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30.5.14

A veces...

A veces, te miro, y veo que tú a hurtadillas te pierdes entre mis recovecos. A veces, te miro y ya no me respiras, ni me sientas, ni siquiera me mientes. A veces, nos perdemos el uno en el otro. A veces, me pierdo y me encuentras. A veces, no hay nadie que nos separe. A veces, estamos tú y yo. A veces, los dos. A veces, siento que somos dos peces respirando la misma burbuja de desesperación.

Me pasé meses esperando un par de palabras que cambiasen el rumbo de ese barco que se dirigía al abismo. Llegaron cuando estaba a punto de precipitarme de nuevo, en ese sinfín de malos días. Me rescató, así, como solo ella sabe. Con una mirada, con un par de suspiros perdidos en el tiempo, con una sonrisa que mata las penas. Me abrió sus piernas para ahogar mis problemas, me cerró su espalda, para no tener que volver a cicatrizarla.

Así. Como nunca antes. Volví a volver a querer. Me desesperé entre sus brazos, y nos comimos, casi a lametazos, nuestros ya desdibujados trazos. Nos quisimos hasta que nos rompimos, nos recompusimos, y volvimos a caer.

Y así, entre meses, cafés, camas, y más de una noche entre tus piernas, nos volvimos a perder. Esta vez, ya no nos quisimos ni tan siquiera besar, perder, ni encontrar.

A veces, aún me miras. Suspiras. Respiras. Disparas. Apenas me rozas, y caigo, a veces, para que todo sea como fue antes.


A veces… te quiero, me pierdo, y desespero. 

28.5.14

Veintitrés, rojo, impar...

Las nubes, temerosas, se cernían sobre su espalda desnuda. Antes, estuvo cubierta por infinidad de sueños, besos y caricias. Pero ahora tan solo queda un halo infernal que le recuerda lo que nunca fue y lo que pudo ser.

Llevaban acechándola durante demasiado tiempo, aunque ella trataba de aferrarse al último rayo de sol para salvarse. Él era el último rayo, la penúltima oportunidad de no caer en el abismo.

Todo. Nada. Jugaba a un único número su destino. Veintitrés, rojo, impar. Él, sin embargo jugaba a otra cosa, a buscar sus labios cada noche al despedirse, a encontrar, entre el fango, una brillante sonrisa con la que dormir cada noche.

Ambos se aferraban a una almohada rota por los costados, dejaban que los sueños traspasasen y las ilusiones se fuesen, sin querer, a otro lugar donde dormir. No quedaban horas suficientes para tapar esa pobreza interior que les caracterizaba, pero tenían un instante.

Aquel instante, sin duda, cambio sus vidas. Él, por fin encontró ese beso entre sonrisas que tanto buscaba. Ella, se deshizo entre las nubes para poder convertirse en sol, su espalda, ahora mojada, soñaba mejor.

Sus heridas cicatrizaron, sus almohadas también. Se acompañaron mil y una noches, jugando al veintitrés, rojo, impar. El número que les dio la vida, el color de su amor, y las veces que se echaban en falta cada día…

A veces, cuando estás perdido, y te sumes en la oscuridad, tienes que dejarte llevar, jugar, apostar. Querer. Aunque sea sin saber, sin querer…


Yo quiero, un 14, colgado de tus labios… 

22.5.14

El mundo a sus pies

A ti, mi mundo,

He reído y llorado contigo. Pero también te he hecho sufrir. Escribo estas líneas para decirte todo lo que siento por ti. Necesito decirte todo esto, no podría vivir si tú no lo sabes.

Vendería mi alma al mismo diablo tan sólo por ver tu sonrisa una vez más. Te quise siempre, pero me aparte de ti para no hacerte daño. A fuego en mi memoria quedan todos aquellos momentos que vivimos los dos juntos.

Cada mañana al despertar, cuando te veía dormir, y se dibujaba una sonrisa en tu rostro… te veía tan feliz…
Aquella noche tras unos meses sin vernos, cuando te acompañaba hasta tu casa, cuando nuestras manos se rozaron levemente y yo miré al cielo mientras tú suspirabas… eso, jamás lo podré olvidar. Los primeros días cuando nos conocimos, o el día que me quedé sin palabras cuando te vi frente a mí en la puerta del piso.

