Seguidores

23.7.15

Brillar

Hace un calor sofocante, apenas son las nueve de la mañana y el termómetro supera los 25 grados. Me siento asfixiado, y el día no se presenta demasiado bien. Hace tan sólo un par de horas que han regresado de aquel lúgubre hospital, parece que todo sigue igual. Está a punto de cambiar.

Un imprevisto estruendo irrumpe con ese apesadumbrado silencio que inunda el pequeño piso del centro de la ciudad. Se ha terminado. ¡Joder! ¿Cómo puede haber pasado? Las cosas no deberían haber cambiado de esa forma tan repentina.

¡Maldita sea! Se ha ido, así, en silencio, prácticamente igual que sus dos últimas semanas. Había dejado de hablar y prácticamente de cualquier otra cosa que hiciese ver un pequeño atisbo de vida. 

Ya no era, ya ni estaba allí.

A ese instante en el que te sientes desprotegido, le sigue un ritual silencioso, algo parecido a un baile que jamás has ensayado pero cuyos pasos nacen de ti con una naturalidad inesperada. Tras un día que fatídico, no hay otro adjetivo que pueda expresar todo eso y este no se acerca demasiado, te encuentras delante de tu armario, eligiendo la ropa más oscura que tengas para demostrar a los demás que eres tú el que ha perdido a alguien.

Nos señalamos ante aquellos que deciden acompañar ese caminar silencioso hasta la despedida. De nuevo te encuentras sólo, aislado de un mundo que ni mucho menos ha dejado de girar, pero del que has decidido bajar, para respirar y tomar impulso. Tardarás en volver a subir, meses, quizás años, y no será igual que antes. Ahora, te dedicarás a sobrevivir, porque vivir como lo hacías antes no es una opción viable tan siquiera.

Y se van en días de sol y un tremendo calor. En pleno verano, cuando la gente más disfruta, tú te sumes en una oscuridad que parece perpetua, pero que tan sólo dura hasta que quieras que dure. Y acabas brillando, porque hay quien lo merece. Y seguiremos brillando siempre, allá donde la vida nos lleve encontraremos motivos para no dejar de luchar ni de sonreír.

Brillad, que para volver a la oscuridad siempre hay tiempo, pero para demostrar que tenemos luz, más luz que nadie, siempre es tarde.

“Eres grande, muy grande” – me susurró. “No permitas que deje de brillar, y nunca dejes que esa luz se apague”.


Y quizás no brille por todo lo que he pasado, sino por todo aquello que tiene que llegar.

22.7.15

Irr(e)alidad.

Me niego a pensar que no fue real. Ella era como esa mano que necesariamente tiene que mantener firme el bolígrafo para poder comenzar a trazar unos renglones torcidos.

Sus ojos, los malditos cómplices de mi inestabilidad emocional. Esos, que guardan con mis pupilas más de una historia que algún día nos decidiremos a contar. Historias que tienen un principio, que dibujamos hace un puñado de meses en esas frías rocas de un camino aún por andar, pero de las que aún no conocemos el triste final.

“Tu mirada es dulce” – se atrevió a susurrarme una madrugada en la que las cosas que no nos dijimos apenas eran importantes porque nos llenamos de verdades. Mi mirada, como si fuese algo del otro mundo lo que estos ojos pueden transmitir.

Esa descompensación entre ella y yo se solventaba a base de miradas, de actos insensatos que partían desde nuestras pupilas y acababan en unos labios tan rotos por el frío como por las malas historias que precedían a estos ojos.

Sus labios, rotos como los míos, se llenaban de algo que jamás había encontrado, de esperanza por algo mejor, una especie de locura insensata sustentada en largos silencios que ella llenaba, y espero que siga llenando, con actos imprudentes de sus manos. Esos actos tan imprevisibles dejaban un halo de algo imposible de definir, pero tenían la capacidad de llenar esos silencios en los que se encontraba sumida.

Tiene, unos rasgos perfectamente imperfectos y además aunque esté rota por las cicatrices que otros han dejado, o por las costuras que se entreabren cuando acecha la realidad, sigue teniendo una infinita belleza, que sólo se rompe entre los llantos que la dichosa fortuna es capaz de ocasionar.

Puede que sus largas piernas, sus rojos labios, sus tímidas e imponentes pupilas, su sonrisa oculta, sus eternos silencios y su largo mar profundamente negro no sean la conjunción más perfecta que existe, pero son el cúmulo de aciertos desatinados más perfecto que conozco.

