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27.11.16

Declaración A.mistosa de Guerra

Declaración amistosa de guerra:

Este puñado de letras que he sido capaz de recoger, para plasmar en este abismo blanco, tiene un fin muy claro, quiero una guerra contigo. Y quiero que sea eterna, como tú y yo. Siempre he oído que en estos casos, todo vale, y yo quiero que todo lo que valga, sirva para que tengamos una larga y próspera guerra. Porque en el fondo siempre (desde que somos), es lo que he anhelado a tu lado, una guerra interminable, que comience con tus pies caminando junto a los míos y con tus labios atados a mis recuerdos. Que mis pupilas queden colgadas de tus ojeras en esas noches en las que menos dormir, cualquier cosa nos vale.

Esa guerra, eterna, es lo único que me mantiene con vida. Que me empuja a perseguir cada sueño incesantemente, y es que anhelo ir devorando avances, en esta carrera de fondo que nos presentan como una aventura de obstáculos y tan sólo existe uno, nosotros mismos. Pero por suerte, desde que tú, como un maldito faro en la inmensidad del océano, alumbras este camino, me tropiezo bastante menos. Y si caigo, cosa que suele pasar cuando uno quiere correr antes de caminar, sé que estás ahí, para ayudarme a levantarme cuantas veces sea necesario, una y otra vez, hasta que agarrado de tu mano, o más bien enganchado a ella, logremos, juntos, conquistar cada maldito centímetro de esos sueños que perseguimos sin cesar.

Y en esta guerra, en lugar de bajas, quedan recuerdos y cambios a mejor. Me has enseñado a volar a pesar de que no haya red alguna que nos recoja si nos cortan las alas. También, he descubierto que una guerra que empieza en mis ojos y acaba con tus labios apretando con fuerza los míos es lo único que quiero. Sólo quiero una guerra eviterna, de cien años o de lo que nos quede, pero que deje un hueco tan grande en la tierra que cada persona que pase por donde ahora pisamos, sepa que allí hubo algo que fue capaz de parar el mundo.

No dejes que esas alas dejen de agitarse jamás, porque tú, vuelas con tus propias alas, sin más motor que esa sonrisa perpetua, y una larga lista de sueños que poco a poco conquistas y sólo te llevan más y más alto. Siempre querré ser como tú cuando sea mayor, porque no hay mejor forma de pasar los años que seguir mirando la vida con tus ojos, con unos ojos de niña pequeña, que buscan incesantemente cosas nuevas y no pierden jamás la curiosidad, ni el brillo. No dejes que nada ni nadie los apague jamás.

Eviternamente tuyo.






24.10.16

"No me olvides" (Como si eso fuera fácil) A.

Me dijo, mirándome a los ojos, estando los míos empapados de lágrimas, “no me olvides”. Y ella desconocía que la llevaba cosida a mi piel, igual que esa sombra que se aferra a nuestros talones y no quiere nada más que reflejarnos, pues yo la llevaba entrelazada a cada una de mis células epiteliales, convirtiéndome así en todo aquello que ella dejo aquí. En catedral, frío, sonrisa, escaleras de besos, atardeceres eternos en sus pupilas, agujas de una catedral que se rompe ante mis ojos si ella no está, en arco, puente, calle, historia, vida.

Avanzar Impertérritamente Deseando Amarnos. El resumen perfecto de un futuro que ansío a cada palabra que tecleo. Y ella, mientras, me mira con esos ojos que borran al resto del mundo cuando estamos juntos, con esas ganas de nada menos de nosotros, que al fin y al cabo, lo somos todo. Y en esa tormenta de tiempo, cuando todo se nos pone en contra, nos aferramos a la mano del otro y avanzamos, con ese paso firme que se desmarca entre tus pies cuando caminas con la certeza de que este es el único camino que existe para poder llegar a ese estado sostenido de bienestar emocional perfecto si está ello, y algunos lo llaman felicidad, cuando para mí, es únicamente A.

Y una ráfaga de aire, cálido, de un sur imaginario que para ella no existe, me anuncia su llegada, inminente. Y vuelvo a irradiar esa maldita luz cegadora que me acompaña desde que ella existe conmigo, o mejor dicho desde que, por fin, existo con ella. Huele a mar, a isla, a sonrisa constante, a besos largos que dejan sin aliento pero que dan vida, a risas, abrazos, miradas que hablan más que mil palabras.

De nuevo (me) vuela, tan lejos como puede, pegado a esas alas que brotan de su espalda cuando se deja ir. Y ahora sí, está claro, voy a coserla a mi piel, con sangre y tinta, para que ese para siempre que nos hemos prometido desde el inicio de una historia eviterna.

“Ad Augusta per Angusta”, al éxito a través del esfuerzo, como filosofía de vida, de historia, de nuestra historia, que por muy difícil que nos venga, siempre acabamos saliendo a flote, juntos.


“Y si vas a volarme, que sea mientras me clavo en tus pupilas, que nunca se te vaya de esos ojos brillantes, los restos de un tipo que sabe que no hay nada mejor que un vuelo sin motor, si es para aterrizar de nuevo en esos labios, que sólo dan paz. No te olvides de brillar”. M.  

5.10.16

sueñA.

La consecución de un sueño, escalar la cima más alta que uno mismo crea y superarse. Destrozar por completo esas bagatelas que se dedican a lastrarnos.

Y una luz, casi cegadora, me encoge el alma, cada vez que me mira, que me destroza, que me tiembla por dentro y se dedica a empujarme a ser yo, simplemente uno mismo, ese que ya había olvidado y que necesitaba recuperar. La de la sonrisa perpetua, la mirada irreverente, la felicidad constante y consciente de que lo imposible sólo existe en nuestra imaginación.

La risa perfecta a un te quiero, la mirada intensa a un lamento extenso, el perdón oportuno ante cualquier error. Ese gesto tan suyo que me desmonta cada vez que lo hace sin querer y me brillan los ojos al verla ser, simplemente ella…

Un rastro de nieve tras unas pisadas certeras, un brillo estremecedor tras las sombras más oscuras. Y al final de todos los caminos, esos que siempre me dijeron que llevaban a Roma, me llevaron a coser mi sombra a sus talones, para no perder de vista el destino. El futuro perfecto de un tú y yo, tan irreverentemente complejo y tan simple que resulta imposible pensar que no será eviterno.

Y sus ojeras, agudas como las agujas de la catedral, se clavan en mis sueños, partícipes de sus desvelos en las madrugadas eternas que nos atan a la cama. Y sus labios, perfectamente delineados se desdibujan frente a mis dientes que los buscan con esa calma previa a la tormenta, que se desata cuando nos rozamos y por un instante borramos todas nuestras huellas.

Tormenta de arena en plena ciudad sin playa ni mar. Destello de sol entre un millar de nubes, agua en el desierto y frío en el infierno. Simplemente, la sonrisa perfecta para un corazón descerrajado a tiros por una vida que se comporta como si pudiese juzgar una historia.