Lo siento. Siento todo lo que he hecho y no ha sido bueno para ti. Siento no haberte dicho que te quería, no haber aprovechado cada segundo a tu lado. Siento no haber sido tan bueno como tú mereces.

No puedo pedirte que me perdones, eso ya da igual. Tampoco te pediré que todo vuelva a estar como antes. Te pido, eso sí, que seas feliz. Que quieras como yo te quise, que vivas a tu manera y que no cambies nunca…

Te dejo el último recuerdo, el penúltimo beso. Siempre los segundos a tu lado parecían minutos. Un instante duraba una eternidad, un suspiro era toda una vida. Quise buscar mi cielo y jamás me di cuenta de que estaba aquí, en el suelo, junto a ti. Me equivocaba, como tantas otras veces, TÚ y tan sólo TÚ eras mi cielo, mi vida y mi mundo, mi hoy y mi mañana, mi futuro…

Nunca te olvidaré. Tan sólo puedo decirte dos palabras más…

Te quiero.

Romeos y Julietas

Puede que todas ellas busquen a su príncipe azul, pero quizás sea yo el que quiere a Julieta, sin ser Romeo, para que me libre de la tragedia que es quererla.

Así es como paso la vida, cometiendo pecado tras pecado, hasta que la encuentre y me libre de todos ellos. 
Puede que mi Julieta ahora mismo esté en un coche, conduciendo con Sabina de fondo. O quizás esté leyendo esto, buscándome, o dibujándose en mis sueños para que la encuentre.

El amor, es como una gran tragedia, que te salva de la vida, para morir en sus brazos. Es más, creo que Julieta, se ha cansado de esperar, y Romeo, se cansó hace tiempo de pagar. Ahora están, el uno vagando en busca del otro, queriendo sin cuidado y rozándose hasta que duele.

De bar en bar, de botella en botella y de rincón en rincón. Así están Romeo y Julieta. Buscando sin cesar, el próximo bar, para volverse a besar.

Romeo, Romeo, Romeo… no pierdas a Julieta, que es la que te absolverá de todos tus pecados.

A Julieta.


17.5.14

Sobre decisiones vertiginosas

¿Cuándo estás ascendiendo y cuando in crescendo? 

Las relaciones son de lo más complicado. Sobre todo cuando las dudas te acribillan y controlar el miedo a perderle es prácticamente imposible. 

En este punto, el agobio comienza a oprimirte y la cordura desaparece. La forma de actuar es completamente ilógica y ni ellos mismos se reconocen. 
Y esto Sofía lo sabía muy bien. 

El último detalle que había recibido era "El beso" de Klimt en versión vinilo. Con una frase en el dorso que decía algo como "siempre a mi lado". 
De este estupendo regalo hacía meses. Y en este tiempo había escuchado una serie de comentarios que dejaban mucho que pensar acerca de quién era realmente su pareja. 

¿Y si vivía en una mentira? ¿Y si era cierto y él tenía una vida paralela? 
Todas estas ideas hicieron que Sofía necesitase la independencia que él no le daba.
Lo cierto es que ella odiaba el control, era más como un alma libre que necesita amor, no rutina. 

Él, por el contrario, era todo calma, seguridad y sobre todo cero cambio. No le gustaban aquellos altibajos, es más, no le gustaba nada que saliese de lo común en su día a día. Roto por la idea de no poder hacerla feliz, se dejó ir, cada día un poco más. Nunca había sentido nada como aquello. Pasaba horas y horas en el trabajo o deambulando por las calles para no verla de nuevo, tenía tanto miedo... que fue incapaz de volverse valiente.

Esta era la estúpida rutina, de dos locos, enamorados, en su día más de la cuenta, y ahora, cuentan cada minuto que están cerca del otro, porque les parece demasiado. Seguían siendo lo que todo el mundo quería que fuesen, un par de extraños que compartían cama, vida, y algún que otro suspiro. 

Pero hace tiempo que los sueños se esfumaron, los besos se perdieron, y aquellas palabras, las que sellaron su amor, se fueron diluyendo en el tiempo, arrastradas por las mentiras para no quererse, que cada día se lanzaban. Mentiras piadosas, escondidas, verdades, que solo retrasaban aquel final anunciado.

Sofía apenas le miraba, él, casi ni la rozaba. Así es como el principio del fin, comienza. Sus labios sellaron el último adiós, el más dulce final para un punto y seguido bastante amargo. Una despedida sutil, sin poder sospechar  que se perdía para siempre el momento de disipar cada una de las dudas. Así acabó todo, sin explicaciones, sin llantos, sin un último suspiro, simplemente hizo falta una mirada para saber que la felicidad se había esfumado.

