Seguidores

12.12.20

Siempre, siempre, siempre, siempre, siempre, siempre.

Querida nadie:

Setecientos dieciséis mensajes favoritos más después, te escribo. Te escribo porque siento que este es mi método para poder vaciar mi cabeza, aunque no me leas. Quizá ya no lo hagas. Hace doce meses, es probable que estuviésemos sentados en un coche hablando hasta la madrugada, quizá sonriendo. Supongo que ninguno de los dos esperábamos este jodido 2020, loco como ninguno. Aunque como siempre me decías, odio este año desde el mismo momento en que empezó.

Pero hay algo que siempre nos queda, y es que preveo que volverás a ser, a pesar de todo, lo mejor de este jodido año. Y que a pesar de ser trescientos sesenta y seis días los que iba a apostar por algo que tengo la certeza de que no pasará, seguramente siga, otros trescientos, tres mil, tres millones, o toda la vida.

Solo quiero. No abrir los ojos mañana, y que fueses lo último que viese. Pero temo que no podré cumplir ese macabro deseo que me atormenta, desde hace tanto, que me he acostumbrado a vivir con él. Suena Leiva, Superpoderes, siempre, siempre, siempre, siempre, siempre, siempre. Y ya no sé cuántas eses tengo que poner para que pienses que has recibido rosas cuando son letras.

Estoy loco. Quiero abrirme el pecho y ver cómo me late el corazón. Quiero borrarme la memoria. Quiero retroceder en el tiempo y volver a mirarte por primera vez. Quiero quedarme atrapado en un recuerdo. Quiero. Cerrar los ojos. Y despertar a tu lado.

Quiero imposibles y por eso estoy loco. Porque nadie en su sano juicio apuesta por la locura, por perder cuando no tiene nada que ganar. Nadie, excepto yo. Yo quiero releer conversaciones hasta el amanecer, escribirte eternamente, aunque no tenga respuesta.

¿Cómo es posible? ¿Cómo puedes con tan solo eso y después de tanto tiempo? Pues no lo sé. No sé qué clase de brujería, o de sentimiento se apodera de cada conexión nerviosa, de cada latido, de cada terminación neuronal, que cada vez que veo una de tus fotos, dos palabras para mí, se me sigue erizando la piel. Parando el corazón. Temblando el alma.

Querida nadie. Sigo amaneciendo necesitando darte respuesta a todo aquello que nunca me preguntarás. Pero por si me lees, por si aún queda un ápice de esperanza en que encuentres estas letras. Nunc et Semper. Ahora y siempre, siempre, siempre, siempre, siempre, siempre.

Por si me lees, querida nadie, te sigo prequeriendo. Ojalá.

19.9.20

Nunc et Semper

Querida nadie:

Te escribo porque no puedo escribirte. Llevo horas pensando en ti, sin cesar. Supongo que oír el repicar de la lluvia en los cristales y pensar en esa agua cayendo pero contigo a mi lado en el coche evoca cosas que son imborrables. No dejo de mirar tus fotos, de escribir y borrar continuamente, de ver tus redes sociales, a ver si te encuentro.

Nadie, estás tan clavada dentro de mi corazón que apenas sé cómo sacarte de ahí si no es arrancando de cuajo mis latidos. Supongo que este dolor de nada y estás ganas de ti no se irán tan fácilmente. Escribir es mi única manera de escribirte y me estoy dejando el alma en estas malditas letras. Salen a borbotones de mis manos y mi cabeza no es capaz de gestionarlas todas. Tienen un destino, tus pupilas, y estoy loco por intentar conquistarlas.

Sí, loco, que soy un loco. Pero las mejores personas lo están y supongo que una locura sostenida, apoyada y fundamentada es tan bonita como una cordura sobrellevada por la sociedad. Un amor loco, una historia loca y mi nombre retumbando por unas escaleras que quizás nunca más nos vean allí, unidos, comiéndonos los miedos y creando sueños, inertes, inalcanzables.

¿Me puedes explicar cómo llegaste hasta aquí? ¿Por qué sigues aferrada a este maldito corazón que no sabe latir si no es por ti? Joder. Tengo un nudo en el estómago, las pulsaciones disparadas y los labios temblando. Te recuerdan mis ojos y se deshacen en lágrimas. Hace tanto tiempo que no soy contigo, que ni recuerdo lo que era sin ti.

Quiero escribirte. Quiero gritarte al oído susurrando que si estás cerca lo tengo todo. 

Quiero poder decirte todo lo que nos hemos perdido. Nadie, tengo un hueco aquí al lado de mi corazón, con los restos que dejaste. No sé si soy capaz de reconstruirlo, pero sin duda siempre me faltará esa pieza que te llevaste. Tengo que confesarte que no era una, son demasiadas, y sin ellas esto no funciona. He probado a mantener todo alejado de ti, de tu recuerdo, de nuestros recuerdos. Soy incapaz, nadie.

No puedo más.

Esto es una declaración de intenciones. Necesito volver, aunque sea un instante, a saber que tienes esa sonrisa al otro lado de la pantalla. O a encontrarnos a más de dos metros de distancia, a vernos sin asumir que nos hemos visto. O volver a volver. Volver a donde una vez vimos el atardecer, sin saber que sería el último. 

Quizás yo sea un error. El fango al que te lleva la vida para darte cuenta de lo alto que puedes llegar. Pero sólo quiero verte volar. Tan alto, lejos y fuerte como puedas. 

Porque, querida nadie, nunc et Semper, ahora y siempre estaré atento a esas alas.Querida nadie, te echo de menos y te escribo porque me mata no poder escribirte.

Y supongo que las personas, al igual que las cosas, las importantes, no se ven, solo están y permanecen. Siempre anhelamos nuestros deseos rezando alcanzarlos.

Yo permanezco, ahora y siempre.

Nunc et Semper.


M.