“Y nuestra historia no conoce principio ni fin, y nuestra vida no es vida si no estamos los dos aquí”. M.



20.9.16

A.lis Volat Propriis

Ella me miró como si nada más existiese en el mundo. Con sus ojos marrones, totalmente abiertos, mientras una sonrisa se iba dibujando poco a poco en su rostro. Tiene una luz tan brillante, que a pesar de cegarte al principio y de asustar, porque crees que por acercarte apagarás o atenuarás su luz, es capaz de invadirlo todo. Se cuela por una rendija y de pronto te hace estallar por dentro, lo pone todo patas arriba y cambia tu semblante serio por una sonrisa, hasta con su recuerdo es capaz de dibujar esa felicidad tan absurda, casi propia de niños, pero que cuando eres adulto es aún mejor.

Y de pronto, te encuentras inmerso en una felicidad que hace años que eras incapaz de experimentar, y el estado transitorio se convierte en realidad, en día a día y en ella. Porque ella es felicidad. Ella, tiene la capacidad de romperme por completo, reconstruirme desde las cenizas y hacerme resurgir cual ave fénix. Ella, que cuando pasas por tu sitio maldito te agarra la mano, la aprieta fuertemente y no dice nada, simplemente espera, a tu lado, por si tienes ganas de huir, para hacerlo contigo, o si por el contrario lo que quieres es llorar, prestarte su hombro. Y después, cuando todo pasa, se planta frente a ti, se pone de puntillas y en un beso de esos largos te susurra, tranquilo, que yo estaré aquí siempre.

Y me rompo. Me deshago de esa estúpida coraza que elegí para protegerme de la realidad y me dedico a ir descubriendo cada milímetro de su cuerpo, con besos lentos, caricias largas y mordiscos rápidos. Y ella, con paciencia, espera que toda esa estúpida aura de un tipo sin alma, se disipe, y con esa luz que le hacen ser casa, empieza a tocar tu corazón, y lo hace latir de nuevo. Como si jamás se hubiese parado, con una fuerza inesperada en un tipo descorazonado por voluntad propia.

Volver a volver. Creer de nuevo en una vida, en un sueño y en un todo que se articula sobre uno mismo, pero con una compañía eviterna. Porque, señoras y señores, seremos eviternos. Sí, si logramos que un solo lugar sea capaz de recordarnos, y tenga la capacidad de hacer vibrar a quienes pasen por allí, o simplemente guarden nuestro recuerdo y nos lo devuelvan a pasar por estas calles, lo seremos.

EVITERNOS. Atemporales. Simplemente un par de personas que comparten luz, camino y destino.

Y hoy, tras todas estas ruinas, dejo que su luz salga con mis letras.


“Ella vuela con sus propias alas, pero créanme si les digo que compartimos el vuelo, que hay destino y nos queda mucho camino por recorrer”.  M.


"Sincericidio" - Leiva

15.7.16

Once

Estás ahí, al borde de mi garganta, sé que quieres escapar, llevas demasiado tiempo encerrado. Un nudo cierra mi estómago, parece no tener fin esa horrible sensación. Ahora golpea mi cabeza, sus sacudidas son fuertes, apenas dejan que me mantenga en pie. Por fin me tumbo sobre la cama, un pinchazo en el costado y en la zona lumbar me paraliza, una tenue luz ilumina la estancia y sólo puedo mirar al techo. Respiro despacio, llenando todo lo que puedo mi diafragma y conteniendo el dolor en el costado. No lo puedo aguantar y el aire se escapa entre mis dientes, acompañado de un leve pitido proveniente de mi garganta, sin duda quiere escapar.

Despierto con un grito sordo de madrugada, algo me ha llevado a despertar. Por suerte, no soy capaz de recordar lo que me ha hecho gritar. Vuelvo a caminar enfrente de ese lugar, me sigue helando la respiración, pero he conseguido pasar por delante de la puerta, algo es algo. Pero no estaba solo, supongo que esa luz que algunas personas son capaces de irradiar con una sonrisa, una mirada o un simple gesto acaban por calentar un poco el alma de quienes creen haber perdido absolutamente todo.

Ahora, comienza un camino diferente, nuevo, plagado de unas huellas que creía completamente borradas. Ese viejo sueño me sigue invadiendo, me estremece cada vez que vuelve. Aún recuerdo esos pasillos pintados de un color crema, empapelados hasta media altura y unas finas láminas de madera coronando el límite del papel, supongo que buscan darle calidez, pero todo es tan lúgubre que nada consigue dar luz a ese lugar. Un profundo olor a hospital mezclado con desinfectante llena por completo las fosas nasales, se adhiere a la ropa y a todo cuanto está a su alcance. Se apodera de las personas, las hace más y más pequeñas, las apaga por completo. El largo pasillo no se acaba, parece interminable, quizás mis pequeñas piernas de entonces lo recuerden más largo de lo que era. Todas las puertas entornadas, ruidos de máquinas emitiendo funestos pitidos se cuelan entre las rendijas que dejan éstas. Y por fin llegamos. Blanco sucio, triste, desgastado. Paredes con demasiadas vidas perdidas. Un par de mesillas, como si alguien las utilizase. Unas ventanas que rompen todo y dejan pasar la luz y el color. Una cama articulada, sábanas blancas, impolutas.

Aún oigo cada respiración, muy forzada, rota, artificial. Y esas manos, grandes, trabajadas, que tantas otras veces me habían apretado la mano, seguían haciéndolo, bueno, simulando que lo hacían. Parecían, parecías, en otro lugar. Muy lejos, demasiado. Supongo que lo bueno es poder irse, cuanto más tarde mejor, pero estamos aquí para eso, nadie vive para siempre sobre este suelo. Pero lo que más duele, lo más complicado de todo, no creo que sea el momento en sí, creo que dejar atrás todo lo que construyes en la vida es lo más difícil de asumir, no para quienes se van, sino para aquellos que, en un acto de irreverente locura, asumen que no queda más opción que quedarse y luchar. Levantarse y aguantar. Luchar. Seguir viviendo una vida que ya no lo es, para hacer algo en lo que realmente creen. Sobrevivir.

Y en eso consiste todo, en sobrevivir, en aguantar todo lo que viene y seguir siempre ahí, incansables.


“No es sencillo recorrer un camino sobre el que no quieres andar, pero siempre hay unos pasos que me guían, unas manos, fuertes y firmes que dirigen todo, sé que va a llegar, sé que estás, que vas a seguir estando. Te tengo cerca. Vuelve, para no irte jamás”. M. 

