Lucas. Ese es mi nombre, tengo 31 años y vivo en Barcelona. He de confesaros que tengo bastante suerte, vivo en mi ciudad favorita y tengo vistas al mediterráneo. Ahora os preguntaréis si vivo solo, o con alguien, supongo. Vivo con Laura. Ella tiene 29 años, la conozco desde hace doce. Llevamos saliendo unos 10, y vivimos juntos desde hace 8.
El camino que hemos recorrido ha sido largo, pero creo que ha merecido la pena. Antes de contaros todo lo que ha pasado últimamente os relataré como ha sido nuestra historia desde que nos conocimos…
Cuando yo tenía 19 años y apenas había comenzado mi carrera universitaria (la que más tarde abandonaría para perseguir un sueño…), una noche, en mi ciudad natal, León, conocí a una chica. Ella tenía 17 años, era morena, con ojos azules, pelo largo y liso con un flequillo que caía hacía el lado derecho de su cara, y una bonita sonrisa. Supongo que es natural que la describa así, cuando años más tarde aún me sigue pareciendo preciosa.
Esa misma noche, cruzamos varias miradas y, cuando me disponía a irme a casa, no pude evitar acercarme y preguntarle, al menos, su nombre. Saqué ese ligón que llevo dentro y me acerqué. No, ahora de verdad. Antes de irme, esa chica se acercó a mí, había mucho ruido en aquel bar por lo que tuvo que gritarme prácticamente al oído para que me enterase de lo que me decía.
-¡LAURA! ¡Me llamo LAURA!
-Lucas, - dije mientras asentía con la cabeza indicándole que había entendido su nombre.
Le hice señas para salir de aquel lugar y poder hablar un poco más tranquilamente en la calle. Se dirigió a sus amigas, mientras yo me acercaba a la escalera, la miré y les estaba explicando que se iba con ese tipo que llevaba una camisa blanca e iba un tanto despeinado. Sus amigas, se rieron un poco de ella y después le dijeron que se fuese, o eso interpreté yo…
Hablamos cerca de dos horas, intercambiamos nuestros teléfonos y quedamos en llamarnos un día de aquellos para tomar algo. Nos despedimos con un abrazo. Creo que fue en ese instante en el que supe que ella iba a ser una persona especial, fue algo tan… no sé cómo describirlo, pero estuvo lleno de sentimiento, y aquello me gustó. Quedamos varias veces y decidimos probar. Éramos tan distintos que nos complementábamos a la perfección.
Tardé un par de años en decidirme y lanzarme a por ella. En ese intervalo fuimos grandes amigos, ambos tuvimos alguna que otra relación y cuando quedábamos esa química que había entre nosotros se manifestaba. Más de una vez nos jugó una mala pasada y casi nos lleva a besarnos, pero supimos respetar lo que había en ese momento.
Recuerdo perfectamente el día que decidí jugar mis cartas. Quedé con ella a eso de las siete de la tarde, cuando salí de casa comenzaba a llover… Lo tenía todo bien planeado, me había escrito incluso un par de notas para saber qué decir. Antes, en casa, había hecho una lista de puntos a favor y en contra de estar con ella, resultó en una aplastante victoria de los puntos a favor.
Habíamos quedado en una cafetería del centro a la que habíamos ido en innumerables ocasiones. Creo que era el sitio, nuestro sitio. Llegue bastante pronto, elegí cuidadosamente entre las mesas que aún estaban vacías y escogí una cercana a la cristalera que daba a la calle. Pedí una tila, estaba bastante nervioso.
Mientras sonaba una canción de Sabina por la radio, entró ella. La puerta tintineó, se paró en la entrada y me buscó con la mirada. Estaba preciosa, aún recuerdo aquel vestido que llevaba…
Cuando se acercaba a la mesa me levanté para poder retirar levemente la silla y que se sentase frente a mí. Ella agradeció aquel gesto tan caballeresco con una sonrisa. Le dije que qué quería tomar, me acerqué a la barra y le pedí al camarero las dos bebidas.
