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29.1.20

Constelaciones.


Ella es un escalofrío en la columna vertebral. Rompe todo, del hipotálamo al jodido corazón con una mirada. Tiene la capacidad de sonreír en mitad del llanto. Así es, una leona encerrada en un pequeño cuerpo que tiene un corazón demasiado grande, que se desboca continuamente. Ella cree que es peligrosa, que hace cosas sin sentido y que está loca. Lo que no sabe es que tiene la increíble capacidad de devolver a la vida a quienes la creen perdida.

Sus cejas, enmarcan unos ojos dignos de admiración. La profundidad de estos podría recordarnos a una de esas fosas abisales, perdida en mitad del océano. Y lo cierto, es que a pesar de su profundidad, sabes que puedes perderte perfectamente en ellos, porque encontrarás la calma. Creo que esa sensación, de encontrar paz, es única. Nunca hay que dejar pasar a esas personas que te dan paz y te hacen crecer y volar, aunque pienses que estás tan jodido que es imposible volver a hacer cualquiera de esas cosas.

Me ha dicho bastantes veces que estoy loco, qué gran halago. No se equivoca, porque soy de los que piensa que cuando uno tiene a alguien en la cabeza las malditas dieciocho horas que se pasa despierto, que no vivo ni cosas de esas, simplemente con los ojos abiertos, intentando dilucidar que hacer con su vida, es alguien por quien merece la pena volverse loco. Ella también está loca, es más, creo que está aún peor que yo, porque su locura, no está estrictamente vinculada a algo o alguien, es su forma de entender la vida. Y está loca, porque ella es un jodido volcán de sensaciones y sentimientos y porque ella tiene esa maldita y maravillosa capacidad de convertir todo en un puto parque de atracciones. Consigue, que cuando estás en el jodido fango, cuando has tocado fondo, o eso crees, porque siempre hay algo más bajo que el lugar que ocupas ahora, te regocijes y disfrutes del momento. Ella está loca y es parque de atracciones. Ella es casa. Bendita locura.

Sigo soñando con esa constelación bajo las palmas de mis manos. Sigo pensando, que puedo conectar cada una de sus estrellas con mis labios, mientras suena alguna canción de fondo, de la que no escuchamos nada más que la melodía, porque nosotros le ponemos la letra. Quizás, este sueño vehemente e incoherente acabe en una de esas tragedias del romanticismo. Aunque lo mejor de todo, sería que si esto acaba como una de esas historias, como Bodas de Sangre, por ejemplo, significaría, que por fin, nos hemos dado cuenta de muchas cosas, que por más que neguemos, sabemos que están ahí. Justo delante de nuestros ojos.

Cada noche, antes de desear desaparecer, recuerdo cada una de sus facciones con mis manos. Recuerdo esas cejas que enmarcan sus ojos verdes, su nariz, que se desliza para llevarte a sus labios, carnosos, frágiles, veloces, tímidos. Y recuerdo cada instante, como si no fuese a terminar, como si jamás hubiese tenido un final. Como si al final, el día que nos juntemos, porque hace más de cuatrocientas cuarenta horas que no tengo sus ojos frente a los míos y que no rozo su tenue piel con mis manos, rudas y devastadas, lo recuperásemos todo en el momento exacto en el que me acarició por última vez.

27.1.20

Anarquía e(S)meralda


Una de sus miradas, es una tormenta perfecta. Ella, anárquicamente imperfecta, se resuelve en la vida como alguien que quiere ser quien es. Tiene magia y esa luz propia de quien hace de faro y guía. Ella, que es capaz de romper el silencio sin palabras y descubrir, a unos ojos marrones, rodeados de pecas, que mirar unos ojos puede ser un jodido orgasmo.

Tiene la rara capacidad de romper en pedazos la historia, de besar con el alma. De cortar la respiración, de volverse loca en un instante y por supuesto de ser ella. Ella, la única que es capaz de descubrirse por completo sin quitarse la ropa, de romper en pedazos sin ni siquiera rozarte. Ella, que no besa, sana. Ella que no quiere, ama. Ella, que tiene los ojos color esmeralda y una constelación del pecho a la espalda. Que tiene, en esa arquetípica imperfección un montón de armas, palabras como balas que no matan, sino que sangran, que rompen dentro de cualquiera y te llenan, de una magia inexplicable, que por mucho que te duela en el momento, ella, cura.