7.7.16

El camino

Últimamente leo bastante, casi siempre lo mismo, como si quisiese sacar de unas palabras que he leído cinco veces en las últimas semanas un mensaje distinto cada vez, uno que sea capaz de satisfacer todo eso que me revuelve por dentro. No surte el efecto deseado, es más, creo que ni siquiera ya produce un efecto. Me agita, me vuelve a obligar a volver mis ojos sobre esas letras escritas a mano, me rompe, me desgarra de arriba abajo, y me deja de nuevo ahí, tirado en mi silla de escritorio, blanca, impoluta, como si nunca nadie se hubiese sentado allí. Vuelvo a tener esos papeles ante mis ojos, busco una pista, un atisbo de una genialidad que no espero y que quiero que me devuelva las esperanzas perdidas.

Vuelve. Cada noche, sigue siendo ese último pensamiento que cruza raudo por mi cabeza y que desvela mis profundas ganas de dormir y no despertar en unos días, de dormir, y estar en ese mundo onírico en el que todo es posible, en el que sigues estando ahí, aquí, conmigo. Me pongo música en los oídos, suenan Quique González, Vetusta Morla, Love of Lesbian e Izal. Te encuentro en cada una de sus letras, como si me estuvieses acechando bajo esas canciones que me gustan, que me recuerdan que aún hay algo por lo que merece la pena seguir impulsando los pies hacia delante.
Te encuentro siempre que no deseo buscarte, y cuando te necesito, también apareces. Ese recuerdo me está desgarrando por completo, apenas tengo una imagen clara en la cabeza, pero el nudo en el estómago me recuerda que sigues ahí. Y como siempre, cuando todo parece estar sumido en una realidad demasiado oscura, aparece alguien que lo llena todo de luz, que hace que esos fatídicos sueños se conviertan en simples sueños, que no me quitan más que un par de horas de descanso. Alguien que le da un nuevo sentido a canciones que antes estaban vacías, y que hace que los lugares de la ciudad tengan un color diferente en mis recuerdos, porque aparece en ellos.

Y la vida son pequeñas grandes revoluciones, que te llevan a un nuevo camino en el que lo importante no es la meta sino la compañía, en el que los sueños que parecían inalcanzables se comienzan a rozar con la yema de los dedos, y esta vez estoy completamente seguro de que voy a poder aferrarme a ellos. No sólo por mí, por todo eso que llevo pegado a la piel, que es lo más importante, por esos recuerdos, esos latidos perdidos, esas lágrimas contenidas y por todo eso que está por llegar, por todas esas sonrisas, porque ahora sí, voy a morder esos sueños para devorarlos por completo y poder seguir el camino.


“No es más fácil, si lo fuese no me gustaría, pero es mucho más divertido”. 

20.6.16

¡Qué bien!

Una especie en extinción, de sonrisa completa e inconsciente, permanentemente radiante y con destellos de felicidad. De ojos vivos, curiosos, que hacen que se sumerja hasta el fondo y entre la maraña de dudas, te arrastre hasta la superficie, como si fuese la encargada de rescatar barcos hundidos, esos que nadie sabe si tienen monedas de oro o baratijas, ella siempre se arriesga, y todo brilla, pero es por ella. La he visto bucear en las pupilas más hastiadas y desoladas del mundo y reflotar en ellas un breve ápice de esperanza, es capaz hasta de descolgar sonrisas en labios impertérritos, pues se desvelan en su presencia y dejan que salgan brillantes restos de algún tipo que alguna vez fue algo parecido a lo que ella consigue hacer que aflore.

Probablemente no se hayan percatado de su presencia, pues necesitan indagar más entre sus cabellos y en torno a sus labios para poder conocer mejor todo lo que esconde. El lienzo de su rostro invita a que las manos se deslicen sobre él, casi sin rozarlo, pero sintiéndolo. Unos labios desgastados, devastados por las frías costumbres de un lugar tan lejos del suyo. Pero aún así, contra viento y marea ella no ceja en su empeño de sonreír. Armónicamente imperfecta, se erige como un halo de luz entre la oscuridad cegadora.

Absolutamente incapaz de abandonar. Irremediablemente curiosa e innegablemente aventurera, quizás todo eso la lleve a un agónico final en el que todos lo lamentarán y ella estará orgullosa de todo lo que ha descubierto. Pero lo mejor de todo esto no es descubrir todo aquello que esconde, sino poder presenciar esos momentos en los que ríe y se vuelve desconcertantemente bella, ella no tiene ni idea de eso, pero llega un instante en el que te envuelve con cada carcajada, se deja caer y te ayuda a levantarte.

Es indescriptible en muchos aspectos. Pero quizás si ven esa sonrisa, sólo con eso, sean capaces de descubrir quién es. Sólo entonces, cuando sus manos se encarguen de enmarcar el rostro que se coloca ante ella, serán capaces de entender que es imposible volver a separarse de esas pequeñas cosas que da sin saber. Muchas veces teme todo lo que hace, piensa que es imposible volar en compañía y razón no le falta. No hay vuelo más bello que el suyo, en soledad.

Los demás, simples mortales debemos conformarnos con permanecer anclados a un suelo en el que ella una vez naufrago, verla volar alto, todo lo alto posible, hasta confundirse con las nubes y dejar que cuando caiga en picado, aterrice en unos brazos en los que llorar, sólo hasta recuperarse de nuevo, y volar.


“Y no nos deberían haber dejado nada más que la capacidad de ser ríos, para huir o para dejarnos llorar. Y huimos hasta encontrarnos y nos dejamos llevar hasta que necesitamos huir. Ahora vuelas, lejos, a diez mil pies de altura sobre mi cabeza, y aquí dentro, sigues, como si jamás te hubieses ido, como si aún siguieses respirando sobre mí, en mi costado, llenando de latidos un corazón que estaba congelado”. M.




4.6.16

Y tú, aquí, de nuevo...

La tormenta perfecta, la calma antes de que se desate la tempestad. Esa inhóspita tranquilidad que se vive en el ojo del huracán. Todo eso era ella, la aceleración perfecta de una suma de historias que convertían su vida en una sola cosa, una sensación constante de inseguridad. Es, en suma, el cúmulo de una serie de ideas y circunstancias que se quedan adheridas a su coleta y que cuando se suelta el pelo y comienza a brillar, desaparecen. Deja paso a una mirada clara, nerviosa y agitada, que busca incesantemente algo que hacer o decir, pero más pausadamente, como si estuviese fuera de sí.

Ahí llega. Un ruido de tacones anticipa una sombra alargada y esbelta. Con el pelo suelto, despreocupada, avanzando sin temor en un mundo en el que los peligros no dejan de acechar. Pero a veces siente que tiene el control de todo, y se desata, como si nada atenazase su estómago o sus piernas y le permitiese caminar sin esa pesada carga que vive instalada en su cabeza. No verán que eso suceda muy a menudo, pues ni ella misma se permite tomar las riendas de una vida que se presenta delante de ella y se niega a pisar con firmeza y determinación.

