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30.12.13

Desenamorarse

Les contaré un secreto que les ayudará a desenamorarse de inmediato y a olvidar que usted tiene la posibilidad de estar con esa mujer que le roba el sueño, que le corta el aliento y esa por la cual mataría si le esbozase una sonrisa.

Lo primero que se debe hacer es pensar que uno no es lo suficientemente bueno para ella. Aquí podemos encontrar excusas de todo tipo, desde nuestro físico, por llamarlo de alguna forma, nuestras posibilidades económicas para satisfacer sus deseos, o bien, podemos alegar que estamos desequilibrados mentalmente. Casi todo vale.

Después tendremos que tener la capacidad de hacer el capullo. Pero no vale una versión blanda de nuestra faceta de capullos. No. Deben hacer el capullo como nunca antes lo han hecho. Si ella les habla, contesten mal. Si les mira, bajen la cabeza. Y si les sonríen… ¡Oh dios! Enfádense con ella. Inventen cualquier excusa como que ha hablado mal de su persona, o cualquier otra memez del estilo que les permita comenzar una discusión. Cuanto mayor sea la discusión mejor. Y si hacen que ella llore. Misión casi conseguida. Están cerca del desenamoramiento.

Bien, si han seguido los pasos, la cosa irá por el buen camino. Aunque siempre puede haber problemas. Como que ellas estén enamoradas, o que sean demasiado tercas. También es posible que no lo hayan hecho bien, o que sean demasiado buenos. En este juego todo vale, ya saben.

Si ella prosigue con su rutina de hablar diariamente, niéguese, esto es más fácil si no es cara a cara. Deje de escucharla, consolarla, mimarla, etc… ¡Vuélvase un hombre! Y si van juntos por la calle, vuélvase a mirar a otras mujeres, da igual como sean, mírelas, eso siempre está bien, y si no se enfada, comente con ella lo bellas que son esas mujeres.

Por tanto, si han seguido los pasos y la cosa no funciona, olvídenlo. Están locamente enamorados, o sabes escuchar demasiado bien, y… te quiere como amigo. O también te puede decir que no es el momento, pero que algún día harás muy feliz a alguien. En ese momento querrán odiarla, e incluso no volver a hablar con ella. Pero, lamento decirles, que si han sido capaces de hacer el capullo para olvidarla, es porque son demasiado buenos como para perderla.


Así que, no me hagan caso, y si quieren a alguien luchen, y déjense de estupideces… porque si ella no es la mujer o el hombre de sus vidas… algún día harán muy felices a otra persona. 

28.12.13

Un día de esos...

Me encanta esa falsa felicidad que irradia la gente en esta época del año. Todos mienten para ser más felices, y si señores, ¡sonríen! Sonríen, eso me parecerá siempre increíble. Que les voy a decir, si uno está mal no sonríe porque no tiene ganas de hacerlo, pero en esta época sí, mentimos hasta que no podemos más. Mentimos a quien sea para lo que sea, pero saben que es lo peor que nos mentimos a nosotros mismos.

Hace tan sólo un momento, vi en algún lado, como un tipo hacía alarde de lo feliz que era en estos días, luego se volverá desgraciado el resto del año supongo. ¿Qué hacen? ¿Acumulan los buenos momentos para sonreír un puñado de días seguidos? Supongo que será eso. No sé, nunca entendí muy bien este espíritu que invade a más de la mitad de la población estos días.

Ya que nos ponemos a ser falsos, seámoslo todo el año. ¿Qué importa? Si somos capaces de fingir quince días porque no trescientos y pico, no pongo todos por si se quieren enfadar con este dichoso mundo que no hace más que llevarles la contraria. Si les soy sincero, esta época la odio. Odio que la gente se vuelva “buena” cuando en realidad te odia. No entiendo tanto alboroto, tan sólo son unos días más en el calendario, o unos días menos en la vida, depende de cómo lo sienta cada uno.

No les puedo criticar, tan sólo admirarles desde la distancia, la cantidad de buenos actores que hay por ahí sueltos… ¡y en paro! Que desdichados son, tan sólo pueden disfrutar de su vida unos días, el resto están amargados.

Quizás soy un tipo raro, que va al revés, y que vive su vida por momentos, no por fechas. Dejen de ser tan falsos, de regalar tanto odio cuando no estamos en esos días del año, y sean más felices con lo que les rodea. Que no todo es malo, que por suerte, los niños siguen sonriendo por las calles, y los ancianos, algunos, aún te dedican esa sonrisa en ocasiones desdentada cuando les ayudas.