28.7.20

AlaS de Cristal


Querida nadie:
Acabo de leer que la gente tarda una media de entre seis meses y dos años en superar a alguien de quien se ha enamorado. Ahora comprendo que todo eso que había sentido antes no era más que una vaga intención de algo semejante al amor. Creo que esa media de tiempo la superaré con creces. Me ardes en el pecho y en el recuerdo, dudo que te vayas a borrar en un tiempo tan breve. Aunque supongo que yo desapareceré mucho antes de tu memoria y tus recuerdos, pero si de algo sirve todo esto, espero que sea para que al menos durante un segundo me recuerdes, como un cometa. Supongo que fui, soy y seré, fugaz y frugal. Breve, como una estrella fugaz, de esas que si tienes la suerte de ver, pides un deseo. Tú siempre serás el mío.
Eres mi cometa, te estrellaste en mi pecho y de ahí no saldrás jamás. El amor se aprende a superar, o mejor dicho, a convivir con la ausencia, pero nunca se olvida. Me pusiste en órbita, me impulsaste hacia el vacío y decidiste que saltar conmigo era una buena opción. Me aprendiste y enseñaste, y todo eso es imborrable. Supongo que al mismo tiempo te has convertido en inmarcesible, da igual el tiempo que pase que esta sensación que me arde el pecho, me enfría las manos y me anuda el estómago al verte no se marchitará jamás.
Mi suerte es encontrarte seria en las fotos y oírte reír a carcajadas. Como cuando te tapas la boca avergonzada mientras te ríes, pensando que eso estropea la escena, cuando en realidad es parte de tu encanto. O quizás, otro de mis momentos favoritos es cuando ese pelo revoltoso, de leona, como me dices muchas veces, se rebela y se descuelga para dejar tapado uno de tus ojos. Y aunque no lo vea, saber que esa pupila está clavada en mí me sigue haciendo estremecerme, ponerme nervioso y no saber dónde mirar. Porque aprendí a mirarte, sin miedo a los ojos, porque tienes esa maravillosa habilidad de desnudar almas, y la mía se desprendió de su coraza a una velocidad abismal frente a ti.
Quizás en dos años, en siete o en once, da igual el tiempo que pase, haya aprendido a convivir con esa chispa que se me enciende cada vez que cambiamos unos mensajes, o con ese cosquilleo si paso cerca de aquel aparcamiento, o con la estúpida sonrisa que se me dibuja en cuanto veo una foto tuya. Supongo que sí, que aprenderé a que eso siga siendo un reflejo de todo lo que se mueve aquí dentro, pero no lo sé, simplemente espero que así sea.
Buscar el amor es una distopía. El amor, llega, te destroza el alma, te rompe el bazo, te quema el bulbo raquídeo, la hipófisis, te ensancha las arterias del corazón y te gasta vida, porque cada vez que se me aceleran los latidos estoy un poco más vivo, pero más cerca de la muerte. Ojalá gastarlos todos, acompasados, veloces, irreverentes… pero a tu lado.
Así que, querida nadie, me sigues robando latidos. Creo que es maravilloso. Algo arde en mi pecho, deben ser los restos de tu cometa que siguen iridisciendo mis pupilas, incluso cuando no me miras.




20.7.20

S.ideral


Querida nadie:

¿Eres consciente de la importancia de Zahara? Tengo la extraña necesidad desde hace más de dos años de visitar esa zona de España, porque tiene algo que me atrae poderosamente y me llama la atención. Supongo que poder poner a Zahara en Zahara tiene que ser lo puto más.

Hoy bordeo el abismo, este réquiem constante que me inunda está a punto de desbordarme por completo, creo que ya ha brotado por mis pupilas lo suficiente por hoy. Supongo que esa idea de por fin dejarme caer en el abismo tras tantas veces asomándome al precipicio debe ser bastante salvadora. 

La pena y el miedo me invaden, creo que quizás sea el momento de dejarse caer. Todo esto lo podría firmar cualquiera, pero es que hoy es veinte de julio y no tengo tu sonrisa para mitigar mis penas, y eso sí que es bastante complicado.

La he vuelto a escuchar, de tu voz, y sigue sonando tan bonita y tan triste como la primera vez que allá por el dos mil diez, cuando la escuché. Justamente, cinco años antes, ella grababa sin cortes una canción desgarradora. Y yo, empezaba mi propia película que avanzaba vertiginosa hacia el vacío. Tener un hueco dentro del cuerpo que alguien haya dejado con su ausencia es imposible de llenar. Si alguien te dice que el tiempo lo cura todo, nunca lo creas, simplemente mitiga la nostalgia y la pena.

Te siento a flor de piel. Ahora mismo uno de esos abrazos infinitos de los que no me quería despegar, seguramente acelerarían mis latidos, ya sabes que deseo que se acompasen con los tuyos, y encendería ligeramente esa calidez que intento que no se apague dentro de mí.

Hoy tú tampoco estás. Y sigo echando de menos tu risa. Y tus miradas, incluso esas pensativas que lanzas mientras construyes rápidamente una respuesta en tu cabeza. También añoro tu constelación.

En el cielo hay dos estrellas, Vega y Altair, dos amantes que viven separados durante todo el año y que una noche se reencuentran, todos los siete de julio, se unen durante unas horas. Quizás sobre tus labios se encuentren estos amantes, tan cercanos y a la vez tan lejos. Puede que este mes, dentro de todas las penas, tenga algo especial, quizás porque nos encontramos hace doce lunas. O puede que sea porque dos amantes que tienen que vivir separados durante el año se reencuentran una noche.

Ni una distancia sideral, ni todo el maldito firmamento me harían soltarme de tus manos.

Tú eres una constelación.

Y yo solo quiero unirte las estrellas.



Veinte


Vuelve a ser 20. Supongo que es complicado olvidar un día que tienes grabado a fuego en la memoria. Recuerdo esos malditos rayos de sol entrando por las ventanas de casa e iluminando todo, y estar sentado en esa cama que hace años se llevó las lágrimas consigo, rodeado de gente que ahora tampoco está.

Al menos fue un día soleado, supongo que le diste toda esa luz al maldito sol y por eso brillaba tanto. Me quedé sin palabras, sin la capacidad de reaccionar ni de llorar. Creo que una pequeña parte de mi alma se fue contigo.

Me aterra pensar que he pasado la mitad de mi vida con tu recuerdo y no contigo. Siento esa absurda impotencia de haber perdido a alguien que debería haberme visto crecer más. Supongo que todo eso nos lo perdimos. También me gusta pensar que aún me escuchas, que observas atentamente cada uno de esos pequeños logros que voy conquistando. Espero que te sientas orgulloso de ver en quién me he convertido, eso sí que sería un gran logro.

Aún puedo cerrar los ojos y notar como tus brazos se aferraban a mi pequeño cuerpo, fundiéndote de alguna manera con tu alma. Sigo teniendo tu piel, tus ojos y tus maneras, supongo que vives también aquí. Y eso me hace tremendamente feliz.

