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29.3.13

Si Quieres..


No podía. Más bien, no debía seguir así. Llevaba ya unos meses prendada de aquel chico. Él era irreverente, despiadado y un poco canalla. También, por desgracia para ella, era alto, con los ojos negros, pelo corto y también negro y una barba de cuatro días que le cubría parte del rostro, a ella le volvía loca. Siempre llevaba zapatos, negros, por supuesto. Unos pantalones negros y una camisa blanca con los dos primeros botones desabrochados, dejando entrever su torso.

Ella, era preciosa. Ojos azules, pelo largo, esbelta figura y una preciosa sonrisa. Trataba de ocultar todo aquellos, recogía su pelo, siempre llevaba gafas y no sonreía por nada del mundo. Ya le habían hecho el suficiente daño, no tenía motivos para sonreír más.

Un día se cruzó con él de nuevo, se cruzaron la mirada. Él la detuvo, quería hablar con ella. Ella se ruborizó. ¡Por fin se había fijado en ella! Le invitó a tomar algo, ella aceptó encantada. Se sentaron el uno enfrente del otro. Ella se soltó el pelo, y se quitó las gafas de sol. Él se sorprendió, era muchísimo más guapa de lo que parecía. Siempre había parecido un creído, pero no estaba dispuesto a dejar pasar a aquella mujer. Fue sincero y humilde con ella. Hablaron durante horas, salieron de aquel bar cuando estaba a punto de cerrar. Se había hecho de noche, pero aún hacía bueno, era la típica noche de verano.  Le propuso dar un paseo, hasta llegar a la casa de ella.

Pasaron dos horas, se les hizo demasiado corto. Le acompaño hasta el portal. Ella sonreía, y sus ojos brillaban. Él, también sonreía, estaba extrañamente feliz. La puso de espaldas contra la puerta del portal, se acercó a ella. La besó. Ella primero estaba sorprendida, después se dejó llevar. Se olvidaron del mundo. El mundo de aquel chico era aquella mujer, su pelo, sus ojos, sus caderas. El de ella era su pelo, su fuerte espalda y aquel olor, ese que la transportaba a otra realidad.

De pronto, él se separó. Ella ansiaba continuar. Le dijo que no quería hacerla daño, que no podía dañar a aquella chica que parecía tan frágil pero que era tan valiente. Ella le calló con un beso. Le dijo que nadie los separaría jamás, que lucharían juntos hasta el final. Que era mejor luchar y perder, que no luchar. Seremos uno mientras luchemos por ello. Quiéreme como yo te quiero a ti. Luchemos por esto, si tenemos que perder, perderemos juntos.

Él la besó de nuevo, tenía razón. Nunca había luchado por nada, ese era el momento. Se volvieron a ver, cada día durante aquel verano, pasó el tiempo y  nunca se separaron.

28.3.13

Luz


Él, deambulaba perdido por la calle, con ganas de todo y sin ilusión por nada. Fue entonces cuando la vio y escucho esos tacones, con un ritmo firme y constante. Llevaba unos zapatos negros, unas medias del mismo color que envolvían sus largas piernas, y un vestido, también negro, bastante corto que quedaba escondido bajo la gabardina de color crudo.  Y ella… ella, era hermosa, su pelo liso y moreno, sin flequillo. Sus ojos eran grandes y muy expresivos, azules, eran unos de esos ojos en los que perderías una noche o una vida si fuese necesario. Sus labios, finos y delicados, pero seguramente una bonita palabra pronunciada por ellos haría sentir al más duro de todos, haría vivir al más desalmado, haría que la vida del otro se desordenase por completo…

Se quedó mirando como pasaba la mujer que siempre había soñado frente a sus ojos, trató de armarse de valor y decir algo, pero el miedo le paralizó. Ella se había fijado en él, alto, moreno, con el pelo desaliñado, una barba de una semana y un aspecto horrible, pero tenía algo en los ojos que hizo que ella se acercase. Algo, que hacía que la gente confiase en él y se acercase a conocerlo.