Sean felices, pero no solo estos días, séanlo trescientos y pico, que los que tienen cerca lo agradecerán, y si llegan estas fechas y quieren odiar, háganlo en secreto como el resto del año, pero no sean tan falsos como para dedicarles una sonrisa si se lo cruzan por la calle.


Regalen lo mejor que tienen, su felicidad.

26.12.13

Juego de niños

Amor. Sí, eso que según el diccionario ha de ser recíproco y lo buscan todos los seres humanos para lograr ser felices… Já. Eso digo yo, me rio. El amor, es más bien como dice Sabina, ese juego en el que dos ciegos juegan a hacerse daño. ¿Ciegos? En realidad la cosa no es del todo cierta, en este negocio hay un o una incauta, y un o una loba. Y sí, el incauto va feliz por la vida y de pronto zas. Una preciosa mujer aparece, se deja querer, él se lo cree… y luego muerde. Muerde donde más te duele, te ataca donde más débil eres porque ella lo sabe todo de ti, porque has sido tan inútil como para permitir que te conozca y tú no conocerla a ella.

¿Y qué haces? Llorar en la intimidad para intentar evitar que todo el mundo sepa que eres imbécil. Y no funciona. La gente lo acaba sabiendo. Así que una de dos, o empezamos a ponernos gafas para no ser ciegos, o dejamos de hacer el capullo en caída libre. Que los golpes dignifican y enseñan, pero las heridas tardan demasiado en cicatrizar.

Yo, personalmente, tengo suerte. Eso que la gente dice de sentir mariposas en el estómago, y mil tonterías más… jamás he disfrutado de esa experiencia. Quizás un día pruebe a comerme un puñado de mariposas, por esto de ver que se siente. ¿De verdad os podéis creer eso? La gran mayoría de la gente encuentra su amor verdadero al menos un par de veces al mes, en un par de semanas se puede vivir una intensa historia de amor, odiar al otro porque es un capullo insensible que ha jugado con tus sentimientos y, encontrar a otro, que este sí, es el amor de tu vida, tan sólo por dos semanas, o quizás dure más…

Y, conocen a alguna de esas parejas que arregla sus problemas con regalos… Esas son mis favoritas, están tan jodidas que sólo el dinero puede arreglarlo, eso sí, el día que eso termine será un desastre, porque se les habrá acabado el “amor”. Y esas otras que pasan el día pendientes de la última conexión del otro, por si me ha mentido esgrime la mayoría. ¿Mentirte? Si es imposible, no le dejas ni respirar. Derecho a la intimidad. ¿Qué es eso? ¿Se come? Eso pasa en la cabeza de muchos, se supone que quieres a ese idiota con el que estás, ¿no es así?, pues confía.

En fin, que aquí, uno que dice no haberse enamorado, está bien contento, porque sería imposible poder hacer todas esas cosas. Tener todo el día el móvil en la mano, por si se conecta y no me habla, la cartera repleta, por si se enfada, y una confianza… total y absoluta en ella, eso sí, sólo mientras estoy a su lado, después, debería pasarme las noches dudando de todo lo que hace.


Esto, que yo sepa, ni es amor ni es nada, es tontería. Y ya, con mis veintiún años, deje los juegos hace mucho…

25.12.13

Como cada noche...

Hay una canción que dice “Y miré la noche y ya no era oscura, era de lentejuelas”. Lentejuelas que brillan en su obsceno vestido comprado en cualquier tienducha barata, seguro que no había costado más allá de unos cuántos míseros euros.

Sin embargo, jugamos más de una noche, a querernos medio en serio, fingiendo que ella era una princesa y yo, un tipo diferente. Tengo un jodido problema, siempre confundo a las putas con princesas y al revés. 

Soñamos, juntos en la misma cama, que todo aquello era cierto, pero solo mientras dormíamos. Como dice otra canción “Cuando se despertó no recordaba nada de la noche anterior”. O quizás sí, jirones de un efímero sueño que nunca, jamás de los jamases, se cumpliría.

Cuando salga por la puerta, tú volverás a ser esa que no me miraría a la cara si no es con unas cuantas copas de más, y yo, retornaré a ser ese que lo que necesita son unas copas de menos. La canción sigue diciendo que eran demasiadas cervezas y que ya no era ayer sino mañana, remata la jugada diciendo que se fue donde habita el olvido. A continuación, nos mentiremos una vez más. Lo pasaremos bien, y no nos volveremos a ver. Así, hasta el fin o hasta que mi cuerpo no pueda más y decida poner fin a esta patraña, a esta farsa representada ante un selecto público.

