Ella es un escalofrío
en la columna vertebral. Rompe todo, del hipotálamo al jodido corazón con una
mirada. Tiene la capacidad de sonreír en mitad del llanto. Así es, una leona
encerrada en un pequeño cuerpo que tiene un corazón demasiado grande, que se desboca
continuamente. Ella cree que es peligrosa, que hace cosas sin sentido y que
está loca. Lo que no sabe es que tiene la increíble capacidad de devolver a la
vida a quienes la creen perdida.
Sus cejas, enmarcan
unos ojos dignos de admiración. La profundidad de estos podría recordarnos a
una de esas fosas abisales, perdida en mitad del océano. Y lo cierto, es que a
pesar de su profundidad, sabes que puedes perderte perfectamente en ellos,
porque encontrarás la calma. Creo que esa sensación, de encontrar paz, es
única. Nunca hay que dejar pasar a esas personas que te dan paz y te hacen
crecer y volar, aunque pienses que estás tan jodido que es imposible volver a
hacer cualquiera de esas cosas.
Me ha dicho bastantes
veces que estoy loco, qué gran halago. No se equivoca, porque soy de los que piensa que cuando
uno tiene a alguien en la cabeza las malditas dieciocho horas que se pasa
despierto, que no vivo ni cosas de esas, simplemente con los ojos abiertos,
intentando dilucidar que hacer con su vida, es alguien por quien merece la pena
volverse loco. Ella también está loca, es más, creo que está aún peor que yo,
porque su locura, no está estrictamente vinculada a algo o alguien, es su forma
de entender la vida. Y está loca, porque ella es un jodido volcán de
sensaciones y sentimientos y porque ella tiene esa maldita y maravillosa
capacidad de convertir todo en un puto parque de atracciones. Consigue, que
cuando estás en el jodido fango, cuando has tocado fondo, o eso crees, porque
siempre hay algo más bajo que el lugar que ocupas ahora, te regocijes y
disfrutes del momento. Ella está loca y es parque de atracciones. Ella es casa.
Bendita locura.
Sigo soñando con esa
constelación bajo las palmas de mis manos. Sigo pensando, que puedo conectar
cada una de sus estrellas con mis labios, mientras suena alguna canción de
fondo, de la que no escuchamos nada más que la melodía, porque nosotros le
ponemos la letra. Quizás, este sueño vehemente e incoherente acabe en una de
esas tragedias del romanticismo. Aunque lo mejor de todo, sería que si esto
acaba como una de esas historias, como Bodas de Sangre, por ejemplo,
significaría, que por fin, nos hemos dado cuenta de muchas cosas, que por más
que neguemos, sabemos que están ahí. Justo delante de nuestros ojos.
Cada noche, antes de
desear desaparecer, recuerdo cada una de sus facciones con mis manos. Recuerdo
esas cejas que enmarcan sus ojos verdes, su nariz, que se desliza para llevarte
a sus labios, carnosos, frágiles, veloces, tímidos. Y recuerdo cada instante,
como si no fuese a terminar, como si jamás hubiese tenido un final. Como si al
final, el día que nos juntemos, porque hace más de cuatrocientas cuarenta horas
que no tengo sus ojos frente a los míos y que no rozo su tenue piel con mis
manos, rudas y devastadas, lo recuperásemos todo en el momento exacto en el que
me acarició por última vez.