Fueron a tomar un café, en apenas cinco minutos, parecía que se conocían de toda la vida… Él como un caballero, la acompañó hasta su casa, era un pequeño portal y en el momento en el que ella se iba a perder de nuevo en su mundo, agarró su mano, la acercó a él y la besó.

No sabía porque, ni que iba a suceder, pero aquella chica merecía la pena, fue un largo beso, tenían los ojos cerrados como esos chiquillos que se besan por primera vez, el paseaba sus manos por su espalda, ella, por el contrario, se perdía en su pelo, en su fragancia…

Cuando terminó, se despidieron, no fue un adiós, fue un hasta que nos volvamos a ver…

Nunca más se encontraron, sus vidas se alejaron y fueron en diferentes direcciones pero, aquel besó, los unió para siempre y les hizo conocer la felicidad.

Jugar para Ganar


Alto, moreno, con barba de cuatro días y aspecto desaliñado, vestía unos pantalones negros, unos zapatos con cordones del mismo color y una camisa blanca. Ella, siempre muy formal, morena, con el pelo recogido, tacones, vestidos, y unos ojos marrones, comunes, pero tremendamente expresivos y llenos de energía y magia.

No necesitaron más que un par de miradas para conocerse y saber todo el uno del otro. Una noche se dieron una oportunidad, un paseo en un día en el que había llovido. Las estrellas decoraban e iluminaban aquel cielo, azul oscuro, prácticamente negro. Olía a tierra mojada, cerca de la casa de ella, les embriagaba aquel olor. Una farola iluminaba la puerta de su casa, él, decidió jugárselo todo a una carta, a un beso. Ella aceptó la apuesta, se mordía el labio temerosa, llena de nervios.

Él la besó, lo hizo como nunca antes con ninguna otra, se perdió en su boca, las manos de ella se perdieron en la espalda de él. Se fundieron en uno, durante unos instantes.
Tras aquello, él, bajó la mirada, metió las manos en sus bolsos y se perdió en la noche. Ella, veía como aquel chico se perdía y aquella noche fue la que no quiso ser. Probaron el amor, pero era demasiado dulce para los dos, la soledad, era mejor…

17.3.13

Cuando todo te da la espalda...


Llovía. Eso le encantaba, aunque hacía que recordase muchos momentos junto a aquel tipo que la dejó tirada en mitad de ninguna parte.

El día que él la dejó tirada también llovía, pero era tan solo una tormenta de verano. Iban en aquel coche descapotable importado, con la capota bajada, el viento mecía su cabello. Él frenó en seco en mitad de la carretera, y le dijo que se bajase, le dejó su maleta y se alejó…

Fue entonces cuando comenzó la tormenta. Estaba sola, sin apenas dinero y en mitad de ninguna parte. Comenzó a ponerse el sol, y ella deambulaba por la carretera, diciéndose a sí misma que pronto encontraría un lugar desde el que llamar por teléfono.

Pasaron un par de horas, y encontró un área de descanso. Llamó a su amigo, el que siempre estaba ahí, ese que conocía desde su más tierna infancia. Él se apresuró a salir de casa, se montó en su viejo coche y condujo durante horas hasta ella…

La devolvió a su casa y ella… antes de bajar del coche, le dio un beso en la mejilla, él, como un tonto se quedó sonriendo y mirando como ella se perdía en dirección a la puerta de su casa… Le brillaban los ojos, llevaba años enamorado de aquella chica que, cuando no podía más, llamaba a aquel idiota, que daría todo por ella.

10.3.13

Indecisión


Se acercó por su espalda, la giró bruscamente, no dejó que ella articulase ninguna palabra. La besó, la besó hasta que no pudo más, hasta que ambos se olvidaron de lo que les rodeaba. Ese beso, fue con toda su alma, quizás en cuanto se separase de ella, le golpease, pero merecería la pena. Un instante en sus labios, valía más que una vida sin ellos. Tenía que arriesgarse, jugar para ganar.

Ella le separó bruscamente, y le dio un tortazo. Él se quedó anonadado, se hallaba inmóvil, tan solo la miraba mientras ella derramaba unas lágrimas. Ella se dio la vuelta, él colocó su mano en el hombro de ella.