Es la historia de cada noche, un lugar diferente, unas sábanas ya profanadas, unas cuantas copas, cargadas de desesperación, vestidos, neones, lentejuelas, borrachos, calles… MISERIA. Pero hay otra canción que habla del obsceno sabor a cubata de ron de tu piel; así es, todo sabe áspero y rugoso.

No es vida, bueno, no es la vida que esperaba, arrastrarme cada tarde hasta un bar, esperar a que una cara bonita se emborrachase tanto y estuviese tan desesperada como para hablarme, y después… jugar a ser lo que nunca fuimos. La noche no es de lentejuelas, es obscena y sórdida. Levantarse, y ver su vestido plagado de lentejuelas, y mi cara llena de vergüenza en el espejo.


23.12.13

Sonríe

Te necesito aquí. No puedo creer que te hayas ido, a pesar de que haya pasado demasiado tiempo. Pero es que, aún, cuando oigo el ascensor y pasos en el pasillo pienso que abrirás la puerta y volverás. Creo que cualquier día nos cruzaremos por la calle, verás que soy yo, te pararás me abrazarás y me explicarás dónde has estado todos estos años.

Tengo tantas cosas que contarte, que pedirte, que preguntarte… No logro entender el porqué de todo esto, yo pensaba que nunca pasaría nada de aquello. Tan sólo necesito que vuelvas al menos unas semanas al año, un puñado de días, para poder disfrutar todas aquellas tardes que perdimos. Sólo necesito volverte a ver.

Quiero sentir de nuevo tu aliento, mientras me veías cocinar, corrigiéndome cuando lo hacía mal. Necesito esos consejos, previos a la elaboración de algo nuevo, algo a lo que tú me lanzabas, y yo, sin saber apenas nada, sabía hacerlo, porque te lo había visto hacer mil veces.

No puedo evitar pensar en todas las mañanas que perdimos viendo la tele cuando era pequeño, hasta que te ibas a trabajar. Todos esos años, jugando sin parar. Te fuiste tan pronto…

Y ahora, ¿qué me queda? Un largo recorrido, en el que estaré solo. Perdona que no vaya a verte a ese lugar repleto de almas, pero es que, yo, para recordarte, tan sólo necesito cerrar mis ojos y pensar en ti. Porque nada ni nadie me hará olvidar quién eras y todo lo que me enseñaste y vivimos juntos. Aunque cada día que pasa, algo se va borrando y cada vez me queda menos de ti, pero no lo permitiré…

Sonríe. Seguro, que tú, que estás leyendo recuerdas a alguien así, que te vean sonreir…


19.12.13

Siete

Un día más y una hora menos. Llevo deambulando por aquí desde hace un par de horas. He dado cerca de quinientos pasos, y un leve quejido metálico acompaña a cada uno de ellos. Conozco esta planta de memoria. Llevo meses aquí. El chirrido que me acompaña es un gotero, está repleto de medicamentos para mitigar el dolor y no agravar demasiado mi estado.

Sé que apenas queda tiempo, que esto está demasiado extendido como para abandonar algún día este séptimo piso del hospital. Apenas viene gente a visitarme, bueno, salvo la familia, ya sabéis. Lo cierto, es que, una vez a la semana, un renacuajo de siete años viene a verme.

Siempre les espero en el pasillo, y el corre y corre hasta llegar a dónde me encuentro. Viene sonriendo, ajeno a todo lo que sucede en ese lugar. Cuando llega hasta mí, me agacho levemente para recibir su abrazo, ya tiene más fuerza que yo. Me abraza de tal manera, que me empuja a seguir luchando por una semana más.

Después de su abrazo, coge mi mano, y me dice que le lleve hasta mi habitación, cruzamos puertas, vemos enfermeras, y por fin llegamos. Allí, en esa maldita mesilla que permite guardar lo imprescindible, tengo una colección de dulces para cuando él me visita.

Me pide que le suba a la cama, pero apenas puedo. La hora que pasa allí, vuela, no como esos malditos segundos de soledad. Siempre que se va a ir, aprieta fuerte mi mano, me da un beso y me hace prometerle que estaré allí cuando vuelva.

Se va. Nada más verle cruzar el umbral de la puerta de mi habitación, mis ojos se inundan de lágrimas, y necesito descansar. Hoy, me abrazo muy fuerte, como si no quisiese dejarme escapar.