Si te mira, te dispara. Si te alcanza, date por jodido, porque sus disparos son certeros, justo al centro del pecho. Al cuadro de mandos, a la base neurálgica del puto amor, joder. Ella, no falla, aunque la vida le ha fallado más veces de las que se atreve a contar. Nunca mata, te deja malherido, para que sientas ese profundo dolor que ha vivido, pero ella no te hace sufrir, ella, se encarga de limpiar esas heridas tras haber hurgado en ellas y haber llegado hasta tus huesos. Ella limpia, cuida, salva y guarda. Ella, que es capaz de hacer que de sus ojos broten lágrimas, y culminarlas con una sonrisa, que a ti te destroza, no sólo por la belleza, sino porque sabes, que ahora no llevas toda esa mierda solo. Tiene el poder de ser faro, camino y destino. Y el viaje, dios, ese puto viaje, qué largo se hace, tiene como destino unos labios, carnosos, hermosos, que rompen una tez perfecta con una imperfecta compostura. Ella, que hace pucheros, y besa lento. Tiene esos maravillosos labios cosidos al alma, igual que sus ojos, y qué les digo, que cuando besa, no lo hace sólo con los labios, sino con su mirada, con su alma.

A mí no me hace falta saber nada más que mi tren va directo a su pecho, a estrellarme contra su garganta, esa que profiere notas que me rasgan el alma. Ella es camino y destino. Ella es, al fin y al cabo, casa. Porque una vida sin alguien que es casa, no lo es. Porque a quien te acercas y sientes paz, con alguien que puedes llorar de rabia y dolor, morir de risa. A quien acaricias y miras, y no puedes dejar de hacerlo. A quien imaginas a tu lado, cada vez que miras el jodido asiento del copiloto… no puede ser otra persona. Ella es casa y tiene luz.

Joder, que si tiene luz. Quizás sea por ser rubia como la cerveza, o porque deja, que su reflejo, salga a través de mis palabras, para que todos vean como brilla.

23.1.20

Nadie. O solamente tú.

Querida, nadie:


Te escribo porque no estás, con el fin, de que en algún momento, dejes atrás tus miedos, o lo que te aferre a desaparecer y vuelvas. Te escribo, porque no puedo escribirte, pero no dejo de pensarte, de soñarte y de verte, una y otra vez. Parece una tarea sencilla, quizás, el hecho de centrarme en desaparecer, yo también, me esté resultando arduo, y no lo estoy consiguiendo. Tratar de alejarme, simplemente me acerca más y más. Llevo una semana seguida soñándote, cada noche, al cerrar los ojos, apareces. Así que… si no te importa, vuelve. Prefiero ver tus ojos, mirándote los lunares, que al echar el telón a los míos.

Quizás, sea la carta más difícil que he escrito para nadie. Nadie, en quien no dejo de pensar, quería decir. La tarea no es sencilla, ¿sabes? Tengo en las palmas de mis manos, los recuerdos de las tuyas. 

Dibujo tus lunares en los rostros de la gente, por ver si de casualidad encuentro un parecido, y puedo, hacer como que te veo sin cerrar los ojos. Pero eso tampoco funciona, a nadie le encaja esa constelación tuya como a ti. Nadie.

Me he encontrado con los pies al borde del  abismo, no te preocupes, no es la primera vez. No sé si caeré o volaré. Ojalá aparezcas, y en lugar de dejarme caer, vueles conmigo, o al menos, que estés ahí abajo, para recoger los pedazos. Aprovecho, para decirte, que los trozos que te dejaste aquí olvidados, siguen a buen recaudo, para cuando quieras volver a por ellos. Aunque no prometo devolverlos, me gustaría quedarme con alguno más, por eso de ir coleccionando las espinas de una rosa que a pesar de su belleza no deja de pinchar.

Los míos, te los puedes quedar, supongo que están demasiado afilados como para recogerlos. Un cristal de ser tan pisado, termina por desaparecer. Aunque nunca deja de cortar si se te clava. Espero no ser así, si quieres, podríamos unir los trozos. Algo así como un puzle por montar, seguro que nos faltan piezas, pero se pueden construir. Nadie, dijo que tenga que encajar absolutamente, todo.

Tengo un plan, empieza y acaba por ti y contigo. Supongo que es una conquista mundial, podría ser una victoria al risk, simplemente hay que tratar de acercar posiciones, sin perder demasiadas piezas por el camino. Ya dice, Zahara, “mi maléfico plan de conquista del mundo comienza por ti”. Y tiene razón, no necesito conquistar más mundo que ese que brilla bajo tus ojos y tus constelaciones.
Nadie. Tengo tus ojos verdes clavados. Deja que los recuerde una y otra vez.

Pienso conquistar el mundo. 

Aquí, nos quedamos sin banderas blancas.

"Su cabeza valiente, atisba el precipicio, niega todo, decide dejarse caer, respira, y... ante tal belleza, con la ciudad a sus pies... vuela. Ella es rubia como la cerveza".


M.


