, y algún náufrago intento habitar.

Ella, la menos común entre las bellas, la más rara entre las mortales, se acaba desvaneciendo en una sombra taciturna que me invade cada amanecer. Se aleja arrastrando tras de sí un puñado de besos, y algún que otro retazo de una mala noche.

De pronto, aparece una gama cromática de ojos, que se dividen en mil colores de los que apenas recuerdo tres, y cae a mi lado. No articula palabra, me mira, me observa y no desiste.

Ni jugando al despiste. A esos ojos que no puedo olvidar y no puedo recordar.


Ella.

22.11.14

Una bala perdida

A la asesina de corazones.

Querida, deja de descerrajar tiros a bocajarro cuando encuentras a alguien que de males sabe mucho y de amores nada. Y no seas tan certera, deja que solo les roce el corazón, por el lado derecho, que duele menos, y se olviden, en un par de meses de la cara angelical que te precede. Y de esa arma que llevas siempre cargada, dispuesta a disparar en cada pupila a la que te enfrentes.

No olvides que a veces, también sienten. Y que aunque ese recuerdo tan dulce que dejas no esté del todo mal, esa cicatriz impenetrable es difícil de borrar. Así que cíñete a matar de un disparo, pero no les dejes medio vivos.

Y ahora supongo que estás pensando dispararme, en cuanto me veas, pero me temo que ya es demasiado tarde, diablesa, porque disparaste, justo en centro de eso que algunos dicen que tengo y que de vez en cuando, late, pero no por amor, sino por compasión, esa que le produce a mi desangelado motor el no verme más.

Pero no te equivoques, el disparo aún sigue ahí guardado, y cada vez se envenena más, y no sé qué decirte, bueno, sí, que me da igual. 

Que ya no me afectas. Que ni te quiero ni me alteras. Que ya no. Que tú, no.

Que esos ojos color de nubes ya no me verán más. Que si te llueve, sea cerca del mar. Y eso era todo, que dejes de matar, porque ya sabes lo que dice el maestro Sabina, “que amores que matan, nunca mueren”. Pero te digo que morirse de amor, a tu lado no me hubiera parecido tan grave. Y verte desaparecer, entre ese montón de nada que te persigue, no está nada mal.

La he encontrado. No ha necesitado ni siquiera disparar, la he dejado pasar. Sus ojos ni se acercan a las nubes que tú tienes, pero sus tormentas no son tan graves, sus labios, al contrario que los tuyos, no queman. Y sus besos, que te diría de sus besos, que al menos no envenenan, que curan y calman. Que ella me devuelve, poco a poco el pulso de ese metrónomo desacompasado que gasto en los meses de verano.

Si piensas disparar, que sea al costado, que no es tan grave, y el dolor, comparado con el de estar a tu lado será tan efímero, que no será ni notado.


Que ya ni te quiero, ni te espero. 

Disparen.

Maullidos

Un gato triste maulló en mitad de la noche. No era ella, pero su lamento era tan desolador como ver sus ojos desgarrándose por las lágrimas que le provocaba la decadencia que se veía abocada a sufrir.

No es nada fácil, asumir que eres pero ya apenas estás. Es más, resulta ciertamente desconcertante encontrarte tan vivo y estar tan muerto, que es difícil que el resto de la gente te distinga entre lo real y lo ficticio.

Ella está cansada de esta batalla que da por perdida desde antes de comenzar, y él, mastica lágrimas en noches calladas, para poder, al menos, aguantar un día más. Respira, vigila, descansa, cuida, quiere, ama, llora, lamenta, siente, pierde, gana una sonrisa suya, le devuelve una mirada aunque ya no está, teme, se angustia, ella se para, parece que vuelve, déjenme solo, la quiero, no puedo. SE VA.

Meses. Días. Y el día. El final de todo y el comienzo de nada, se pierde. Agoniza. Se fue. A casa, a desvalijar los armarios de todo lo que le recuerda a ella. A tirar botellas contra los cristales, a quedarse dormido llorando en una esquina tirado en el suelo.

Decide no seguir. Para, respira. Se despide de ella, ya no le queda nadie. Mil maneras, un par de minutos. Adiós. Se coloca la corbata se enfunda en el traje gris y se va de nuevo, miente, ya casi ni siente, pero sigue. Trabaja doce horas, llora tres y duerme un par más, bebe, apenas come y sigue con su corbata y su traje gris.

Un mes. No aguanta más, necesita estar con ella. Va. Habla. Llora. Allí, junto a la fría losa de mármol rodeado de cipreses que se asemejan a guardianes de almas. Respira. Expira.

Petrificado. Una semana, y le encuentran, nadie llora, pero llueve. 

Una gata, maúlla. 


19.11.14

Peces sin mar

El último suspiro se desdibujo en unos labios entreabiertos que boqueaban en busca de un postrero aliento perdido en un beso.

Así es como terminaba cada noche, intentando ganarse algo que hace tiempo que ya había perdido. Igual que un niño pequeño que tras una rabieta intenta volver a conseguir aquello que tenía pero hace unos instantes decidió que no le interesaba más.