Esa misma noche, tan sólo recuerdo unos gritos, un tintineo metálico, y un profundo sueño… creo que fue la última vez que lo ví.

16.12.13

Eme

Hoy, por fin, te he soñado. Bueno, te he imaginado a mi manera, pero eras tan sublime que no me he podido resistir a escribirte.

Tus cabellos profundamente negros, jugaban con el viento a visitar otros lugares. Tus ojos, más verdes que las hojas de los árboles, me engañaban para que pasase y me perdiese en ellos. Esa sonrisa, perdida entre la gente, esa risa, despistada, tímida y elegante, que animaba a confesar en ella todos los pecados…

Te encontré caminando entre la multitud, perdida, caminando por un sendero sin rumbo. Y te paraste frente a mí, con aires de niña pequeña, que no encuentra su juguete favorito. Me miraste, y me atrapaste.

Tus suaves formas quedaban atrapadas en mi retina, y de pronto, abriste tu boca, un hilo de voz, me dijo medio canturreando que te acompañase. Quizás tan solo fueron minutos en el sueño, pero a mí me parecieron horas, horas que sin conocerte, fueron las mejores de mi vida.

Me disponía a besar tu mejilla para despedirte, cuando unas fauces de acero me arrancaron de aquel sueño, era ese maldito despertador con su tintineo metálico. No me pude despedir, pero tengo tiempo para soñarte de nuevo esta noche. Aunque, la despedida, será desgarradora, pues el tiempo no nos da descanso.

Por favor, vuelve esta noche.


15.12.13

Horas perdidas...

Me despierto, la oscuridad me rodea y me acosa en mi estrecha habitación. A tientas, busco mi reloj, pienso que me ayudará a situarme, aunque es otro de los errores a los que soy aficionado. Lo coloco en mi muñeca, a duras penas consigo cerrarlo adecuadamente, malditas hebillas. Las seis y media de la tarde.

Bien, he perdido otro sol, la luna brilla sobre la ciudad, si es que se puede decir que las cosas brillan. Yo, continúo mi rutina, esa que tengo desde hace semanas, o quizás meses… Medio a oscuras, apoyándome dónde puedo, llego hasta el cuarto de baño. Tengo un aspecto horrible, quizás sea porque hace semanas que ni me afeito ni me aseo. No tiene importancia, nadie se fijará en mí allá donde pienso ir. Apesto, rocío mi cuerpo de desodorante para enmascarar ese fétido olor a borracho que llevo encima. No lo elimina, pero lo disimula, algo es algo. Vuelvo a la habitación y cojo los primeros pantalones que encuentro tirados en el suelo, unos vaqueros cualquiera, los examino junto a la pequeña luz de la mesilla, no están demasiado sucios, servirán.

Abro el armario para sacar una camisa, no presto demasiada atención, me da igual la pinta que tenga. Ya, medio vestido, solo falta encontrar los zapatos, encuentro uno sobre el armario y el otro bajo la cama. Dios sabe cómo habrá llegado hasta ahí, pero ya estoy casi listo.

Vuelvo al baño para domar mi pelo. Baño mis manos en una especie de gel fijador, y las unto en mi pelo, ahora doy aún más asco.

Con aire confiado me aventuro hasta la puerta de la calle. Llevo la cartera llena, mis datos personales y las llaves, no necesito nada más. Si me pasa algo supongo que quien me encuentre sabrá qué hacer conmigo, aunque, por mí, podrían dejarme allí donde me caiga.

En el ascensor me veo en el espejo, realmente tengo una pinta horrible, pero me consuelo diciéndome que no estoy tan mal. Una vaca parece haber lamido mi pelo, y llevo una barba larguísima. Mis dientes amarillean y mis pupilas están cansadas de tantos excesos. Pero, por lo menos, tengo la piel sin arrugas y los ojos negros siguen siendo igual de penetrantes.

Llego a la calle, y tan sólo necesito un puñado de pasos, una decena de metros, para ir a mi sitio favorito. 
Un bar cochambroso, de esos que te quedas pegado en la barra. Mi sitio está libre, en la esquina más oscura de un bar de por sí oscuro, me escondo ahí para no asustar a los hombres que se gastan parte de su jornal en quintos de vino, ahí no entran mujeres ni por error. Trago tras trago pasan las horas, hasta el cierre. 

Y yo anoto, garabateo, las páginas de mi libreta. Nada decente, soy un mierda. Después, tambaleándome, llegaba hasta mi casa y tras equivocarme un par de veces de piso, llegaba al mío. Me da igual que los vecinos estén hartos de mí, ni me conocen ni les intereso.

