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24.1.14

Está muerto

El amor está muerto. Sí, yo desde aquí me atrevo a afirmarlo. Y creo que nadie podrá decirme lo contrario. Hace tiempo que vagaba moribundo entre la gente, pero ahora, definitivamente a tocado fondo. La verdad, no me importa demasiado, yo nunca creí en él, y quizás sea eso lo que pasa, que la gente ha dejado de creer y crear amor.

Ahora el amor se ha convertido en una brillante utopía que permite a cuatro idiotas estar en un estado de embriaguez permanente soñando con alguien inalcanzable. Esos locos, que aún creen, pero que nadie les invita a crear son los que han mantenido el amor vivo, pero ahora, hasta ellos se han topado con la cruda realidad.

Y es que, la vida nos permite jugar, hasta cierto límite, y quizás ahora le gente juegue demasiado con el amor. Puede que sea porque se considera que dos semanas es un logro, que soportar a alguien durante toda tu vida es un error, y que pasar una buena noche, es mejor que tener una buena vida.

Pero a quién le importa. La sociedad, enferma hasta los huesos ya no cree ni en ella misma, ¡como para creer en el amor! Yo, la verdad es que nunca creí demasiado en él. Y sigo sin hacerlo, porque aún no me ha demostrado de lo que es capaz. Aunque pensándolo bien, no quiero saber qué pasa cuando estás enamorado, porque prefiero mantener mis pies en el suelo, que andar por las nubes y caer de golpe de nuevo en este infierno.

Sigan haciendo lo que más les gusta, controlar todo, no mantener viva la llama, y no luchar por lo que quieren. Y si encuentran un resquicio de amor por las esquinas, o una pareja sonriendo, mírenles con odio, pues son los últimos valientes que crean y creen en el amor. Y ellos, realmente saben lo que es la felicidad.


23.1.14

Hace tiempo

Hay quien se enamora de una mirada, de una voz, o simplemente de una risa. Y les admiro, porque la mayoría se enamora de un par de buenos atributos, o de unas curvas que dejen mucho, o demasiado poco a la imaginación.

Pero esos que se enamorar de una mirada o de una risa… esos son buenos. Hasta que la ven, y se replantean eso de enamorarse de cosas intangibles, y entonces salen a relucir esas bonitas escusas como que no son compatibles, o patrañas semejantes.

Hace tiempo que me prometí no enamorarme, pero, si lo hiciese, algún día de estos, sería de palabras, y de miradas. Palabras escritas, y miradas sentidas, porque es lo poco que queda en este mundo de  verdad.

Y también hace tiempo que dejé de buscar por miedo a encontrar, porque no quiero encontrarme con algo que nunca quise. Puede que lo más sensato sea terminar aquí, esperar, sentado, a que llegue el tren de mi vida, para poder dejarlo pasar mientras corro por el andén, gritando que esperen tan sólo un minuto más. El tren rara vez espera por alguien, y por mí, ya esperaron varios más de lo debido, y aún sigo aquí, esperando en la estación, hasta que llegue el próximo. O a que alguno que perdí, vuelva a pasar…

Pero, hasta entonces, seguiré mirando por ahí, y viendo a esas parejas, que se besan apasionadamente en la calle, o van de la mano, y cuando llegan a casa ni se miran, por miedo a decirse la verdad. Porque quizás, si se miran, comprueben que son un par de desconocidos, jugando a sentir, a vivir, a decir que aman. Pero no son más que dos idiotas, burlando la verdad, calentando sus camas, mezclando sus destinos…

Si me lo permiten, hagan todo esto con intensidad, amar, vivir, suban a todos los trenes que puedan, siempre hay tiempo de tirarse de ellos, aunque sea en marcha.





19.1.14

Romper

Romper con alguien debe ser tan doloroso que permita no volver a repetir el error. No me gusta esa gente que corta algo y lo deja en una bonita y falsa amistad, que solo puede llevar a engaño. Soy más de esos que prefieren acabar por todo lo alto, sin lugar a la reconciliación, sin medias tintas, sin más amor, con llanto, con furia, sin miedo.

No puedo entender esos que quedan y rompen. Cuanto más frío mejor, me gusta dejar y que dejen una cicatriz tan grande y profunda como sea posible en mi corazón. Para que tarde en cicatrizar, y de vez en cuando me recuerde que no hay que confiar en nadie. Que el amor se acaba, que la vida sigue, y las mujeres… van y vienen.

