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3.5.15

Sensaciones

Siento que me ahogo. Una incesante presión ataca el centro de mi garganta. No pueden brotar las palabras de mis labios. Emito un fuerte y sordo quejido, el sonido apenas roza mis cuerdas vocales que se lanzan a vibrar por la angustia que me recorre.

Aparece en mis recuerdos su imagen. La angustia se ve mitigada por un acuciante dolor en el centro de la clavícula. Unas fuertes punzadas me recorren la columna, se detienen. La respiración entrecortada y abrupta. De nuevo un golpe en el centro del estómago. Me deja sin aliento, paradójicamente esta vez ha sido su culpa y ni tan siquiera estaba cerca.

Un pinchazo en el centro neurálgico de mis sentimientos, ese diminuto motor que insiste en bombear sangre y recuerdos incluso cuando no quieres. Se para un instante, apenas unos segundos son suficientes para que resulte una eternidad.

Levanto mi apesadumbrado recuerdo de la cama. Deben ser las cuatro de la mañana, la tenue luz anaranjada de las farolas ilumina las calles desiertas. Abro la ventana y dejo que la madrugada empape mis pupilas. El aire tiene una tibieza insospechada para ser primavera, pero alivia las cicatrices abiertas.

Se ha ido. Mojo mis manos bajo el agua helada del grifo, las deposito en mi nuca y me lanzo a ese colchón lleno de recuerdos.


Cierro los ojos y tan sólo queda la oscuridad. Borrar los recuerdos es difícil, aún más en una noche en la que sus ojos han aparecido para decir que aún no se ha ido.

1.5.15

Decadencia, apatía y otras ilusiones.

Hay veces en las que me encuentro a uno de esos tipos decadentes y apesadumbrados, sentados en mi silla. Esa, de un radiante cuero blanco, en la que me dejo caer a resecar mis ojos y cansar mis dedos frente a un ordenador. Y en muchas ocasiones, me poseen sus sentimientos y me alejo de la positividad que me abruma cada mañana antes de salir de casa. 

Comienzo un nuevo día, con una fuerza y una alegría hasta hace unos meses inusitada en mí, pero al caer la tarde y dedicarle un tiempo a las letras, retorna a mis pupilas, la congoja de haber perdido la vida en algunas aventuras poco azarosas.

De nada sirve entregarse al sueño para no pensar, porque es ahí, donde los verdaderos anhelos te persiguen para que cuando estés despierto los puedas luchar. Pero ya no queda ni un ápice de esperanza en la vieja espesura de alguien que carece de sueños y ambiciones.

No les hablo de la lucha interna que supone el levantarse cada mañana de un mundo en el que estás asegurado en esa zona de confort. Les hablo de la incapacidad de luchar por algo que quieres, la certeza de que tirar la toalla es la única opción válida, porque ya no queda nadie que crea en lo que haces, ni uno mismo.

Además, en ocasiones aparece esa dulce ironía que invade la vida, que nos acerca un sueño hasta que lo rozamos con las yemas de los dedos, y en el instante en el que recuperamos la fe y decidimos lanzarnos a por ello, se truncan todas las posibles formas de llegar hasta la utópica realidad que perseguimos.  No podemos juzgar a nadie por perder de vista las metas que nos marcamos, ni a nosotros mismos.

La decadencia de alguien que apenas ha rozado sus límites es tan triste como la pérdida de la ilusión de un niño. Es probablemente un punto de inflexión ese instante, en el que te das cuenta que esa magia que nos hacen creer que existe, es tan sólo un espejismo de una realidad que nos acaba ahogando con esos tintes de mediocridad que tratan de instaurar.

La última tentativa de alcanzar un sueño se erige sigilosa en el horizonte. Es quizás el momento de levantarse, liberarse de esas inútiles ataduras que nos han sostenido al momento que nos acaricia y correr, sin temor, hacia aquello que queremos.


Las expectativas en demasiadas ocasiones distan mucho de ser acordes a la realidad, y en algunas otras, la realidad es mucho mejor que las dichosas expectativas. Vivir el momento para no recordar el pasado y arrepentirse.