Hace
un par de horas que me he levantado, y apenas recuerdo nada. De pronto, una
serie de imágenes comienzan a inundar mi cabeza, se repite una figura de mujer
en todas ellas. Parece joven, incluso para mí, y demasiado guapa, sobre todo
para mí. No puedo ver más que burdas copias mentales que se apilan una tras
otra en un rincón de mi cabeza. Necesito más detalles.
Imposible.
Llevo horas recibiendo esas malditas fotografías y aún no he podido descubrir
quién es. Decido buscar entre el caos habitual de mi habitación mi dichoso
Smartphone, si, ese que se pasa el día en el enchufe, supongo que conocéis esa
sensación de tener un móvil, pero no poder moverse…
¡Sorpresa!
Aún tiene algo de batería. Manejo torpemente mi teléfono para encontrar las
imágenes que guardo en él, busco, casi desesperadamente a alguien que se
asemeje a ella. Nada. No hay nada. Maldito trasto. Bueno, tras no encontrar
absolutamente nada en ningún lado, decido dejar que me sorprenda mi
maravillosa… mente.
El
día se encamina a su ocaso, y yo, observo a la gente desde mi balcón, nada de
la misteriosa chica con la que mi cerebro me atosigó horas atrás. Veo pasar
cantidad de gente, sola, demasiado acompañada, pensativa, perdida, gente que
busca respuestas, y gente que necesita preguntas… de todo.
Noche.
Por fin. Ese momento, en el que nada importa, cierras los ojos, y allí está de
nuevo, a gritos, me susurra su nombre. Me pierdo entre las palabras, no sé
quién es, pero espero que ella sepa quién soy yo. Si es necesario me
encontrará. Lo sé.
Ahora
sí que puedo verla con nitidez, es morena, su pelo es liso, aunque cuando sopla
el viento dibuja unas ondas, que se asemejan a un mar enfurecido. Sus ojos,
totalmente verdes, extraterrestres. Escucho son sonrisa y veo cómo se ríe.
No
tengo dudas. Es ella. Y me quedo allí… como diría Sabina, cerrado por derribo.