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27.4.14

Cerrado por derribo

Hace un par de horas que me he levantado, y apenas recuerdo nada. De pronto, una serie de imágenes comienzan a inundar mi cabeza, se repite una figura de mujer en todas ellas. Parece joven, incluso para mí, y demasiado guapa, sobre todo para mí. No puedo ver más que burdas copias mentales que se apilan una tras otra en un rincón de mi cabeza. Necesito más detalles.

Imposible. Llevo horas recibiendo esas malditas fotografías y aún no he podido descubrir quién es. Decido buscar entre el caos habitual de mi habitación mi dichoso Smartphone, si, ese que se pasa el día en el enchufe, supongo que conocéis esa sensación de tener un móvil, pero no poder moverse…

¡Sorpresa! Aún tiene algo de batería. Manejo torpemente mi teléfono para encontrar las imágenes que guardo en él, busco, casi desesperadamente a alguien que se asemeje a ella. Nada. No hay nada. Maldito trasto. Bueno, tras no encontrar absolutamente nada en ningún lado, decido dejar que me sorprenda mi maravillosa… mente.

El día se encamina a su ocaso, y yo, observo a la gente desde mi balcón, nada de la misteriosa chica con la que mi cerebro me atosigó horas atrás. Veo pasar cantidad de gente, sola, demasiado acompañada, pensativa, perdida, gente que busca respuestas, y gente que necesita preguntas… de todo.

Noche. Por fin. Ese momento, en el que nada importa, cierras los ojos, y allí está de nuevo, a gritos, me susurra su nombre. Me pierdo entre las palabras, no sé quién es, pero espero que ella sepa quién soy yo. Si es necesario me encontrará. Lo sé.

Ahora sí que puedo verla con nitidez, es morena, su pelo es liso, aunque cuando sopla el viento dibuja unas ondas, que se asemejan a un mar enfurecido. Sus ojos, totalmente verdes, extraterrestres. Escucho son sonrisa y veo cómo se ríe.

No tengo dudas. Es ella. Y me quedo allí… como diría Sabina, cerrado por derribo.


23.4.14

Queriendo a morir

Rebuscó entre los bolsillos de su chaqueta de cuero, y encontró, un paquete de tabaco medio vacío. Lo golpeó contra la pierna que tenía apoyada sobre la pared, para poder empujar a uno de los últimos supervivientes hasta el exterior. Cuando lo consiguió, se acercó el paquete de tabaco a su boca, y atrapó entre sus labios el cigarrillo. Guardó, sin demasiadas ganas el tabaco, ahora, se palpaba, nervioso, los bolsillos exteriores en busca de algo con lo que poder encender el cigarro que sostenía en su boca. Lo encontró, un viejo mechero con el que había recorrido medio mundo, y apenas recordaba su existencia. Le costó conseguir que le diese una llama decente, pero lo consiguió.

Apenas un par de caladas después, la vio llegar. Puso cara de no saber nada, y siguió, más atento al cigarro que a lo que se avecinaba. Ella, dispersa y nerviosa por su presencia, se acercó lentamente, pero con paso firme hacia aquel tipo duro, que solo tenía, de duro, aquella chaqueta que lo envolvía.

Sus miradas no se cruzaron durante esos cinco segundos, eternos, que tardaron en juntarse. Ella, lo miró, sorprendida. Él, la miró, nervioso. El saludo fue tan titubeante, como sus dos almas. Apenas cinco pasos bastaron para darse el segundo beso, queriendo, sin querer.

Ni se miraron en aquel tímido beso, que selló, con algo más que los labios, aquello, que ninguno de los dos sabía. El mundo, se paró un momento, el sabor de aquel cigarro en su boca, se volvió, un dulce rumor de fresas en la de ella.

No quedó ahí, apenas unos metros más lejos, entre unos muros, decorados con ese arte urbano que caracteriza nuestras ciudades, encontraron el lugar más hermoso del mundo. Y, tras una maratón de besos, ella, esbozó en sus labios, como si de un olvido se tratase, un tímido “Te quiero”. Él, sorprendido por esas dos palabras que te pueden matar, y por las que puedes morir, dijo: “yo, también”.