Mis días suelen apagarse hablando contigo, esta cabeza no quiere dejar pasar ni un recuerdo de todos los que nos dio tiempo a crear. Y al final, siempre acabo viendo más claras las cosas cuando dentro de mí te explico todo. Supongo que es mi propia terapia para poder sobrevivir. Porque eso es lo que hago desde que no estás, voy sobreviviendo, intentando cumplir cosas que me propongo e intentando ser quien quiero ser y de quien a buen seguro estarías orgulloso.

Hoy bordeo el abismo en otro maldito veinte, siempre he tenido miedo a caer. Pero cuando mis pies coqueteaban con precipitarse al vacío, aparecía uno de esos recuerdos que me decía que no podía rendirme. Aún no. Todavía no.

Han pasado quince años y sigue doliendo como si hubiese pasado un minuto. Oigo el ascensor abrirse en nuestra planta.

Ojalá seas tú.

19.7.20

De mil miradas

Querida nadie:

Hoy te escribo porque temo que te estés volviendo una desconocida. Supongo que el inexorable paso del tiempo tiene consecuencias, el olvido es una de ellas. Quizá, el tiempo y el espacio confluyan para dibujarme de nuevo en tu camino, supongo que nunca lo podré saber. Evidentemente, todo este tiempo de ausencia, obligada, me hace recordar otros momentos, de cuando era feliz, vaya.

Y debo confesar. Te escribo porque te echo terriblemente de menos, pero mi maldita cabeza me dice que te deje marchar, porque al fin y al cabo, soy esa inestabilidad emocional, esa maldita montaña rusa que te ha agitado, de una u otra forma la vida.

Echo de menos tu risa descontrolada, tu sonrisa desde lejos y aún más tu sonrisa a medio metro de mi cara o a medio centímetro. Echo de menos tu mirada viva, tu maldito océano encerrado en tus ojos, ver cómo te emocionas con mis penas, que compartimos. Echo de menos ver tus pupilas brillar al mirarme, tus párpados caer y esa sonrisa de tus ojos, que debo decir que es preciosa.

Supongo que son anhelos estúpidos de quien no puede estar con quien desea estar. Puede que todo aquello que fue sin ser, haya sido lo mejor que me ha pasado jamás. Echo de menos tus estrellas y esa maravillosa constelación que convierte tu cuerpo en firmamento. Y sí, sigo queriendo nombrar cada una de tus estrellas para poder recordarlas cada vez que las yemas de mis dedos se deslicen por tu cuerpo.

Aún recuerdo el instante perfecto. Unos ojos enormes, una sonrisa amable y unas ganas tremendas de comerse la vida. También recuerdo cómo te queda el sol de diciembre sobre tu melena de leona. Y esa luz artificial sobre tus rasgos en cualquier noche, de madrugada, en una ciudad dormida. Supongo que me diste tantos sueños que me quitaste las ganas de dormir.

Me has regalado letras, permitiste que reflejase esa luz tan tuya. Siempre atrajiste nuevas definiciones realmente alucinantes a mis manos. Pasé de citarte Extremoduro a quedarme con las ganas y con Zahara. Y a partir de ahí, me diste esas alas de luz para reescribir el mundo a través de la magia de tus ojos.

Escribir me ha salvado muchas veces, seguramente muchas más de las que me atrevería a contar, porque nunca admitiré todos esos miedos que se comen las páginas en blanco, pero contigo no me salva. Me hunde en el recuerdo, me eriza la piel, me inunda las pupilas de unas lágrimas a veces tristes, otras alegres, y me lleva a todos esos instantes en los que por un momento, parábamos el mundo y se volvía un lugar mucho más plácido y tranquilo.

Tengo un hueco en el pecho, supongo que es tu recuerdo. Arde, no se ha apagado. Y te siento, aquí, anclada a mis costillas, buscando un refugio en el que quedarte a vivir. Aún no sabes que tienes un corazón entero para quedarte a vivir.

Ayer leía que las células que componen el corazón laten a su propio ritmo cuando se separan unas de otras, pero que cuando vuelven a unirse, se sincronizan. Afirman, que eso podría ser una explicación del amor, que ambos corazones se sincronizan y comienzan a latir al mismo ritmo. Tu ausencia me ha dejado un corazón arrítmico.

Vuelve.

Supongo que no encontrarás estas letras especialmente interesantes, pero debo confesar que me encantaría que este maltrecho irrigador de sangre y oxígeno se desbocase al ritmo de tus latidos.

 

 

 


17.7.20

Sin ti.

Querida nadie:

Hace doce lunas que me inundaste con tus pupilas, y yo, ni siquiera imaginaba el vendaval que desatarías en la oscuridad de mi alma. Me diste luz, y me apago por momentos en tu ausencia. Grito, desesperado con mis palabras, que se pierden entre las redes, para que vuelvas, a clavar tus ojos sobre los míos y a dejar que tus manos se deslicen por mi cara en una despedida breve y fugaz, que se alargará en el tiempo. Al fin y al cabo, somos dos almas unidas, no sé si por ese hilo rojo o, quizás, por algo mucho más fuerte e intangible, una conexión inédita que se funde en dos cuerpos demasiado distantes.

Llegaste para cambiar todas las malditas preguntas cuando pensaba que tenía las respuestas adecuadas. Quizás fue todo aquello, ese proceso de cambio que dejamos inconcluso, porque la vida a veces se empeña en separar cuerpos cuyas almas permanecen unidas por siempre. Nunca llegué a poder cambiar del todo, estaba demasiado ocupado en brillar, al lado de ese bosque salvaje que se derrama por tus ojos. Te contaré un secreto ahora que nadie me lee, sigo mirando tus fotos muchas noches antes de dormir para poder encontrarte en mis sueños. Sigo escuchando versos de tu boca para dibujarme una sonrisa, incluso cuando se me descuelgan unas lágrimas pensando en un viejo recuerdo, que aún tiene poder para erizarme la piel.

Esa canción, que siempre hablará de ti, aunque ni siquiera nos mencione. Ese recuerdo de tu sonrisa evocando una de las mías, para poder responder. Hoy, leí algo así como me gustas porque cuidas de mí cuando a mí se me olvida. Y se me olvida demasiado, a veces me vuelo el corazón de recuerdos y ahí estás tú, aunque no estés, para salvarme de mi propia vida.  Hace poco menos de un año vi cómo se empañaban en lágrimas tus ojos cuando te contaba algo triste. Esbozaste una sonrisa con las pupilas a punto de desbordarse, y ahí también. Ahí, en ese preciso instante, en mitad de la nada, con un botellín de agua y una cerveza, cuando aún éramos libres, me agarraste el corazón y te quedaste con él.

