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30.6.13

Tú y yo

Hace ya casi un año que te conozco. Apenas unos meses desde aquel beso que no te robé, ese baile, que tampoco fue. No sé dónde estarás ahora pero si sé dónde me gustaría estar a mí. Junto a ti.

Ella era rubia, sus ojos verdes, me encantaban, y su sonrisa… era tan perfecta que no podía ni imaginar que un día más de una de ellas iba a ser para mí. Era alta, y esbelta. Siempre iba despeinada, pero era perfecta incluso con sus defectos.

Yo, te miraba desde lejos. Soñando que algún día podía estar junto a ti. Nunca fue así, pero aquellos instantes en los que casi nos convertimos en algo, la sonrisa que yo llevaba dibujada… fue el momento en el que más cerca estuve de la felicidad.

Pasó y algo quedó. Todo acaba aunque no termina. Un loco diría que te seguiría esperando, otros que anhelarán aquellos instantes. Pero yo… y tú… Quién sabe.

Segundos

Tan sólo un instante, no es necesario nada más. En tan sólo un segundo puede cambiar tu vida, en cualquier dirección. Pero no es solo tu vida la que cambia. Con ese cambio, al mismo tiempo muchas otras vidas cambian.

Si hubieses mirado a aquella chica una vez más, todo hubiera sido distinto. Pero como no tuviste valor para hacerlo, ella buscó a otro. Tú te arrepientes por no haberla conocido, ella es  feliz.

Cambia, aprovecha esos segundos decisivos. Si lo necesitas respira hondo, y decide. No malgastes las pocas oportunidades extraordinarias que te brinda la vida.

Sé feliz.



27.6.13

Quiero...

Lucas. Ese es mi nombre, tengo 31 años y vivo en Barcelona. He de confesaros que tengo bastante suerte, vivo en mi ciudad favorita y tengo vistas al mediterráneo. Ahora os preguntaréis si vivo solo, o con alguien, supongo. Vivo con Laura. Ella tiene 29 años, la conozco desde hace doce. Llevamos saliendo unos 10, y vivimos juntos desde hace 8.

El camino que hemos recorrido ha sido largo, pero creo que ha merecido la pena. Antes de contaros todo lo que ha pasado últimamente os relataré como ha sido nuestra historia desde que nos conocimos…



Cuando yo tenía 19 años y apenas había comenzado mi carrera universitaria (la que más tarde abandonaría para perseguir un sueño…), una noche, en mi ciudad natal, León, conocí a una chica. Ella tenía 17 años, era morena, con ojos azules, pelo largo y liso con un flequillo que caía hacía el lado derecho de su cara, y una bonita sonrisa. Supongo que es natural que la describa así, cuando años más tarde aún me sigue pareciendo preciosa.

Esa misma noche, cruzamos varias miradas y, cuando me disponía a irme a casa, no pude evitar acercarme y preguntarle, al menos, su nombre. Saqué ese ligón que llevo dentro y me acerqué. No, ahora de verdad. Antes de irme, esa chica se acercó a mí, había mucho ruido en aquel bar por lo que tuvo que gritarme prácticamente al oído para que me enterase de lo que me decía.

-¡LAURA! ¡Me llamo LAURA!
-Lucas, - dije mientras asentía con la cabeza indicándole que había entendido su nombre.

Le hice señas para salir de aquel lugar y poder hablar un poco más tranquilamente en la calle. Se dirigió a sus amigas, mientras yo me acercaba a la escalera, la miré y les estaba explicando que se iba con ese tipo que llevaba una camisa blanca e iba un tanto despeinado. Sus amigas, se rieron un poco de ella y después le dijeron que se fuese, o eso interpreté yo…

Hablamos cerca de dos horas, intercambiamos nuestros teléfonos y quedamos en llamarnos un día de aquellos para tomar algo. Nos despedimos con un abrazo. Creo que fue en ese instante en el que supe que ella iba a ser una persona especial, fue algo tan… no sé cómo describirlo, pero estuvo lleno de sentimiento, y aquello me gustó. Quedamos varias veces y decidimos probar. Éramos tan distintos que nos complementábamos a la perfección.