Y ese tiempo de duelo que uno se toma cuando le dejan… ¿por qué? Supongo que debes estar mal, porque ese amor se ha terminado, pero creo que escuchando Sabina y aprendiendo a olvidar, todo se pasa más rápido. Sabina, dice en una de sus canciones, que tardó en olvidar, diecinueve días y quinientas noches. 

Porque los días son cortos, y las noches demasiado largas sin el calor de sus piernas. Y la recuerdas una, dos, tres, cuatro, y mil veces. Pero otra calentará tu cama, aunque nunca será como ella.

Y es que ella, esa a la que dejaste, por buscar otro amor, ya no se acuerda de ti…



13.1.14

Cuidado chaval

Una vez más, está ausente. Sí, esa persona que aunque digas que no, y que la has olvidado, sigues necesitando.  Pues justamente esa, es la que el día en que más necesitas que uno de sus rayos salve el mes, no aparece. Pero bueno, te vas acostumbrando, día tras día, desaparece, ¿y tú qué haces?

Sigues insistiendo como un idiota, pensando que ella acudirá en tu ayuda. Hasta que por fin. Después de… bueno, mejor no digamos después de cuanto, comprendes que ya no la necesitas. Porque a fuerza de tanto pasar de ti, tú, valientemente, has decidido pasar de ella. Y claro está, si algún día, las aguas vuelven a su cauce, tú serás el único responsable.

El primer día te acuestas con una sensación rara, como si te faltara algo… ¡pues claro que te falta, idiota! Pero piensas, que con el paso de los días, la cosa se irá mitigando. Y por supuesto, ese abanico de días que te espera, será todo un festival de alegría y color de rosa… ¡en serio! Dejemos de fantasear.

Probablemente esos días, serán los peores de tu vida, pero qué más da. Estás haciendo lo correcto. O eso piensas tú, y otro par de idiotas que andan sueltos por el mundo, pero te reafirmas en tu decisión, y antes de acostarte, cuando miras el calendario y ves que han pasado dos días… ¡Exacto! Te acuerdas del momento en el que te decidiste, y en el tiempo también, que pasa demasiado lento, y además parece que la herida en lugar de cicatrizarse, se está infectando.

¡Por fin! Han pasado treinta largos y penosos días, pero la has olvidado. ¡Lo has logrado! ¡Enhorabuena! Já. Eso no te lo crees ni tú, ahora que parece que ha desaparecido… en un momento de la tarde, ahí está. Un mensaje en tu móvil.

Y por supuesto que es suyo, siempre tuvo el don de la oportunidad, no lo olvides. Te pide disculpas por haberse ausentado durante tanto tiempo, y bla bla bla. Tú, que ahora ya no cedes a ese tipo de chantajes, dejas el móvil y vuelves a tus quehaceres, pero también dejas el mensaje.

Y en ese momento en el que estás en la cama, esperando a que un profundo sopor te deje inconsciente unas horas, para dejar de pensar, coges tú maravilloso móvil y contestas. No sabes porque, pero lo has hecho, y para colmo te sientes bien.


Efectivamente, el tipo duro ha vuelto a caer. Y en un par de meses volverás a la misma senda. Así que una de dos, o lo haces bien, o empiezas a hacer algo para que esto no pase. Porque queda muy mal, y acabarás siendo el malo de la película, y pidiendo disculpas por haber sido tan estúpido… Pero qué le vamos a hacer, como diría Sabina, creo que: “Cuidado chaval, te estás enamorando”. 

12.1.14

Sin dudar

Hace no mucho tiempo, me dijeron que el no estar con ella era lo mejor, porque habría terminado haciéndole daño. Y sí, seguramente la cosa hubiese terminado mal, bastante mal. Porque dos corazones que no existen sin su coraza son difíciles de romper. Y los dos, más kamikazes no podríamos ser. 

Y en ese intento de querernos hasta dejarnos sin aliento, de rompernos en mil pedazos sin duda habría desembocado en una guerra. Pero no una cualquiera, una sin fin, abocada a un amargo final. Un final en el que los dos, rendidos, cansados de amar desaforadamente, hubiéramos roto eso tan especial que nos unía…

Pero, ¿no es eso acaso el amor? Querer hasta que duele. Querer incondicionalmente, sin importar nada más, querer ser por y para el otro. Querer ver su sonrisa, que sus miradas brillen por ti, que sea una historia sin medias tintas, sin descansos, sin rutinas ni monotonía.