Falso. Sin contenido. Ella, se contuvo la risa tonta que le provocaba oír esas palabras de su boca. Siguieron a lo suyo, desdibujando algunas pintadas de las paredes a golpe de besos, caricias y cariños.

Duró semanas, quizá meses, o puede que no haya terminado, es más, puede que vuelva. Pero se gastaron sus labios, se rompieron en mil pedazos sus esperanzas y se acabó. Un beso, tras otro, y el último, cubierto de lágrimas, el más dulce y fatídico de todos…

Él, roto por dentro, pero firme y de hielo por fuera. Comenzó a embozarse cada día más en esa chaqueta mágica, que tanto le recordaba a ella. Se abrigaba con el humo de sus cigarros, y se abrazaba a cualquier vaso, que le diese un poco de calma.

Ella, desolada, pasaba las horas contemplando la vida, y la triste realidad. Sola. Desamparada, y rota por su ausencia. Buscaba en su cabeza viejos recuerdos, que tan sólo hacían que recordase una realidad disuelta por la lluvia. Lágrimas de amor, de tristeza, de soledad.

Así, buscando lo imposible, acercando lo irreal a este mundano lugar. Puede, que si pasan por ahí, donde desdibujaron las paredes, aún les vean, son dos, o tan sólo uno, y puede que se estén queriendo a matar, pero en realidad… se están matando de amor.



22.4.14

De esos...

“Hay besos de esos que te los dan, y resucitan a un muerto”

Eso dice el maestro Sabina, y la verdad es que no le falta razón. Perdido entre sus labios, luchando contra la gravedad, de quererla querer, y contra la infinidad de razones que me decían que era un mal papel el que me quería jugar en su boca…

Me colgué de sus labios, de sus manos y hasta de sus engaños. No podía, no quería y no sé si debía, pero la quería sin motivo. Y quería querer hasta sus mentiras, pensando que podía creer.

Y sus labios, que hacen prisioneros cuando los rozas en un suspiro, me querían aquel día, y ninguno más.

Besos de esos, que te matan si te mueres, que te viven y te encuentran si te pierdes… besos de esos, que solo ella da.


21.4.14

A veces...

“Hay abrazos que te devuelven la vida, que te recargan las pilas con tan sólo unos segundos. Puede que no sea el tipo que más sabe de esas cosas, pero sé, que unos segundos en brazos de quien lo merece, vale más que cualquier medicina, médico o botella”.

Ella, es una combinación perfecta entre las mejores virtudes y los más bajos instintos del ser humano. No es nada del otro mundo, pero es lo mejor de este. No copa portadas de la prensa rosa, ni aparece en fotografías del mundo de la moda. Pero, aparece en las mejores fotografías de mi vida.

No es solo una mujer, son tantas, que cada día puedes encontrar a una distinta. Puede que ni tan siquiera exista esa a la que yo tanto anhelo, pero sin duda, existe esa por la que me desvelo.
Sus ojos, profundos como el océano pacífico, surcados por miles de historias, que más de una vez, acaban convirtiéndose en una de esas lágrimas traicioneras, que la hace llorar, tan sólo por el placer de poder recorrer su rostro, y precipitarse al vacío.

Sus labios, tan callados, tan rotos, tan de otros… Esbozados levemente en su cara, queriendo desaparecer, jugando a querer, y queriendo ser principio, fin e intermedio, en esta tragedia que es el amor.

Es, sin duda, un ángel caído. Una dama, que vaga por entre la gente, buscando un alma que sea capaz de completar la suya. Demonio, que busca, en labios de otros, recomponerse de sus lágrimas. Te atrapa con su mirada, te embelesa con su piel, y te devora. Hace que te pierdas entre sus piernas, que la encuentres en el fondo de un vaso, o entre los cristales rotos de una botella.

Así, es ella.




20.4.14

Ellas...

Rota por el silencio. Sus labios sellados por las cicatrices del tiempo. Sus ojos, rasgados de tanto llorar por quien no debía. Sus sentidos, sentados, cansados de tanto amar por amar, sin querer, por querer demasiado.