Tardé un par de años en decidirme y lanzarme a por ella. En ese intervalo fuimos grandes amigos, ambos tuvimos alguna que otra relación y cuando quedábamos esa química que había entre nosotros se manifestaba. Más de una vez nos jugó una mala pasada y casi nos lleva a besarnos, pero supimos respetar lo que había en ese momento.

Recuerdo perfectamente el día que decidí jugar mis cartas. Quedé con ella a eso de las siete de la tarde, cuando salí de casa comenzaba a llover… Lo tenía todo bien planeado, me había escrito incluso un par de notas para saber qué decir. Antes, en casa, había hecho una lista de puntos a favor y en contra de estar con ella, resultó en una aplastante victoria de los puntos a favor.

Habíamos quedado en una cafetería del centro a la que habíamos ido en innumerables ocasiones. Creo que era el sitio, nuestro sitio. Llegue bastante pronto, elegí cuidadosamente entre las mesas que aún estaban vacías y escogí una cercana a la cristalera que daba a la calle. Pedí una tila, estaba bastante nervioso.
Mientras sonaba una canción de Sabina por la radio, entró ella. La puerta tintineó, se paró en la entrada y me buscó con la mirada. Estaba preciosa, aún recuerdo aquel vestido que llevaba…

Cuando se acercaba a la mesa me levanté  para poder retirar levemente la silla y que se sentase frente a mí. Ella agradeció aquel gesto tan caballeresco con una sonrisa. Le dije que qué quería tomar, me acerqué a la barra y le pedí al camarero las dos bebidas.

De vuelta a la mesa con ellas, la vi mirando la calle. Estaba absorta en sus pensamientos. Me senté frente a ella. Suspiré. La miré a los ojos, esos que eran tan azules que permitiría que me llevasen a cualquier lugar con tal de no parar de mirarlos.

Cogí sus manos, ella me miraba atentamente. Comencé a hablar, le dije lo especial que era para mí, lo que me encantaría pasear de su mano por la calle, ella escuchaba, sonreía e incluso permitió que una lágrima se deslizase por su mejilla…

Te quiero, esas dos simples palabras creo que fueron las que hicieron que ella aceptase ser mi pareja. Se lo repito cada día, porque cuanto más tiempo pasa más la quiero…



Tardé otros dos años en pedirle que viviésemos juntos, lo hice un día mientras cenábamos. Le regalé la llave de un piso que había alquilado en Barcelona. Cambiaríamos de lugar, de vida, de todo… pero estaríamos juntos.

Aceptó sin dudar, podía seguir estudiando allí y yo podía también estudiar y trabajar. Fue difícil cambiar, dejar todo atrás, pero con el uno al lado del otro todo se hizo más llevadero.

Los primeros meses fueron los más duros, apenas nos veíamos, pasábamos mucho tiempo separados. Pero si quieres lograr algo tienes que luchar por ello. No teníamos demasiado tiempo para disfrutar, sin embargo el verla despertar cada mañana me daba energía para afrontar todo el día. Llegar y verla dormida en el sofá esperándome me hacía sacar una sonrisa…

Todo era perfecto.



Todo seguía su curso, ella empezó a impartir clases en Educación Infantil. Era una apasionada de su trabajo y de los niños, habíamos hablado mucho sobre aquel tema, pero era una situación difícil, yo no quería darle esta vida que llevábamos a nuestro hijo, no por el momento…

Yo mientras tanto, me dedicaba a trabajar en un restaurante, amaba esa profesión. Quizás me robaba demasiado tiempo, pero era feliz allí. El sueldo no era gran cosa, aunque la felicidad que me aportaba era suficiente. Llevaba los problemas de la cocina a casa, no obstante cuando la veía olvidaba todo y tan solo quería maximizar el tiempo que pasábamos juntos. En mis ratos libres, me dedicaba a juntar palabras que guardaba en mi ordenador, y que tan solo ella leía. Reía y lloraba con mis textos, me quería más cuando leía aquello porque todos eran ella.