20.1.20

Parada Total


Me tiemblan las manos. No puedo dejar de escribirte. Me falta el aire. Tengo los pulmones llenos, de tus recuerdos. Tengo el corazón desbocado, por las ganas, algo así como un caballo salvaje, galopando hacia el abismo, pero con la inexplicable certeza de que es capaz de superar cualquier cosa. Me ha explotado la puta cabeza, has tomado los mandos, te has metido dentro de mí. Desde la médula al hipotálamo.


Metástasis de una sensación inexplicable. Incapacidad transitoria de razonamiento lógico. Enfermedad en estadio tres. Creo que el diagnóstico apunta a taquicardia compulsiva al cruzarme con tu mirada, a una cantidad irreverentemente grande de larvas, floreciendo en mi estómago al rozar mis manos con las tuyas. Se me ha apagado el cielo y ahora únicamente veo una constelación, desde tus labios hasta tu espalda. Y joder, si parece que brilla más que el maldito meteorito que impactó entre nosotros.

Siempre me rodeó la muerte, desde una edad en la que uno no debería ni siquiera saber qué coño es eso. Lo que no sabía es que hubiese algo que tuviese la capacidad de apoderarse así de alguien. 

Quizás, simplemente tenga que ver con encontrar los ojos adecuados a los que mirar. A los que encontrarme cada jodida mañana, del resto de mi lamentable existencia, imperantemente feliz, al lado de esas pupilas por otro lado. Quizás iba de eso la vida, de encontrar alguien a quien quieres mirar cada día del resto de tu vida. O no.

Siempre me encontré indefenso ante estas cosas, supongo que por la inexplicable afición de encontrar la belleza en todo aquello que el resto no ve.

A veces, al recordar esa mirada, sigo temblando.

Nunca me había muerto de miedo y de ganas al mismo tiempo. Jamás, había sido incapaz de gritar en un susurro todo aquello que me brotaba del maldito músculo arrítmico que late aquí dentro.

Desde que se cruzaron esas pupilas en el camino, hace algo así como 170 días, en un cálculo bastante vago, y que parecen media vida, sigo teniendo ese nudo en el estómago antes de ver cómo aparece de la nada.

Realmente, un descubrimiento, consiste en algo que cambia la vida, de arriba abajo, te explota la cabeza y te revuelve las entrañas. Eso es ella, el puto descubrimiento de toda la historia, el mejor.

Ahora. Qué ya no puedes estar. Qué no te dejo de pensar. Ahora, realmente veo que no me equivocaba, que esas pupilas son algo sobrenatural. Que me estalla el puto corazón con tus recuerdos, que me duelen los pulmones cada vez que pienso en escribirte porque se me corta la respiración. 

Ahora que caminas a tus anchas dentro de mi pecho, que te refugias en mis pensamientos cada noche antes de dormir, cuando no me mata el puto insomnio. Ese maldito insomnio en el que me acompañas, porque no estoy sólo, pasando las noches en vela, sino que tú, desde mi cabeza, te encargas de revivirme los mejores momentos, de ciento setenta y pico días, que se están tomando un descanso.

Ojalá vuelvas.


18.1.20

Ya no brilla nada


Tengo unas manos aferrando mis entrañas, pidiéndome que desista. Que me vaya, que desaparezca y que me dedique a todo eso que siempre se me dio tan bien, pasar desapercibido, hacer como si no existiese. Me sugieren, una pérdida total y descontrolada de mi memoria, una vuelta a cero. Un retorno a un punto, en el que nadie debería estar. Quieren que vuelva a bajar a esos infiernos, para que trate de reconstruirme, para que intente volver a ser, de nuevo, quien fui, quien por fin, he vuelto a ser. Desde que aparecieron y se aferran a mí, creo que están llenas de sangre, fruto de las ganas y la rabia que me provoca. No luché hasta aquí para ahora tirar la toalla. No disparé a su cabeza para volarme los pulmones, porque sin cabeza no existe el amor, y sin pulmones no hay batalla, no hay guerra, no hay impulso. Sin aire, no hay besos.

Sus ojos son un jodido orgasmo. Tiene la capacidad de atraer, absorber, descubrir y curar. Si el alma se puede ver en la mirada, también se puede besar con los ojos. Y ella, lo hace como nadie. Ella, que con esa melena y ese corazón de leona, es capaz de romperte por dentro, por el simple placer de reconstruirte, pieza a pieza, con cada beso que te va dando. Es capaz de desgarrarte, de abrir las cicatrices y de cerrarlas de nuevo, una vez hurgadas, para conocer al milímetro el pasado. Y en esos ojos verdes, tan sumamente llenos de vida, se reflejan los placeres y los miedos de su alma.
Entre toda esa constelación que decora su piel, se desdibujan centenares de recuerdos, que se acomodan en su costado. Recuerdos que la oprimen, y que únicamente sus ojos son capaces de expulsar. Ella, y su capacidad de expiar pecados ajenos, con miradas seguras, valientes.