El torso, desdibujado entre las nubes de su cuerpo, negras, de tormenta constante sobre su dulce piel. La piel, surcada por las heridas que dejaron otros al querer, o al no querer. Y entre sus piernas, vagan los recuerdos de aquel, que no pudo ser…

Sus ojos negros, negros como si se los hubiese dado el demonio. Unos ojos negros, endemoniados, para un ángel. Simpática contradicción la suya. La voz rasgada, curtida en mil batallas en las que las palabras, más que liberarla, la hacían más esclava. Desde aquel momento, las odiaba, apenas las pronunciaba. Decía más con un gesto o una mirada, que con una palabra bien pronunciada.

Besaba sin compasión, con emoción. Besaba. Por amor. Creía en querer, y no saber muy bien por qué. Sabía perder, pero nunca aprendió a ganar.

Rota por las costuras de su espalda, cosida a base de golpes. Curada con sueños, y calmada con los pies en el suelo. Así.

Esa era ella, o es, o quizá nunca haya sido. Ahora mismo, se está poniendo su vestido negro, unos zapatos de tacón, con los que ir marcando el camino, y se ha maquillado. Se ha pintado los labios, dispuesta a besar sin esperar algo más. Sus ojos, gritan mírame, y su sonrisa la delata. Hoy va a matar, y a morir. Pero… no será por ti.

La perdiste, cuando te dijiste, aquella frase del maestro Sabina: “cuidado chaval, te estás enamorando”, con la siguiente, te inmolaste, sin saber que ella, mataría por ti. Te dijiste que: “enamorarse más de la cuenta era una mala inversión”. Tan mala era, que ahora, ni mata, ni muere, ni quiere, ni puedes. La próxima vez, piénsalo bien, quizás morir por el amor de una mala mujer, merezca más la pena que vivir sin el amor de una buena…

A ella. A ellas. A todas.

A ninguna.

“Amar por amar, querer por querer. Yo ya no quiero, más que verte para saber que pudo ser…”


18.4.14

Allí...

Me perdí de nuevo en aquellos ojos. Por enésima vez, me quedé embobado persiguiendo su mirada, sus sueños y sus mentiras. Ahí, inmóvil, sin poder separar los ojos de aquel punto imaginario en el que nos cruzamos. Y el punto se convirtió en un lugar real, y yo, bajé mi mirada. Ni tan siquiera pude mirarla a la cara. El miedo me paralizó durante unos instantes. Volvía a empezar de nuevo, de cero. Después de meses separados, y sin estar preparados, volvió el juego a la casilla de salida.

Nunca me gusto tener que depender de la suerte para poder moverme libremente. No quedaba otra. Lanzamos los dados al aire, sin buscar un número y nos salió una pareja de doses. Dulces ironías a las que a veces nos reta la vida.

Por fin, ambos levantamos la vista del suelo, y nos miramos. Una de esas miradas, que congela y quema, que es tan fuerte, que puede cortar un cristal. Nada. El mundo se para un instante, la vida se acelera, el tiempo se desvanece. Tú y yo. Allí. Así.

Su rostro, se acercó al mío, tan despacio, que no pude evitarlo. Tus manos, se iban perdiendo entre mi pelo, las mías entre tus desvelos. Me besaste. Sin querer. Tampoco supimos muy bien por qué. Y volvió.
Volvió eso que antes nos faltaba. Tus manos, las mías, tu prisa, la risa, el llanto… Volviste.


Me perdí.

17.4.14

Ciegos

Buscó mi mano entre la noche tratando de apaciguar el frío de la suya. Apenas tardó un par de segundos en entrelazar sus dedos con los míos. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Comenzó a enfriar mi mano, y yo, a calentar la suya. Encontramos, sin quererlo, un equilibrio perfecto.

No duró demasiado, una mirada se cruzó en nuestro camino. Su mano soltó la mía. Sus ojos, me rompieron en mil pedazos, y una extraña sensación recorrió de nuevo todo mi cuerpo. El calor, me invadió, no sé si provocado por la rabia que sentía, o motivado por la tremenda vergüenza que me invadió, al verla correr para abrazar a otro.

Me quedé mirando aquella escena. Viendo, como él, mientras le abrazaba, perdía su mirada en otras que pasaban por la calle.