Tras tantos años de convivencia, a veces las cosas fueron difíciles. Hemos pasado malos momentos y muchas veces hemos discutido, pero nunca como esta última vez.
Fue horrible. Cuando discutes con la persona más importante para ti en este mundo y dices cosas que no piensas ni crees, te sientes mal, muy mal…

Discutimos más de dos horas, por toda la casa. Ahora esa discusión impregna cada rincón, los últimos coletazos de aquella pelea fueron en la cocina y en la habitación, dos puntos distantes que se unieron en ese momento. Ella en la habitación y yo en la cocina, no podía verla mientras gritábamos llenos de rabia.
Me fui a trabajar sin despedirme, necesitaba alejarme de todo aquello. Cuando regresé a casa, era casi de madrugada, la busqué por cada rincón… No estaba. Me había dejado una nota, breve pero intensa, como todo lo que hacía ella.

“Lo siento. Te sigo queriendo.”

Seca, tajante, me rompió en mil pedazos.



Pasamos varios meses separados, era horrible aquella sensación de no verla al llegar a casa. Sentía que mi tren ya había pasado, que jamás la recuperaría.

La rutina durante aquellos meses fue siempre igual: llegar a casa, poner música para no sentirme solo y crear. Creaba textos, platos, historias, creaba o más bien recreaba mi vida con ella. La echaba de menos.
Esos meses lloré como un niño cada noche al ir a la cama, estaba vacía. Toda la casa lo estaba, era raro estar sin ella. Incluso aquellos textos habían perdido su magia, se habían vuelto tristes y lúgubres al igual que mi vida.

Una noche, mientras escribía, buscando un par de folios en un cajón para poder imprimir una de las últimas historias, encontré algo. Era un pequeño post-it que ella me había escrito hace un par de años. La frase que había allí decía algo como esto:

“Lucha por lo que quieres, no hay nada imposible. Te quiero.” Debajo firmaba Laura.

Recuerdo que me escribió aquello cuando más lo necesitaba, fue una época complicada. Era fantástico poder volver a leerlo. Yo la quería, tenía que, debía luchar por ella…



Estuve un par de semanas pensando qué podía hacer. Lo mejor que se me ocurrió fue volver a enamorarla. La había perdido porque había dejado de quererla como antes, ya no le decía “te quiero” cada mañana, ya no era lo más importante para mí.

Ella, que había vuelto a León a casa de sus padres, estaba lejos. Pedí una semana en el trabajo, tenía que recuperarla.

Nada más pedirle la semana libre al jefe, me monté en el coche, conduje durante un buen rato hasta llegar al lugar donde todo había comenzado. Sí, aquella cafetería. Seguía abierta.

Aparqué el coche frente a la cafetería, cogí mi americana y me dispuse a entrar para pedirle al camarero que me reservase la mesa del fondo junto al cristal que daba a la calle. Aceptó, no tuvo ningún tipo de problema. Con el sí de aquel hombre salí corriendo. De camino a casa de los padres de Laura había una floristería, pasé de largo en un primer momento, pero… debía regalarle unas flores, eso sería fantástico… Una docena de rosas rojas.

Palpé el bolso de la americana para asegurarme de que el anillo aún seguía allí, hacía meses que lo tenía pero no me había atrevido a pedirle matrimonio, no encontré el momento…
Llegué a su casa, la llamé y se asomó a la ventana. La cerró nada más verme, y se fue. Pensé que la había perdido para siempre, me sentía desolado, me quedé apoyado contra una de las paredes del portal y la vi aparecer.

Estaba preciosa, sus ojos volvían a brillar y su sonrisa era perfecta. Ella también tenía ganas de verme, el beso que nos dimos, estaba lleno de aquello que un día sentimos, amor, pasión, fuerza, ilusión…
Le di aquel ramo de rosas y caminamos un rato de la mano. Llegamos a la cafetería, nuestro sitio favorito.
Nos volvimos a sentar en el mismo sitio que aquella primera vez. Me disculpé, ella también.
Mientras hablábamos, me levanté, me puse de rodillas junto a su silla y saqué un anillo, ella se sorprendió, comenzó a hablar nerviosamente, la calle con mi dedo índice. Toda la cafetería nos miraba, incluso aquel simpático camarero que nos había reservado la mesa… Me costó empezar a hablar, era demasiado importante para mí.

