Tiene las pupilas dilatadas, enrojecidas e hinchadas
por las lágrimas que decidieron descolgarse hace tan sólo unos segundos. Su
sonrisa está difusa, trata de aparentar ser más fuerte de lo que realmente se
siente en este momento.
Ella, es excepcionalmente diferente. Y tan sólo esa
sutileza, su forma de mirar, hace que
sea radicalmente opuesta a las demás. Es difícil expresar con palabras todo
aquello que transmite desde las profundidades azules de sus pupilas, pero puede
asemejarse a un sentimiento de euforia continua.
Un escalofrío recorre mi espalda cada vez que sus
pupilas se clavan en mi indiferencia, esa sensación de estar a su merced se
apodera de mí. Y cuando por fin, consigo que mis pupilas avancen con las suyas,
me desmorono en sus profundidades.
Y así el fin. Porque no hay nada más allá de esos
ojos, no es necesario que haya nada. El paraíso está en sus pupilas, el
infierno se aloja en el cielo de su boca, y quien es dichoso de sus desvaríos
amorosos, siente que roza el cielo, cuando toca su boca.
Tiene el pelo perfectamente alineado para poder
jugar con sus ojos, negro. Algo así como el interior de su alma, abarrotada de
derrotas y de palabras que se quedaron muertas en sus labios. Esos labios, que
desgastados por las costuras y rotos en sus comisuras, no cejan en su empeño de
sonreír, sin motivo, sin ganas, pero con una elegancia inusitada. Una sonrisa,
por la que un kamikaze podría dar la vida, para verla una vez más.
Pero que les voy a contar, si yo he vagado por el
desierto de su espalda, avanzando entre las profundidades de todas aquellas
cicatrices que lejos de cerrarse, no dejan de volver a abrirse.
Y ese arduo camino, tiene su recompensa, porque
acaba en sus labios, tan comunes que son extraordinarios, tan extraordinarios,
que no quieres que se alejen jamás de ti y menos si es con un adiós. Sus ojos
dibujan una sonrisa en mi rostro.
Se va, pero va a volver, siempre vuelve. Se aleja,
pero antes deja un beso distraído, como a ella le gusta, en mi cuello, en mi
hombro. Me respira una vez más, y susurra un adiós a mi oído, me hace
estremecerme, nuestras manos se separan una vez más, pero no será la última. Y
por fin, se va. Y cómo duele ver todo aquello.