Ciegos. Eso es en lo que nos convertimos, cuando no queremos ver más allá de nuestro propio orgullo. Perdemos todos los sentidos, en favor de algo, que ni siquiera ve, oye, o siente. Tan sólo ese corazón, que nos guía hacia un abismo, que consideramos un paraíso, sabe cuál será el último final.

Y avanzamos inexorablemente, en contra del tiempo, buscando algo que no existe. Luchando contra cosas que no podemos vencer. Nos afanamos en seguir buscando, “el amor”, cuando en realidad lo único que queremos es calentar nuestra cama un par de noches seguidas, con alguien que no nos llene, pero nos guste. Con alguien que no recuerde nuestro nombre después de un par de meses. Con alguien, que buscando lo que buscamos, convertimos en algo. Algo, que acaba dominando el devenir de nuestros días.

Yo quiero a alguien. Que no quiera más que quererme, de noche, de día, o cualquier día…


Volver a Volver

Así. Como siempre y como casi nunca. Sentirte extraño en tu propio mundo. Sumido en una intensa niebla, que apenas te permite ver más allá del extremo de tus zapatillas. Eso es lo más duro del mundo, ser un desconocido dentro de tu propio cuerpo y tu propio ambiente.

Hay cosas peores, no cabe duda, pero esta es una bastante complicada. Y ver que algo que antes tuviste tan sumamente cerca, ahora ni siquiera puede estar a tu lado. Es ley de vida, todo pasa por algún motivo, pero no por ello estamos preparados para ello.

Cambiar. Esa es una de las mejores medicinas que podemos encontrar ante este mal. Mal de muchos, de demasiados, me atrevería a decir. Pequeños placeres como el de ver como ella te mira durante unos segundos y esboza una leve sonrisa, que a ti, aunque no quieras, hace que se te dibuje esa cara de idiota en tu desastroso rostro. No lo controlas, tampoco quieres. Lo odias, pero no cejas en tu empeño por buscarlo. Todo se irá con el cambio. Los problemas y las alegrías.

Pero no nos queda más que luchar, contra viento y marea. Con lo que más cerca tengamos, y con todo lo que podamos. Rendirse está prohibido. Pero caer y levantarse es un bonito ejercicio, para poder ver diferentes perspectivas de nuestra vida. Esa que a veces, pasa y pesa, mucho, demasiado. Pero… es nuestra.


14.4.14

De pronto... ella

Impetuosa curiosidad la suya, causante de sus desvelos, de permanecer horas perdidas con los ojos abiertos, buscando respuestas, encontrando nuevas preguntas. La maldita curiosidad que le precedía. La bendita curiosidad que me suscitaba.

Así de curiosa era. Sin querer, o queriendo demasiado, te disparaba a quema ropa preguntas de esas que duelen, las que van directas al centro neurálgico de tu maltrecho corazón.  Y tú, como un idiota, mientras mirabas esos ojos largabas todo lo que podías decir. Y ella, como reconfortada por la información te miraba. Y cuando te mira con esos ojos, ávidos de sabiduría e información, no queda sino rendirse ante ella.

Curiosidad cicatrizada en mil historias, en mil batallas que dejaron su huella en aquel cuerpo, ese, el del delito que nunca nos permitimos cometer. Y cuando has acabado de soltar todo aquellos que brotaba a borbotones desde lo más profundo de ti, ella calla. Tan sólo te mira distante, perdida en ti, y tú, vuelves a perderte en ella.

Reacciona, y sonríe. Sonríe por ser ella, por ser tú, por ese momento, y porque, ahora, la quieres un poco más.

Y mira, no para de mirar. Buscas sus labios entre marañas de palabras, y encuentras sus piernas, sus manos, rotas por las cicatrices que crees que no tenía. Y avanzas impertérrito hacia sus ojos, y ves, que rasgados en sus extremos, no cesan de llorar. Lloran porque aún hay una herida que no han podido cicatrizar.

Besas sus lágrimas, sin besarla a ella. Abrazas su vida, sin ni tan siquiera rozarla. Y de nuevo, miras, respiras profundamente, y te vas. Te vas para no volver, o eso crees, te vas, para no dejarla que se pierda.