-¿Quieres… casarte… conmigo? - dije medio tartamudeando.
-¡Sí! ¡Claro que sí! – me respondió.

Mientras ponía aquel simple anillo en su mano, ella lloraba. Me levanté, se levantó y nos besamos en medio del aplauso de los presentes en la cafetería…



Nos casamos. Hace apenas unos días que somos marido y mujer, y dentro de poco también padres…
Fue aquella noche en la que le pedí matrimonio. Pronto tendré a dos grandes personas en mi vida, mi mujer y mi hijo. Espero con entusiasmo ver su cara…

Llegó el momento del parto, pasaron unas cuantas horas, pero mereció la pena. Era precioso, nuestro hijo era lo mejor de ambos. Su madre cuando lo tuvo en brazos lloró, él jugó con mis dedos. Era perfecto. La mujer de mi vida y el amor de nuestras vidas.

“Ama, disfruta, y nunca pierdas lo que más quieres, y si lo haces, lucha por recuperarlo”

26.6.13

Tan solo tú

No quiero que te vayas. Fue lo único que fui capaz de decir, cuando me dijo que esta era su última semana aquí, conmigo… Y es que, a pesar de haber pasado poco, muy poco tiempo juntos, apenas unos meses, ya no imaginaba mi vida sin ella. Era la persona que equilibraba mi vida, me calmaba, me entendía y lo más importante, reía y lloraba conmigo y por mí. Era indescriptible lo que sentía a su lado. Además de guapa e inteligente, se preocupaba por mí, que más se puede pedir…

Y lo de guapa, no es que lo diga porque es la mujer más importante de mi vida, que también, pero es que… tiene algo especial. Su pelo es liso, largo, suave y negro como el carbón. Sus ojos, esos ojos, azules, tan azules como el mar, y brillantes, llenos de alegría. Lo mejor de aquellos ojos, es que me regalaban una cantidad de miradas, quizás, más de las que merecía… La sonrisa era perfecta, su nariz graciosa y el conjunto era de una gran belleza. Su cuerpo, era esbelto, de proporciones perfectas.

Se fue. No pude impedirlo, ni me atreví a suplicarle que se quedase. Ahora ya solo me quedaban, un par de fotos que adornaban mi viejo corcho y un puñado de palabras plasmadas en tres o cuatro cartas que intercambiamos durante esos meses. Decidió releer aquellas cartas, es increíble como un puñado de palabras que alguien se dedica a juntar mientras piensa en nosotros, es capaz de trasmitir tantas cosas.

Aquellas cartas fueron el principio y el fin de algo, no sabía demasiado bien el qué, pero era su historia, aquella historia…

Pasaron meses hasta que se volvieron a encontrar. La necesitaba, se había acostumbrado a vivir con ella, pero el caso contrario no resultaba tan sencillo. No había podido olvidarla. Aún recordaba su olor, como el viento mecía su pelo, sus abrazos, tan largos y a veces amargos, y sus besos, aquellos besos en los que se jugaban todo y nada. Esos besos de un instante, de una vida…


21.6.13

¡Vive!

Somos capaces de solucionar cualquier cosa, hemos inventado mil y un artilugios para salvar todo tipo de obstáculos. Pero, aún, somos incapaces de reaccionar bien ante una pérdida, una despedida, o simplemente ante una persona que nos gusta.

Avanzamos irremediablemente, pero seguimos teniendo los mismos problemas de antes. Cuando esa persona especial se nos acerca, se nos acelera el corazón, bombeamos más sangre, aumentan nuestras pulsaciones, comenzamos a sudar y a no saber que decir… ¿De verdad es necesario que suceda esto cada vez que él o ella se acercan a nosotros?

¡Para! ¡Reflexiona! Toma aire, piensa lo que quieres, y lucha por ello. Da igual como sea, de dónde sea o que pretenda. Inténtalo. Juega, pierde, gana… ¡vive!

