Seguidores

27.2.14

Un silencio roto

El silencio se rompió en sus labios, y se tornó en un ruidoso silencio. Sus palabras, calladas, tristes y llenas, vagaban entre la gente, que con sus llantos, no hacía más que avivar aquel silencio tan lleno de ruido.

No son buenos recuerdos, es más, ni sé si lo recuerdo con claridad. Pero esa sensación de estar sumido en un profundo silencio, como si de un abismo se tratase, y que ni un gran ruido pudiese elevarte de nuevo hacía la superficie, eso, si lo recuerdo. Nunca se olvida. Había tanta gente, y toda ella llorando, bueno, sentía que lloraban al ver sus caras compungidas por el dolor, pero no era capaz de oírles.

Pasé entre un puñado de personas, que me paraban, lamentando todo aquello que pasaba, y yo, tan sólo me dedicaba a asentir levemente, y continuaba mi camino.

Pero en ese instante apareció ella, como si hubiese sido enviada por ángeles. La vislumbré allá a lo lejos, como yo, perdida entre la gente. Apenas movió sus labios, era imperceptible, pero yo fui capaz de oírla. Me susurraba en la distancia que fuese con ella.

Y fue entonces donde el silencio se rompió entre sus labios. Desperté de aquel sueño, en que creí haberla perdido, pero no.


Aún estaba a mi lado, tumbada sobre la cama, me aferré a ella y se despertó. La miré temeroso, no quería que se marchase nunca más, y me miró. Me miró y me llenó de alegría, de vida, de amor. Aquella noche, apenas dormimos después de eso, pero os puedo jurar… que al menos, nos quisimos.

18.2.14

Camino

Caminar hasta que no puedes más, quedarte sin aire, parar un segundo y continuar otro poco. Esa es la constante situación que muchos viven, luchar, vivir, amar y respirar hasta que no pueden más, y después… seguir.

Es bastante difícil se lo aseguro, últimamente vivo en el alambre y en la duda de si continuar hasta quedar sin aliento, o parar y entregarme al paso del tiempo. No es una decisión sencilla, consiste en tirar por la borda todo aquello que has conseguido porque ahora las cosas no salen bien.

Quizás sea lo más fácil, dejar que todo pase, la gente las cosas, las oportunidades… Yo siempre he sido más de respirar profundamente para poder dar un par de pasos más. Sin medias tintas, o sigo caminando o muero ahogado en mi camino al éxito.

A veces el viento no sopla de cara, y esto pasa demasiado. No por ello vamos a tirar la toalla, ni a dejar que todo se vaya con la misma facilidad con la que el viento mueve un grano de arena que está perdido en el desierto. Se puede dudar de uno mismo, y de todo lo que te rodea, pero nunca se puede renunciar a lo que uno es, porque si uno renuncia a lo que es, significa renegar de todo cuanto ha logrado por quién es. Es como si dejásemos de respirar porque no somos conscientes totalmente del proceso que esto conlleva.

Quizás, bueno, seguro, que vivimos más de un momento de duda absoluta, una de esas crisis. Más jodida que la económica, aún más difícil de salir de ella. Pero no nos podemos desvanecer. Porque dejar de luchar, significa renunciar. Renunciar es como perder, y al menos yo, sólo quiero ganar.

Y esto se puede aplicar a cualquier cosa, si hemos llegado hasta aquí, es porque hemos hecho algo bien. Nadie regala nada, y mucho menos te ayuda a conseguirlo. Si has luchado durante todo este tiempo, superando retos que ni imaginabas, ¿por qué ahora no puedes?


Levántate. Mira a los ojos a la puta vida, y dile: “Aquí estoy. Ven por mí si te atreves…”

4.2.14

Veinte.

Han pasado casi diez años, y aún no he podido asimilarlo. Siempre recordaré ese día, la mañana de verano más amarga de mi vida. Un brillante sol iluminaba la cocina, apenas hacia una hora que me había levantado. 

Cómo iba a saber yo, que tras un puñado de veranos que había vivido, ese iba a ser tan jodido. Lo cierto es que mataría por borrar aquel día.

Eran cerca de las once de la mañana cuando el teléfono sonó, un escalofrío me recorrió de arriba abajo. 
Sabía que había llegado el momento antes de que me lo dijesen. No pude derramar ni una lágrima, veía a toda aquella gente que me rodeaba, compungida por la pérdida. Y yo, en un acto de locura, me volví valiente.

Tan loco estaba que resistí a las lágrimas, en realidad, sabía que el momento había sido dulce. Bueno, ni lo sé ni lo sabré nunca, pero… creo que así fue, que se desvaneció por un momento, y todo paró. Y la verdad, es que era lo mejor, jamás pude verle así, tumbado, ajeno a todo, no podía estar bien todo aquello.

Aún recuerdo a mis abuelos, sentados junto a mí sobre mi cama, convenciéndose conmigo de que había sido lo mejor, y se había ido con una sonrisa, en un día de sol.  Treinta y seis horas después, allí estábamos, solos de nuevo. 

Esperando a que la nueva vida golpease por primera vez, con sus llaves sobre la mesa, y su cartera, llena de fotos, aún rezumaban vida por los poros, soltaban sus últimos días…
Sólo estiré mi mano, hasta tocar sus llaves, y me las quedé. Aún las llevo, y siento que no se ha ido, que sigue a mi lado… Y casi diez años después, aún recuerdo aquel día, y nuestra última despedida, un hasta pronto.

La vida es muy puta, y cuando pega, lo hace con demasiadas ganas, pero no podrá conmigo, la estoy esperando, y ahora… somos dos.