DE SUS IDAS…
Desapareció. No supe el porqué de esa espontánea
desaparición suya. Supuse que aquel beso no estaba programado en su agenda (que
si no lo saben, es una palabra de origen latino, que significa “lo que hay que
hacer”), y todo aquello había provocado una revolución para la que ni ella ni
yo estábamos preparados.
Vera. Una luz brillante de color rojo en la parte
superior del móvil me alertaba de su mensaje. Decidí, de nuevo, resistir la
tentación, y tardé un par de horas en responder.
-
Hola Leo, lo siento, pero necesito mi
tiempo. – Vera; 00:16; 14/05
***
-
¿Cómo te va? – Vera; 13:25; 19/05
***
-
¿Estás bien? – Vera; 23:30; 22/05
***
-
¿Sigues acordándote de mí? – Vera;
16:54; 01/06
***
-
Hoy te echo de menos. – Vera; 19:00;
08/06
***
-
Me gustaría verte. – Vera; 03:55; 09/06
***
-
Necesito verte. – Vera; 07:00; 13/06
***
-
¿Seguro que va todo bien? – Vera; 12:25;
13/06
***
-
¿Nos vemos esta semana? – Vera, hace
unos segundos.
***
-
Sí, hoy a las doce, en el bar donde
trabajo, ya sabes dónde es, estaré cerrando, llama al llegar. – Leo. 14:00;
18/06
No entendía todo aquello. Quizás verla me aclarase
algo de lo que había sucedido.
… Y SUS VUELTAS
Ansiaba que llegase la hora del cierre para verla de
nuevo.
Estaba limpiando la barra cuando alguien golpeó la
persiana metálica, tres golpes, supuse que era ella. Llegaba tarde. Me sequé
las manos en la impoluta camiseta blanca que escondía bajo el uniforme y me
acerqué hasta la puerta.
Unas bailarinas blancas se asomaban bajo la
persiana, unas piernas al descubierto se dejaron entrever a continuación, y
tras pasar sus rodillas una falda de color rosa se adivinaba cubriendo parte de
sus piernas. En sus manos, un pequeño bolso de un color tierra claro, asido por
una pequeña cinta y sujeto con ambas manos contra su vientre, esperaba sobre el
fondo, también blanco de una camiseta de encaje de manga larga. Y tras toda ella, ella de verdad. Los labios
perfilados y resaltados con un pintalabios rosa, de una tonalidad similar a la
de su falda, y sin más adornos, sus ojos, el pelo suelto anticipando su perfil,
y los ojos azules, sin apenas maquillaje. Espléndida, tal y como la recordaba.
Me giré con cierto aire de desdén mientras ella exhalaba
un hola levemente audible. Me acerqué de nuevo a la barra y lancé lejos la
bayeta con la que había estado limpiando. Bajé de la barra un par de banquetas,
y las puse una frente a otra, di un par de palmadas sobre una de ellas para
invitarla a que se sentase. Mientras tanto, me colé hasta el interior de la
barra y observé como avanzaba tímidamente hasta el sitio que deliberadamente le
había asignado. Eligió la banqueta contraria a la que le indiqué.
-
¿Quieres algo? – pregunté decidido.
Mientras miraba las botellas que se disponían ordenadamente en los estantes
detrás de la barra.
-
Quiero… – dudó un momento- … un
gin-tonic.
Alargué el brazo para elegir la mejor ginebra que
teníamos. Y saqué del frigorífico una tónica y un refresco. Alcancé una copa,
puse un puñado de hielos y mezclé la ginebra y la tónica, sin adornos. Le
acerqué la copa y dejé la lata de refresco junto a ella.
-
¿No bebes conmigo? – preguntó curiosa.
-
No, tengo que conducir después. – dije
mientras miraba de soslayo la moto que se veía aparcada frente al bar.
Me acerqué a la puerta, y bajé la persiana de nuevo.
Por último, restregué mis manos por los pantalones para secarlas y me senté a
horcajadas sobre la banqueta.
-
Tú dirás. – le espeté, nada más
sentarme.
-
Bueno… verás, lo cierto es que…
-
Lo cierto es que no sabes que decirme.
No te preocupes, busca las palabras.
-
No esperaba que sucediese todo aquello,
no de esa manera y no tan pronto.
-
¿Y no te gustó? – dije en un tono
socarrón.
-
Sí. – afirmó mientras se tapaba la boca
con su bolso de camino a la barra, y se ruborizaba.
No pude evitarlo, fue un impulso. Antes de que
dejase el bolso sobre la barra, salté de la banqueta y me puse frente a ella.
Deslizó sus manos hasta mi torso. Nos miramos. Su
sonrisa se había descolgado de sus labios, y sus ojos azules brillaban. Me
lancé a morder su labio inferior. Hizo lo propio cuando me tuvo a su
disposición.
La levanté de la silla, y en mis brazos, avanzamos
hasta el fondo del bar. Sus manos, perdidas en mi pelo, las mías, aferradas a
la parte inferior de sus muslos. Nos habíamos encontrado con la boca, una y
otra vez, sin cesar.
Tras unos escasos pasos, la senté sobre una mesa.
Colocó sus manos bajo mi camiseta y se deshizo de ella. Me atrajo hacia sí, y
me beso. Fuerte y apasionadamente. Yo levanté su camiseta, su melena,
descolocada por la acción invadió su rostro.
Aparté sus cabellos para encontrar sus ojos. Y allí estaban, perplejos,
mirándome. La besé, me besó, nos besamos, y de nuevo, todo el proceso.
Se deshizo de mi cinturón, yo de su falda, y allí
nos quedamos. El uno frente al otro, medio desnudos y ruborizados.
Desabroché su sujetador mientras ella me besaba,
besé su cuello, baje caminando hasta sus pechos, recorriendo aquel largo trecho
con mis labios. Era perfecta. Recorrí cada recoveco de su piel con mis manos.
Nos quisimos, varias veces, entre mis brazos y sus piernas, con risas, lágrimas
y sudor.
***
Nos dieron las tres de la madrugada, los peinados
perfectos eran historia, esa que estaba a punto de comenzar para ambos. Terminé
de organizar todo aquello que se había desordenado y salimos del bar. Hacía
bastante calor aún. Montamos en mi moto y conduje durante un largo rato.