Una vez frente a la puerta, araño la cerradura con mis llaves hasta que atino a abrirla. Más tarde, me arrastro hasta mi cama hasta la tarde siguiente. Me acuesto entre sábanas sucias deseando que esa tarde no llegue nunca, pero la vida, que es muy puta ella, no me hace caso. Por alguna extraña razón me sigue levantando cada tarde, no sé qué mierdas espera de un perdedor desgraciado como yo.

Una tarde, al levantarme, me vi peor que nunca. No podía seguir así. Me preparé un café bien cargado, y me di una ducha de agua fría. Estaba horrible. Me afeite, y el aspecto mejoró levemente. Lavé mis dientes a conciencia para tratar de eliminar al máximo todo aquello que allí se acumulaba y cuando terminé me sonreí al espejo. Aún estaba allí.

Me peiné, como una persona decente y fui a vestirme. Eché a lavar todo aquello que había depositado en el suelo durante estos meses. Ventilé aquella pocilga y precipité por el sumidero todo lo que había sido mi vida durante aquel tiempo, vacié mi casa de alcohol.


12.12.13

Llévame contigo

Noté como alguien apretaba mi mano. No sé quién era. Apenas puedo acordarme de aquellos instantes. Creo que me derrumbé súbitamente en el suelo y luego alguien no soltaba mi mano. Siempre estuvo allí, hasta que desperté.

Estaba en una de esas habitaciones blancas, asépticas, vacías y temerosas. Y no había nadie, me vi los brazos llenos de vías, y el pecho con un buen puñado de cables. Mi móvil, las llaves y la cartera estaban sobre una de esas mesillas. Esas que dejan un minúsculo hueco para que te acuerdes de lo que tenías fuera, pero insuficiente para infundir esperanzas de salir de allí.

Un pitido infernal inundaba aquel silencio, supongo que era uno de esos trastos que monitorizaba mis constantes. Poco me interesa lo que pase. Mientras investigaba ese universo blanco, una enfermera entro en la habitación. Tenía cara de mala leche. Apenas se dirigió a mí, me puso una inyección que me llevo de nuevo a los brazos de Morfeo y salió de la habitación sin mediar palabra.

Tan solo un par de horas después, noté como alguien apretaba mi mano de nuevo. Abrí los ojos, y la vi, era una joven preciosa. Sus ojos, negros como la noche brillaban, su sonrisa me habló. No pude mantener los ojos abiertos demasiado tiempo, los cerré de nuevo, y la vi allí, dentro de mi profundo sueño.


Un pitido sordo inundo la habitación. Se había ido.

10.12.13

Carreteras perdidas

La mirada perdida en el horizonte. No quiero seguir mi camino. He decidido que aquí me quedo, ni contigo ni sin ti. Paré el coche en el arcén de esa carretera medio desértica. Quité las llaves del contacto y me baje.

El ocaso del sol estaba próximo. Me apoyé levemente sobre el capó de mi coche y me quedé esperando, como si algo fuera a suceder. Estuve cerca de dos horas ahí, mirando a la nada. Cuando empecé a reaccionar, ya era de noche. No podía quedarme allí parado mucho más tiempo.

Entré en el coche, arranqué el motor y conduje cerca de tres horas, hasta que el depósito llegó a la reserva. Paré en una especie de hotel con gasolinera o algo por el estilo. Tenía un puñado de billetes, suficientes para repostar, pasar allí la noche y meter algo en mi maltrecho estómago.

Lo primero, lo importante. Comer. Me acerqué a la barra dónde una camarera me atendió amablemente poniéndome ojitos. No era mi tipo. Cené solo, sin hacer demasiado caso a lo que sucedía a mis espaldas.

Cuando terminé le dije a la camarera que a quién debía pedirle una habitación. Mientras mascaba chicle, con la boca abierta, me señalo a un tipo viejo que estaba sentado frente a un mostrador. El hombre no tenía demasiadas ganas de hablar. Yo tampoco.

Me dio una habitación. La número 14, en la primera planta a la derecha. Subí por las escaleras. Cuando llegué a la puerta, mientras introducía la llave en la cerradura, me quedé quieto y pensé: “hasta aquí hemos llegado, el fondo”.

Abrí con cierta desgana y escudriñe aquel cuchitril que el viejo me había dado. Era espantoso. No hurgué demasiado, me desplomé sobre la cama y dormí, o lo intente al menos.

Aquella mañana, cuando bajé al bar, una rubia despampanante estaba desayunando, a su lado otra chica, en la que ciertamente, no reparé demasiado.