Supongo que esa es la historia. Cuando conseguimos lo que llevamos meses o incluso años esperando, nos decepcionamos y decidimos dejarlo ahí apartado, hasta que recordamos que nos vuelve a interesar, bien sea porque nos encontramos hartos de aquello que nos ocupa, o porque no hemos podido olvidar aún ese dulce recuerdo que nos dejaba aquello que ahora añoramos y ya no podemos conseguir.

Pues esto, sucede igual con las personas, cuando llegas a ese punto de no retorno en el que o tiras para delante con lo puesto, y aferrado a esa mano que no dejarás que se vaya nunca jamás. O te paras a pensar, y decides sentarte mientras ves cómo se aleja, sigilosa y pausadamente hasta que se esfuma entre la espesa negritud que es tu futuro.

Más o menos debe ser algo así, supongo que el punto de no retorno en esta ocasión ha girado tanto, que nos ha hecho perder la cabeza. Lo importante, es saber encontrar a alguien que te ayude a salir del fango, y a ella, pues que le ayuden también, pero no tú. Quizá ya hayas hecho demasiado, más de la cuenta.

Sigues tu camino, y no puedes borrar de tu cabeza ese dulce aroma que te acompañaba cada día, y recaes en esa tentación irresistible de sus labios. Y los llantos se suceden, las miradas se esquivan, las sonrisas, antes cómplices, se vuelven armas arrojadizas que siguen disparando para mantener las formas.

Acaba así, boqueando como un pez en busca de una última bocanada de oxígeno. Y tú, te vuelves en la cama, hastiado de lo que antes deseabas y ahora aborreces, queriendo que un día distinto borre el camino que habéis elegido, y la angustia y la apatía que ahora se respiran, se torne de nuevo, en ese dulce aroma que guardaban aquellos besos. Esos besos. Sus besos.

Ella.


18.11.14

NORA

Apreciar la belleza invisible de lo que vemos. Admirar, esos ojos marrones, tan comunes que aún se dirigen a nosotros con admiración y curiosidad.

Ver que la casualidad no existe,  y es, tan sólo una realidad ficcionada por esos labios que claman venganza contra tus pupilas.

Unos rasgos casi divinos, que se acaban desdibujando de abajo hacia arriba, desembocando en un océano tan negro como un cielo sin estrellas, en el que, por una noche, me dejaría perder, y encontrar.
Y eso no es todo, la excepcional normalidad que desprende y te embriaga, la hacen sumamente rara, y tan diferente que no quieres perderla de tu lado. Así de simple, tan sólo debes esforzarte en mantener a esos ojos, tan comúnmente extraordinarios, cerca de los tuyos, y que te miren, y mirarlos, cada día como si fuese el último.

Pero eso no es lo difícil, porque todos sabemos alterar nuestra mirada para poder, en cierto modo, cautivar a quien queramos. Ella necesita, y merece mucho más. Deberías dibujar cada segundo a su lado una amplia sonrisa, de esas que llenan los ojos y estremecen el corazón, porque hacerla feliz debe ser lo primero.

Todos queremos sin querer, pero puede que este, sea el momento de quererla queriendo querer, porque una sonrisa, una mirada con esos ojos que brillan, merece que borremos un par de estrellas del cielo, para dejar hueco a una nueva.

La excepcionalidad de lo común hace que no nos demos cuenta de su existencia, y puede que alguno de ustedes vaya detrás de esa rubia tipo Barbie (que habrá muchas que merezcan algo como esto también), o de alguna chica, por denominarlas de alguna manera, de esas en las que la noche resalta una presencia que queda aguada por las mañanas.

Normal, Obstinada, Rutilante, Apasionada. Así es, en cuatro palabras, ella. Nada más, el resto sobra, porque sin ella, todo es nada.



9.11.14

De verdad

Hacer de verdad. Muchas veces encuentro que la gente vuelve sus miradas atónitas ante una risa que realmente es sincera. ¿Saben de lo que les hablo? Esa incontinencia de la risa que provoca una alteración insospechada en quienes le rodean, que miran, sorprendidos, y en cierto modo con desprecio por no acatar esa norma no escrita de convertirse en una persona comedida en público.

Es difícil encontrar a alguien así, técnicamente imposible. MENTIRA. También afirman que aquí, el tipo este que escribe, que es frio, apático y tan sólo habla sobre nimiedades, tiene un desarrollo plano, como si fuese el arquetípico tipo que tan sólo sabe hacer una cosa en su vida. Pues no, a veces, me muestro como realmente soy, y creo que es mejor.

Cada vez que te encuentras dispuesto a desenmascarar tu verdadero yo, ese que pasaría horas haciendo algo socialmente deleznable, porque a la gente no le parece interesante, aparece ese miedo que te atenaza, y te susurra: “aún no, no debes hacerlo”. Y vuelves al redil cual oveja perdida en un desapacible bosque.

Y no sólo consiste en ser de verdad, también hay hacer las cosas como si nos fuese la vida en ello, y de verdad, se va. Porque cada vez de forma más frecuente encuentro a esos típicos tíos, ellas también, que cumple a la perfección con todos los clichés y estereotipos establecidos, de la cabeza a los pies. Del pelo perfectamente cortado, a ese habla, odiosa y descuidada, pegados al teléfono, sin escribir todas las letras, porque eso no es lo que se lleva.