Suspiró, secó sus lágrimas y le besó. Le besó como él hizo antes. Ella jugaba con su pelo, él la apretó contra su cuerpo, deslizó su mano derecha por el costado de ella acabando en la cadera para finalmente ponerla al final de su espalda, con la mano izquierda en su nuca para no dejarla escapar. Ella perdida entre su pelo, empapada de su aroma, aquel olor tan peculiar que le hacía volar, viajar y olvidar.

9.3.13

Amarga Mentira


Cogió su mano, ella entrelazó sus dedos con él. Se acercaron el uno al otro, él, estaba nervioso, ella también y tenía las manos heladas. Jugaron apenas unos instantes con sus dedos. Él, separó su mano, se giró un poco, la miró, apartó su pelo con la mano derecha, rozando suavemente su mejilla, después volvió a acariciar su mejilla. A ella le brillaban los ojos, él, no podía dejar de mirarla. Pasaron unos segundos, no quería dejar de mirar aquellos ojos, los cerró un instante, respiró profundamente. Se acercó a ella, estaba pegado a ella, sus labios casi se rozaban, con un suave gesto acercó sus labios al oído de ella. Susurró un “te quiero”. Ella derramó una lágrima, él, resignado, bajó su mano deslizándola por el cuello su hombro y su brazo, terminando en su mano. Ella, en el último segundo, atrapó su mano, la apretó con fuerza. No quería dejarle marchar.
Él, soltó su mano, no dejó que ella dijese nada. Colocó su dedo índice en los labios de ella, giró su cabeza, la miró por última vez y se alejó de ella, cabizbajo, mirando al suelo. Ella, se quedó en el sitio, sin reaccionar, dos lágrimas recorrían sus mejillas. Se fue. No iba a volver jamás.

3.3.13

Autocine


Se sentaron el uno al lado del otro en el metro, ella leía; él, por el contrario, estaba pegado al móvil. Le miró extrañada, iba vestido con un traje negro, una corbata del mismo color y una camisa blanca, los zapatos, eran negros también. Él, era alto, delgado y con unas facciones marcadas, iba perfectamente peinado, engominado totalmente y afeitado. No se veía gente tan bien arreglada en pleno verano. Le acompañaba un maletín de color negro con un cierre numérico metálico. Ella por el contrario, llevaba un atuendo más alegre y extrovertido. Llevaba una falda y una blusa, algo fresco, propio del verano. Tenía los ojos azules, el pelo negro y cortado en una media melena que le enmarcaba el rostro, sonrisa permanente y un cuerpo esbelto, los tacones, aunque no muy altos, siempre le acompañaban y realzaban su figura.
El guardó su teléfono móvil, era viernes, volvía a casa tras una semana de duro trabajo. La miró de manera fugaz, un simple reflejo involuntario. Se levantó para bajarse en aquella parada y sin querer rozó su mano al guardar el teléfono, se le erizó la piel y el vello de las manos, sintió que el mundo se convertía en un lugar mejor y más perfecto. Ella, por el contrario, seguía inmersa en su historia mientras el metro le transportaba hasta la comodidad de su hogar.
Tras un par de paradas ella se bajó del metro. Salió afuera mientras el sol abrasador se ocultaba tras unos árboles y vio una figura conocida entre la multitud. Él también la vio a lo lejos, decidió acercarse y proponerla algún plan, ir al autocine, por ejemplo. Llegó a su lado, y se armó de valor.
- Hola… me, me llamo…-empezó él con el rubor cubriéndole hasta las orejas.
- Hola.- y una enorme sonrisa iluminó su rostro- Tú eres el tipo que estaba a mi lado en el metro, ¿verdad?
- Si, el mismo.
- Encantada, me llamo Mar, ¿cómo me has dicho que te llamabas?
- Bueno en realidad no lo he dicho aún, soy Alex, un placer.
Tras esa breve presentación, él decidió invitarla al autocine, formaban una pareja atípica. Ella tan desinteresada del mundo y el tan encorsetado en aquel traje negro. La película era lo de menos, seguramente una de esas películas antiguas que suelen poner en los cines de verano, apenas le prestaron atención. Preferían pasarse los minutos analizando cada partícula de su cuerpo, memorizándose el uno al otro y estudiándose sin tocarse; ése era, para ellos, un mejor argumento que el que representaban los actores en la gran pantalla de ese cine.
Salieron del cine caminando uno al lado del otro, había refrescado y él, como el galán de la película que habían visto y no visto, le ofreció su chaqueta. Después la acompañó hasta casa mientras sonreía tímidamente con lo que ella le contaba, y, al llegar, le robó un beso. Fue el primero, despreocupado, tímido y sincero; pero también valiente y temeroso. Y, después de aquello, se vieron sin falta cada día hasta el final del verano. Sin embargo, fue un verano que olvidaron con las primeras lluvias; y con ellas desapareció aquella historia…