Me senté en una esquina, a duras penas tomé ese “café” por llamarlo de alguna manera, y me fijé en profundidad en las dos chicas de la barra.

Me acerqué a ellas sigilosamente, y decidí hablar con la morena. Tenía una expresión simpática, familiar… Sus ojos eran de un color verde intenso, y su sonrisa perfecta. Quizás sería un buen comienzo.

Me presenté. La rubia, me echó una de esas miradas que matan, y enseguida se volvió con desdén. La otra, por el contrario, se giró levemente para ver mi cara. Se quitó las gafas y las dejó sobre la barra, con la mirada, me invitó a sentarme a su lado.

Hablamos durante un par de minutos, y la invité a escapar de ese lugar en mi coche. Miró a su amiga que trataba de ligar con un tipo sentado en una de las mesas, y sin dudar, aceptó mi invitación.

Mi coche, para que engañarnos, era una reliquia. Pero bueno, cumplía su función. Tuve en mi cabeza ir a abrirle la puerta como si fuese un caballero, pero no quería empezar todo aquello mintiendo. Nos montamos, y salimos de aquel infierno.

Por delante, cientos de kilómetros de una carretera semidesértica perdida en mitad de ninguna parte. Conduje durante horas, paramos un par de veces, y la noche nos asaltó en medio de una llanura inmensa.

Paré el coche, y bajamos. Era una noche estrellada y bastante cálida. En el último pueblo que paramos, compramos cuatro cosas imprescindibles para cenar algo. Nos sentamos sobre el capó del coche y apoyamos nuestras espaldas en la luna delantera.

Cenamos mirando las estrellas y sin hablar demasiado. Después, empezamos a hablar, bueno, ella empezó a hablar. Creo que necesitaba soltar todo aquello más que yo. Durante aquel monólogo, lloramos, reímos y nos miramos.

Era cerca de media noche cuando volvimos a montar en el coche. A los diez minutos después de arrancar, se quedó dormida.

No pude despertarla, llegamos a un hotel, entré para reservar una habitación. La saqué del coche y la llevé hasta la cama. La arropé levemente y besé su frente. Por una vez, me comporté como debía.

Fui hasta el lavabo para lavarme un poco la cara, y me acosté en el sofá.


Había empezado de nuevo…

9.12.13

Está llegando el final...

Una máquina mantenía su respiración, estaba sumamente débil. Ya hace meses que no articula una sola palabra. Lo veo cada día en la distancia al pasar por su habitación del hospital. Esa habitación siempre irradia esperanza, siempre está repleta de gente.

Muchos vienen a diario a verle. Otros, tan sólo los fines de semana. Me llama la atención un niñito, apenas tendrá once o doce años. Siempre llega abatido, triste, sabe dónde está e imagina lo que va a suceder en un futuro no muy lejano.

Cuando llega a la puerta de la habitación de aquel hombre, dibuja su mejor sonrisa. El otro día, me asome a la habitación. Y allí estaba ese niñito, sentado en el borde de la cama junto a ese hombre. Supongo que es su padre, se parecen bastante. Él, le cuenta lo que ha aprendido en el colegio, o lo que ha hecho esa mañana en casa.

Nunca falla, día tras día está allí. Siempre contándole cosas, albergando una mínima esperanza, deseando que él pueda escucharle. Agarra la mano de su padre como queriendo devolverle la fuerza que él le daba de pequeño antes de empezar un partido.

Al despedirse, le da un beso y le aprieta la mano, todo lo fuerte que puede. Él, no reacciona, hace semanas que ya ni abre los ojos. Está llegando al final.

Pasaron los días, y una noche, de vuelta a casa, vi que aquel niñito salía de la habitación y rompía a llorar. Su madre trataba de consolarlo, con alguna que otra mentira que preparaba el camino. Él no entendía nada. ¿Por qué le tocaba a él vivir todo aquello?


A la mañana siguiente comprendí las lágrimas del niño. A eso de las once de la mañana él se había ido, por eso lloraba. 

Creo que se despidió de él. 

6.12.13

Manos frías

Una mano fría, rozó la mía. Estaba deambulando cabizbajo por la calle, con mis auriculares puestos, inmerso en un mundo en el que ni yo mismo estaba cómodo, cuando de pronto lo sentí. Siempre he tenido las manos calientes, y odiaba que alguien se quitase el frío a mi costa.

Pero ese roce tan sutil, me pareció como si se tratara de un ángel. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Mis oídos dejaron de escuchar aquella melodía, que junto a una voz rota me acompañaba.