17.6.13

Te echo de menos...

Echo de menos hablar como antes. Ese fue el mensaje que alteró su sueño. Llegó a su teléfono a eso de las tres de la madrugada. Era de ella.

Se despertó, apenas veía con claridad, trató de coger el móvil palpando su mesilla. Lo encontró. Logro desbloquearlo tras varios intentos, y allí apareció. “Echo de menos hablar como antes”. No sabía si responder con un “yo también echo de menos hablar como antes, y verte sonreír…” o bloquear de nuevo el móvil y volver a dormir. Quizás era mejor no decir nada, aunque quería decirle tantas cosas…

Escribió, borró, y volvió a escribir… respondió. “Yo también”. Seco, escueto, sin sentido, sin pasión. Sentía demasiado por ella y ya le había hecho demasiado daño una vez… pero, ¿por qué ahora no podría ser diferente? Necesitaba decirle tantas cosas… Que se equivocó, que ahora sería mejor, que desde que la perdió ya nada es igual, que ahora los minutos parecen horas… Que con ella a su lado, él era capaz de hacer cualquier cosa. Pero… era mejor no decir nada, dejar que ella llevase la voz cantante, como siempre…

Ella estaba escribiendo, él ya se había desvelado completamente. “Vale”.  ¿Sólo eso? ¿Echas de menos hablar como antes y dices vale?, pensó mientras leía una y otra vez aquel insignificante pero doloroso “vale”.

Decidió lanzarse. ¿Qué puedo perder?-se preguntó. Ya la he perdido a ella, qué más da. Comenzó a escribir, sin descansar ni un solo instante, le dijo todo aquello que hace tan solo unos instantes había pensado, terminó con un “Te quiero”.

Tardó más de diez minutos en contestarle, y tan solo le dijo: “Eres I.N.C.R.E.Í.B.L.E”. Le sorprendió aquella respuesta, ¿qué significaba? Un minuto después, le llegó otro mensaje: “Yo también te quiero”.

Sonrió, cerró los ojos, soñó con ella y al día siguiente, todo volvió a ser como antes…


Escalofrío

Sintió como un escalofrío le recorría toda su espalda. Hacía meses que le había perdido y aún notaba su presencia. Casi todo le recordaba a aquel chico, que había sido muy importante en su vida. Lo era todo.
El día antes del fin absoluto, se despidió de él. Se marchaba, lejos de aquella ciudad. Apenas podía contener las lágrimas, él había significado tanto para ella durante aquellos meses, que le iba a resultar muy difícil olvidarle.

Él, incapaz de asumir lo que ella le contó, se marchó. Indignado, lleno de rabia e ira. No lo podía creer, la chica, su chica, se iba… ¡No podía terminar así! Necesitaba alejarse de todo aquello, y por eso, montó en su moto y se fue lejos. Bueno, eso es lo que él quería, apenas se alejó un par de kilómetros de ella, sus últimos kilómetros…

El día del funeral, estaba rota de dolor. Creía que por su culpa él ya no estaba allí. No paró de llover en todo el día, al menos sus lágrimas se disimulaban con la lluvia. No pudo esperar demasiado, se fue… Aquel día que todo terminaba para él, comenzaba de nuevo para ella…
Pasaron los meses, y aún no lo había asumido. Ahora, se veía ocasionalmente con un chico, pero no era lo mismo. No era él.

Cuando sintió aquel escalofrío, corrió a su cama, se tiró sobre ella. Abrió el cajón de su mesilla impacientemente, sacó un pequeño cuaderno y de dentro de este una nota. Necesitaba leer sus últimas palabras. Las que le escribió antes de coger su moto…

“Lo has sido todo para mí. Me has hecho FELIZ. Jamás te podré olvidar. TE QUIERO.” Tras leerlo, no paró de llorar… Arrancó una hoja de papel y escribió algo, lo volvió a guardar. Se levantó de la cama, respiró hondo y se dijo a sí misma: “Por él”. Y salió a comerse el mundo que un día se la comió, él no estaba, pero nunca se separó de su lado…