En algunas ocasiones se descubre, se deshace de todo eso que nubla sus ideas y se deja ver. Deja que de sus labios se descuelguen tímidas sonrisas, que todo vaya a una velocidad más lenta, que todos puedan ver en su máximo esplendor a alguien que aún no se ha dejado ver por completo y que está a punto de eclosionar. Baja las revoluciones hasta igualarse con el resto del mundo pero evidenciando la perfección que oculta bajo esas amplias pestañas y esa mirada tan cálida. Aunque no siempre es así, en ocasiones puede dejarte helado con un gélido gesto de esos ojos radiantes.

Magistral, anticiclónica, radiante, incontestable, novedosa, anárquicamente perfecta. En resumen, ella.


“Que nada te haga cambiar, porque algún día te descubrirás y comenzarás a morder ese mundo que tantas veces te aterra. Tan sólo debes encontrar el momento perfecto para comenzar a conquistar todo aquello que deseas, porque está ahí, en tus manos”. 

1.5.16

Ruleta rusa

“Y si todas mis despedidas tienen que ser con un beso a esos labios tuyos repletos de lágrimas, nunca dejaré de volver, para poder besarte siempre como esa primera vez”.

Ella, olía a beso a la desesperada en un andén de estación de tren abandonada. A una ducha con agua tibia después de llegar a casa empapada. Era, tan sólo, una vaga idea en mi cabeza, pues de ella no me quedaban más que las prisas por escapar y algún que otro mensaje fugaz en busca de unos brazos telemáticamente perfectos para llorar.

Él, olía, a libros viejos, a libros nuevos, a palabras apresuradas en unos labios llenos de carmín. Olía, a una historia triste y sin final aparente. Era una imprecisión constante en busca de unas piernas lo suficientemente largas como para no volver a pisar el suelo.

De sonrisa ecléctica, ojeras punzantes, mirada eléctrica, llanto grave, risas lúgubres, miradas ardientes y besos heladores. La mujer perfecta para un tipo que está tan muerto por dentro que las enredaderas están comenzando a apoderarse de sus pies, rozan el estómago y se lo mantienen cerrado, como si de una montaña rusa se tratase.

De miradas apagadas, sonrisas borradas, ojeras perpetuas, labios sellados y palabras sin destino. El hombre perfecto para la mujer rota, desgastada por los costados de tanto respirar sin aire, de tanto llorar sin lágrimas y de tanto borrar a golpe de tinta las puñaladas.

La pareja perfecta.  Una depresión subida a un tren sin destino, que va en una bala de pistola que juega a la ruleta rusa. Se dispararon cinco veces sin éxito, sabían que la próxima vez tendría dentro esa última bala, la definitiva. Olvidaron dispararse, por el momento, prefirieron volver a volar hacia nunca jamás, en busca de ese tesoro perdido, la inocencia y las ganas.

Se encontraron allí, atados el uno al otro por los tobillos. Se cayeron cien veces antes de dar cuatro pasos seguidos. Se acostumbraron a caminar, los dos, de la mano. Guardaron en la guantera de un viejo Mustang aquel revolver con una sola bala. Para que cuando llegase el momento de la máxima desolación, tan sólo hubiese que apretar el gatillo para culminar esa hazaña que algunos hubiesen llamado amor.

Un primero de mayo. Un ruido sordo en un piso del centro de la ciudad. Platos intactos, copas perfectamente colocadas. Un beso en la mejilla. Unas sonrisas veladas bajo las sábanas.

La mujer de las ojeras como las agujas de la catedral y el hombre repleto de palabras que no había escrito, se quisieron, como si todo hubiese pasado.


Sólo había comenzado.

26.3.16

Lo teníamos todo

Lo teníamos todo, estábamos condenados a la completa felicidad.

Yo me dedicaba a extirpar con precisión clínica de su espalda mojada, de tanto caer entre sueños y dar con la maldita realidad, sus recuerdos, para poder dejarlos grabados a golpe de letras en mi memoria y en mis dedos para poder devolverlos cada noche a esa espalda que se encontraba llena de cicatrices. Ella, por el contrario, se encargaba de elevar, hasta el cielo de su boca, por lo menos, mi estado de ánimo. Ambos nos dedicábamos a acumular vistas perfectas del otro. Mi mejor vista era ella.

Todo partía de mis agotadas pupilas, que se fijaban distraídamente en sus labios, perfectos, partidos por el frío y abiertos por esas lágrimas saladas que tantas veces había tenido que derramar, pero perfectos. Esos labios, cosidos, el uno al otro en un intento desesperado para retener las palabras, para que a pesar de luchar con todas sus fuerzas y colarse entre esos dientes que mordían para amar, no pudiesen atravesar el muro débilmente invisible de sus labios. Todo eso se ocultaba en, y tras sus labios. Creo que no dejaba que escapasen porque le parecían demasiado frágiles como para poder volar en este mundo tan rudo, superfluo y etílico.

Después de sus labios, me perdía en sus ojos, más oscuros si cabe que esta alma mía, que crepita cada vez con más fuerza, cuando siente que te has ido y que puede que jamás vuelvas. Profundos como abismos, pero tan llenos de esa vida que me faltaba, que era imposible dejar de contemplarlos. Un mechón de pelo cubría su ojo izquierdo, siempre aparecía en mitad de sus profundas reflexiones, sus irreverentes contestaciones y cuando era incapaz de controlar ese desacompasado y perfectamente rítmico movimiento que envolvía todas y cada una de sus acciones. Y yo, tatuando cada gesto en mi memoria, me quedaba embelesado en esa asimetría perfecta de su baile.

Su nariz, rota en la parte más alta, descendía hasta permitir que encontrase su pequeña cicatriz en el labio derecho, que acariciaba despacio con la yema de mis dedos, para no permitirme olvidarla. Unas facciones perfectamente regias, que se dibujan ante mí cada vez que puedo tener el lujo de evocarla con palabras.

Un cuerpo inmaculado, cosido con tinta en el costado y en la cadera, con unas palabras que eran tan nuestras que nunca jamás nadie podrá volver a pronunciarlas sin sentir un escalofrío recorriendo su espalda, para que todos sepan, que fueron más nuestras que de nadie en el mundo.

Sus vistas, se centraban en un pobre tipo, desahuciado y acuciado por una carencia de palabra y obra. Un monumento andante a la decadencia. Con un breve don para recordar todo aquello que necesitaba ser fijado en las pupilas y en los recuerdos, pero incapaz de generar algo digno de ser recordado. En suma, un tipo que tenía menos de lo que quería, pero gracias a ella, mucho más de lo que merecía.

Lo teníamos todo, parecíamos condenados a la eterna felicidad. Y así fue, hasta que una noche, sumido en ese afán de cerrar cicatrices para siempre, se volvió contra mí.

- “¡Vuelve!” – gritó poseída.

Descerrajó una especie de disparo emocional justo en el cielo de mi boca. Todo saltó por los aires, pero tenía razón. Esa acuciante falta de vida parecía hasta impropia de mí. Se levantó de la cama, se puso una de esas camisetas blancas de tirantes, que dejaba entrever todo lo que escondía y que se ceñía por encima de esa cintura perfecta. Se encerró en el baño, comenzó a sollozar.