La tengo frente a mí en cuanto mis pupilas se funden a negro. Sus labios, perfectamente delineados, desdibujan una sonrisa, tímida y nerviosa. Mira sin miedo, sin la compasión propia que la gente profiere a quien lleva más cicatrices de las que debería. Sus ojos verdes, me paran el mundo, se comen el tiempo. Tiene dos lunares sobre la comisura izquierda de sus labios, deshilachados de los besos que no dio, de las sonrisas que se perdieron sin encontrar su destino. Ahí, en ese punto, en el que se comienzan a difuminar sus labios y comienza su particular constelación, es donde me pierdo. Me rescata, con una simple caricia, y mis ojos vuelven a lucir ese vulgar marrón.

Los cierro y sigue ahí.

Ojalá, te pudiese decir de nuevo, lo que dicen en aquella película que nunca viste. Ojalá volvieses, para decirme todo aquello que no me dijiste. Ojalá. Vuelvas.

Tus ojos siguen siendo mejor que un cielo estrellado una noche de verano.

Porque sin ti.

Ya.

No.

Brilla.

NADA.

17.1.20

Muerto, de sueños


Mejor sentir que estar muerto. Es una filosofía de vida bastante interesante, quizás muchos preferirían no sentir nada, estar muertos en vida, antes que dejar que su corazón empezase a latir por alguien, o que se le rompiese el alma con una muerte o una despedida. A veces, realmente, desearía estar muerto. Desaparecer de la faz de la tierra sin dejar rastro, sin que mi huella quede marcada en nadie, en ningún lugar. 

Quizás, ese es el anhelo de quien sabe que allá donde ha pisado, ha creado un recuerdo, a veces imborrable. Realmente, cómo puedes evitar que tu cabeza piense en alguien que no debe estar, o que físicamente no está. Es algo complicado, por eso estar muerto, en ocasiones, a pesar de seguir respirando, supongo que puede ser una idea terriblemente buena.

Tener sentimientos implica que uno está vivo, que es capaz de percibir las cosas y que es consciente de que el mundo, al contrario de lo que muchos piensan, no gira en torno a nosotros, sino que somos nosotros los que tenemos la capacidad para parar el puto mundo, coger aliento e impulso y hacer que gire. Tener sentimientos es humano, y en ocasiones deleznable. Es burdo el hecho de amar sin ser correspondido, o de dañar sin tener la intención de hacerlo. En este mismo instante, podría contener la respiración, podría dejar de respirar durante un minuto, y aquí dentro, en esta maquinaria incansable que, por el momento, se dedica a bombear sangre incesantemente, sabría que no estoy muerto por dentro. Aún no.

Es jodidamente contradictorio, pero ese irrefrenable deseo de desaparecer, queda contrarrestado con las ganas. Supongo que, el hecho de querer comerme el mundo, empezando por una constelación, y terminando en una jodida estrella en la otra punta del sistema solar, es lo que hacen que aún, a pesar de todo, cada día me despierte y diga, y por qué no.

Vivir es morir un poco. Vivir, es acercarse peligrosamente a esa línea de meta en el que la parca nos espera, irremediablemente, a todos. Da igual con la premura que tomes la carrera, o lo perfeccionista que seas, llegarás a la meta y será el final. Pero mientras tanto, mientras el viaje prosigue, respira, siente, coño, siente y vive. Porque al final de todo, cuando sepas que ha llegado el momento, cuando sepas que te vas a ir, porque tengo constancia de que algunos tienen la suerte de conocer el momento, piensa que ha merecido la pena, que ha sido un viaje largo pero jodidamente bonito.

Si me fuese hoy, si no llegase nadie a leer esto, estoy seguro de que les gustaría saber que me he ido con unas constelaciones en la cabeza que me vuelven loco, con unos ojos enganchados a mis pupilas y con las ganas, intactas.

14.1.20

El fango


Abrazar el abismo siempre es algo que me encantó. Regodearme en ese fango, capaz de consumirte hasta las entrañas. Morir, siguiendo vivo, o mejor dicho, sobrevivir. Las muertes, las despedidas y los hasta pronto, son esa especie de medicina que a pesar de curar, nos mata un poco por dentro. Algo así como una vacuna, que mete en nuestras venas la enfermedad para que seamos capaces de luchar contra ella. Una breve dosis de muerte, se presupone que nos dota de fuerza, de valentía y empuje para poder seguir luchando, para afrontar las siguientes de otra manera. Una despedida, a destiempo, casi siempre, nos ayuda a crear esa coraza que nos aísla y protege de esta puta mierda de sociedad arquetípica y estereotipada que nos dice que todo es efímero, que nada dura para siempre. Aplicamos la obsolescencia programada a todo en nuestra vida, los amigos, las parejas, las personas, los trabajos. Decidimos, que todo debe tener un principio y un fin, una fecha de caducidad, algo que nos marque el momento en el que nos podremos despedir de todo eso y continuar a lo siguiente.