“Bendita decepción la mía al verte ir, porque tuve la suerte de encontrarte al llegar. Y volvieron mis miedos a esconderse al verte aparecer entre mis labios”.



20.7.15

10. Vuelve.

Por muy oscuro que todo esté, el sol siempre vuelve a salir. Quizás sea esta una estúpida filosofía que nos permita emocionarnos con algo mejor a pesar de los malos momentos que podamos encontrarnos a lo largo del camino. Admiro a quienes tienen esa capacidad de emocionarse, y esos otros que se dejan sorprender por las pequeñas cosas.

El sol, ese enorme astro que nos proporciona luz y calor, y que a pesar de nuestra inconsciencia como habitantes del planeta sigue ahí de manera incondicional. Eso es más o menos lo que alguien importante debe representar en nuestras vidas.

Un sol radiante e incansable. Lo malo de nuestros soles es que en demasiadas ocasiones se quedan solos y acaban apagándose. No es culpa nuestra, todo se acaba. Siempre. Quizás hoy se apaguen más soles que mañana, pero es un dato irrelevante. Por cada sol que se apague deberían encenderse diez nuevos.

Resulta una tarea complicada convertirse en alguien así para otra persona. Dar calor cuando se enfrían las manos y el alma, estar siempre ahí, ser capaz de arrojar luz cuando se ciernen sobre los pensamientos del otro las tinieblas. Y lo más complicado, mantenerse a esa distancia prudente en la que sigues cobijando sus pasos a pesar de que esa persona haya olvidado todos los momentos y comience a dejarte en la absoluta soledad del espacio.

No quiero decirles que yo haya sido sol de alguien. Les estaría mintiendo, aunque supongo que esa es una de las partes buenas que tiene el escribir, que se puede mentir. Pero, he de confesar que he coincidido con un par de soles, puede que alguno más, y alguna que otra luz, me atrevería a decir que esta es casi celestial, que me ayudó a continuar caminando.

El sol brilla. Te has ido. Ha pasado demasiado tiempo, pero sigues ahí, brillando, lejos, más de lo que me gustaría, pero sigue ahí tu luz. Esa luz.

Diez. "No permitas que nunca se apague esa luz, Seguirá brillando con la intensidad que tú quieras que brille".



13.7.15

Para ti

Para ti:

Puede que ahora apenas recuerdes esos días en los que tu cabeza se levantaba y se acostaba conmigo, o al menos pensando en mí. Porque siempre fuiste más tú que yo. Y eso que yo intente que todo aquello fuese un nosotros.

Pero ya da igual lo que diga, porque ni tan siquiera te molestarás en buscar, en eso que algunos afirman que tienes, corazón, para saber si quisiste querer alguna vez o tan sólo fue una pérdida de tiempo.

Te quierose. Y creo que algunas veces sigo haciéndolo, pero siempre dio igual, o eso creo. Y volverás, porque aunque te hayas ido, hay quien siempre vuelve. Y continuarás haciendo todo aquello que me desarmó al completo en cada noche, cada roce y cada si encadenado a un temeroso no.

Necesitaría un par de vidas para poder escribirte todo lo que necesito. Pero es suficiente por el momento. Te echo de menos, pero no vuelvas, porque caeré de nuevo. Te has ganado el cielo conmigo, o al menos eso dices algunas veces.

Esa tremenda normalidad que te caracteriza me encantaba y creo que nunca debes desprenderte de ella. Sin todo aquello que la gente no sabe de ti, no eres tú. Y tú, eres lo mejor que le puede pasar a alguien que esté tan loco como para sumirse en ese abismo en el que uno se instala para tratar de instaurar la paz en todo ese caos.

No hay caos sin amor. No hay amor sin caos. Y tu caos, querida, es lo más bendito que ha rozado estas pupilas desgastadas que tanto miraste, y que espero sigas mirando algún día.

Quiero decirte algo. Hace poco leí que no hay nada que no solucione una mujer con los labios pintados con carmín rojo. De eso sabes mucho, así que con esa mirada tan tuya, y con esta mía, podemos solucionar todo aquello que no supimos ni siquiera nombrar.

Maldita locura la nuestra, que cuando parece que acaba, quiero que vuelva a empezar.


4.7.15

La primera última vez

Un calor húmedo inundaba aquella pequeña habitación, en la que las sábanas se habían convertido en una efímera protección contra la realidad. Unas simples sábanas blancas que nos habían cobijado mientras nosotros nos queríamos a retazos entre mis vicios y tus piernas.

