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30.9.13

Momentos

Momentos. Hay quienes viven su vida en minutos, los minutos que han pasado conduciendo, o metidos en un atasco. Los minutos que han tardado en ducharse, vestirse, comer, el tiempo que han pasado durmiendo, las horas que han trabajado. Podrían hacer un cálculo casi exacto del tiempo que han tirado a la basura.

Hay un pequeño grupo de personas que se dedican a contar su vida por momentos. Momentos que han pasado con su pareja, con sus amigos, con su familia. Instantes plenos de felicidad, un cúmulo indeterminado de horas, minutos y segundos que han utilizado para disfrutar de la vida. Al fin y al cabo, todos tendremos el mismo final, lo podemos esperar como queramos, contando minutos o momentos.

Él, prefería contar momentos. Uno de sus favoritos siempre fue el despertar a su lado cada mañana de domingo. Y es que, despertar cada mañana y aguardar en la cama hasta que ella abriese sus ojos, de un color similar a las nubes de tormenta, era el mejor momento de la semana.

La conocía desde hacía cerca de catorce años. Eran amigos de la infancia, vivían cerca y siempre habían estado muy unidos. Una tarde, en la que todos sus amigos desaparecieron, ellos dos salieron al parque.

Hacía demasiado calor como para hacer algo, y es que, en aquel pequeño pueblo, la única alternativa a ese sol que caía sobre las calles era la piscina.

A ninguno de los dos les gustaba demasiado el agua y pasaron la tarde sentados en un pequeño banco de piedra sin respaldo, a la sombra de un puñado de árboles junto a una fuente. Lo cierto es que en aquel banco bajo los árboles  y junto a una pequeña fuente… se encontraba un pequeño paraíso, con tan sólo dos habitantes, que se miraban perdidos el uno en el otro e inmersos en sus pensamientos.

De pronto, un par de dedos rozaron su mejilla. Ella le sacó de aquel mundo en el que se había sumergido y del que deseaba no salir. Había cogido de la hierba un diente de león, y le dijo: “¿Quieres que lo soplemos los dos a la vez?” Él no dudo en responder con un rotundo sí. Ambos pidieron un deseo. Aquella tarde la pasaron solos, y a la noche, antes de ir a la plaza a jugar con los demás niños del pueblo… ella le besó en la mejilla y le susurró: “Gracias por cada momento de la tarde de hoy, no la olvidaré jamás”.

Una sonrisa se dibujó en la cara de él, que, instintivamente cogió su mano y le devolvió aquel beso.

Vive tus momentos sin contar sus minutos.

28.9.13

Desdicha

Ese día en el que pasas de todo. De tu aspecto, porque ni te afeitas, ni te has molestado en ordenar tu pelo, porque total, quién te va a mirar. Ni procuras que la ropa, esa que has elegido, porque algo hay que ponerse esté planchada o vaya a juego con tus zapatos. Aunque en su caso era fácil, tenía una variada selección de pantalones y zapatos negros, así no era necesario preocuparse de la combinación con las camisas…

También pasas de la gente, de tus amigos, de sus amigas, de ella y de toda la vida en general. Tan sólo sales de tu casa a una hora prudente para tratar de evitar a todos y te refugias en el primer bar, lo más horrible posible, y con cantidades ingentes de humo en su interior, para no ser visto.

Le pides a ese camarero, que tras tantos años ha comenzado a odiar la profesión, aborrece a los borrachos y ya ni se molesta en innovar ni aprender nada nuevo, el mejor whisky que tenga. Te sirve algo que se le parece y al tercero o cuarto comienzas a atontarte, no es bueno, pero te sirve para borrar y apurar las últimas horas del día.

Y a eso de las doce de la noche, tambaleándote te mueves mientras el camarero te dice que va a cerrar. Le pides la penúltima pero no te hace caso, arrojas un puñado de monedas para pagar el último trago que tomaste y te vas. Nada más pisar la calle hasta las luces de las farolas te molestan, las aceras te parecen estrechas y el aire limpio que llena tus pulmones te hace toser.