Y yo, me quedé ahí, como si todo aquello fuese un mal sueño, porque lo teníamos todo, estábamos condenados. Condenados. Ahí quedó mi cabeza, estábamos condenados.

Espero volver y cumplir esa condena a la eterna felicidad, y que sigas ahí, esperando a que seamos nosotros los únicos en hacer realidad cada una de las palabras que llevas cosidas al cuerpo con sangre y tinta.

Al fin y al cabo, las condenas eternas jamás pueden terminar. Tendremos la resiliencia suficiente como para poder cumplir todas esas promesas que se nos quedaron en los dedos y en los labios, también esas que aún hoy caminan engarzadas a tu pelo.




8.3.16

Cuerdas

Nos rasgamos las bocas como si de las cuerdas de una guitarra se tratase, y lo hicimos tan desesperadamente como aquellos que saben que el incierto futuro les separará para siempre. Si bien es cierto que no nos separaríamos entonces, sí que vislumbrábamos uno de esos finales anunciados, como la muerte que narra Márquez. Quizás, fue eso lo que nos impulsó a destrozarnos de aquella manera, a borrarnos las comisuras para poder tatuarlas en nuestras retinas, y, a besarnos como nunca antes habíamos hecho.

Nos digerimos lentamente, saboreando cada ápice de nuestros ya desgastados labios, y nos comimos una y otra vez, hasta que no dejamos ningún rastro del uno sobre el otro. Algo así como un último intento desesperado por recordarnos para siempre, a pesar del fuerte efecto que pronto ejercería el olvido sobre unas pupilas marchitas, que una vez estuvieron repletas de ganas.

La caída de dos gigantes, sus ojos, y mis letras. Me desgasté las yemas de los dedos, de tanto describirla en cientos de papeles repletos de espacios y carentes de ideas, esas, que antes la habían recorrido de arriba abajo, haciéndose dueñas de cada pliegue de su piel. Sus ojos, se quedaron mudos y se quebraron en más de mil pedazos, cuando rota por la inconsciencia de ese estado de perpetua dependencia, me dijo que no podía más, que ya no (me) podía querer más. Una última declaración de todas esas intenciones que se quedaron ahí, entre mis yemas y sus pupilas.

Se tatuó resiliencia en el costado, yo me resigne a ser mediocre. Las dos cruces de una historia tan triste como nosotros, cuando negábamos callados todo lo que éramos, pasión, sutileza, silencios y secretos. Nos dedicamos mil y una historias, cruzadas entre nuestras id(e)as, de lo que somos, y venidas. La desdibujé cada noche, hasta crearla de nuevo, se desvaneció, como la arena de playa que se escapa entre las manos.

Y volvió. Y nos tocamos las cuerdas rotas, para curar viejas cicatrices que aún supuran recuerdos. Así seguimos, destrozándonos muy de vez en cuando para poder reconstruirnos, cual ave fénix de sus cenizas. Ella desde mis manos, yo desde sus ojos.



28.2.16

Alas de mariposa

Tenía la espalda repleta de unas mariposas que jamás le ayudaron a levantar el vuelo. Pero allí estaban, poblando, de arriba abajo su columna, ocultando un rastro de deseos y sueños incumplidos que adoraban acumularse en su espalda, para acercarla, cada vez más a ese fango terrenal que muchos llaman vida. Vida, o la existencia mediocre con el objetivo de hacer que nadie sobresalga para no tener que preocuparnos de ser mejores que nosotros mismos.

Allí estaba yo, contemplando esas mariposas, rozando con las yemas de mis dedos todas y cada una de las decepciones que representaban, y alentándolas a batir las alas para que ella volviese a levitar. Nos volvimos irreverentemente adictos a esos vuelos, bajos, de apenas unos segundos, que nos llevaban a unas sonrisas que titilaban entre todas aquellas tempestades que nos arreciaban cada vez que nos escondíamos entre nosotros mismos.

Sus sueños, se aferraban a mis pasos inciertos, y se empeñaban en acompañarme hasta mi ascenso a los infiernos, que lamentablemente, eran muy a menudo. Parecían atados a las costuras de mi sombra. Un triste abismo para unos vuelos de duelo preciosos. Por el contrario, mis sueños, permanecían impasibles entre los pliegues de sus sonrisas, que no eran tan certeras como antes. Y esas ínfulas de grandeza de esta cabeza distraída y cansada, se mecían entre unas piernas eternas, unos cabellos frondosos y oscuros, y unos ojos tan profundos como las llanuras abisales del océano, azules oscuros, que se tornaban en un tono más claro cuando la “felicidad” invadía sus pupilas. Y sí, “felicidad”, porque es algo inexistente, simplemente son momentos perfectos que quedan grabados a fuego en esas retinas que insisten en vivir.

Un cuerpo sin historias, no es una vida. Y ella, por suerte, tiene más de una, como los gatos, debe ser por la mirada felina que se gasta cuando quiere, de amor. Y en eso estamos, en hacer levitar unos sueños que ella da por perdidos con unas malditas mariposas grabadas con tinta a lo largo de su columna. Arrastrando mis dedos entre ellas, para hacerla recuperar las sensaciones que una vez tuvo, entre tanto, nos lanzamos unas miradas, nos dedicamos unas sonrisas entrecortadas y nos besamos distraídamente.

Se gira hacia mí sobre las sábanas blancas que nos cubren. Mis dedos se han despegado de sus alas, imposible resucitar, ya no queda esperanza en mis yemas. Se queda mirándome fijamente, siempre que está así tengo unas ganas enfermizas de no despegarme de ella jamás, y por fin, sus labios, movidos por unos hilos invisibles que nacen en sus comisuras, se deslizan hasta mi oído derecho.
“Vamos a borrarnos las cicatrices y a levantar el vuelo. Despiértame cuando dejes de quererme, tengo miedo a caer” – susurró.
Me besó en la mejilla. Y quise morirme allí mismo, junto a, más bien, entre sus brazos, para que no nos separásemos jamás.

Aún seguimos volando. Nos caeremos, sí, pero a ver quién es capaz de obligarnos a no levantarnos.

“Las mariposas volaron, nuestras almas, cosidas a sus alas, están por ahí, conociendo un mundo lejos de eso que algunos llaman vida. Llenándose de cicatrices”.


22.2.16

Siempre quiso ser Poesía.

Ella siempre quiso ser poesía. Una de esas combinaciones de palabras irremediablemente cortas que mueven los cuerpos por dentro. Quería ser metáforas, paralelismos y sinestesias. Pero lamentablemente, toda la poesía que quería ser, estaba en mis dedos, y yo, nunca supe escribir poesía.

Tan sólo sé  observar esos labios, anhelando aquellos tiempos en los que las sonrisas me las dedicaba a mí, o en los que se dedicaba a cerrar las heridas de mi piel a golpe de besos. Y esas manos, que yacían impávidas sobre los latidos alborotados de mi corazón desacompasado, mientras su cabello, se agolpaba entre mis manos, y las enredaba en unos sueños que nunca fuimos capaces de pagarnos con actos, ni con palabras.