Temo que para siempre.

Han pasado doce lunas, y sigo sin saber qué haré con todo eso que tenía guardado para ti. Porque aún espero que la vida nos cruce, en otro instante. Y haberme convertido en todo aquello que nunca seré, porque quizás, a tus ojos, a tus manos y a tu alma, yo estaba bien.

Puede que todas esas noches mirando las estrellas, si es que quedaba alguna que se atreviese a brillar tanto como tú, fuesen simplemente el preludio interrumpido de muchas noches más contemplando el cielo. O quizá no.

Seguirán pasando lunas. Y los malditos lunes que se empeñan en perseguir a esos benditos domingos que tanto me hacían sonreír, también llegarán. Y seguirás arraigada a lo más profundo de mi alma. Acostada entre mis costillas, para dolerme cuando respiro y hacerme recordar que cerraste las heridas tras abrirlas y explorarlas.

Y en este silencio ausente, sigo soñando con tus ojos, con como tu pelo se descuelga para poder tapar tu mirada, felina, valiente. Sigo prendado de ese olor, que a veces me asalta y me hace girar la cabeza por si has pasado a mi lado y no me he dado cuenta.

Han pasado doce lunas y más de cincuenta lunes. Y aquí sigues.

Querida nadie, por hoy me despido, aunque no quiera.

Sé que no me leerás, pero ojalá que sí.


M.   


2.6.20

Ahora sí que sí

Querida nadie:



Quiero decirte que te echo de menos. Sí, te echo de menos en esta ausencia que se antoja casi definitiva, porque yo te recuerdo y tú tan solo deseas olvidar. Puede que esta pausa intermitente nos permita saber que nunca existimos más que en esa realidad paralela que nos creamos. Y en esa maldita agonía de la distancia no puedo parar de echarte de menos, aunque me engañe a mí mismo borrándote de mi cabeza cada vez que te pienso, o escribiendo y borrando letras para ti. Mientras tanto, escribo poemas que quizás nunca leas. Pero te echo de menos, tanto como el primer día.

 

Has tardado mucho más de lo que pensaba en irte, supongo que la arrogancia de ir a pecho descubierto y disparando letras, acaba pasando factura. Te desbordaste. Yo tengo el alma enmarañada, las entrañas retorcidas por unas manos gélidas que me recuerdan el calor de las tuyas. Dice “Carolina Durante” que no hace falta que me escribas, en esa canción que brota de tus labios y suena tan bien.

 

Debo reconocer que esta ausencia me duele y me mata. Estoy rozando el abismo y esa sensación de inestabilidad de estar a punto de cambiar de algo conocido a algo diametralmente opuesto, me produce un cosquilleo en el corazón y un hormigueo en las manos. Quizás vuelvas, en algún momento, o quizás no. La distancia que nos separa es la misma que nos une. No puedo afirmar que no piensas en mí, ni todo lo contrario, pero espero que en algún momento de debilidad, un pensamiento te roce y ocultes tus pupilas un instante para encontrarte con las mías.

 

Ojalá.

 

Supongo que no debo alargar la agonía, debería concluir con estas líneas y despedirme, al menos de momento. Siempre tuve esa extraña habilidad de encontrar en los ojos ajenos todo aquello de lo que carecía. Y también podía ver algo que nadie más. Supongo que eso causó todo aquello, mi maldita obsesión por descubrir almas y reflejarlas. Pero sin todo eso yo no sería nada.

 

Me arde el pecho. Supongo que es tu recuerdo, que quiere aferrarse a cada uno de los latidos que me quede. Un escalofrío y las manos heladas deslizándose sutilmente por el teclado. Esa misma sensación de nerviosismo que justo antes de encontrarte frente a tu portal. Un calor inmenso y un frío extremo. Y la paz, justo cuando cruzabas tu mirada con la mía, la sonrisa eterna y esa forma tan tuya de llamarme.

 

Quién pudiera volver a ese instante. Alargar una de esas noches durante semanas, siendo conscientes del momento, sabiendo que todo aquello era, es y será único. Quizás sientas arder nuestras desdichas rápidamente ahora, todo aquello es lo que nos queda.

 

Derramo una lágrima justo al lado de este teclado.

 

Creo que es el momento. Hoy no puedo disparar más letras, aunque sean mi mejor medicina.

 

Hasta pronto, nadie.


27.3.20

Querida nadie


Querida nadie:

Quiero decirte que te echo de menos, quizás sea esta ausencia de todo, menos de tiempo para pensar y para darnos cuenta de lo que tenemos y lo que perdimos. Quizás este tiempo nos haga encontrar la excusa perfecta para pensar que no estuvo tan mal. Yo te sigo echando de menos como aquel primer día que te despediste de mí durante unas horas. Sí, desde aquellas primeras buenas noches que me escribiste te estoy echando de menos.

No te puedo culpar de tu ausencia, esta intermitencia mía, ser montaña rusa sin saber cómo empieza ni acaba el día son mi perdición. Bueno, debo decir que comienza y pone punto y final de la misma manera, contigo jugando entre mis costillas, acomodándote en ese gran hueco que te hiciste al lado de esa máquina imperfecta que dice llamarse corazón. Hace tiempo que perdí ese pulso que llevaba a tu lado, supongo que es lo que tiene tu ausencia, que hasta algo mecánico pierda su capacidad para hacer las cosas como siempre las había hecho.

Ahora sí, debo confesarte que tengo todo el tiempo del mundo, para mirarte a los ojos y perderme en ellos. Tengo la extraña habilidad de encontrarlos al cerrar mis párpados, creo que por eso duermo tanto y vivo tan poco en estos días extraños. Tengo flashes, recuerdos entrelazados que se convierten en mis sueños, recurrentes y constantes, que me dan la vida. Y tú, recuerdas aquella vez, que convertimos un inhóspito lugar, una cálida tarde de un atípico diciembre, en un remanso de paz, en el que todos los que pasaban envidiaban esa atmósfera perfecta que habíamos creado. Yo recuerdo los tonos rojizos del cielo que se desplomaba para dar paso a la luna, aunque para nosotros aún fuese mediodía. También veo nítidamente todos esos colores, reflejados por la pantalla de tu móvil en tus pupilas, o verte desde unos metros cómo hacías fotos al atardecer perfecto, y cómo reflejaba el sol, en sus últimos estertores, sobre tu cabello rubio como la cerveza. Y quizás no salgamos en ninguna de esas fotos, pero estamos en todas y cada una de ellas. Espero que las sigas guardando en tu móvil, o en tu maravillosa memoria.