El mundo se congeló. Me giré para tratar de ver quién había sido el causante de aquella sensación. Solo vi cabezas que, centradas en su vida, caminaban dispersas. Todas, salvo una. Era un ser que, como yo, había salido a despejar su cabeza y a vaciar su alma. Llevaba uno de esos gorros de lana con una borla culminándolo, un largo abrigo negro, y unas botas también negras.

Visto desde atrás, parecía una chica. Me quedé allí parado, viendo como ella se alejaba y se perdía entre la multitud. Cuando pude reaccionar, volví a escuchar esa voz rota, y me sumergí en mi mundo de nuevo.

Decidí caminar un par de manzanas más. Y entré en una cafetería, de esas que tienen una gran cristalera que permite ver la calle, para escribir un poco y tomar un café bien cargado. Elegí una mesa solitaria, con una sola silla, y bastante próxima al cristal. Me centré en ese pequeño bloc de notas que siempre iba conmigo.

Tras un par de líneas, decidí sorprenderme con la gente que pasaba por la calle. La verdad es que nadie me llamaba especialmente la atención. Decidí volver, nada merecía la pena allí fuera.

Un reflejo me sobresaltó. Alguien había pasado al lado del cristal. ¿Podría ser ella? Qué demonios me está pasando, ahora veo reflejos de una chica que ni sé cómo es. Quizás sólo sea un producto de mi imaginación. 

Me quedé helado, un escalofrío de nuevo…


Decidí salir de nuevo a la calle. Volví a casa, y jamás sentí nada igual… Supongo que ya no la veré más. Había perdido aquella oportunidad… 

4.12.13

Se acaba

Esto termina. Apenas quedan tres horas para irme de aquí para siempre. Dejaré todo, y a todos. En este viaje no necesitaré equipaje, lo he ido perdiendo durante estos tres últimos meses. Llevo cerca de un año tumbado en la misma cama, mirando el mismo techo cada mañana.

No quiero seguir. Sé que la mirada que me has regalado hace tan sólo unos instantes, era la última. Era tu mirada de: “piénsalo, por favor”. Ya no hay vuelta atrás.

No me despido, porque si hiciese eso, implicaría que os olvidaríais de mí. Quiero que me recordéis, que sigáis siendo tan felices como lo fuimos antes. Pero debéis seguir caminando, no sólo por vosotros, también por mí.

Yo me apago, pero tras de mí, queda una bonita vida. Bonita gracias a ella. Puede que muchos no la conozcáis, pero es la mujer más hermosa del mundo.

Sus ojos son una mezcla entre el azul y el gris, similares a una nube de tormenta. Su pelo, puro oleaje. Mi vida, toda ella. He de confesaros, que más de una vez me perdí en su cuerpo, y la primera de todas las veces, me jugué la vida cruzando el abismo que había hasta sus labios. No sé qué hubiera sido mi vida sin ella, quizás, hoy, antes de partir, no estaría escribiendo esto.

Ya no puedo más. Pienso cómo me gustaría que fuese ese instante. Creo que mi despedida más dulce debería venir de sus labios, el último, el punto y final a media vida juntos…


No queda tiempo, me voy, se acerca el fin… Gracias por quererme, recordadme siempre.

3.12.13

Desvelos

Sigo desvelándome por las noches pensando en ti. Hace meses que no te siento, ni te escribo, ni te sueño. Pero aún, paso muchas noches pensando en ti. En esos ojos en los que tantas veces me perdí, en esas curvas a las que traté de agarrarme todo lo fuerte que pude, en ese mar de tu pelo, en el que me encantaba dormir…

Probablemente ahora sea otro el que se duerme entre tus brazos, quizás, alguien caliente tu cama. No puedo dejarlo así. Esa melena, aquellos ojos, esas miradas perdidas en el océano de nuestra cercanía…

Necesito volver a sentir, a sentirte, a sentirme. Necesito tenerte aquí. No quiero que otra me haga soñar, no quiero escuchar otra sonrisa en mi casa. No quiero ver otra risa perdida entre mis cosas. No quiero otro reflejo en mis ventanas. Quiero el tuyo. Te quiero a ti.

Sé que es tarde, que estos desvaríos de loco a las tres de la madrugada no cambiarán nada. Pero… necesitaba decírtelo. Quiero volver a rozar tu mano tontamente mientras caminamos. Quiero sentarme a una mesa contigo y que el aroma de tu café se mezcle con mi piel y me ayude a perderme en tu mirada. Quiero que esos ojos verdes me digan sí, mientras tus labios me susurran que no. Quiero volverme a dormir entre tus brazos…


Te quiero volver a tener junto a mí.

