Seguidores

26.4.15

Apatía

Esa apatía desoladora que deja el recuerdo de un amor. Esa es la única sensación capaz de estremecer un dilatado corazón harto de bombear sangre, en la que ella no aparece. 

Pero hay otro gesto que hace temblar hasta el más profundo anhelo de un tipo tan mundano como el sol que nos calienta las heridas, y es cuando ella en la más devastadora inocencia que posee, se dedica a calmar sus labios en las costuras de mi camisa y en las llanuras de un rostro que no ceja en su empeño de sonreír, a su lado.


Llega un día en el que esas trémulas paredes grises que envuelven su habitación, son las únicas que aseguran haber visto sus ojos hinchados, porque un mar de lágrimas surcó sus pupilas. 

6.4.15

Nos(otros)

Del tú y yo al nosotros. Quizás sea imperceptible el cambio que supone separar las dos personas para hacer de ellas una sola, pero todo depende de los labios que pronuncien ese “nosotros”. Puede que les resulte una enorme estupidez que por decir nosotros haya algo más, que no lo hay, pero considerar a dos personas como una unidad, tan sólo refuerza la idea positiva que tienes de quien lo dice.

Y ese “nosotros”, que por suerte se aleja de aquel tú y yo del principio, tan sólo se ha convertido en un verla amanecer cada día, con su pelo revuelto por las inclemencias de la noche, su rostro dormido, y sus ojos medio despiertos, mirando, a un tipo que ahora también es parte de ella.

La ecuación es bastante simple, bastan dos personas para poder hacer una pareja. Y no hay que ser una pareja para que sea un nosotros. A veces, desnortarse, es una buena opción para poder encontrar el camino correcto, y en esa búsqueda de un nosotros, en la que no importe ni el ella ni el tú, el camino, entre dos es más simple.

Ya apenas queda nada de esos pechos perfectos en los que desencajé las costuras de mi maltrecho y curtido corazón, tampoco de esas caderas tan sumamente angulosas que me costaron más de un puñado de caricias hasta poder llegar a su cima. Y por desgracia, esas afiladas clavículas que tantas veces recogieron mi cabeza, tan desesperadamente inquieta, en esos días de lluvia, también se fueron.

No hay rastro de aquel nosotros, que aún resuena fuertemente en el eco de unos tacones alejándose de un tipo descamisado, sin rumbo y con más penas que tristezas a la espalda. Se fueron esas alas, esos tímidos ojos que miraban mientras veían a través de la infinidad azul que les cubría. Y se fueron, también, aquellos labios rotos por las comisuras de los mordiscos que da la vida a quien no sabe más que querer matando dulcemente.

Dejé tatuado mi nombre en su espalda, con millares de caricias y besos. Marcó su territorio en la mía de tantas noches como pasamos, arañando la superficie para hacernos tocar fondo. Y vaya que si lo tocamos, varias veces, pero solo significaba el comienzo de algo aún mejor. Pero la última vez, llegamos tan alto, que la caída fue insostenible, se rompió la vida en mil pedazos, brotaron de sus pupilas unas brillantes lágrimas de sal, en las que ni yo quería verme reflejado, ni ella quería dejar escapar.

Se acabó, pusimos el punto y final a un nosotros que no podía durar. Acabamos muertos de esa sobredosis de recuerdos tan positivos, que se vuelven negativos por culpa de la puta ansiedad que nos provoca ese cambio estacional, del tú y yo al temido nosotros. Nos cargamos de una responsabilidad innecesaria, nos comimos, a marchas forzadas, una vida que tenía que durarnos cien años. 

Terminamos tan rotos por fuera como por dentro, llenos de un alma que no nos pertenecía, quebrados por ese infinito sexo que nos mortificaba, separaba y unía, al ritmo sordo de un vals que tocaba los últimos compases desafinados de su larga melodía.

Lo peor de todo, es que ese desacompasado ritmo de sus tacones al decir adiós, se quedó grabado en mis pupilas. Su aliento, recorre mis costillas, y ese dulce olor del que no hay dios que se desprenda, me acosa por las noches, alejándome de las pesadillas, acercándome, a esos labios perdidos que ahora deambulan en las costas de nunca jamás.