Antes, hubo un tiempo en el que me negaba a sentir, en el que mi corazón, recubierto de hielo, apenas hacía esfuerzos por ponerse a latir fuertemente. Sí, quizás todas esas chicas que vi, que pensé que tenían algo distinto y que jamás se atrevieron a descubrirlo, lo detectaron y prefirieron huir. Y allí, de entre la multitud, surgieron tus ojos vivos, brillantes, desbocados, invitándome a la aventura de vivir. Esa aventura de ir a pecho descubierto y dejar que alguien dispare a tus entrañas y no morir, sino saborear cada gota de sangre que se derrama.

Creo que todo ese mar de lágrimas que siento dentro del pecho, es el deshielo de este corazón, quizás deban salir, porque cada vez el espacio que ocupas es mayor. Tengo que hacerte sitio.

El jodido ave fénix me arde en el pecho, quizás me evapore en algún momento, tener el fuego y el mar es una sensación extraña. Aunque creo, que es la conjunción perfecta para tu cielo y tu tierra. De las nubes de tu pelo a la paz de tu pecho. Ojalá seas casa.

Por hoy lo dejo aquí, nadie.

Sé que encontrarás entre estas palabras tu nombre.

Sigue haciendo magia.

Sigue derrochando luz.

Sigue creando instantes.

Sigue dando paz.

Sigue fotografiando atardeceres.

Sigue soñando.

SieM.pre.

******


26.3.20

De heroínas y villanos


Hoy, que debemos quedarnos en casa, que comprendemos la fragilidad de la vida con más crudeza, encuentro en todas ellas la inspiración, en quienes se enfrentan cara a cara a todo esto que nos priva de tocarnos y abrazarnos. Pronto volveremos. Pronto abrazaremos de nuevo. 

******


Por fin hemos encontrado referentes a los que valorar en la sociedad y a quienes tomar como ejemplo. En este momento, médicas y enfermeras, sin olvidarnos de celadores, personal de limpieza, técnicos sanitarios, auxiliares y todo el personal que integra nuestro sistema sanitario, se colocan en primera línea luchando contra un enemigo invisible. Ellas, las médicas y enfermeras, siempre están ahí, pero necesitamos situaciones extremas para vernos en la obligación de reconocer su labor.

Todo esto de aplaudir cada tarde a nuestros sanitarios, me parece un gesto enorme por parte de esta sociedad, pero debo deciros algo, qué este reconocimiento no empañe el exhausto trabajo al que se someten debido a los incesantes recortes sanitarios que hemos sufrido a lo largo de la última década. No debemos olvidar la precariedad a la que se enfrentan cada día, no sólo en estos momentos, cada vez que no disponen de los equipos necesarios o que no pueden llevar a cabo todo lo que desean por falta de personal, quizás debamos reflexionar sobre ello. Ellas, son la base del estado de bienestar, el sustento de la sociedad, desde el nacimiento hasta la muerte, aunque por el camino se nos olvide. Nacemos y morimos a su lado, amparados en su tremenda generosidad, en su empatía y en su lucha constante, para que todos nos agarremos a la vida como a un clavo ardiendo.

Ellas son la primera línea de vida, y las primeras en sentir la muerte. Y no puedo ni imaginar la de lágrimas que habrán derramado por ese amor desinteresado que nos profesan. Porque ser médica o enfermera, no es simplemente una carrera de fondo que implica adquirir infinitos conocimientos, que no dejan de adquirir en toda su vida, porque la sanidad es un escenario cambiante, sino que también es vocación. Voluntad, alma y corazón.

Ahora mismo, muchas de ellas están renunciando a su familia, a sus parejas, a su vida en general para protegernos. Para hacer frente a un enemigo común al que ellas se exponen por todas nosotras. Pero no es necesario que hagan turnos de doce horas, que no descansen, que no puedan refugiarse en la oscuridad y la soledad de su habitación para soltar todo aquello con lo que cargan. No podemos consentir que se las cuide tan poco, que se las exija tanto y se las premie tan poco.

Ellas son heroínas, desprotegidas, pero valientes, empáticas, constantes, luchadoras, cariñosas. Ellas nos traen a la vida y nos dan una dulce despedida. Aplaudidlas, no sólo durante esta cuarentena cada tarde para reconocer su trabajo, sino cada día, cada vez que vais a un centro de salud y las veis desbordadas sonreídles, ellas no son las culpables de los colapsos, los villanos son otros.

Cuidemos de todas ellas.

Para todas aquellas heroínas, que cuidan desinteresadamente de todas nosotras.


11.3.20

Ave fénix

Han pasado setenta y un días desde aquella vez. He dejado de escribir durante treinta y 
siete días. Tengo el corazón a punto de estallar y cada una de estas palabras son mi 
salvación. Durante este quejumbroso silencio, he escrito poemas y no ha dejado de habitar mi cabeza ni mi pecho.

Hace apenas un par de semanas, un veinte de febrero, descerrajó a bocajarro otro disparo a la boca de mi estómago. La soledad durante todo este tiempo me ha sumido en un estado de irreverencia total, en un colapso mental que me impide relacionarme con claridad. 

Todo esto, simplemente me empuja a escribir. A recordar esos ojos verdes que quiero devorar en una mirada y que, aún, sin esfuerzo, veo cada noche al cerrar mis ojos. 

Tengo una constelación tatuada en la memoria, no he podido unir cada una de sus estrellas para trazar un plano, pero estoy seguro de que alguna de ellas lleva mi nombre, está esperando a ser descubierta. Estoy aterrado, porque ella ha sido capaz de nimbar mi alma con la suya y todo eso me dejó estupefacto. ¿Qué se hace cuando uno no tiene respuestas? ¿Cómo alguien puede exhalar su aire y hacer que todo eso sea el aliento necesario para continuar?

Estoy sumido en la locura absoluta, como un león encerrado en una jaula tras haber vivido en cautividad durante toda su vida. Me siento pleno de energía y roto por dentro al mismo tiempo. Es una sensación extraña que me late aquí dentro, que hace que el corazón esté a punto de desbocarse y que no pueda pararme absolutamente nada. Estoy vivo, y pienso demostrarlo.