Estaba dormida. Eran cerca de las seis de la mañana cuando terminamos de querernos. Me quedé despierto tratando de buscar una explicación a todos aquellos sentimientos que habían aflorado al rozar sus labios.

Su pelo olía a vainilla. Me recordaba a esos enormes regalices rosas rellenos. Era más dulce que ellos, si cabe. Había sido la primera última vez de nuestra historia. Respiraba tan despacio y tan feliz… al cabo de un par de minutos me encontré sincronizado con ella. La respiración más hermosa de mi vida.  Sus labios, impertérritos, de un color rojo fuego decoraban su angelical rostro.

Me levanté. Salí de nuestra pequeña burbuja, y una fuerte bocanada de aire tibio me golpeó. Habíamos creado un ambiente único. Deambulé un par de minutos por nuestro diminuto piso, hasta que un cajón encontré un paquete de cigarrillos. Tan sólo había dos.

Abrí la ventana del salón, y encendí el cigarro. Una suave brisa me ayudó a despejarme. Mi pelo, alborotado, mis músculos aletargados. Humo. “¿Y si realmente es nuestra primera última vez?”. Más humo. “No puedo perderla”. Respiro el aire frío de la calle. Aún un poco más de humo. “¿Es feliz?”. Apenas dos caladas más bastaron para terminar aquel cigarrillo.

Mientras aún estaba en aquella ventana centrado en mis pensamientos, llegó ella. Y no puedo describir aquella visión. Una camiseta que dejaba intuir sus senos y apenas llegaba a cubrir el comienzo de sus piernas.

Pero que hermosa es. Se acercó, creo que sabía lo que estaba pensando. Pasó su mano derecha por mi pelo ya revuelto, se puso ligeramente de puntillas para susurrarme algo. “No te preocupes, va a ir todo bien. Te querré siempre”. Su mano izquierda se deslizó por mi torso y buscó mis manos.


Volvimos a la cama.

2.7.15

Una última mirada

Me susurró un puñado de palabras al oído, puede que fuese algo así como: “no te arrepentirás, confía en mí”. Acto seguido, colocó su rostro frente al mío y mordió mi labio inferior, me quedé helado. No sabía qué hacer, así que dejé que ella tomase las riendas de esa breve aventura que no sabía dónde iba a llegar. Tras el primer mordisco, jugueteó con sus manos en mi espalda, estaba sentada a horcajadas sobre mis rodillas, la bendita redención de sus caderas estaba entre mis manos, que recorrían nerviosas el camino que las cicatrices habían dejado en su espalda. Se aferró a mi pelo y me besó, apasionada e íntimamente, algo parecido a lo que eran siempre nuestros encuentros. Abrí los ojos en mitad de aquel fulminante beso, al contrario que de costumbre, los suyos estaban cerrados. Puede que estuviese cambiando algo.

Un profundo zumbido cerca de mi oído derecho me despertó bruscamente. Había sido un sueño. Maldita suerte la mía. Ahora también me ataca en sueños. Llevo meses sin verla y sus apariciones en mis sueños no cesan. Quizás la historia, que ya habíamos enterrado, aún no había finalizado.

Me aterraba que la historia, esa historia que habíamos forjado con los retazos que dejaban sus miradas y las palabras que yo callaba, se volviese en nuestra contra y nos convirtiese en todo aquello que no habíamos querido ser durante esos meses...

Nos encontramos, era inevitable. Volvió a sentarse a mi lado. Nos miramos, casi sin querer. Ella buscó en mi espalda eso que hace meses que dejó nada más empezar. Describía unos círculos concéntricos, creo que trataba de decirme algo que no podía expresar con palabras. Rehusé sus manos, me encerré en esa inhóspita soledad que me caracterizaba, Volvió a la carga dejando su mano sobre mi pierna, tan sólo recorrió un par de veces el estrecho camino que nos separaba, no quería irse.

Una última mirada, furtiva. La vi alejarse con esa media sonrisa que tantas noches había reposado al lado de mi oído. Me acerqué a su espalda y la rodeé con mi brazo derecho, envolvía su torso con mi mano. Se giró, no necesitó articular palabra.

Reposó su cabeza en mi hombro y allí nos quedamos, ella mirando unas estrellas que parecía que iban a apagarse de un momento a otro, y yo mirando su rostro, iluminado por la luz de esos pequeños astros.