No les negaré, que yo, hace un tiempo, también insistía en dedicarme a calcular el fin de algo, para intentar protegerme de ese momento en el que inevitablemente, por cuestiones ajenas a las dos personas que componen una relación social, esta se vea abocada a su fin. Pero hace algún tiempo, quizás más del que me gustaría reconocer, que me dedico a no esperar el fin de nada, simplemente dejo que llegue, que suceda lo que tenga que suceder. En cambio, me dedico a intentar aprovechar al máximo cada instante, supongo que en contraposición, es una ley absurda y jodidamente simple, que sirve, efectivamente, para que te la pegues igualmente, sin preaviso y con un dolor terrible, pero de verdad, no impostado por una situación que tú mismo has ido provocando.

Si mal no recuerdo, Irene X, una de esas poetisas que escribe con el corazón en la mano y las entrañas en la otra, tiene una frase que dice: “odio poner título a las historias sin terminar”. Y eso es lo más real que podría leer hoy. 

Aunque uno quiera acabar con algo, aunque decida ponerle fin, la vida nos depara una serie de maravillosas casualidades que a veces, propician que aquellos que no estaban destinados a encontrarse en un momento determinado, lo hagan en otro punto de su vida. Y sí, la puta obsolescencia programada, puede ser un método de defensa tan útil como cualquier otro, tan válido como ser antisocial y evitar crear vínculos para no sufrir cuando estos se rompan.

Voy a pecho descubierto, sin esa puta coraza que tanto pesaba. A cicatriz y herida abierta, que si no sana, sangra. A la aventura, de quien desea y quiere encontrar alguien, que me haga volar el corazón con una mirada o que me explote la puta cabeza conjugando palabras en un futuro perfecto si es a su lado.

Quizás, simplemente quizás, este abismo me traiga flores, me haga crecer, me haga encontrarme con esa serendipia, maravillosa casualidad en el fondo de todo. Para volar con esas jodidas alas que no recordaba tener conmigo.

La chica de las constelaciones sigue latiendo aquí dentro, las pupilas, el corazón y el alma son incapaces de olvidar.

12.1.20

Maravilloso Desa(s)tre


Maravilloso desastre. 

Supongo que es una definición bastante vaga de alguien. Quizás, si la conociesen podrían comprenderlo mejor. Pero sí, algo así podría resumir sus centímetros de discordante perfección. Asimétricamente coherente y distantemente omnipresente. La fiel representación de todo lo que uno debería ser, encerrado en quien debe estar, en quien debe ser.

Ese maravilloso desastre surgió, con una voz irreverente, cargada de algo que sólo ella entiende. Con una forma de entender la vida, muy distante a lo que podría parecer en un primer momento. Un feminismo contextualizado, una conciencia social y la capacidad, jodidamente asombrosa, de poder hacer todo lo posible por quien ya ha dejado de creer en sí mismo. Una visión positiva, valiente, altruista y decidida, rota por una locura inexplicable, de cuna, y también transitoria. Es, a fin de cuentas, un ser lleno de luz, que se acaba descubriendo, poco a poco, sin pausa pero sin prisa. Y cuando por fin, tomas un poco de distancia y observas desde lejos, ves que todo lo que pensabas siempre, siempre, se quedó corto.

Si se cruzan con ella, miren sus ojos, esconden demasiada verdad, y tienen la capacidad de borrar y olvidar días de mierda, simplemente en unos instantes. Y no se fijen en sus lunares, porque puede que queden hipnotizados, aturdidos, en el intento de formar una constelación con los que recorren su cuerpo. Porque si lo hacen, si osan recorrer con sus ojos algunos lunares, tratando de unirlos imaginariamente, los querrán unir manual y mecánicamente. En una cadena de besos, que recorran todo su alma.

Y quédense prendados de sus labios, observen que sus comisuras, aunque parezcan impertérritas, en algún momento se rompieron de tanto sonreír. Hay quien no concibe la sonrisa y trata de erradicarla. 

Ella, una kamikaze de la sonrisa, no ceja en su empeño de devolver, incluso a quienes no lo merecemos, esa curvatura convexa de sus labios, que a veces, hasta se dedica a escribir nombres en almas ajenas. Si se cruzan con ella, díganle que en la mía quedaron sus iniciales, que vuelva para completar lo que comenzó a escribir. Porque las historias sin final, siempre vuelven.