He creado una constelación de recuerdos, supongo que se parece a la tuya, o simplemente, quizás, se superponga a las mías para poder recordar todo. Quizás, ahora encuentre en el recuerdo algo que pasé por alto, algo que fue un detalle que me empujó al abismo. No sé si encontraré la razón de toda esta desazón, porque quizás mi única solución sea encontrarme frente a frente con esos ojos color aceituna, como tú me dijiste, para que puedan decirme lo que tu boca es incapaz de expresar con palabras.

Quiero comerme el miedo, ese monstruo que me ha atenazado durante mi existencia, se está haciendo pequeño. He creado un superpoder, aquel que me regalaste sin saberlo diciéndome a la cara que yo era capaz de todo, que podía comerme el mundo. Ahora me lo creo. Ahora estoy pegándole bocados infinitos a esta historia que se escapa entre mis dedos, a esta vida que di de lado y que quiero recuperar. 

Siempre que puedo, encuentro un instante, cierro los ojos y aprieto mis labios fuertemente, aún sigues aquí, cosida a mis tinieblas, abrazada a mis costillas. Sé que no 
te has ido, que, aunque quisieras, tu corazón te impide abandonarme a mi suerte.

“Sentiré como desgarras cada herida.
 Abrirás las cicatrices.
 Nimbarás tu alma con la mía.
 Dejarás tu experiencia en mi esencia.
 Reunirás mis cenizas.
 Avistarás al fénix”.

Había muerto y he resucitado como el jodido ave fénix.

2.2.20

A la chica de las constelaciones


Querida chica de las constelaciones:

Perdona que rompa así el silencio. Creo que sabes que nunca fue lo que mejor se me dio, tengo esa extraña incapacidad de no entrar pausadamente en la historia de la gente.

Debo confesar que sigo soñando con esas constelaciones bajo mis manos, conectando, cada una de esas pequeñas estrellas con mis labios. Suena Zahara, y su “con las ganas”, esas mismas palabras que he escuchado casi un centenar de ocasiones de tu garganta. Porque, aunque tú no lo sepas, yo recuerdo que al llegar, fuiste tú la que ni me miraste. Fuiste tú, la que estabas asustada, y que te morías de vergüenza en cada esquina de aquel fatídico lugar. Pero yo, al contrario de lo que te piensas, me quedé observando esos ojos verdes que desfilaban frente a mis pupilas, y pensé que en algún momento, debería poder mirarlos frente a frente.

Batí mi récord absoluto de insistencia, fingiendo no saber tu nombre, cuando hacía semanas que lo había memorizado. Intenté desdibujar mi figura, para observar en calma, desde la distancia tus pasos. Me encontré, con una luz inesperada, con una capacidad para resolver los problemas ajenos con una sonrisa y una empatía desmesurada.

Eres un volcán en erupción, un maldito vendaval, un tornado que entra en la vida y que la revuelve por completo. Quizás, esa capacidad tan nuestra de ser un jodido vaivén constante, sea lo que nos diferencia de otros.

Si ya no sientes lo que me dijiste que sentías. Si ya no encuentras mis pupilas alguna noche. Si ya no ves nada de lo que yo te he dibujado con letras. Quizás ya no. O quizás sí. Quizás sigas teniendo entre tus manos un vago recuerdo de las mías.

Yo, que siempre me dediqué a observar en la distancia y a recorrer lentamente los centímetros que me separaban de ti, no dejo de pens(arte). Porque al final, siempre fuiste eso, arte. Tienes el arte de esconder en una mirada todo lo que no eres capaz de decir con palabras. Y eso, siempre fue una obra tan importante como intentar construir puentes a la velocidad que los tendimos entre nosotros. Espero que aún queden los restos de nuestros puentes, sigo manteniendo esa estúpida esperanza de poder volver a recorrerlos.

Querida chica de las constelaciones; sigo soñando con tus lunares. Ojalá algún día pueda juntarlos con mis manos. Te sigo echando de menos. Te recuerdo que hay una película pendiente, que yo sólo tengo letras, que tú tienes esa mirada, que yo te describo con palabras para llegarte.

Ojalá siempre.

29.1.20

Constelaciones.


Ella es un escalofrío en la columna vertebral. Rompe todo, del hipotálamo al jodido corazón con una mirada. Tiene la capacidad de sonreír en mitad del llanto. Así es, una leona encerrada en un pequeño cuerpo que tiene un corazón demasiado grande, que se desboca continuamente. Ella cree que es peligrosa, que hace cosas sin sentido y que está loca. Lo que no sabe es que tiene la increíble capacidad de devolver a la vida a quienes la creen perdida.

Sus cejas, enmarcan unos ojos dignos de admiración. La profundidad de estos podría recordarnos a una de esas fosas abisales, perdida en mitad del océano. Y lo cierto, es que a pesar de su profundidad, sabes que puedes perderte perfectamente en ellos, porque encontrarás la calma. Creo que esa sensación, de encontrar paz, es única. Nunca hay que dejar pasar a esas personas que te dan paz y te hacen crecer y volar, aunque pienses que estás tan jodido que es imposible volver a hacer cualquiera de esas cosas.

Me ha dicho bastantes veces que estoy loco, qué gran halago. No se equivoca, porque soy de los que piensa que cuando uno tiene a alguien en la cabeza las malditas dieciocho horas que se pasa despierto, que no vivo ni cosas de esas, simplemente con los ojos abiertos, intentando dilucidar que hacer con su vida, es alguien por quien merece la pena volverse loco. Ella también está loca, es más, creo que está aún peor que yo, porque su locura, no está estrictamente vinculada a algo o alguien, es su forma de entender la vida. Y está loca, porque ella es un jodido volcán de sensaciones y sentimientos y porque ella tiene esa maldita y maravillosa capacidad de convertir todo en un puto parque de atracciones. Consigue, que cuando estás en el jodido fango, cuando has tocado fondo, o eso crees, porque siempre hay algo más bajo que el lugar que ocupas ahora, te regocijes y disfrutes del momento. Ella está loca y es parque de atracciones. Ella es casa. Bendita locura.

Sigo soñando con esa constelación bajo las palmas de mis manos. Sigo pensando, que puedo conectar cada una de sus estrellas con mis labios, mientras suena alguna canción de fondo, de la que no escuchamos nada más que la melodía, porque nosotros le ponemos la letra. Quizás, este sueño vehemente e incoherente acabe en una de esas tragedias del romanticismo. Aunque lo mejor de todo, sería que si esto acaba como una de esas historias, como Bodas de Sangre, por ejemplo, significaría, que por fin, nos hemos dado cuenta de muchas cosas, que por más que neguemos, sabemos que están ahí. Justo delante de nuestros ojos.