Sonrisas

La veía cada mañana. Me cruzaba con ella de camino a mi destino. Intercambiábamos miradas e incluso me regalo un par de sonrisas. Quizás, estuvimos meses cruzándonos de lunes a viernes, jugando y disfrutando cada vez que nos veíamos. Nunca le dije nada, pensé que sería una pérdida de tiempo. Una chica como aquella con un tipo como yo…

Aquella chica, morena, de ojos azules, no demasiado alta y con ese flequillo que apenas dejaba ver su ojo derecho, le daba un aire interesante. Sus ojos brillaban, y aquella sonrisa, era capaz incluso de iluminar las oscuras mañanas de invierno de aquella ciudad.

Lo cierto es que las cosas cambiaron, el tiempo pasó para ambos y un día dejaron de verse… Pero nunca fue capaz de olvidar esas miradas ni aquel par de sonrisas que un día le dedicó. Sin demasiado esfuerzo aquella chica conseguía hacerle feliz cada mañana. Ver que no todo era negro, que había otros muchos colores que no tenían por qué ser mejores, pero al menos si eran diferentes…

Tras desaparecer de mi vida, nunca antes otra había hecho sentirme así de feliz. Pasé unos meses buscando a aquella chica, pero el esfuerzo no sirvió de nada. En esos meses conocí otras, pero no era igual. Cuando daba todo por perdido, apareció de nuevo. Estaba ligeramente cambiada, pero estaba seguro de que era ella, aquella mirada era la suya.

Respiré hondo y me acerqué a ella. ¡Sí! Era ella, por fin… Hablamos largo y tendido, ella también me recordaba, al final del día, cuando la acompañaba camino a casa, se paró frente a mí. Me dijo que no debía seguir andado. Estaba confuso, ¿qué pasaba ahora? Ella se rio y se lanzó a abrazarme.

No pude evitar cerrar los ojos mientras ella me abrazaba, volví a sentirme feliz…  Ya nunca fui capaz de separarme de ella, era especial, diferente. Quería recibir esos abrazos cada día, sonreír al verla despertar cada mañana a mi lado. La quería a ella…

Despedida

Pasamos horas y horas con las mismas personas, y muchas veces, no les damos la importancia que merecen. La realidad es que sin ellos nada sería lo mismo. En esencia, nos han cambiado a nosotros y han cambiado ellos mismos.

Llegamos a convivir más horas con ellos que con nuestra propia familia, y terminan convirtiéndose en eso, en nuestra otra familia. Lo cierto es que son geniales. Da igual lo que hagas, porque siempre están ahí. Esa relación que empieza porque sí, porque no queda más remedio que convertirse en un ser sociable… acaba siendo fantástico, inigualable. Y es que al fin y al cabo, son nuestra familia. Nos acaban queriendo de cualquier manera.

Supongo que los que leen esto, saben por quién va. Gracias a todos, sin excepción. No cambiaría nada de estos dos años ni a ninguno de vosotros. Suerte a todos.

5.6.13

Whisky on the rocks

Estaba oscuro, generalmente, los asiduos del local no quieren que les dé demasiado la luz. Se encontraba sentado en un taburete de imitación de piel de color rojo, sin respaldo. Había aparcado su moto a la entrada del bar. Nada más sentarse, llamó al camarero y le pidió una copa de su mejor whisky, un buen escocés de doce años, el camarero, rápidamente le sirvió lo que pedía, cogió un vaso, lo llenó de hielos y le sirvió. Cuando se disponía a retirarse, le pidió que dejase la botella y le alargó un par de billetes como pago.

De repente, la puerta se abrió pero él seguía enfrascado viendo bailar el hielo dentro del vaso y no se percató de la presencia femenina que acababa de llegar. No era normal ver a una mujer en un sitio como ése. Suena a cliché, pero era así; era un bar de carretera para almas perdidas.

Tras un rato sin prestar atención a aquella mujer, decidió levantar la mirada. Le echó un vistazo a la chica, sonrió y volvió a su vaso. Ella, también lo había estado observando, pero prefirió seguir jugando con la sombrilla de su bloody mary, mientras miraba con desdén a esos tipos que estaban sentados en una de las mesas.