Ese momento te hace sentarte a pensar, y decirte que haces aquí. Pero sigues caminando, porque cada vez hay menos lugar para la mente disruptiva, que busca otros caminos. Y no solo en este ámbito la estereotipia social hace mella en nosotros, también en eso que algún desgraciado, aún llama amor, o relaciones esporádicas con otro fin distinto al de acostarse con la otra persona, pero como esto último queda demasiado largo, lo seguiremos llamando amor.


Hay veces, que confías en que la otra persona te… en que la otra persona… bueno, no se porte demasiado mal. Y entonces, sucede. Te envuelves en un mar de lágrimas, pero que haces, dibujarte la sonrisa de todo va muy, muy, muy bien, y sales a la calle, a mentir. Como casi todos.

4.11.14

Embustera

Y así, encontré. Una rubia de rebajas, por la que el tiempo pasa, y los hombres también. Un amor de colonia barata, esa que huele mucho y dura poco. Una ocasión, que me hizo deber más de un favor. Una nube en cada ojo, negra, como si de una tormenta se tratase, aunque nunca pasase de un puñado de lágrimas furtivas que fingían una inerte despedida.

Era la mujer perfecta de la P a la A, como ella ninguna, y peor sólo alguna. Porque aunque no me quería, ni de cenicero, le juré amor eterno por media hora entre sus piernas. La recuerdo al detalle. Labios pintados con un intenso carmín de color rojo carmesí, y un vestido, más que divino que enseñaba más de lo que ocultaba, y dejaba muy poco a la imaginación. Me llenó, hasta la camisa con su rojo pasión y me desplumó la cartera con sus manos de porcelana. Y aunque suene mal que lo diga, que dios la bendiga, porque me salió rana, y de tan puritana se convirtió en una buena fulana. De señoritos bien, de no después de las diez, de más de mil, pero no conmigo.

Y después de una embustera, con falda de tubo, y pelo descolorido por el tiempo perdido, la encontré, perdida entre la gente. Una chica, de esas que no hay dos, porque con una es demasiado. Sincera, sin calma, prisa ni pausa. De esas que con mirar encandilan, matan, quieren y aman. Una de esas, con ojos azules, sonrisas en los tacones y un mar de pelo en el que naufragó mi barco, y me enredo cada noche cuando me desvelo.

Al fin y al cabo, ella. La de los besos sinceros, con los ojos abiertos, el corazón en la mano y el cuchillo a la espalda. Y por ella, aún suspiro, y me mantengo en vilo, porque con esos ojos azules, como no voy a querer, como me lo voy a perder. Azul.


3.11.14

Transición hacia la decadencia

Uno de estos días, el primero de noviembre, me encontraba paseando por esta ciudad mía. Y vi una multitud de niños, y no tan niños, invadiendo la calle con sus disfraces de “Halloween”. Una historia tradicional que nada tiene que ver con nosotros, pues es importada de otro país. Últimamente me dedico a ver cómo nos olvidamos de lo que de verdad es nuestro. Todo nos parece mucho mejor que todo eso que nos llevó hasta donde estamos hoy.

No entiendo cómo podemos dejar de lado todo aquello, que en mayor o menor medida nos hizo grandes, nos erigió como un lugar apetecible y nos colocó en un lugar, que hace ya demasiado tiempo perdimos. No les digo con estas líneas que no disfracen a los niños, o incluso que no se disfracen ustedes mismos, pues es algo que ha ido arraigando en nuestra decadente sociedad. Pero si hacen este culto exorbitado a unas manifestaciones típicas ajenas a nosotros, no dejen de lado nuestras propias costumbres.

Hay que abogar por aquello que nos elevó del fango, hay que cambiar. Y el cambio no está en quienes ya han pasado los cincuenta, está en ustedes, que apenas superan la veintena. Y con esto, no sólo me refiero a los disfraces de “Halloween”, sino a todo eso que nos han traído de algún lugar, y no nos pertenece. Yo, por mi parte me niego a perpetrar esta suma de inútiles tradiciones prestadas. Y todo esto, no tiene nada que ver con las ideas que ustedes tengan, sino con el respeto que sientan hacia sus raíces.

Creamos una sociedad en la que nosotros, los que apenas pasamos de la veintena, no queremos, y abandonamos cuando se nos presenta la más mínima oportunidad. Si queremos, que esos pequeños, que aún no conocen el miedo, quieran quedarse, debemos cambiar lo que tenemos, debemos hacerlo mejor.

Así que tienen dos opciones, eludir esta responsabilidad que nadie les exige soportar, o convertirse en los motores de un cambio que nos hará mejores, a todos.

Por último, creo que podríamos empezar a hacer mella en nuestros jóvenes, hacer que profesen un amor, casi incondicional por estas raíces que tenemos, y que poco a poco, se han ido pudriendo por culpa de esta infecta sociedad que tan sólo rinde culto al cuerpo, la botella, el dinero y la telebasura.

¡CAMBIEMOS!