Ahora que lo pienso detenidamente, quizás toda esa poesía que siempre me dijo que quería ser, era ella. Quizás, a través de estos ojos, agotados y ojerosos, hiciesen de ella poesía en cada mirada, pues la poesía mueve los cuerpos, alimenta las almas, y su visión provocaba todo aquello en mi interior.

Éramos, dos almas embravecidas en una noche de tormenta eterna, y nos despedazábamos cada vez que dejaba de llover en nuestras pupilas, porque no sabíamos, y seguimos sin saber, vivir en paz. 
Porque nos mordíamos en cada beso, simplemente por el puro placer de hacernos daño, y nos matábamos en cada esquina, a besos, porque no podíamos vivir sin ese llanto constante. Teníamos tanto que dejar escapar, que se nos escapó hasta la vida juntos.

Yo quiero poesía, no hacerla, sino sentirla, vivirla, como antes, cada día. Poesía, de unos besos amargos, de unos labios rotos por las comisuras, de unos ojos entreabiertos en las noches de invierno, de madrugadas de sonrisas maleducadas que se escapan cuando tan sólo queríamos dedicarnos una tímida aprobación. Yo quiero esa poesía eterna, que me desgarraba por dentro, que aceleraba unos latidos que creía perdidos, que me mataba cuando escribía versos lejos de mis pies. Una de esas poesías en las que nuestras manos digan todo eso que llevan meses callando. Poemas que curen las cicatrices que nos quedan, para poder marcarnos de nuevo, a sangre, fuego, tinta y besos si es necesario.


Quiero, al fin y al cabo, que volvamos a ser esa poesía irreverente, que hacía versos de cien sílabas, que no riman, pero que suenan tan bien al sentirlos, que lo de menos, es que sean letras. 

Quiero, mi poesía.

2.2.16

Olvid.arte

Digamos que temo olvidar todo aquello que te encargaste de grabar a fuego en mi memoria, porque si todo eso sucede, este corazón que late intermitente, puede que cese en sus intentos de llenarme de vida, y me lleve. Tan lejos de ti, que será imposible que me recuerdes.

Porque en el fondo, tan sólo vivimos de eso, de unos recuerdos que nos marcaron tan profundamente las pupilas, que a cualquier sitio al que dirijamos nuestra vista, aparecemos nosotros mismos. Comiéndonos las costuras de todas aquellas cicatrices que nos habían marcado antes de encontrarnos, devorando, entre tus labios abiertos y mis ojos cerrados, una historia que parecía no querer terminar, pero que frenó en seco una tarde de noviembre, bajo un sol cansado que no calentaba y unas hojas funestas que no dejaban de caer.

Me mintieron tus ojos, espero que no puedas negarme esto jamás. Nos despedimos fríamente, con un abrazo que nos quemaba a los dos, lleno de palabras que debería haber dicho para mantenerte aquí, a mi lado, y completamente lleno de una infinidad de gestos que te guardaste para algún día, porque sé, que volveremos.

Y ahora, los dos, rotos por una distancia que nosotros mismos marcamos, por unas líneas que nos esforzamos en repasar una y otra vez, para hacernos frontera, esa que hace unos meses era la que marcaban tus caderas a un ritmo exagerado mientras caminábamos, no porque fueses inalcanzable, sino porque todo aquello que se ponía ante nuestros ojos, con unos simples pasos quedaba atrás. Tu frontera de nuestra historia.

Ahora nos asaltan las dudas de futuro, repletos de gatos y en soledad, pero volveremos, nos juramos volver, jamás de palabra, pero espero que esa idea aún habite tu cabeza, porque esta historia no puede acabar en un mes de noviembre. Nos quedan palabras, regalos y experiencias por disfrutar, los dos. Y me temo, que esto, como todo, tiene un maldito final, abrupto, desolador, pero que sea en un día con sol, que nos lloremos (por dentro y por fuera) y que nos marquemos. Porque no sólo los malos recuerdos y las heridas dejan cicatrices.

Yo, ahora que ya no sé lo que seremos, aspiro a quedar grabado en esa espalda angelical tan tuya, repleta de cicatrices tatuadas. Ahí, en un puesto de honor, espero que escribas con tinta azul mi nombre y nuestra historia, porque te acompañará siempre. Y si tus ojos azules se hacen niebla, tus recuerdos te abandonan y mis días sin ti nunca acaban, te acompañe quien te acompañe, verá esa tinta del azul de tus ojos plasmada en tu espalda, y por mucho que pase el tiempo, sé que seguirás recordando todo lo que no nos dijimos en aquella tarde de noviembre, que espero, no sea un punto final.

Por mi parte, prometo, ¡qué ironía!, no olvidarte jamás. Creo que es imposible. También te digo, que algún día te grabare a sangre, aguja y tinta. No con tu nombre, pues sería demasiado fácil evocar así todo lo que suscitas en mí, pero puede que sí con algo tan tuyo que me haga verte cada vez que recuerde que te llevo en la piel. Puede, que si eso sucede, sea demasiado tarde como para que lo sepas, pero no hace falta, al menos, de momento, te tengo grabada a fuego.


“Que te espero, sin esperanzas, pero con ganas”.

27.1.16

R.esiliencia

Resiliencia. Deriva del latín (como no) resilire, literalmente significa: saltar hacia atrás, rebotar, replegarse. Y según la RAE, la definición más correcta para lo que quiero transmitir es la siguiente: capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversa.

Y esa simple palabra, repleta de significado, aparece cosida a su cadera derecha, aunque siempre he pensado que me define más a mí que a nosotros. Aunque en realidad estaba ahí mucho antes de que yo llegase, pero la tomé tan al pie de la letra, que resistí, siempre, a todos esos vaivenes que tenía y traté de mantenerme impasible a su lado. Siempre quise que mis brazos, se aferrasen a sus anclas, porque en el fondo, fue ella siempre quien puso mis pies en la tierra, a su modo, era mi ancla. Y me perdía cada vez que se iba, me hundía, pero cuando recordaba esas letras aferradas a su cadera, me decía a mí mismo que debía aguantar, pasase lo que pasase. Contra viento y marea, nunca mejor dicho, su ancla que era la mía, y su resiliencia que era la nuestra, esa capacidad de soportarlo todo, por muy mal que nos viniese la vida en esos instantes.

Es curioso, que algo que acaba  en la piel de una persona, algo que eliges expresamente el sitio donde permanecerá, si lo consideras necesario, para siempre, tenga su origen en un idioma que lo es todo. La reina del latín, resilire. Y en el fondo, seguimos resistiendo.