Y se queda allí, y una parte de ti se va con ella. Ya tiene más de ti que tú mismo. Pero no puedes evitarlo. 
No puedes no quererla. No puedes no irte con ella. No te deja, pero si por ti fuera, hace meses, que las cicatrices se hubieran disipado entre besos, llantos, y sonrisas. Entre sus piernas, sus labios y sus ojos.


Entre tú… y ella.

13.4.14

Náufragos...

La espalda mojada de tanto soñar con ella. Los ojos cerrados de no haber dormido. Y roto por completo, de tanto pensar en aquella chica, que helaba su aliento. Así es como se levantaba cada mañana. Inmerso en un drama que no acaba, que aún no ha empezado y que está lamentando su final.

Ella. La causa y solución de cada uno de los problemas que le asediaban. Ella, la llama que encendía la mecha de la soledad. Esa mujer, de rostro perfecto, ojos como esas nubes azules de tormenta, y los labios, tan etéreos, tan cercanos y a la vez tan lejos de su alma… Estaba repleta de cicatrices, y no sólo en su cuerpo, sino también en su corazón. Las primeras, recuerdo de un pasado que se prometió no volver a vivir, las otras, por el contrario, eran tan sólo el dulce testigo que otros dejaron allí. Ella.

Él. Arquetípico hombre que vaga desolado en busca de la cura para todos sus males. Que no lo encuentra en las botellas, ni en el fondo de un vaso en la barra de un bar. Pero lo halla en una mujer, en sus curvas, y en cada una de sus miradas. Él.

Los dos. Presuntos culpables de una muerte casi anunciada, sin conocer el final, se ve el fin. Una noche, con sus correspondientes mañanas. Una mirada, y las posteriores llamadas. Un amor, y por fin, roto el corazón.


Así. Cuando buscamos la vida en otro, y el otro se busca la vida. Sin querer… Por querer… 

Guerra

Dibujando a gritos la guerra encubierta entre tus ojos y mi boca, que disparan sonrisas, miradas, y besos entre copas. Mirando sin querer, queriendo sin mirar. En esta guerra en la que paz, significa perderme en tus ojos una vez más. El abismo de tus labios se rompe en la frontera de los míos.

Tus manos dibujaron en mi boca una oscura sonrisa, llena de prisa, de pausa, de tu boca junto a la mía, en una eterna pelea. Mis ojos, que te miraban sin cesar entre disparo y disparo, se enamoraron en un día impar.

Trabando momentos, esculpiendo cada milímetro de tu cuerpo pasé noches enteras. Me perdí, en tu ombligo, buscando una salida del infierno. Te encontré, en un recoveco de tu sonrisa, perdida en el extremo de tus labios, y te devolví, beso a beso.

Ganamos. Perdí. Me deje vencer por un halo angelical que por equivocación, te habían dado a ti, ángel del infierno. Tú, que me llevaste al cielo, tú, que me quitaste la vida en cada suspiro, y me la devolviste con cada susurro.

Tu guerra, mi guerra. Firmamos la paz, en una servilleta perdida en la barra de un bar, hicimos una tregua en tu cama, y la bandera blanca, se perdió entre las sábanas…


7.4.14

Donde nos perdimos...

El labio partido, la nariz divida, los ojos convertidos al catolicismo, y mi alma rota por el mismísimo diablo. Recompuesto, a base de whisky y alguna que otra pastilla. Con un verso en un beso dejo mi hueco a tu lado.

Aún recuerdo el último amanecer entre tus piernas, perdido, abandonado por mis sentidos. Dominado por tu amor sin compasión. Por ser la última primera vez, por aquella primavera que murió en tu piel. Y me encontré, y la mirada de los dos quebró por la sinceridad. Nos quemamos sin temor al mañana. Y nos despedimos, fríos, gélidos, tan tú y tan yo, tan poco nosotros como nunca.

Acabé perdido de nuevo entre vasos y botellas, cartones, historias, y más de una bala perdida entre mis cajones.

Nos cruzamos entre la gente, ni nos miramos, nos infiltramos, y apenas hemos pasado de largo, nos buscamos. Y nos encontramos como dos adolescentes que se lanzan miradas clandestinas de amor, entre los pupitres. Salpicamos nuestras miradas de voces, personas y ruidos. Pero somos los dos, como cuando ya no éramos tú y yo.