Cada noche, antes de desear desaparecer, recuerdo cada una de sus facciones con mis manos. Recuerdo esas cejas que enmarcan sus ojos verdes, su nariz, que se desliza para llevarte a sus labios, carnosos, frágiles, veloces, tímidos. Y recuerdo cada instante, como si no fuese a terminar, como si jamás hubiese tenido un final. Como si al final, el día que nos juntemos, porque hace más de cuatrocientas cuarenta horas que no tengo sus ojos frente a los míos y que no rozo su tenue piel con mis manos, rudas y devastadas, lo recuperásemos todo en el momento exacto en el que me acarició por última vez.

27.1.20

Anarquía e(S)meralda


Una de sus miradas, es una tormenta perfecta. Ella, anárquicamente imperfecta, se resuelve en la vida como alguien que quiere ser quien es. Tiene magia y esa luz propia de quien hace de faro y guía. Ella, que es capaz de romper el silencio sin palabras y descubrir, a unos ojos marrones, rodeados de pecas, que mirar unos ojos puede ser un jodido orgasmo.

Tiene la rara capacidad de romper en pedazos la historia, de besar con el alma. De cortar la respiración, de volverse loca en un instante y por supuesto de ser ella. Ella, la única que es capaz de descubrirse por completo sin quitarse la ropa, de romper en pedazos sin ni siquiera rozarte. Ella, que no besa, sana. Ella que no quiere, ama. Ella, que tiene los ojos color esmeralda y una constelación del pecho a la espalda. Que tiene, en esa arquetípica imperfección un montón de armas, palabras como balas que no matan, sino que sangran, que rompen dentro de cualquiera y te llenan, de una magia inexplicable, que por mucho que te duela en el momento, ella, cura.

Si te mira, te dispara. Si te alcanza, date por jodido, porque sus disparos son certeros, justo al centro del pecho. Al cuadro de mandos, a la base neurálgica del puto amor, joder. Ella, no falla, aunque la vida le ha fallado más veces de las que se atreve a contar. Nunca mata, te deja malherido, para que sientas ese profundo dolor que ha vivido, pero ella no te hace sufrir, ella, se encarga de limpiar esas heridas tras haber hurgado en ellas y haber llegado hasta tus huesos. Ella limpia, cuida, salva y guarda. Ella, que es capaz de hacer que de sus ojos broten lágrimas, y culminarlas con una sonrisa, que a ti te destroza, no sólo por la belleza, sino porque sabes, que ahora no llevas toda esa mierda solo. Tiene el poder de ser faro, camino y destino. Y el viaje, dios, ese puto viaje, qué largo se hace, tiene como destino unos labios, carnosos, hermosos, que rompen una tez perfecta con una imperfecta compostura. Ella, que hace pucheros, y besa lento. Tiene esos maravillosos labios cosidos al alma, igual que sus ojos, y qué les digo, que cuando besa, no lo hace sólo con los labios, sino con su mirada, con su alma.

A mí no me hace falta saber nada más que mi tren va directo a su pecho, a estrellarme contra su garganta, esa que profiere notas que me rasgan el alma. Ella es camino y destino. Ella es, al fin y al cabo, casa. Porque una vida sin alguien que es casa, no lo es. Porque a quien te acercas y sientes paz, con alguien que puedes llorar de rabia y dolor, morir de risa. A quien acaricias y miras, y no puedes dejar de hacerlo. A quien imaginas a tu lado, cada vez que miras el jodido asiento del copiloto… no puede ser otra persona. Ella es casa y tiene luz.

Joder, que si tiene luz. Quizás sea por ser rubia como la cerveza, o porque deja, que su reflejo, salga a través de mis palabras, para que todos vean como brilla.

23.1.20

Nadie. O solamente tú.

Querida, nadie:


Te escribo porque no estás, con el fin, de que en algún momento, dejes atrás tus miedos, o lo que te aferre a desaparecer y vuelvas. Te escribo, porque no puedo escribirte, pero no dejo de pensarte, de soñarte y de verte, una y otra vez. Parece una tarea sencilla, quizás, el hecho de centrarme en desaparecer, yo también, me esté resultando arduo, y no lo estoy consiguiendo. Tratar de alejarme, simplemente me acerca más y más. Llevo una semana seguida soñándote, cada noche, al cerrar los ojos, apareces. Así que… si no te importa, vuelve. Prefiero ver tus ojos, mirándote los lunares, que al echar el telón a los míos.

Quizás, sea la carta más difícil que he escrito para nadie. Nadie, en quien no dejo de pensar, quería decir. La tarea no es sencilla, ¿sabes? Tengo en las palmas de mis manos, los recuerdos de las tuyas. 

Dibujo tus lunares en los rostros de la gente, por ver si de casualidad encuentro un parecido, y puedo, hacer como que te veo sin cerrar los ojos. Pero eso tampoco funciona, a nadie le encaja esa constelación tuya como a ti. Nadie.

Me he encontrado con los pies al borde del  abismo, no te preocupes, no es la primera vez. No sé si caeré o volaré. Ojalá aparezcas, y en lugar de dejarme caer, vueles conmigo, o al menos, que estés ahí abajo, para recoger los pedazos. Aprovecho, para decirte, que los trozos que te dejaste aquí olvidados, siguen a buen recaudo, para cuando quieras volver a por ellos. Aunque no prometo devolverlos, me gustaría quedarme con alguno más, por eso de ir coleccionando las espinas de una rosa que a pesar de su belleza no deja de pinchar.

Los míos, te los puedes quedar, supongo que están demasiado afilados como para recogerlos. Un cristal de ser tan pisado, termina por desaparecer. Aunque nunca deja de cortar si se te clava. Espero no ser así, si quieres, podríamos unir los trozos. Algo así como un puzle por montar, seguro que nos faltan piezas, pero se pueden construir. Nadie, dijo que tenga que encajar absolutamente, todo.

Tengo un plan, empieza y acaba por ti y contigo. Supongo que es una conquista mundial, podría ser una victoria al risk, simplemente hay que tratar de acercar posiciones, sin perder demasiadas piezas por el camino. Ya dice, Zahara, “mi maléfico plan de conquista del mundo comienza por ti”. Y tiene razón, no necesito conquistar más mundo que ese que brilla bajo tus ojos y tus constelaciones.
Nadie. Tengo tus ojos verdes clavados. Deja que los recuerde una y otra vez.