De repente, la chica pensó que había salido con sed de aventuras y jugó una carta. Se hizo con una servilleta y le pidió a aquel camarero, que la comía con los ojos un boli, escribió: “¿Whisky, escocés, vaso bajo, tres hielos, 12 años? Buena elección” Se fue al baño casi sin hacer ruido tras deslizar la servilleta con el mensaje al bebedor de whisky.

Él, sorprendido, recogió la servilleta que aquella mujer había deslizado hasta su lado. Miró extrañado aquel insignificante trozo de papel. Lo abrió y leyó la nota. En su cara se dibujó una sonrisa canalla y miró a la mujer con cara de desconfianza y picardía. Cogió otra servilleta, y con un simple gesto al camarero, le pidió algo para escribir a la señorita. Comenzó a escribir algo así como: “Sí muñeca, whisky con hielo, una moto y una como tú para vivir una aventura. ¿Te animas?” Mientras le acercó la servilleta doblada le guiñó un ojo y ella se ruborizó levemente. Pese al ligero rubor adolescente que había coloreado sus mejillas se lanzó. Nunca digas no. Y movió ligeramente la cabeza en un movimiento afirmativo.

Tras ese intercambio de notas, se levantaron y se dirigieron hacia la puerta. Él la abrió para aquella señorita, y cuando ella se disponía a salir, la agarró de la cintura y la acercó a su cuerpo. Ella se dejó hacer, nada importaba ya. Una vez en la calle, le ofreció subirse a su moto, ella, sin dudarlo demasiado aceptó. La carretera y la noche les esperaba, y se alejaron por aquella carretera desierta, haciendo rugir el motor de su moto, disfrutando de la noche.

Por casualidad...

Me encontraba mirando por la ventana, cuando la vi pasar. No era nada del otro mundo. Iba absorta en su realidad, esa en la que te encuentras mientras escuchas tu música favorita. Apenas le di importancia, total, tan solo es una que he visto pasar.

Aquella rutina de verla pasar bajo mi ventana se alargó durante días, quizás semanas, puede que meses. Así que, como sabía la hora aproximada a la que pasaba cada tarde, un día decidí que no estaría mal que nos encontrásemos.

Algo casual, ya sabéis, esperas en el portal y cuando la ves pasar sales a toda prisa para “casualmente” tropezar con ella. Lo hice, me encantaba verla pasar bajo mi ventana y necesitaba saber cómo era aquella chica.

El encuentro apenas duró unos segundos, no pude, más bien, no fui capaz de articular palabra. Bueno, realmente, balbuceé algo y creo que sonó algo así como perdona. No necesitaba más que un par de palabras de su boca para poder completar mi imagen de ella.

Me dedicó una amplia sonrisa, se quitó uno de sus auriculares y me dijo que no tenía importancia. Me envalentoné. La invité a tomar algo. Me miro extrañada a la par que sorprendida, dudó, pero finalmente aceptó.

Así, con un empujón y un café, empezó todo…

4.6.13

Res, non verba

Mientras caminaba por la biblioteca en busca de tan ansiado libro, mis apuntes, reposaban sobre una mesa, junto a mi portátil, esperando a ser leídos. Pasé al menos quince minutos entre los pasillos de aquella inmensa biblioteca. Cuando regrese a mi silla para retomar aquellos insufribles temas acerca de la historia de unos hombres que habían conquistado innumerables tierras, vislumbre un post-it de color verde, con forma de manzana. Estaba colocado sobre mis apuntes, y era evidente que provenía de una persona que estuviese allí estudiando.

En el post-it, había una frase escrita que rezaba lo siguiente: “Res, non verba”. Pese a haber estudiado latín en mi adolescencia, no estaba demasiado seguro acerca de la traducción instantánea que hice. Por ello, acudí a internet (dicen que lo sabe todo), aparecieron 234.000 resultados, todos demasiado insulsos. Me decidí por el traductor. Los hechos, en lugar de las palabras. Eso es todo lo que me dijo el dichoso traductor, muy aproximado a mi primera traducción.