1.3.13

Lágrimas bajo la Lluvia


Ella estaba llorando, sus ojos verdes derramaban lágrimas. La primera, recorrió su mejilla derecha lentamente, era bonito, estaba guapa cuando lloraba. Sus largos cabellos estaban recogidos con una goma de pelo negro, que se disimulaba entre el pelo del mismo color. Sus facciones eran muy sutiles y sus labios al igual que su nariz eran pequeños.

Él desde lejos, la vio llorar sentada en un banco en mitad de ninguna parte. Supuso que sería extraño que un completo desconocido se acercase a consolar a aquella joven muchacha. Se atrevió. Se acercó al banco donde ella estaba sentada, se sentó a su lado y trato de ignorarla. Pero no podía dejar de mirarla, aunque parecía que él estaba leyendo no le quitaba el ojo de encima, la miraba sutilmente. Una mirada con una mezcla de compasión y ternura.

Se decidió, decidió coger su cara con las manos, levantarla, hacer que mirase al frente, secó sus lágrimas y ella no pudo evitar abrazarlo con todas sus fuerzas.

Comenzó a llover, se levantaron del banco y caminaron hacia la primera parada del autobús, ella le dio un beso en la mejilla, cogió su mano y deseó no soltarle nunca. Aquel beso fue el primero de muchos, el primero de una historia que aún no ha terminado…

Huellas


Iban deambulando por la playa, agarrados de la mano. Estaba atardeciendo, el sol le otorgaba a la arena un tono rojizo que la hacía aún más bonita y brillante. Estaban descalzos, sus huellas quedaban impresas en la arena.

En aquel preciso instante, ella suspiró, él la miró a los ojos, eran marrones pero brillaban cuando estaba a su lado, será el amor lo que hace que estén así. Le pregunto que sucedía y ella le dijo que no quería que acabase jamás aquella tarde.

Continuaron andando, su ritmo era lento pero seguro, llegaron al final de la playa y él decidió besarla.
Fue uno de esos besos, esos que hacen afición, interminable. Ella jugueteaba con él pelo de aquel chico mientras lo besaba, él, por el contrario, la abrazaba fuertemente y trataba de mantenerla lo más cerca posible.

El verano como todo, terminó, y al igual que lo hizo el mar aquella tarde borrando sus huellas en la arena, el tiempo borró aquella historia que un día dejó huella.

Un Instante Eterno


Se acercó a ella sigilosamente, tocó su espalda de abajo arriba, terminando en su cuello. Acercó sus labios al oído de ella, y entonces susurró algo. Algo lleno de emoción, alegría y cariño, quizás fue un te quiero o un no te olvidaré jamás.

Ella se volvió, lo miró fijamente a los ojos, a él le costó mantener la mirada pero aquellos ojos verdes eran capaces de centrar toda su atención y capturarle para sumergirle en un mundo en el que la perfección existía, la perfección era ella.

Él se llenó de valor, la acercó a su cuerpo, apretó contra si lo que pudo, quería sentirse muy cerca de ella, porque podía ser la última vez.

Ella no opuso ninguna resistencia, también quería sentir cerca a aquel chico. Él en un acto de locura irracional decidió robarle un beso, quizás fuese el único, o quizás el primero de muchos otros. Ninguno de los dos lo esperaba, se dejaron llevar…

Tras unos instantes, él, la separó, miró al suelo y se fue. No volvería jamás, pero probó la felicidad de sus labios un instante para la eternidad.