Desde el primer momento me enganché a esos ojos azules, pero en cuanto descubrí cada secreto que escondía, especialmente ese que estaba marcado a aguja, sangre y tinta, me volví un maldito adicto a su piel. Nunca le llegué a proponer que marcásemos todo aquello que existía con fotos, letras o tinta, porque sé que aunque no queramos, permanece adherido a nuestras retinas, cosido al corazón que en cada bombeo recuerda todo aquello que fuimos, o que somos, quién sabe.

La historia, nuestra historia, siempre ha estado repleta de latín, quizás porque para mí, ella era la reina de ese mismo idioma, pero también porque era algo que nos unía y que nos gustaba a partes iguales. Más tarde, asocié un aforismo en esa lengua, a alguien, que ni mucho menos era ella, pero que en algunos momentos me hacía revivirla. “Amor omnia vincit”. El amor todo lo puede, y aunque para esa persona es una definición perfecta, creo que en el fondo, no lo puede todo, porque hay cosas que sólo la piel consigue mantener, y a distancia, es tan difícil como no olvidar a quien ya no está.

En piel, a sangre, aguja, tinta y recuerdos, aún me llevas, lo sé, aunque te falten las tres primeras partes, la sangre, la aguja y la tinta, sé que en algún lugar, quizás el rincón más inhóspito de tu espalda repleta de cicatrices tatuadas, esté yo, aunque espero que estemos nosotros. Como una herida abierta, esa que de cuando en cuando sangra, para recordarte su presencia. Quién pudiera sangrarte para olvidarte. Espero que me lleves tan alto, que caer me parezca una obligación y no una maldita agonía.

Resiliencia – Capacidad de seguir muriendo mientras tú no estás, de revivir cuando vuelves, de sentir que te alejas y de sorprenderme cuando apareces de nuevo. Insuficiencia vital del yo si no estás TÚ.

Para mí, eso es resiliencia, espero que acabe cosido a tu piel, pero con estas palabras, con esos recuerdos y con todo aquello que no nos dijimos. Si quieres que esa cualidad permanezca en nosotros, vuelve, que las tormentas invaden mi cabeza y las nubes tus ojos azules. Que ya no somos, que no nos queda nada, que no tengo ancla ni puerto, que no tienes palabras, que no nos tenemos.

“Siempre he oído eso de que unos pies fríos implican un corazón caliente. Los míos arden, debo estar helado”. – M.


13.1.16

Guerra

Las secuelas de una guerra que no quieres librar suelen ser irreversibles. Es algo así como el peaje inevitable que has de pagar para circular por la vida. Puede que haya ocasiones en las que las secuelas apenas sean visibles o que al cabo de un tiempo, no dejen rastro alguno. Esas malditas consecuencias, me lastran cada día, me impiden acercarme incluso a un vago recuerdo de lo que fui, pero no me importa, sé que llegarán esos tiempos mejores en los que tan sólo tenga esos momentos como un maldito recuerdo en una, espero que para entonces sí, marchita memoria debilitada por el tiempo.

Libramos guerras cada maldito día, contra algunas enfermedades que nos asolan, contra gente que quiere luchar porque le han robado su camino o contra nosotros mismos. Y no queda nada, simplemente tratar de sobrevivir, como sea y anteponiendo lo necesario para continuar aquí. Pero es una tarea tan ardua, que a veces tirar la toalla se presenta como la única opción factible para dejar de sufrir y de pelear por algo que cada vez se aleja más.

Me rodean las indecisiones y las inseguridades, me atenazan cada vez que decido algo, y ya sólo me queda un pequeño resquicio de felicidad al que aferrarme para no dejar de luchar. Y siempre encontramos lo necesario, en el momento menos esperado, y por suerte, siempre viene de alguien, de una mujer.

Una mujer, irremediablemente perfecta. Unos ojos parduzcos enmascarados por unos párpados ligeros, son su rasgo más singular. Unos labios perfectos, sin fisuras a pesar de todas esas sonrisas que me dedica. Tiene algo roto, eso es cierto, el alma, porque joder cuantas personas somos capaces de destrozar en el camino que todos seguimos hasta la completa satisfacción, pues ella, se ha cruzado en demasiados que no eran los adecuados. Tiene unas clavículas de vértigo, profundas, como sus ojos, y tan sumamente complejas como todo eso que esconde bajo sus largos cabellos.

Cosió su suerte a mi espalda, jugó todas sus cartas a esos sueños irreductibles que se acumulan en mis ojeras, y es posible que jamás hayamos tenido nada más perfecto que esos momentos en los que se dedicaba a escribir, con esas manos heladas, su nombre en mi espalda. No sorteaba ni una cicatriz, las marcaba todas como suyas, propiedad de la chica de las tierras lejanas en los ojos.

Me prometió al oído que mi guerra era la suya, pero que la más importante, sin duda, era nuestra guerra. “Quédate a mi lado y luchemos cada noche, rompamos esos malditos planes y juzguemos a la luna cada vez que salga el sol. No te pienso perder, porque a pesar de todo, eres lo mejor que me ha pasado jamás”.

La comí a besos. Y ella sólo reía. Aún seguimos así, riéndonos mientras nos besamos. Aquí, luchando una guerra interminable, la de mis dedos y sus labios. La de mis miedos y sus esperanzas.


La suya, y por suerte, la mía.

12.1.16

Todos

Avanzo con el estómago anudado por unas calles desiertas. Cada vez que mis pies tocan el suelo, hojas mojadas se adhieren a mis suelas y me acompañan en el camino a mi triste destino. No cesa de llover, mi pelo empapado se deja vencer por el agua y acaba enturbiando mi visión. Los pasos que me quedan son de sobra conocidos, tampoco necesito ver lo que tengo delante, porque todo lo que me resultaba interesante, va quedándose atrás.

Vuelvo allá donde ya estuve una vez. Las paredes han cambiado sus colores a unos tonos levemente más vivaces, el silencio sigue siendo aterrador. Los jardines, tan verdes como hace años, y las habitaciones tan jodidamente carcelarias como me parecieron en mi última visita. Esas estancias de la muerte, porque en realidad es lo que espera cada una de esas cuatro paredes, siguen empapeladas hasta media altura, y después, un decrépito color amarillento, tremendamente resistente al uso, continúa hasta el techo. Pulcramente blanco.

Una cama y un sillón con un aspecto bastante confortable. Unas ventanas que gritan por la libertad de todo eso que fuera florece y dentro, tan sólo perece. Están entreabiertas, una tímida ráfaga de aire penetra en la habitación y regenera ese ambiente sumamente respirado, enturbiado por pensamientos nada positivos, visitas que se alargan demasiado y algunas palabras que quedan en nada ante el imperante poder de unos ojos que comunican todo aquello que pueden en vistas del triste final que les aguarda.

Las sábanas son más blancas, si cabe, que el propio techo. Están perfectamente planchadas, y dentro su cuerpo. Aún queda un resquicio de todo lo que fue, parece que tiene unas ganas tremendas de seguir luchando, pero se apaga. Un fuerte quejido, y todo lo que él era, se va. Y allí, atento a sus últimos instantes, aferrado a unas manos que antes me cuidaron y que ahora jamás volverán a indicarme el camino a seguir.

