Resiliencia. Deriva del latín (como no) resilire, literalmente significa: saltar
hacia atrás, rebotar, replegarse. Y según la RAE, la definición más correcta
para lo que quiero transmitir es la siguiente: capacidad de adaptación de un
ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversa.
Y esa simple palabra, repleta de significado,
aparece cosida a su cadera derecha, aunque siempre he pensado que me define más
a mí que a nosotros. Aunque en realidad estaba ahí mucho antes de que yo llegase,
pero la tomé tan al pie de la letra, que resistí, siempre, a todos esos
vaivenes que tenía y traté de mantenerme impasible a su lado. Siempre quise que
mis brazos, se aferrasen a sus anclas, porque en el fondo, fue ella siempre
quien puso mis pies en la tierra, a su modo, era mi ancla. Y me perdía cada vez
que se iba, me hundía, pero cuando recordaba esas letras aferradas a su cadera,
me decía a mí mismo que debía aguantar, pasase lo que pasase. Contra viento y
marea, nunca mejor dicho, su ancla que era la mía, y su resiliencia que era la
nuestra, esa capacidad de soportarlo todo, por muy mal que nos viniese la vida
en esos instantes.
Es curioso, que algo que acaba en la piel de una persona, algo que eliges
expresamente el sitio donde permanecerá, si lo consideras necesario, para
siempre, tenga su origen en un idioma que lo es todo. La reina del latín, resilire. Y en el fondo, seguimos
resistiendo.
Desde el primer momento me enganché a esos ojos
azules, pero en cuanto descubrí cada secreto que escondía, especialmente ese
que estaba marcado a aguja, sangre y tinta, me volví un maldito adicto a su
piel. Nunca le llegué a proponer que marcásemos todo aquello que existía con
fotos, letras o tinta, porque sé que aunque no queramos, permanece adherido a
nuestras retinas, cosido al corazón que en cada bombeo recuerda todo aquello
que fuimos, o que somos, quién sabe.
La historia, nuestra historia, siempre ha estado
repleta de latín, quizás porque para mí, ella era la reina de ese mismo idioma,
pero también porque era algo que nos unía y que nos gustaba a partes iguales. Más tarde, asocié un aforismo en esa lengua, a alguien, que ni mucho menos era
ella, pero que en algunos momentos me hacía revivirla. “Amor omnia vincit”. El amor todo lo puede, y aunque para esa persona
es una definición perfecta, creo que en el fondo, no lo puede todo, porque hay
cosas que sólo la piel consigue mantener, y a distancia, es tan difícil como no
olvidar a quien ya no está.
En piel, a sangre, aguja, tinta y recuerdos, aún me
llevas, lo sé, aunque te falten las tres primeras partes, la sangre, la aguja y
la tinta, sé que en algún lugar, quizás el rincón más inhóspito de tu espalda
repleta de cicatrices tatuadas, esté yo, aunque espero que estemos nosotros. Como
una herida abierta, esa que de cuando en cuando sangra, para recordarte su
presencia. Quién pudiera sangrarte para olvidarte. Espero que me lleves tan
alto, que caer me parezca una obligación y no una maldita agonía.
Resiliencia – Capacidad de seguir muriendo mientras
tú no estás, de revivir cuando vuelves, de sentir que te alejas y de
sorprenderme cuando apareces de nuevo. Insuficiencia vital del yo si no estás
TÚ.
Para mí, eso es resiliencia, espero que acabe cosido
a tu piel, pero con estas palabras, con esos recuerdos y con todo aquello que
no nos dijimos. Si quieres que esa cualidad permanezca en nosotros, vuelve, que
las tormentas invaden mi cabeza y las nubes tus ojos azules. Que ya no somos,
que no nos queda nada, que no tengo ancla ni puerto, que no tienes palabras,
que no nos tenemos.
“Siempre he oído eso de que unos pies fríos implican un corazón caliente. Los míos arden, debo estar helado”. – M.