Pasé unos minutos observando a quien me rodeaba, pero tampoco obtuve una conclusión clara. Nunca se me dio bien conocer a la gente, ni saber quién podía haber hecho tal o cual cosa…

Me centré en mis apuntes de nuevo, eran, lamentablemente, de las cosas más interesantes de aquella biblioteca. Todo esto, hasta que una chica morena, con el pelo recogido y gafas, se sentó justo delante de mí. Tenía los ojos marrones, y parecía muy tímida.

Fue entonces, cuando releí aquella nota que había aparecido hace unos minutos sobre mis apuntes. “Res, non verba”. Se supone que debería hacer algo en lugar de tan solo imaginarlo o comentarlo con mis amigos y conocidos.

Pero… si no conocía de nada a aquella chica, ¿qué demonios se supone que debería hacer yo? ¿Por qué he de hacerle caso a una nota que ha aparecido en mis apuntes?

En aquel preciso instante, levante la mirada, la vi. Estaba sumida en sus apuntes, ajena al resto del mundo. Ausente. Preciosa.

Cogí unos post-it que tenía cerca y coloqué uno en la parte trasera de la pantalla de mi ordenador, donde ella pudiese verlo. Volví a mis apuntes, esperando que ella hiciese algo… En aquella nota, tan solo puse una frase: “Seguro que tienes una bonita sonrisa, ¿me dejas verla?”

No respondió en las siguientes tres horas, me fui. Estaba realmente decepcionado, para una vez que decido hacer algo y no tengo respuesta. Cuando estaba a punto de salir a la calle, una vocecilla me dijo: “¿No querías verme sonreír?”

Res, non verba.

Últimos instantes

Sacó una de sus camisas blancas del armario, mientras la abotonaba cuidadosamente ya estaba en busca de su traje. Se colocó los pantalones, pilló su camisa con ellos y se sentó sobre la cama para atarse los zapatos. Mientras los ataba, pensaba en ella, iba a ser la última vez que se iban a ver si nada pasaba entre ambos. Él se iría fuera del país, ella seguiría con su vida. ¿Merece la pena luchar por algo que no sabes si pasará?, se preguntó, él mismo se respondió. Sí. Quizás sea una locura pero ella merece esa locura. No, dijo una parte de él, ella no será nada, olvídala. Terminó de atarse los cordones de los zapatos. Se puso la americana, cogió la cartera, la colocó en el bolso interior de la chaqueta, y cogió las llaves de casa y la llave de su coche. Se fue despacio, cerró suavemente la puerta y se perdió escaleras abajo.

Una vez abajo, se montó en el coche, le encantaba conducir. En apenas cinco minutos llegó a aquella fiesta. Tras entrar en esa casa y saludar a un par de conocidos… ahí estaba ella, despampanante, con un vestido negro, unos zapatos de tacón del mismo color, y su pelo suelto. Sus ojos azules brillaban, su sonrisa, iluminaba todo su rostro, no podía apartar sus ojos de ella. Era hermosa, muy hermosa.
Se desabrochó un par de botones de la camisa, apuró la copa de champán que tenía en sus manos, respiró hondo y se fue a por ella.

Tenemos que hablar, le soltó en cuánto se acercó. ¿De qué?-dijo ella. De nosotros, le respondió con voz firme y segura.

Salieron al jardín de la casa, un cielo repleto de estrellas les observaba, no había nadie más. Volvió a respirar hondo, tenía tantas cosas que decirle, aunque también tenía la sensación de que era mejor no decir nada. Tomó su mano, se alejaron un poco del bullicio provocado por la gente y le ofreció sentarse sobre la hierba.

Allí se quedaron ambos, inmóviles, sin ser capaces de decir ni una sola palabra, pasaron un buen rato allí, solos. Después, él, se levantó, la miró, y se alejó de ella, esperando un gesto por su parte, algo así como no te vayas, quédate, te necesito… Nada. Volvió a la fiesta y se perdió entre la multitud.

Todo terminó. Aquello que fue sin ser, tuvo un final, triste, él solo quería llorar…