Entonces, Sofía llenó la maleta de desilusión, de regalos que ahora no tenían la menor importancia, de años perdidos, de incertidumbre,  de recuerdos agridulces, de viajes que nunca harían a Roma, París o Estambul, de promesas rotas, de desamor.

Y le dejó a Él en aquella casa que ya ni hogar era. Pues sólo quedaban unos cuantos muebles, y nada que dar sentido a una vida estancada en la más profunda rutina.
Sofía era una de esas  que  se habían armado de valentía para cumplir un simple sueño: ser feliz. Y estaba dispuesta a todo por conseguirlo.

Era una de esas pocas que no se quedaban ancladas en el pasado, tomaba decisiones precipitadas, seguía los impulsos del corazón, y esta vez le decía que hacía tiempo que había dejado de soñar y ese era el principal motivo para haber dejado su sueño a un lado.

El vértigo y la libertad algunas veces van unidos, y llegan a un camino: la felicidad.



Escrito por Martina y Miguel


7.5.14

Al otro lado...

A veces la imagino ahí sentada, frente a una pantalla iluminada. Lleva demasiadas horas despierta, y como siempre, antes de dormir, le gusta perderse en ese mundo que hay al otro lado.

Ahí me encuentra, me lee y se lee entre los huecos de mis palabras. Comienza a dibujar con sus ojos en mi alma promesas que sus labios nunca cumplirán.

Y así es como cada noche, mientras duermo o me tiendo sobre las sábanas para poder pensarla, ella se desdibuja ante la pantalla. Se vuelve más yo y menos ella, pero en ese instante, el texto pone su punto final.

Comienza a dibujar su sonrisa y su pensamiento, pero no por mí, tampoco por ella, quizás ya no por nosotros.


Se apaga la caja luminosa y vuelve al mundo en el que las cicatrices marcan su cuerpo. Yo, mientras tanto me dedico a echarla de menos tres veces al día, cien cada noche.

2.5.14

Su infierno, el cielo

Sus labios, la puerta al infierno que más de una vez me invitó a cruzar. Nunca llegué más allá de esa bonita sala de espera, que antecedía las llamas propias del reino del diablo.

Aquellos ojos, evocadores de ángeles, tan buenos y tan malos que ayudaban a morir matando. Tan profundos y delicados que no puedes evitar sumirte en ellos, para poder, siempre que te deje, descubrir a ese ángel expulsado del infierno que era ella.

Un par de cicatrices recorrían de arriba abajo su espalda, surcada por mil y unas noches de soledad, besos perdidos, miradas encontradas, piernas cerradas y labios desgarrados de tanto buscar sin encontrarse.

Así, como un enigma irresoluble, del que solo quieres hallar un camino, para cruzar al otro extremo y tan sólo, durante un segundo, encontrarte… entre el cielo y el infierno.

Allí, en aquella frontera, entre sus ojos y sus labios, tú, te desdibujas ante su presencia. Te fundes, entre sus múltiples encantos, dudas y debilidades. No dejas al descubierto más que un resquicio para respirar entre sus labios, y ella, te descubre, te destroza. Sin querer, sin pretender nada más que quererte. Sin medias tintas, apostando todo lo que tiene al todo o nada. Buceando, perdida, entre tus recuerdos, haciéndose con ellos, descubriendo, pedazo a pedazo, tus secretos.

Y así es como ella quiere, sin medida, con cautela y para siempre.

Te separas, desapareces, y sin saber dónde estás, ella te encuentra, pero eres tú el que la rescata entre la gente, la llevas a salvo, a esa isla entre los dos. Esa, en la que se tocan el cielo y la tierra, la paz y la guerra, el amor… y ella.

No dura más que un suspiro, no necesitamos más. Y la miras, te mira, tan fijamente que llega a doler, sólo un instante. Ha llegado el momento, las llamas del infierno se vuelven celestiales, y las nubes del cielo, infernales.

La calidez de sus labios te invita a perderte entre ellos. Te va llamando, como si fuese una sirena, pero con el fin, el fondo y el envoltorio perfecto. Dulce a rabiar, y terrible, sin dudar.


Así, en el infierno de sus labios, encuentro el cielo.