De vuelta a la mesa con ellas, la vi mirando la calle. Estaba absorta en sus pensamientos. Me senté frente a ella. Suspiré. La miré a los ojos, esos que eran tan azules que permitiría que me llevasen a cualquier lugar con tal de no parar de mirarlos.
Cogí sus manos, ella me miraba atentamente. Comencé a hablar, le dije lo especial que era para mí, lo que me encantaría pasear de su mano por la calle, ella escuchaba, sonreía e incluso permitió que una lágrima se deslizase por su mejilla…
Te quiero, esas dos simples palabras creo que fueron las que hicieron que ella aceptase ser mi pareja. Se lo repito cada día, porque cuanto más tiempo pasa más la quiero…
Tardé otros dos años en pedirle que viviésemos juntos, lo hice un día mientras cenábamos. Le regalé la llave de un piso que había alquilado en Barcelona. Cambiaríamos de lugar, de vida, de todo… pero estaríamos juntos.
Aceptó sin dudar, podía seguir estudiando allí y yo podía también estudiar y trabajar. Fue difícil cambiar, dejar todo atrás, pero con el uno al lado del otro todo se hizo más llevadero.
Los primeros meses fueron los más duros, apenas nos veíamos, pasábamos mucho tiempo separados. Pero si quieres lograr algo tienes que luchar por ello. No teníamos demasiado tiempo para disfrutar, sin embargo el verla despertar cada mañana me daba energía para afrontar todo el día. Llegar y verla dormida en el sofá esperándome me hacía sacar una sonrisa…
Todo era perfecto.
Todo seguía su curso, ella empezó a impartir clases en Educación Infantil. Era una apasionada de su trabajo y de los niños, habíamos hablado mucho sobre aquel tema, pero era una situación difícil, yo no quería darle esta vida que llevábamos a nuestro hijo, no por el momento…
Yo mientras tanto, me dedicaba a trabajar en un restaurante, amaba esa profesión. Quizás me robaba demasiado tiempo, pero era feliz allí. El sueldo no era gran cosa, aunque la felicidad que me aportaba era suficiente. Llevaba los problemas de la cocina a casa, no obstante cuando la veía olvidaba todo y tan solo quería maximizar el tiempo que pasábamos juntos. En mis ratos libres, me dedicaba a juntar palabras que guardaba en mi ordenador, y que tan solo ella leía. Reía y lloraba con mis textos, me quería más cuando leía aquello porque todos eran ella.
Tras tantos años de convivencia, a veces las cosas fueron difíciles. Hemos pasado malos momentos y muchas veces hemos discutido, pero nunca como esta última vez.
Fue horrible. Cuando discutes con la persona más importante para ti en este mundo y dices cosas que no piensas ni crees, te sientes mal, muy mal…
Discutimos más de dos horas, por toda la casa. Ahora esa discusión impregna cada rincón, los últimos coletazos de aquella pelea fueron en la cocina y en la habitación, dos puntos distantes que se unieron en ese momento. Ella en la habitación y yo en la cocina, no podía verla mientras gritábamos llenos de rabia.
Me fui a trabajar sin despedirme, necesitaba alejarme de todo aquello. Cuando regresé a casa, era casi de madrugada, la busqué por cada rincón… No estaba. Me había dejado una nota, breve pero intensa, como todo lo que hacía ella.
“Lo siento. Te sigo queriendo.”
Seca, tajante, me rompió en mil pedazos.
Pasamos varios meses separados, era horrible aquella sensación de no verla al llegar a casa. Sentía que mi tren ya había pasado, que jamás la recuperaría.
La rutina durante aquellos meses fue siempre igual: llegar a casa, poner música para no sentirme solo y crear. Creaba textos, platos, historias, creaba o más bien recreaba mi vida con ella. La echaba de menos.