Piensas en buscar otro bar, pero decides, que es mejor irte a casa. Llegas como puedes hasta el portal, rebuscas en tus bolsillos la dichosa llave que abra la puerta, y tras encontrarla y varios intentos fallidos, como si de magia se tratase, se abre la puerta. Llamas a ese ascensor, que estas harto de ver, y cuando entras, aparece el reflejo de un tipo que tiene un aspecto horrible. Dentro de ti piensas que tú nunca serás así, pero te acercas al espejo y te descubres.

Se hace largo el camino. De pronto el infernal artilugio se para, las puertas chirrían al abrirse, y avanzas, lento pero seguro. Te paras en mitad del pasillo intentando decidir la dirección correcta. La izquierda.
Llegas, abres, cierras la puerta y te derrumbas tras ella. Te quedas allí sentado, con la espalda apoyada en la puerta, comienzas a reflexionar y te quedas dormido.

Ha sido un día pésimo.

26.9.13

Palabras

Nacer, vivir, morir. Amar, sentir, querer, perder, olvidar, añorar, lastimar, odiar, creer. Crecer, envejecer, aprender, disfrutar, soñar, reír, llorar. Suspirar, respirar, intentar, caer, levantar, caminar, correr, saltar, gritar, tropezar, resistir, comer, dormir, viajar, estudiar, jugar, leer, cantar. Escribir, recitar, recordar, pensar, volar, nadar, dejar, volver, ir, pelear, perdonar, sonrojar, despertar, hablar, callar.

Palabras. Sólo eso, letras que de vez en cuando juntamos para emitirlas verbalmente o escribirlas. Palabras que no pensamos ni sentimos muchas veces, o que dicen demasiado en otras ocasiones. Resumen una vida, nuestra vida.

Somos capaces de destruir o querer a alguien solo a través de las palabras. Un mensaje, simple, escueto, con tan solo dos palabras puede comenzar algo nuevo, destruir lo ya existente o romper con todo. Un “te quiero”, simples palabras que encierran un gran significado. Un puñado de letras que marca el punto de no retorno.

Queremos a mucha gente probablemente, amigos, familia, y esa persona que todo el mundo cree especial. Hay quienes evitan decir esas dos fatídicas palabras y quienes las dicen sin parar. Dejan así a estas vacías, sin nada de sentimiento.

Es mejor no decir nada, que decir demasiado. Pero yo… prefiero no decir nunca: “Te quiero”.

21.9.13

Sol de Julio

Tras casi diez minutos bajo el  frío agua de la ducha decidió salir. Aunque aquel agua había ayudado a disimular un par de lágrimas que decidieron correr la aventura de cruzar su rostro. Él, se secó con aquella toalla negra, intentando llevarse con ella algún recuerdo. Cogió los boxers que tenía al lado y se los puso.

Mientras una gota de agua proveniente de su pelo recorría su torso, se dirigió a su habitación. Sobre la cama había dejado la ropa que debía ponerse aquel día. Se sentó, atrapó los calcetines entre sus dedos, y los deslizo sobre su resbaladiza piel, eran negros, los subió todo lo que pudo y les colocó minuciosamente. Tras esto, cogió los pantalones de su traje, también negro, se puso de pie y se subió los pantalones, dejó el botón sin abrochar y la cremallera sin subir.

Fue hacia el armario, lo abrió y sacó una camisa blanca perfectamente planchada. Se la puso despacio, notando como rozaba su piel. La metió por dentro de los pantalones, los abrochó y subió la cremallera. Dio dos pasos hasta la silla que había al lado de la cama, entre sus patas, se encontraban unos zapatos negros, minuciosamente limpiados y abrillantados. Se los puso, primero, el pie derecho, ató los cordones, después el pie izquierdo.

Se levantó de nuevo, cogió la corbata negra que descansaba sobre la americana del mismo color, la anudó a su cuello, abotonó los puños y el cuello de su camisa, y mientras un suspiro inundaba su habitación se puso la americana.