Pienso conquistar el mundo. 

Aquí, nos quedamos sin banderas blancas.

"Su cabeza valiente, atisba el precipicio, niega todo, decide dejarse caer, respira, y... ante tal belleza, con la ciudad a sus pies... vuela. Ella es rubia como la cerveza".


M.


20.1.20

Parada Total


Me tiemblan las manos. No puedo dejar de escribirte. Me falta el aire. Tengo los pulmones llenos, de tus recuerdos. Tengo el corazón desbocado, por las ganas, algo así como un caballo salvaje, galopando hacia el abismo, pero con la inexplicable certeza de que es capaz de superar cualquier cosa. Me ha explotado la puta cabeza, has tomado los mandos, te has metido dentro de mí. Desde la médula al hipotálamo.


Metástasis de una sensación inexplicable. Incapacidad transitoria de razonamiento lógico. Enfermedad en estadio tres. Creo que el diagnóstico apunta a taquicardia compulsiva al cruzarme con tu mirada, a una cantidad irreverentemente grande de larvas, floreciendo en mi estómago al rozar mis manos con las tuyas. Se me ha apagado el cielo y ahora únicamente veo una constelación, desde tus labios hasta tu espalda. Y joder, si parece que brilla más que el maldito meteorito que impactó entre nosotros.

Siempre me rodeó la muerte, desde una edad en la que uno no debería ni siquiera saber qué coño es eso. Lo que no sabía es que hubiese algo que tuviese la capacidad de apoderarse así de alguien. 

Quizás, simplemente tenga que ver con encontrar los ojos adecuados a los que mirar. A los que encontrarme cada jodida mañana, del resto de mi lamentable existencia, imperantemente feliz, al lado de esas pupilas por otro lado. Quizás iba de eso la vida, de encontrar alguien a quien quieres mirar cada día del resto de tu vida. O no.

Siempre me encontré indefenso ante estas cosas, supongo que por la inexplicable afición de encontrar la belleza en todo aquello que el resto no ve.

A veces, al recordar esa mirada, sigo temblando.

Nunca me había muerto de miedo y de ganas al mismo tiempo. Jamás, había sido incapaz de gritar en un susurro todo aquello que me brotaba del maldito músculo arrítmico que late aquí dentro.

Desde que se cruzaron esas pupilas en el camino, hace algo así como 170 días, en un cálculo bastante vago, y que parecen media vida, sigo teniendo ese nudo en el estómago antes de ver cómo aparece de la nada.

Realmente, un descubrimiento, consiste en algo que cambia la vida, de arriba abajo, te explota la cabeza y te revuelve las entrañas. Eso es ella, el puto descubrimiento de toda la historia, el mejor.

Ahora. Qué ya no puedes estar. Qué no te dejo de pensar. Ahora, realmente veo que no me equivocaba, que esas pupilas son algo sobrenatural. Que me estalla el puto corazón con tus recuerdos, que me duelen los pulmones cada vez que pienso en escribirte porque se me corta la respiración. 

Ahora que caminas a tus anchas dentro de mi pecho, que te refugias en mis pensamientos cada noche antes de dormir, cuando no me mata el puto insomnio. Ese maldito insomnio en el que me acompañas, porque no estoy sólo, pasando las noches en vela, sino que tú, desde mi cabeza, te encargas de revivirme los mejores momentos, de ciento setenta y pico días, que se están tomando un descanso.

Ojalá vuelvas.


18.1.20

Ya no brilla nada


Tengo unas manos aferrando mis entrañas, pidiéndome que desista. Que me vaya, que desaparezca y que me dedique a todo eso que siempre se me dio tan bien, pasar desapercibido, hacer como si no existiese. Me sugieren, una pérdida total y descontrolada de mi memoria, una vuelta a cero. Un retorno a un punto, en el que nadie debería estar. Quieren que vuelva a bajar a esos infiernos, para que trate de reconstruirme, para que intente volver a ser, de nuevo, quien fui, quien por fin, he vuelto a ser. Desde que aparecieron y se aferran a mí, creo que están llenas de sangre, fruto de las ganas y la rabia que me provoca. No luché hasta aquí para ahora tirar la toalla. No disparé a su cabeza para volarme los pulmones, porque sin cabeza no existe el amor, y sin pulmones no hay batalla, no hay guerra, no hay impulso. Sin aire, no hay besos.

Sus ojos son un jodido orgasmo. Tiene la capacidad de atraer, absorber, descubrir y curar. Si el alma se puede ver en la mirada, también se puede besar con los ojos. Y ella, lo hace como nadie. Ella, que con esa melena y ese corazón de leona, es capaz de romperte por dentro, por el simple placer de reconstruirte, pieza a pieza, con cada beso que te va dando. Es capaz de desgarrarte, de abrir las cicatrices y de cerrarlas de nuevo, una vez hurgadas, para conocer al milímetro el pasado. Y en esos ojos verdes, tan sumamente llenos de vida, se reflejan los placeres y los miedos de su alma.
Entre toda esa constelación que decora su piel, se desdibujan centenares de recuerdos, que se acomodan en su costado. Recuerdos que la oprimen, y que únicamente sus ojos son capaces de expulsar. Ella, y su capacidad de expiar pecados ajenos, con miradas seguras, valientes.

La tengo frente a mí en cuanto mis pupilas se funden a negro. Sus labios, perfectamente delineados, desdibujan una sonrisa, tímida y nerviosa. Mira sin miedo, sin la compasión propia que la gente profiere a quien lleva más cicatrices de las que debería. Sus ojos verdes, me paran el mundo, se comen el tiempo. Tiene dos lunares sobre la comisura izquierda de sus labios, deshilachados de los besos que no dio, de las sonrisas que se perdieron sin encontrar su destino. Ahí, en ese punto, en el que se comienzan a difuminar sus labios y comienza su particular constelación, es donde me pierdo. Me rescata, con una simple caricia, y mis ojos vuelven a lucir ese vulgar marrón.

Los cierro y sigue ahí.

Ojalá, te pudiese decir de nuevo, lo que dicen en aquella película que nunca viste. Ojalá volvieses, para decirme todo aquello que no me dijiste. Ojalá. Vuelvas.

Tus ojos siguen siendo mejor que un cielo estrellado una noche de verano.

Porque sin ti.

Ya.

No.

Brilla.

NADA.