Redescubrí un golpe fuerte aquí dentro, resultó ser un corazón que seguía latiendo, con una fuerza inusitada. Lo resucitó, y ahora cada golpe que me da, al escuchar con las ganas, su voz, sé que lo hace para gritarme, ve. Ve por ella.

Porque como dice Irene X, “Si la quieres y no te mueves al ver cómo se va: eres imbécil. El mundo lo sabe. Ella no tardará en darse cuenta”.

Así que, ponte a latir fuerte, que allá vamos.

11.1.20

A quemarropa


Desenfundó su teléfono y en un acto de valentía decidió poner fin a su locura. Deslizó sus dedos por la pantalla, no sin esfuerzo. En un gesto épico y doloroso. Disparó a sus recuerdos y silenció a su corazón, para poder seguir adelante.

La vibración del móvil me despertó. Sentí cómo colocaban un revólver en la boca de mi estómago y disparaban una bala de punta hueca dentro de mí al leer sus palabras. Penetró mi piel, el tejido muscular, y estalló. Desperdigó todo su recuerdo por mi cuerpo. No lo mató, simplemente lo transformó. Está cogiendo fuerza aquí dentro, recomponiendo cada instante y tratando de cicatrizar el disparo a bocajarro.

A veces, cuesta más cicatrizar un recuerdo que un disparo.

Fue un disparo perfecto, como sus cejas perfectas, dibujadas por uno de esos artistas del renacimiento, que trataban la proporcionalidad como la base de la belleza. A quemarropa, como esos ojos que ni el mismísimo Da Vinci, hubiese podido recrear. Verde, esmeralda, verde, profundo, como esa maldita bala que se clavó en mis entrañas y explotó. Verde, de ese en el que uno se quiere perder pensando que está en la selva, sin moverse de sus pupilas. Pupilas, dilatadas hasta la extenuación, dicen que eso corresponde al corazón, que se nos dilatan cuando nos grita que esa otra persona es algo más que un simple desconocido. Quizás el disparo sea irrecuperable, pero al menos, me perderé en esos ojos una y otra vez, cada vez que cierre los míos.

Aún huelen mis manos a su pelo, planchado y liso por el calor. Aún siento esa caricia, esa forma de sus labios. Aún, podría dibujarla sin ni tan siquiera pensar. “Quiero grabarte” – le susurré, porque yo, que vomito letras, era incapaz de alzar la voz.

Sigues en mi retina, en mi cabeza, dentro de este cuerpo que recibió un disparo a quemarropa y que se recompone, cual ave fénix movido por una extraña sensación. Una estúpida creencia acerca de la posibilidad de que quien tiene que ser, al final, de algún modo, es.

Esos que creen en el hilo rojo, que une a las personas, son unos jodidos ilusos, nunca lo creí. Pero ojalá exista, porque sé, que el mío está prendado de esas pupilas, de esa larga melena, de esas cejas dibujadas con tiralíneas. De esos pendientes que escondes pero que adornar todo. De tu alma, llena de luz y que es capaz de vencerlo todo.

Y ojalá que exista.

Siempre.

Gracias por el disparo, siempre, el dolor recuerda que seguimos vivos. Me metí dentro de mí. Hay alguien que sigue queriendo escribirte, cada día. Y resulta, que me late el corazón, y sí, empiezo a creer que lo hace por ti.

10.1.20

Con las ganas.


Me he roto mil veces delante de una página en blanco. Creo, de hecho, que es el método más efectivo que conozco para no querer dormirme y no volver a despertar. Escribir(te), me recuerda que por mucho que no tengamos fotos, tenemos recuerdos, de esos que el puto Facebook, o Instagram, no nos dirán dentro de cuatro o cinco años dónde estábamos un domingo o un miércoles de madrugada. 

Quizás, lo que me recuerde es que hace x, estaba jodido. O quizás, me recuerden que hace x que te cruzaste en mi vida y que con esas alas que me recordaste que tenía, peleé, y lo conseguí. O quizás nunca llegue a ver esos recuerdos.

Siempre que empiezo a vomitar palabras delante de mi ordenador, empiezo a recordar instantes, segundos, momentos que me recuerdan que todo lo que he vivido merece la pena. Quién no se ha jodido la vida un día de madrugada y ha pensado que era el puto fin del mundo. Quién no ha descubierto, en lo que consideraba un error, un acierto que le ha hecho creer y crear algo nuevo. 
Nunca sabemos cómo llegará a nosotros la mejor oportunidad de nuestra vida.

Te conocí, por dos palabras y unos ojos que quería ver más a menudo. Encontré un camino nuevo en un lugar que me traía recuerdos malos y que a pesar de las ganas, no quería que continuase en mi vida. Encontré, nuevas formas de hacerme daño, desde un lugar que para mí era sagrado, y desde que me fui, sonrío más. Pero no debo engañar a nadie, rompí con toda mi vida porque me comía el miedo, porque sentía que me estaba arrastrando a un fango del que no sería capaz de salir.