Y qué les voy a decir, yo para eso no sirvo. Tan sólo concibo los extremos, o todo o nada. No hay punto medio, o quiero, o mato queriendo. Pero no con ella…

Quizás si tengan razón, y cada segundo, cada acción, me llevaba a un destino separado de su lado. Y puede que sea lo mejor, porque de haberme enamorado, de esa manera, irracional e incondicional, quizás ahora estaría llorando por las esquinas como si fuese un alma en pena. Ahora, en lugar de eso, me lamento con palabras vacías por su ausencia…


9.1.14

Barbie

Me encantan los amores de bar. Sí, ya saben, esos distorsionados que comenzaron su andadura a eso de las cuatro de la madrugada, y con unas cuantas copas encima. Creo que son la fiel representación de nuestra sociedad. De usar y tirar vamos, como si de un vulgar pañuelo de papel se tratase. Y es que ocurre algo bastante cómico, desde mi punto de vista al menos…

En primer lugar, nos encontramos con ese macho dominante, que sale a comerse la noche, bueno en realidad se comerá todo lo que le pongan por delante, pero eso no es de mi incumbencia. Y nuestro macho dominante, algunos con un generoso escote, muy masculino, por supuesto, salen con ese clan de “hombres”, en busca de presas, también denominadas mujeres. Podríamos decir que salen buscando faldas. Y bueno, lo primero se… ponen a tono, con bebidas espirituosas y después sueltan su lengua para “conquistar” alguna mujer. Les digo conquistar por decir algo, porque lo improperios que salen de sus fauces, en fin… merecen una mención aparte.

Luego, nos encontramos con esas mujeres, hiperarregladas y por supuesto, castas y puras, que sale con un hermoso y pomposo grupo de delicadas barbies, que ya no buscan a Kent, buscan al primero que pase.

Y así, estas dos bonitas especies, se encierran en un local, con la música muy alta, un calor infernal, y repletos de gente. Ellos, lanzados en busca de algo que llevarse a esa hambrienta boca, ellas… delicadas, y haciéndose las difíciles. Tras unas cuantas copas y horas soportando esa música, comienza el ritual, y al final, Barbie, no se va con Kent, pero son felices, durante un par de semanas, hasta que lo dejan.

Al final, Barbie, tras encontrarse con muchos “hombres” en su vida, para a pensar (no siempre, y mucho menos todas), y decide buscar a Kent, su príncipe azul. Sí, ese que se ha pasado un cuarto de su vida colgado de una tía que no le ha hecho ni puñetero caso, y ahora, que ella quiere y esta puta vida le deja, por fin la suerte le sonríe. No es con  Barbie con quién él acaba, y él, ni mucho menos es Kent. Pero ella, es una princesa, y él, será su príncipe. ¡Que le jodan a Barbie!


Y Barbie, se queda sin Kent, sin el deportivo rosa chicle, y sin la mansión. Y se va con cualquiera, que le mantenga los vicios, pero que sólo sea un amor, de un rato.

6.1.14

Ella

Hoy, mientras volvía sentado en uno de esos autobuses, féretros metálicos de gente que va de un lado a otro, que ni se fija en la persona que tiene al lado, que ni habla con otro ser humano, a no ser que esté al lado de uno de esos bichitos con teclas que absorbe a casi todo el mundo, he pensado. Bueno, más bien he recordado, y es que, la he recordado a ella, su nombre es un vago rumor en el viento, pero si cierro los ojos aún puedo ver a esa niña rubita que me hacía los veranos más soportables…

Lo cierto es que la vi con asiduidad hasta que cumplí los doce o trece años, luego, todo cambio. Las veces que ella iba a buscarme no me encontraba, o más bien, no me dejaba encontrar. Y luego, cuando por fin nos veíamos, las palabras se amontonaban en mi cabeza, y mi lengua, seca por los nervios, no era capaz de articular ni una sola sílaba.

Y es que, siempre me defendí mejor con las letras sobre un papel, que con las palabras cara a cara. Ahora recuerdo, que siempre estaba pensando en ella, y aún lo hago, aunque no con tanta frecuencia.

Tan sólo recuerdo un instante en el que a ninguno de los dos nos hicieron falta las palabras. Era una calurosa tarde de verano, una de esas en las que el sol cae a plomo sobre las calles, y las nubes se van acumulando para despertar en una tremenda tormenta veraniega. Los dos habíamos rehusado ir a la piscina con el resto de nuestros amigos del pueblo. Y ambos, estábamos tremendamente morenos, a causa de pasar tantas horas en la calle bajo el sol, jugando, hablando, y riendo. Aquel día, fuimos juntos a dar un paseo por el pueblo, ninguno lo sabía, pero esa iba a ser una de las últimas veces que nos íbamos a ver, yo tenía unos doce años, y ella trece, creo recordar.