Estaba casi listo para marcharse, levantó la persiana de la habitación, un brillante sol iluminaba la ciudad, era normal, aún era julio. Se acercó a la mesilla del lado izquierdo de la cama, sacó su cartera, las llaves de casa y del coche, y su teléfono móvil.

Se dirigió con paso firme hasta la puerta de su piso, echó un vistazo a lo que quedaba allí, miró al frente, abrió la puerta y se fue. Iba a despedirse de ella por última vez.

Nada más cerrar la puerta de su piso, decidió tomar el ascensor, aunque luego pensó que quizás allí encontraría gente, y mientras sacó su teléfono móvil se fue hacia las escaleras.

Estaba llegando al último tramo de escaleras que había antes de acabar en el portal, cuando comenzó a releer la última conversación con ella, no pudo evitar sonreír ante los recuerdos que él mismo había evocado. Guardó su móvil en el bolsillo interior de su americana y salió hacía la calle.

No podía creer que la hubiese perdido.


16.9.13

"Nunca"

Era uno de los últimos días de marzo, y estaba a punto de cumplir 20 años. Los primeros rayos de primavera se filtraban a través de las ramas desnudas de los árboles. Se encontraba tumbado en mitad del jardín de su campus esperando a una chica que había conocido en uno de los días más fríos de noviembre. Giró la cabeza por si acaso la veía llegar, no fue así. Por lo tanto, arrancó un puñado de césped con su mano y dejó que el viento se lo llevará. Cuando levantó la cabeza la vio, estaba ahí, de pie, inmóvil, parecía como si hubiera estado siempre ahí. O como si el sólo pensar en ella hubiera provocado su aparición.

Sus ojos verdes le miraban, como si estuviesen esperando algo. Él le tendió la mano, ella pensaba que quería ayuda para levantarse, pero hizo que ella se tumbase a su lado. La besó en la mejilla, estaba encantado de tenerla allí, junto a él. Ella le abrazó, y ambos se quedaron embobados mirando como comenzaba a ponerse el sol sobre aquella ciudad. Esperaron hasta que anocheció, prácticamente en silencio. Ya no quedaba nadie en el campus cuando se levantaron y comenzaron a caminar.

Ella tenía tanto miedo como él, pero se acercó tratando de provocar una reacción en aquel chico. Extrañado, la miró, ella apartó sus ojos de él. Ambos buscaron sus manos sin mirar, hasta que por fín, las encontraron y las entrelazaron. Las manos de ella estaban frías, las de él ardían de los nervios que le provocaba estar allí con aquella chica...

Ella levantó la cabeza y le sonrió. Fue una sonrisa a medias, pero que no quería ni evitaba esconder la felicidad que sentía. Él le agarró aún más fuerte la mano y le dio un suave beso en la mejilla. De repente, ella empezó a correr sin soltarle la mano. Ella le gritó:

-¡Sígueme!
-¿Dónde?
-No preguntes.

Él la siguió, lo haría aunque tuviera que ir al fin del mundo y volver. De repente, se paró agotada ante un cartel que ponía heladería italiana. Entraron, él la cedió el paso como buen caballero y ella no le soltó la mano.

Una vez dentro, él estaba decidido a invitarla a un helado, pero ella insistió en compartir uno, debía ser una mezcla que les gustase a ambos así que se decidieron por el chocolate y la nata. El heladero les dió dos de esas pequeñas cucharas de plástico de colores para que disfrutasen de aquel manjar.

Caminaron por el centro de la ciudad, y se sentaron en un banco, mientras comían el helado, veían a la gente pasar, casi todos con prisa, sin reparar en ellos. Vieron a todo tipo de gente, algunos miraban al suelo, otros inmersos en sus teléfonos móviles, y otros... simplemente miraban al infinito. Sí, ese punto en el que no ves nada, pero parece que vas concentrado, pensando en tus cosas...