Morir en el intento. Siempre me pareció mejor opción que ponerme a llorar por las esquinas. Amo el puto fango, ese en el que estás metido hasta las rodillas, que apenas te deja moverte y que cuando lo hace, simplemente te atrapa más. Nunca aprendí a dibujar, ni a cantar, y resulta que tu voz, con tus canciones retumba en mis oídos. Simplemente, desde ese fango, me dedicaba a deslizar mis dedos por un teclado que vaciaba mi cabeza.

Tengo el estómago encogido, el alma en vilo y las ganas a flor de piel. Porque tú me miraste, y no fuiste como una más de cientos que han clavado en mí sus ojos. Y me di cuenta, que hay muchas cosas que por lejos que estén pueden acabar muy cerca, apenas unos milímetros de distancia.

Y sí, por ti, por ti, por ti. Cualquier cosa.

9.1.20

Carta para nadie (o para ti)


Querida (des)conocida: 

Hace un par de días que me hice añicos y aún sigo intentando descubrir cómo poder recomponerme. Te quedaste con piezas de mi alma, he intentado recogerlas todas bajo mi almohada, que guarda mis lágrimas y mis recuerdos, de ti. Pero no logro juntar todas mis piezas, parece que han decidido quedarse en las costuras de tus labios o engarzadas a ese alma tuyo, tan grande y lleno de luz.

Me quitaste el frío de los últimos días de verano, esos en los que yo, rodeado de muerte, encontré calma. Me diste el calor, justo y necesario para arrancar, y me redescubriste que sigo teniendo unas alas, que jamás pensé que serían para volar.

Eres, lo suficientemente alta para tu estatura, y al final es, tu capacidad para creer, crear y emocionar, lo que hace que seas mucho más grande. Y resulta, que en esos centímetros de distancia que nos llevamos, encontramos un punto medio, un instante en el que nada importa, en el que se puede parar todo aquello que nos rodea, porque da igual.

Me pediste que te olvidase, me dijiste que no me preocupase porque sería fácil. Y sí, ojalá te pudiese olvidar. Pero te has quedado a vivir en un rincón de mi cabeza, del que no deseo que salgas. Y lo que es aún más importante, tengo tus ojos clavados en los míos, mis labios recuerdan los tuyos y tengo, pedazos de ti dentro de mi alma. Las manos que atenazan mi estómago, cada vez que paso mis dedos por las letras, son las mismas que me impulsan en tu recuerdo.

Que si no te olvido, es porque ni quiero ni puedo. Que si no te olvido, es porque hay quien aparece por un tiempo y quien para el tiempo por aparecer. Eres de las segundas, de las que entra sin llamar, de las que tiene la capacidad de reconstruir una vida en sólo un segundo y de cerrar heridas hurgando en ellas.

No necesitaste ponerle efectos especiales ni fuegos de artificio, porque tienes la capacidad de crear magia con tus miradas, igual que yo vomito letras por mis manos. Quizás, ahora mismo esto sea el reflejo de tu luz, quizás ni siquiera yo exista.

Me dijiste, no te lo has imaginado. Es, de verdad.

Siempre atento a cada instante, porque caer nos lo tenemos permitido pero debemos recuperar el aliento y, volar.

No te quiero olvidar.

No te puedo olvidar.

No (te deseo) olvidar.

Siempre.




8.1.20

Sempiterna


Ella, la esencia de la vida comprimida en apenas ciento sesenta centímetros de cuerpo. Sus lunares, una constelación a lo largo de su cuerpo, que quizás, en algún sueño vehemente, me propuse unir con mis manos y mis besos. 

Tenía más cicatrices que yo mismo, que cuento con algunas, emocionales, incluidas. A cada costado de su cuello, un breve recuerdo, una incitación al optimismo, un punto de partida para crear una nueva historia a través de algo que ya no está.

Igual que quise unir todos los lunares de la constelación de su cuerpo, me propuse encontrar en el fondo de sus ojos, color esmeralda, una red de historias que girasen con las mías. Qué curioso encontrar un color de ojos tan especial y mirarlos con unos tan vulgares. En su mirada, que es lo realmente bello de sus ojos, te encuentras a esa pequeña niña que fue, que busca, ansiosa, conocer y saber. 

Divaga por cada una de tus cicatrices, entrando en las heridas, desvelando cada motivo que las creó y cerrando sus puertas con un beso que no te da, pero que sientes en el alma. Ella, con la mirada curiosa, sincera, penetrante, intensa, reina del drama, sabe más de la vida que muchos otros que han vivido bastante menos.

