He
encontrado la redención, he descubierto la vida, detrás de la vida. Si les soy
sincero, ni siquiera sé con certeza si llegaré a cumplir la edad suficiente
como para dedicarme a la vida contemplativa. Me encantaría poder cumplir con
esas expectativas que todos los jóvenes tenemos sobre las personas que ya han
dado todo en su vida y ahora se pluriemplean como abuelos, canguros,
supervisores, comparadores de precios y personas felices.
Y
hasta ahí es donde quiero llegar, a convertirme en un ser feliz, en alguien que
cuando te cruzas con él por la calle no puedes evitar sonreír porque te
contagia la sonrisa. Quiero arrugarme todo lo posible, y con mis dientes,
posiblemente postizos, sonreír sin parar a todo el mundo. Quiero empezar esa
revolución de la felicidad.
¿Por
qué todo esto? Imagino que piensan que he perdido el norte. Ciertamente
considero que lo encontré una vez, pero vago por el mundo en su busca. De
momento me va bien. Pero no quiero seguir divagando, eso lo dejaremos para otro
momento. Quiero convertirme en ese
hombre que veo al lado de una de las puertas que custodian esta ciudad, y que
no para de sonreír.
Me
cruzo con él cada mañana, y soy incapaz de evitar reparar unos segundos en él.
Desprende paz, una serenidad enorme, y me transmite la calma y la felicidad
necesaria para comenzar el día. El otro día lo vi, con su esposa (siempre me
pareció una palabra extraña), repartiendo pan entre los árboles para que
sirviese de alimento a los pájaros.
¿Acaso
cualquiera de ustedes que ahora mismo está iluminado por una pequeña o gran
pantalla leyendo esto sería capaz de tener un gesto tan desinteresado? Sí, será
el pan que no comen, será lo que les sobra, ¿pero no es eso la vida?, no es dar
todo lo que nos sobra para poder ser felices…
Hace
un par de años, también me cruzaba con un hombre en silla de ruedas. Me parecía
curioso verlo ataviado con ropa deportiva, moviendo con su mano derecha la
palanca que en aquellos momentos dirigía su vida. Qué valor, ¿no creen? Tener
la convicción de que se puede, no rendirse, seguir luchando, aunque ni siquiera
puedas levantar tus pies apenas un par de milímetros del suelo y toda tu
actividad física se reduzca a la mínima expresión.
Ahora
se preguntarán, por qué demonios aparece este tipo después de meses, para
contarnos todo esto… pues se lo confesaré.
Yo
he estado ahí. Yo he pensado que sería incapaz de salir de ese maldito pozo que
oscurece toda una vida. He llegado a pensar en rendirme, en redimir todos mis
pecados con un solo corte, certero, empapado de agua para irme a mayor
velocidad. Yo he pensado redactar una nota, breve, escueta, con apenas una
decena de palabras para decir que me iba, que no volvería jamás, que no me
buscasen, que no quería ser encontrado. Y he pensado no volver al mundo real,
quedarme en esa maldita zona de confort, sin que nada perturbase mi
tranquilidad y puta tristeza.
Pero
llega un momento en el que algo te hace ver la luz. En mi caso alguien, que en
lugar de tomarme como un preadulto medio depresivo, agrio, apático y borde,
decidió encontrar algo más dentro de mí.
Y cuando alguien se queda a pesar de
todas las tormentas que eres capaz de crear, es porque tiene la firme esperanza
que debajo de toda esa oscuridad existe algo por lo que merece la pena pelear.
Cuando te das cuenta de lo que está haciendo por ti, puedes pensar que no
merece la pena, que por mucho que se empeñe, todas esas cosas que son capaces
de empañar una vida, volverán, y cernirán nubes negras sobre tu cabeza, y por
qué no decirlo, tendrán la decencia de dejar escapar un rayo para poner fin a
la historia.
Y
la otra cosa que se te pasa por la cabeza, es que estás hasta los mismísimos de
andar arrastrándote por la mediocridad, de dejar que todo el mundo piense que
no vales nada, y de decir tú mismo que no lo vales. Lo jodido es que esa
persona que te quiere traer de vuelta, te convence de lo contrario, y te
empieza a llenar de la luz que proyecta.
En
mi caso, empecé a reflejar luz, la suya, la de alguien eviterno. Comencé a
pelear de nuevo, a desempolvar la sonrisa y a desfruncir el sueño. Pero hay
algo aún mejor en todo esto, ella, porque indudablemente fue una mujer, me
rompió en mil pedazos, ¿increíble, verdad? Y fue capaz de llenar todo esto de
una luz radiante, de darme vida de nuevo.
Cada
vez que recuerdo esos primeros meses en los que se empeñó en redescubrirme el
mundo y al mundo, pienso en eso que dicen, que las grandes fragancias se
guardan en frascos muy pequeños, porque su corazón, debe estar desbordándole el
pecho. Por eso tengo la suerte de que lo comparta conmigo, para llenar todo
este hueco que me empeñé en dejar vacío.
Así
que sí, quiero llenarme de arrugas, de una fuerza insospechada, quiero poder
llegar a la vejez, y quedarme mirando sus ojos. Y saber, que toda esa
reconstrucción desde las cenizas, mereció la vida.
Y la pena, también.
No
iré a darle pan a las palomas, pero prometo rebuscar sonrisas entre las prisas
de la gente.
Gracias
por hacerme ser un ave fénix.