Cuando terminaron el helado, se levantaron de aquel banco, él lo hizo primero y le tendió la mano a aquella chica, le ayudó a levantarse y ya no le soltó la mano. Mientras caminaban, ella se detuvo en seco, y le abrazó, fue uno de esos medio abrazos, apoyando su cabeza sobre el hombro de él y después le besó en la mejilla... Ambos esbozaron una sonrisa en aquel momento, la de ella amplía y para todos, la de él, tímida pero intensa.

Suave e inconscientemente fueron deslizando sus labios por la mejilla del otro hasta que notaron los labios del otro. En ese momento todo se borró a su alrededor y se dejaron llevar. Al principio fueron besos cortos, minúsculos, como si se viera respirar a un pez. Pero, luego, abrieron un poco más los labios como queriendo liberar la inmensidad de emociones que se acumulaban en su interior. Miedo del bueno, felicidad, euforia, seguridad, amor, cariño… Mientras que sus bocas repetían movimientos aprendidos, las manos del uno y el otro iban descubriendo nuevos recovecos en la espalda del otro. También les dio tiempo a recordar el tacto del pelo del otro, el de ella suave como la seda y el de él algo más grueso. Para, al final, volver a besarse como si fueran dos peces que buscan aire. Sin embargo, el momento había sido demasiado intenso, no querían dejar de sentir el calor del otro, y se fundieron en un abrazo muy fuerte mientras se decían al oído: “No te vayas. No me dejes.” Él, en un susurro casi imperceptible, le dijo: “Nunca.”

15.9.13

Cómo olvidar

Cuando alguien se va, y es para siempre, necesitas limpiarte de sus recuerdos. Comienzas a deshacerte de todo cuanto te recuerda a esa persona. Tratas de eliminar todas las cosas materiales que te recuerdan a esa persona, convencido de que esto eliminará también el dolor que sientes dentro de ti.

Si has dormido durante muchos años en la misma cama, el uno al lado del otro, en cuanto tienes la menor oportunidad, aquella cama desaparece. La reemplazas por otra más nueva. Una que no esté llena de sueños, recuerdos, alegría, tristeza, llantos, gemidos, sonrisas, miradas, miedos, deseos… La nueva cama está vacía, pero pronto se llenará de dolor, de lágrimas nocturnas que recuerdan a quien te acompañaba cada noche.

Es difícil, porque durante el día eres capaz de soportar esa pesada carga de su marcha, sabes que falta, pero puedes seguir caminando, puedes seguir adelante, luchando por aquellos sueños que teníais en común y ahora te ves en la obligación de cumplir para que esa persona se sienta orgullosa de ti. Cumples algunos sueños, esperando que estos te alivien el sufrimiento interno, pero no es posible, cuantos más sueños cumples, más añoras a quién los quería cumplir contigo.

Por último, tras unos meses desde su pérdida, reúnes el valor suficiente para ver esas fotos. Imágenes de vuestra vida, que retratan todas vuestras vivencias, los momentos más importantes, las alegrías. No lo puedes evitar, lloras. Lloras. Y sigues llorando. Echas de menos a quien te besaba en las fotos, quien te abrazaba, el motivo de tu sonrisa, y ahora de tus lágrimas.

Respiras hondo, tus ojos siguen llenos de lágrimas, que esperan un momento de debilidad para recorrer tus mejillas. Cierras la caja de los recuerdos, y, tratas de esconderla, de guardarla en un lugar en el que jamás se te ocurriría buscar. Y allí permanecen, se llenan de polvo, mientras tú, con una de esas sonrisas que compramos, para que no se note lo que nos pasa, sigues tu camino.

Algún día abrirás esa caja, y sonreirás por aquellos momentos que pasasteis, pero aún no, aún… no puedes evitar llenar ese nuevo colchón de lágrimas…

14.9.13

Los dos

La miré tan solo un segundo. Una lágrima se deslizaba por su mejilla. Sus ojos, vidriosos, a causa de intentar contener las lágrimas, me miraron. Me miraron como nunca nadie antes lo había hecho. Su mirada estaba llena de rabia, fuerza, alegría, esperanza, amor, ganas de luchar.