Se le rompieron los labios por las costuras de tanto sonreírle al mundo. Quiso recomponer los míos, muertos, vacíos, y sin darse cuenta, devolvió la vida a mi vida. Asimétricamente imperfecta perfección la suya. Se desvive en cada instante, sería capaz de morir por quien merece la pena. Lo que no sabe, es que si un océano se nos cruzase, sería capaz de achicar cada centímetro cúbico de agua, aunque me llevase media vida, simplemente si ella lo susurrase.

Ella, la chica de la luz, tiene magia y encima se encarga de ponerle unos jodidos efectos especiales que te pueden dejar estupefacto. Es capaz, en esa curvatura convexa de sus labios, de crear realidades que, simplemente aceleran nuestros desacompasados ritmos arrítmicos, impulsados por ese músculo encargado de regir, no sólo las pulsaciones, sino la vida.

Me susurró con letras dos palabras, a kilómetros de distancia. Y se me paró el corazón. Y eso, que a veces, no vale eso de, ojos que no ven, corazón que no siente. 

Sus labios disparaban aviones que se estrellaban en mi garganta, y aún, recuerdo, como se despegaban de mis labios, como si no fuera ayer, como si volviese a ser, mañana.   

4.1.20

Luz.


¿Alguna vez os han acariciado el alma con un beso?

Es una sensación extraña, una especie de temblor hasta las entrañas que se produce con un beso, una caricia  o un abrazo que es capaz de estremecer tus latidos durante un segundo o quizás más. Puede que cambie el pulso de toda una vida en tan sólo segundos. Un beso que te estremece el corazón es una suerte, una especie de bendición, que te recuerda que está ahí, no sólo para latir por ti y porque sigas viviendo, sino para quedarse mudo y derrochar hasta el último latido por quien es capaz de pararlos.

Mi alma es algo oscura, anda perdida y dubitativa en el purgatorio, pendiente de los pasos que voy dando para unirse a mi sombra y ser capaz de hacer vida a mi lado. No se deja ver por mi alrededor, aunque de vez en cuando, en ocasiones puntuales, se cose a mis talones y me observa. El otro día, entró hasta lo más profundo de mi cuerpo para quedarse. Lo sentí, estuvo aferrada a mí durante toda la noche. Y la acariciaron, tanto que casi quiere quedarse a vivir para siempre aquí.

La madrugada nos sorprendió, esos amaneceres tardíos de la ciudad del frío con la catedral más hermosa del mundo, aún no habían llegado. Lo vi por una claraboya, cegado por unos ojos que quería seguir mirando hasta el anochecer de los míos, por lo menos.

Pausa, pasión, corazón. Nunca había descubierto que unos labios, guiados por unos ojos cerrados pudiesen decir tanto en apenas unos segundos. Sus labios se despegaban de los míos por primera vez en la historia, y supe que se quedarían grabados en mis retinas hasta que se apaguen. Enmudecí. Simplemente recuerdo sus enormes pupilas, abiertas hasta la extenuación, mirándome, atentas y atónitas y el gesto que se repetía de nuevo. No podía abrir los ojos, yo, que siempre había encontrado en los besos un momento para parar el mundo y ver a esa persona besándome. Yo, que nunca los cerraba para no sorprenderme al abrirlos.

Sus pupilas decrecieron. Agarró mi mano derecha, se aferraba fuertemente a ella y yo no podía ocultar que sus ojos me habían atrapado. Eran, bueno, debo decirles que son, de los más bonitos que he visto jamás.

Paramos el tiempo, lo hicimos nuestro y cada fracción de segundo era un instante para no olvidar.
Un beso. Otro, otro, otro. Caricias en su espalda y miradas infinitas. Ha parado el mundo pensé, tiene los superpoderes que siempre le había dicho, no sólo la luz, no la magia, sino todo al mismo tiempo y además, sus efectos especiales son una jodida maravilla.

No comprendo, como dice Zahara, qué voy a hacer con todos los abrazos que, hice a medida para ti. No volveré a ser quién conociste.

Es imposible volver a respirar o latir con la misma frecuencia, con el mismo pulso después de que alguien te ha estremecido el alma y tú, has quedado tocado por una luz cegadora. Por unos labios con pausa, sin prisa, con pasión, que tienen la capacidad de decirte sin palabras lo que ese corazón que late siente en ese momento. No se puede ser igual, después de perderte en unos ojos, que la belleza no son los ojos sino cómo se mira. Y ella, ella, créanme, no mira, ella atrapa y sueña, ella devora la verdad y cumple sueños. Ojalá esas pupilas gigantescas, en esos ojos abiertos, mirándome de nuevo, como esa noche que ya era de mañana, como ese final, que ya era principio.

Ojalá.