Pero un gesto nos perdió. Otra mano rozó la tuya, y la cogiste sin temor. Y así me quedé yo. Roto. Desangelado, entre tanta gente que caminaba mientras mi pasado y mi no futuro, se alejaban. Allí, sin ti.



6.4.14

Siempre tuvo...

Desgastar sus labios hasta que se rompen. Volverlos a reconstruir con cada caricia por las noches, para no dejar jamás de romperlos. Beso a beso, sonrisa a sonrisa. Rotas las pupilas de tanto mirar sin encontrarnos, hastiadas de tantas horas sin ver la pobre figura de un amor antaño fuerte y valiente. Ahora, vagando entre sus cuerpos, puede sobrevivir unos instantes, un roce más, un susurro, una nueva mirada. Pero se pierde. Los ojos sin brillo, las sonrisas tristes, los besos amargos como la hiel.

Despacio. Como siempre. Como casi nunca. Así fueron las dos últimas despedidas. Valientes como rara vez, y tan cobardes como la primera. Sin apenas rozarse, sin ni tan siquiera mirarse, sin sentir por miedo a volver a caer.

Así. Entre miedos, vergüenzas, suspiros y algún que otro llanto, volvieron a volver a no saber quién es quién. Al engaño y la mentira, al tú de día, y yo toda la vida. A olvidar, como diría Sabina, en diecinueve días y quinientas noches. Dos veces al día, tres veces cada noche se echaban de menos. Se miraban como dos desconocidos en el metro, queriendo querer, sabiendo que no iban a volver.

No. No hay solución, cuando los labios se gastan, las miradas se apagan y los besos… esos que se van y nunca vuelven. Y entonces comienza a pesar lo que no dijiste, lo que dijiste y lo que no hiciste. Las veces que no la besaste por miedo a ser rechazado, las veces que la besaste por miedo a perderla. Esas veces.

Acaba como empieza. Desgastando con otro los labios que tú besaste, regalando las sonrisas que tú querías, las miradas, que tanta vida te daban. Y mientras tanto, vagas de bar en bar, a golpe de vaso, queriendo olvidar, sin hacer caso.


Olvidar para sentir, olvidar para querer, al fin y al cabo, olvidar porque sí. Quizás, vuelva, y de nuevo el maestro sabe de lo que habla, pero esta vez, sea con la lengua más corta, la cabeza baja, y la falda más larga. Pero, no nos engañemos. Siempre tuvo la frente muy alta, la lengua muy larga y la falda muy corta.

4.4.14

A ti...

Destrozar la cama cada noche, perdido entre su ausencia. Día tras día, noche tras noche, me pierdo entre las sábanas de esa infinita pequeña cama en la que tantas horas pasamos. Y lo peor es saber que no va a volver. Que aunque se ha ido, está contigo, sin querer, sin saber por qué.

Cierras los ojos, parece que lo peor ha pasado, pero el frío te asalta de nuevo, a pesar de que no te ha robado toda la ropa en uno de sus arrebatos nocturnos en los que la lucha por el calor se convertía en una pequeña revolución.

Y te levantas, despiertas, duermes, lloras y ríes. Pero la echas de menos. Y sus pies fríos no van a volver a calentarse entre tus piernas. Sus suaves manos no volverán a recorrer tu espalda. No volverás a dormir mientras su pelo te mece en su aroma, y se desvanece hasta tus sueños. Ya no.

Te arrepientes de cada mala palabra, de cada no beso, cada no abrazo, cada mirada esquivada y perdida, cada palabra cruzada que iba envenenada. Pero ya no.


Nadie llena su hueco, nadie ocupa tu cama salvo tu recuerdo, y cada vez estás más perdido, más fantasma, menos vivo. Aunque ya no. Ya no volverá. 

3.4.14

Pupilas rotas

Las pupilas dilatadas de tanto mirar sin encontrarte. De verte, y saber que no estás ahí, que a pesar de estar al lado no estás junto a mí.