Bueno, caminamos durante un largo rato, e incluso pasamos por la piscina, donde nos inundaron los gritos y las voces de los niños jugando. Luego, decidimos ir al único oasis que había en el pueblo.
Era un pequeño parque que contaba con unos cuantos árboles, lo suficientemente altos como para proporcionar una buena sombra, y una pequeña fuente, en la que el agua siempre estaba corriendo.

Nos sentamos en uno de esos bancos de madera, y hablamos un poco, después, cada uno volvió a su mundo. Y de pronto, mientras pensaba en qué decir, ella acarició mi mejilla con el dorso de uno de sus dedos de la mano derecha. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo.

Me asusté, y la miré. Estaba allí, con un diente de león entre sus dedos, y una perfecta sonrisa en su cara. Me miraba con una ternura que jamás había visto en nadie que no fuese mi madre. Estaba sonrojada, ella tampoco sabía porque había hecho aquello. Susurró unas palabras, para que yo soplase aquel diente de león, insistí en hacerlo a la vez. Ella accedió.

Nos miramos durante un segundo, y soplamos al unísono, y voló. No pedí un deseo, pero, ella me regaló un beso, uno de los primeros, uno de esos que no se olvidan…

3.1.14

Saltar al vacío

Necesitaba acabar con todo aquello. Y a pesar de que siempre había sido un tipo bastante  valiente y consecuente con sus actos, decidió tomar la decisión más cobarde posible. No    podía llevar a cabo ese triste plan en su casa, jamás permitiría que ellos le encontraran así.

Si había decidido acabar con aquella triste historia que llevaba sobre su espalda, debería ser lo más anónimamente posible, debía ser un final digno de todo aquello. A su familia le dejaría una nota, explicándoles el porqué de todo aquello que iba a suceder en las siguientes horas. Y a ella… bueno, a ella le dejó una pequeña carta, que rezaba así:


A ti, mi mundo:

He reído y llorado contigo. Pero también te he hecho sufrir. Escribo estas líneas para decirte todo lo que siento por ti. Necesito decirte todo esto, antes de dejar atrás este mundo.

Vendería mi alma al mismo diablo tan sólo por ver tu sonrisa una vez más. Te quise siempre, pero me aparte de ti para no hacerte daño. A fuego en mi memoria quedan todos aquellos momentos que vivimos los dos juntos.

Cada mañana al despertar, cuando te veía dormir, y se dibujaba una sonrisa en tu rostro… te veía tan feliz…

Aquella noche tras unos meses sin vernos, cuando te acompañaba hasta tu casa, cuando nuestras manos se rozaron levemente y yo miré al cielo mientras tú suspirabas… eso, jamás lo podré olvidar.

Los primeros días cuando nos conocimos, o el día que me quedé sin palabras cuando te vi frente a mí en la puerta del piso.

Lo siento. Siento todo lo que he hecho y no ha sido bueno para ti. Siento no haberte dicho que te quería, no haber aprovechado cada segundo a tu lado.

Siento no haber sido tan bueno como tú mereces.

No puedo pedirte que me perdones, eso ya da igual. Te pido, eso sí, que seas feliz. Que quieras como yo te quise, que vivas a tu manera y que no cambies nunca…

Te dejo el último recuerdo, el penúltimo beso. Siempre los segundos a tu lado parecían minutos. Un instante duraba una eternidad, un suspiro era toda una vida.

Quise buscar mi cielo y jamás me di cuenta de que estaba aquí, en el suelo, junto a ti. Me equivocaba, como tantas otras veces, TÚ y tan sólo TÚ eras mi cielo, mi vida y mi mundo, mi hoy y mi mañana, mi futuro…

Nunca te olvidaré. Tan sólo puedo decirte dos palabras más…

Te quiero.


Tras terminar de escribir la carta, la metió en un sobre y puso su nombre. Colocó ambas notas dentro del cajón de su mesilla y dejó todas sus pertenencias sobre la misma. Se dirigió hacia la puerta y la cerró por última vez.

Caminó cerca de una hora hasta un puente, se descolgó hasta la repisa de uno de los pilares que lo sustentaba, debajo de aquel puente, un abismo. Empujó sus pies hasta el límite, y se desplomó hacia el rio.

Una suave brisa apagó su aliento antes de que llegase al suelo. En sus últimos segundos, tan sólo pensaba en ella…