Silencio, un ruido sordo. Enfermeras. Se ha ido. Silencio ruidoso. Y allí, junto a esa puerta de color crema, maltratada por el paso del tiempo y de las personas, yo. Destruido, derrumbado completamente porque se había terminado. Mi espalda contra la pared, mis brazos golpean su habitación, intentando luchar contra un fantasma que ni siquiera existe. Las lágrimas comienzan a brotar, el teléfono suena en uno de mis bolsillos, no cesa jamás, o eso me parece. Acabo sentado en el suelo, mi rostro entre las manos y todo lleno de lágrimas. Joder.

No me dejan pasar, supongo que quieren evitarme una de esas agónicas visiones que te martirizan para el resto de los días que quedan en este camino. Una paz brutal. Silencio de nuevo.

Un frío recibidor, recubierto de mármol jaspeado.

Hoy también llueve, o llora.

Todos menos yo.


9.1.16

Desesperadamente en guerra

“Me despierto en sueños y aún sigues ahí, a mi lado, moviendo rítmicamente tu pecho, mientras tu pelo se cuela en mis sueños, su olor invade mis recuerdos y acabo besando ese cuello tuyo, tan delicado, perfectamente adornado por un pequeño símbolo que nos recuerda la fragilidad de todo esto que tenemos, o teníamos, o tendremos…Toda tú me evade y se empeña en encontrarme”. - Desesperadamente tuyo.


Y así cada noche, se despierta temiendo que ella no esté, que ella, se haya vuelto tan fugaz como esas estrellas que una vez soplaron y desearon juntos. Se sentía un tipo afortunado por poder compartir sus momentos con aquella mujer perfecta, de ojos negros, pelo oscuro, mirada incansablemente brillante y sonrisa perpetua teñida con lágrimas de cuando en cuando. Cada noche, se deshacía en besos por su espalda, besaba cada cicatriz hasta acabar en el tatuaje de su cuello, se volvían uno cuando sus labios se unían, nerviosos, buscando cielos en esos paladares hastiados de besos salados.

Se rompían en mil pedazos cuando nadie los veía, estaban enganchados. Él a esas pupilas de las que se desmarcaban un par de ojeras perpetuas, en las que reposaban esos sueños que no se duermen. Y ella, era adicta a sus letras, a sus ideas, y a esas inmensas ganas de ser el tipo desequilibradamente perfecto que era. Eran, una de esas parejas jodidamente perfectas, esas, que nunca terminan bien. Se acaban destrozando porque no conocen límites para querer, y es ese amor, incondicionalmente brutal el que acaba con todo. Devastador.

Destrozaron todos los registros posibles. Libraron una guerra, breve, pero intensa. Apenas unos meses les bastaron para acaparar todo el jodido amor del mundo y concentrarlo en unos míseros metros cuadrados. Una habitación oscura, repleta de sueños, jadeos y palabras, que se desvanecían cuando ambos se fundían, se mordían y se sentían.

Consumieron todas las existencias que les quedaban, firmaron un tratado de paz ficticio, se saldó la guerra con un par de muertos, y unas cicatrices irreconciliables. Un tímido beso acompañado de un par de puñados de lágrimas clausuraron la mejor historia de amor jamás contada.


La tuya y la mía. 

8.1.16

Las despedidas

Hace no demasiado, pensaba acerca de lo jodido que puede ser despedirse de alguien, y la verdad es que es algo tremendamente complicado. Pero esto se torna en una nimiedad frente al hecho de tener que vivir sin ese alguien al que has despedido para siempre.

Uno no se acostumbra a no escuchar esa voz que antes comentaba cada paso que dabas lleno de orgullo. No acabas de hacerte a la idea de que cuando tú te levantes ya no estará ahí, y tampoco imaginas la cantidad de hitos, para ti históricos, que se perderá porque te lo han arrebatado antes de tiempo. En realidad no te haces ni la más mínima idea de lo difícil que será volver a vivir, si es que se le puede denominar así a eso que uno hace cuando pierde a alguien, cuando toda esa fase de duelo, en la que te encuentras tremendamente acompañado, se disuelve y pasas a ser uno más en este mundo. Uno más con algo menos, pero ya a nadie le importa si lo llevas bien, si eres capaz de soportar las consecuencias que te ha dejado esa pérdida o de si eres capaz de levantarte por las mañanas sin derramar un par de lágrimas aún tendido sobre la cama.

Cuando la gente se olvida, eres el encargado de mantener vivo ese recuerdo que queda, de hacer que la pérdida sea menos evidente en tu día a día, pero que su vida sea inmortal. Y eso es lo más complicado, porque en realidad no tienes ni puñetera idea de cómo puedes hacer que no se te note carente de afecto o de aliento porque esa persona no está. Pero lo que si sabes, o deberías saber, es cómo hacer que sea inmortal. Porque al igual que mantienes vivo ese recuerdo en tu mente, a quienes lo merecen, les hablas de esa persona que tuvo que irse, y quien lo escucha se lleva una parte de su vida y eso permite que el recuerdo perdure, que siga tan vivo como lo estamos nosotros.

Y al final, acabas haciéndote a la idea de lo que es la vida sin ellos. Terminas por mostrarte súbitamente insensible a todo aquello que pretende atacarte, y acabas logrando cosas, porque quieras o no hay que seguir adelante. Te pierdes en fotos, te buscas en cualquier rincón de casa y te encuentras cada noche con su recuerdo. Has tirado su ropa, has guardado correctamente sus cosas, o quizás alguna la llevas contigo, porque te hace sentir un poco más fuerte. Pero ya no esperas cruzártelo por el pasillo de casa, o por la calle, ni una llamada de teléfono, ni esperas que esos pasos que salen del ascensor y ese tintineo de llaves se dirijan a tu puerta, abran y te digan que ha sido todo un sueño, que los últimos meses o años de tu vida tan sólo han sido una ilusión. Que aún quedan abrazos en sus brazos, lágrimas en sus ojos y sonrisas en tus pupilas. Que nada era cierto, pero por desgracia, todo es de verdad.

Es entonces, cuando estás en la absoluta ruina emocional cuando necesitas a esa gente, que tiene un don especial para sacar toda tu fuerza. Esas personas, que no tienen miedo a hurgar en tus heridas, que no temen llorar y reír contigo, esos que cuando consigues algo te miran satisfechos y agradecidos, como si los que se nos fueron nos mirasen a través de sus ojos.


“Y dejé de caminar, para poder reunirme contigo. Me encontré con unos ojos del color de la luna mirándome, disparando sonrisas para que me levantase y continuase el camino. Es inevitable que nos reunamos algún día, esta historia nuestra está condenada al final. Pero me encontré con una mirada especial, una que permanece inalterada pese a la adversidad, y con la que camino de la mano. Gracias”.