Él, no pudo aguantar su mirada, miró a otro lado y bajó la cabeza. Llevaba meses viéndola cada día. Había aprendido a apreciar sus más mínimos detalles. Sabía disfrutar de cada instante que ella retiraba su pelo de la cara, lo recogía, o le lanzaba una mirada furtiva que él trataba de esquivar como si esta fuese una bala.

Ya no sabía qué hacer, no podía evitar dormirse cada noche pensando en ella. Tampoco era capaz de dirigirla la palabra. Sentía un profundo terror. No podía pensar en otra cosa y no había nada ni nadie que le diese más miedo que aquella chica.

El día que ella lloraba y le miró. El día que él aparto la mirada y bajo la cabeza… Apenas dio dos pasos más, se detuvo y se volvió hacía aquella chica. Se sentó a su lado en el suelo, ella lloraba, él callaba.

Pasaron dos horas sentados, uno junto a otro, sin decir nada. Ella, se levantó, le besó en la mejilla, y le susurró al oído: “llevaba meses esperándote”. Él no supo que decir, y se quedó allí, mirando cómo ella se iba.

Al día siguiente la volvió a ver, pasó por su lado y le entregó un pequeño trozo de papel que decía:
“Yo llevaba meses esperándolo”

Ella, esbozó una sonrisa, se volvió y le llamó. Él, paró. Dio media vuelta y se dirigió hacia aquella chica. Ambos dieron un paso hacia adelante. Tan sólo unos centímetros les separaban.
Se acercaron aún más, unos milímetros impedían que se rozasen. Ella le mordió el labio, él dejó que sus manos descansasen en sus caderas. Se besaron, tan sólo una vez, pero fue eterno. Sentían que todo lo demás desaparecía, que ya no estaban en aquel horrible edificio…

Ahora, cada mañana, él prepara dos cafés, ella dos tostadas, y las sonrisas y las miradas les acompañan durante todo el desayuno. Ya no la piensa cada instante, ahora la vive. Ella no le lanza miradas, le da vida.

7.9.13

A dos centímetros de ti

“Ni quiero, ni puedo. Ni sé, ni debo. Espero, desespero.”

Se decía aquello cada mañana para tratar de no enamorarse de ella. Para no hablarla. Para no desearle los buenos días y dibujar una sonrisa en su cara al despertar. Era su primer pensamiento cada mañana y su último deseo cada noche.

Muchos hablan del amor, de la parte bonita que se presupone que debe haber cuando se establece esa unión mágica entre dos personas, pero, hay otras partes. El desamor, el amor no correspondido…

El tener a esa persona a dos centímetros de ti, y saber que eso es todo lo cerca que vas a estar jamás de ella. Eso no es bonito. No es bueno. Ese instante en el que piensas: “Sí, quiero, puedo, sé, debo, no espero…” Mientras la otra persona ya se ha alejado de ti, ha vuelto a la “distancia de seguridad” a esa distancia que marca fronteras. Esa distancia que puede ser más alta que un muro, que es imposible derribar, que nunca podrás saltar.

Él no podía seguir así, y acabo con todo. Se separó todo lo que pudo de ella, tratando de hacer el menor daño posible, pidiendo perdón, explicando sin dar razones, llorando sin lágrimas…

Ahora estará a dos mil kilómetros de ella, el muro se volvió mar, el mar océano, el océano mundo, y este, universo.

Se fue sin avisar, sin hacer ruido, sin querer, sin poder, sin aprender a esperar. Termino desesperando, y ella… ella… ella terminó llorando. Llorando por no hacer una puerta en aquel muro que les separaba, por no dar una oportunidad. Ahora no le olvida, pero tampoco hace nada, porque en el fondo, el universo que les separaba les volvía a unir cada noche cerrando los ojos…