Tus ojos, cansados de llorar, hartos de reír cuando no pueden más que mentir, se dedican a dejarme ir, a invitarme a marcharme, sin mirar demasiado lo que se queda atrás. 

Tengo miedo a perderme, pero me da aún más miedo el poder encontrarte. Buscarnos en una de esas noches tontas en las que de verdad, solo lo importante cuenta. Esas en las que las mentiras son la única verdad, en las que apenas nos hace falta hablar para saber que queremos.

Pero las noches tontas se convierten siempre en días listos, en los que las miradas sobran, las palabras matan, y los silencios, esos, por suerte, son los únicos que me dejan entrever que aún me quieres querer.

Tus labios disparan poco a poco, sin apuntar, sin querer matar ni herir, solo queriendo huir. Persiguiendo una mentira tan verdad, que es imposible de creer. Y de pronto, durante tan sólo un segundo vuelves a ser tú. Vuelves a mirar como si quisieses amar, vuelves a amar como si me quisieses tan sólo mirar.

Pero pronto te apagas de nuevo, te vuelves de acero y hielo, de viento y fuego, te desvaneces en tus cicatrices y me dejas allí, de nuevo, sin ti.

Y así cada noche, cuando nos volvemos a encontrar sin querer, cuando no podemos sino amarnos hasta no poder más, porque no sabemos que nos deparará el nuevo sol de la mañana. Así. Ya no te quiero querer, pero no te puedo perder. No te quiero encontrar, pero no puedo dejarte marchar. 


1.4.14

Esperarte, esperarme, esperarnos...

La noche se nubla de nuevo, la ciudad toma un tono más gris de lo habitual, pero me gusta, la verdad es que no odio tanto este sitio. Las fuentes me distraen mientras espero.

Enciendo un cigarrillo con los últimos resquicios del anterior. Llevo cuatro seguidos, sé que ella odia ese olor, pero yo odio la soledad mientras espero, y la que me deja cuando desespero.

Veo una figura que comienza a volverse más nítida mientras se acerca. Es ella. No cabe duda, apenas ha avanzado unos pasos más cuando reconozco sus formas, siento sus pasos y oigo como el viento que nos azota durante un momento mece su pelo. Me apresuro a apagar el cigarro, que apenas había consumido aún. Ella me ve, sabe que lo hago en parte por su presencia. Me devuelve una media sonrisa mientras rebusco un chicle en los bolsos de mi chaqueta. Demasiado tarde me dicen sus ojos.

Llegó. La temo, pero no puedo resistirme. La odio pero no puedo dejar de quererla, es como una de esas medicinas que para curarte te mata un poco, pues algo así me pasaba con ella. Me busca, y acaba encontrando una sonrisa, una mirada durante un par de segundos a sus azules ojos, que incluso en la negrura de la noche se apreciaban.

Busca de nuevo, mira, espera. Y me abraza, abraza y respira, respira ese olor que poseo, una mezcla entre colonia, fracaso, amor y esperanzas. Y le encanta, le gusta el dulce sabor de mi cuello. Se separa y parece que para el mundo de nuevo.

Comienza a pasar gente. Y dejo de verla durante un segundo. Me invita a fantasear, a jugar, a querer como si fuera la primera vez, a mentir como si fuera la última.

Y caigo de nuevo en el juego, en las redes, en sus ojos. Esos labios, que ya no me susurran se convierten en los verdugos de mis sueños, esos ojos, que antes me brillaban, ahora me queman. Y esas manos, que más de una fría noche calentaron las mías, se dedican a marcar esas distancias, que son como un muro, como una muralla.

Vuelve la sonrisa. No lo puedo evitar, no lo quiere evitar. Enciendo otro cigarro, esta vez me da igual lo que diga, en la segunda calada sus miradas me han hecho tirarlo. En la tercera sus labios me buscaban, y en la cuarta… no sé dónde me encontraba.

Me beso una última primera vez, me sintió una primera última vez. Y se despidió como siempre. Sin decir demasiado, sin mirar atrás, sin preocuparse por las ruinas que dejaba tras de sí.

Así, como siempre, como nunca, como casi siempre. Queriendo sin poder, jugando sin querer, amando sin saber. Sintiendo, sin haber un por qué. Así. Porque sí.