Esos meses lloré como un niño cada noche al ir a la cama, estaba vacía. Toda la casa lo estaba, era raro estar sin ella. Incluso aquellos textos habían perdido su magia, se habían vuelto tristes y lúgubres al igual que mi vida.
Una noche, mientras escribía, buscando un par de folios en un cajón para poder imprimir una de las últimas historias, encontré algo. Era un pequeño post-it que ella me había escrito hace un par de años. La frase que había allí decía algo como esto:
“Lucha por lo que quieres, no hay nada imposible. Te quiero.” Debajo firmaba Laura.
Recuerdo que me escribió aquello cuando más lo necesitaba, fue una época complicada. Era fantástico poder volver a leerlo. Yo la quería, tenía que, debía luchar por ella…
Estuve un par de semanas pensando qué podía hacer. Lo mejor que se me ocurrió fue volver a enamorarla. La había perdido porque había dejado de quererla como antes, ya no le decía “te quiero” cada mañana, ya no era lo más importante para mí.
Ella, que había vuelto a León a casa de sus padres, estaba lejos. Pedí una semana en el trabajo, tenía que recuperarla.
Nada más pedirle la semana libre al jefe, me monté en el coche, conduje durante un buen rato hasta llegar al lugar donde todo había comenzado. Sí, aquella cafetería. Seguía abierta.
Aparqué el coche frente a la cafetería, cogí mi americana y me dispuse a entrar para pedirle al camarero que me reservase la mesa del fondo junto al cristal que daba a la calle. Aceptó, no tuvo ningún tipo de problema. Con el sí de aquel hombre salí corriendo. De camino a casa de los padres de Laura había una floristería, pasé de largo en un primer momento, pero… debía regalarle unas flores, eso sería fantástico… Una docena de rosas rojas.
Palpé el bolso de la americana para asegurarme de que el anillo aún seguía allí, hacía meses que lo tenía pero no me había atrevido a pedirle matrimonio, no encontré el momento…
Llegué a su casa, la llamé y se asomó a la ventana. La cerró nada más verme, y se fue. Pensé que la había perdido para siempre, me sentía desolado, me quedé apoyado contra una de las paredes del portal y la vi aparecer.
Estaba preciosa, sus ojos volvían a brillar y su sonrisa era perfecta. Ella también tenía ganas de verme, el beso que nos dimos, estaba lleno de aquello que un día sentimos, amor, pasión, fuerza, ilusión…
Le di aquel ramo de rosas y caminamos un rato de la mano. Llegamos a la cafetería, nuestro sitio favorito.
Nos volvimos a sentar en el mismo sitio que aquella primera vez. Me disculpé, ella también.
Mientras hablábamos, me levanté, me puse de rodillas junto a su silla y saqué un anillo, ella se sorprendió, comenzó a hablar nerviosamente, la calle con mi dedo índice. Toda la cafetería nos miraba, incluso aquel simpático camarero que nos había reservado la mesa… Me costó empezar a hablar, era demasiado importante para mí.
-¿Quieres… casarte… conmigo? - dije medio tartamudeando.
-¡Sí! ¡Claro que sí! – me respondió.
Mientras ponía aquel simple anillo en su mano, ella lloraba. Me levanté, se levantó y nos besamos en medio del aplauso de los presentes en la cafetería…
Nos casamos. Hace apenas unos días que somos marido y mujer, y dentro de poco también padres…
Fue aquella noche en la que le pedí matrimonio. Pronto tendré a dos grandes personas en mi vida, mi mujer y mi hijo. Espero con entusiasmo ver su cara…
Llegó el momento del parto, pasaron unas cuantas horas, pero mereció la pena. Era precioso, nuestro hijo era lo mejor de ambos. Su madre cuando lo tuvo en brazos lloró, él jugó con mis dedos. Era perfecto. La mujer de mi vida y el amor de nuestras vidas.
“Ama, disfruta, y nunca pierdas lo que más quieres, y si lo haces, lucha por recuperarlo”