1.12.13

Ya está

Era una calurosa mañana de julio. El mes estaba a punto de terminar y yo aún me encontraba entre las sábanas tratando de buscar en mi cama un resquicio que permaneciese frío. Llamaron a la puerta de mi habitación. Sin demasiadas ganas me levante y fui a abrir la puerta.

No necesite palabras, me encontré un frío rostro roto de dolor tras aquella maldita puerta. Luego, medio sollozando, susurró un: “Ya está”.

Eso fue todo, un simple ya está. Me quedé blanco. Apenas sabía qué hacer, me puse los pantalones y la camiseta que estaban sobre la silla y me calcé unas zapatillas que estaban tiradas por el suelo.

No reparé en nada más. Necesitaba salir de aquella habitación. Entre en la cocina, tres personas estaban llorando, respiré hondo y contuve las lágrimas. No era el momento.

Intentando consolarlos y siendo más fuerte que nunca decidí salir. Necesitaba explicarme a mí mismo todo aquello.

Aquel “ya está”, había empujado toda mi vida por un acantilado. ¿Cómo alguien se puede ir así? De un momento a otro, sin esperar lo inevitable sucedió. No lloré, ni ese día ni en los años siguientes. Afronté aquello sin saber cómo, pero lo hice.

La ira me invadió en aquel instante, mientras bajaba las escaleras camino a la calle. No era justo, no podían hacerme todo aquello. Me senté en el bordillo de la acera, respiré hondo, y me hice el valiente, alguien tenía que tirar de todo lo que él había dejado atrás.


Ya está.

22.11.13

Nunca te abandonaré

Me prometiste no dejarme nunca, llevarme siempre contigo. Y ahora te vas. Me dejas aquí, sin saber qué hacer, esperando que llegue ese no sé qué. Tantas veces dijiste aquello de: “Yo jamás te abandonaré”… que llegué a creérmelo.

¿Y ahora qué? Te vas, te has ido, y yo… aquí sin ti. No te pediré que vuelvas pues es imposible, pero te pido que te quedes allá donde y con quién estés. Que le prometas a otro eso de no abandonarle jamás. Pero a mí no.

Puede que ya no me necesites y por eso te hayas ido en busca de otras falsas promesas que yo nunca te hice. Quizás, que no te prometiese nada y lo diese todo te cansó.

Sé que va a ser difícil encontrar alguien que no me haga promesas. Pero también sé que está ahí fuera, jugándose la boca, desgastando sus labios con los de un idiota. No tengo prisa. Me dedicaré a hacer lo que tú hiciste conmigo. Mentirle al oído a cualquiera, decirle que es la más bella entre las mujeres, para escuchar su sonrisa, y rozar, muy deprisa, su vida, su boca, su todo.

Y al día siguiente, si te he visto no me acuerdo. Me convertiré en un ser hecho de muchas, perdido entre todas. Cada noche me desgastaré poco a poco, desvaneciéndome sobre la mesa, en la que antes cenábamos e incluso más de una vez nos amamos. Ahora esa mesa, solo lleva penas, marcas de vasos y botellas de ron.


El ron, ahoga las voces de mi conciencia y del corazón. Acalla mis labios, entumece mi mirada y silencia mis movimientos. Ya no me encuentro, apenas sé quién soy o a dónde voy. Pero claro… “yo jamás te abandonaré” – me susurra la botella, y la verdad, la empiezo a creer.

21.11.13

Cajas marrones

Un mes. Tan sólo un puñado de días, horas minutos y segundos. Todos desperdiciados. Sin poder tenerla a mi lado. Los treinta días más oscuras de mí relativamente corta existencia. Días en los que unas nubes grises invadían mi alma, perdían mi mirada y acallaban mi risa. Nunca fui ese tipo de muchacho que amaba loca ni desesperadamente, era más amigo de la razón que del corazón.

A ti, que no hubiese hecho por ti. Nunca llegué a decírtelo, aunque siempre lo deseé. Y es que, un par de horas antes de que dejases todo esto para siempre y comenzases de nuevo en un lugar a más de un millar de kilómetros de aquí, volví a verte.

Me invitaste a subir a tu casa. Al abrir la puerta, la primera imagen… desoladora. Aquel piso, que años atrás tantas veces llenamos de pasión esas noches de sábado… estaba ahora vacío. Lleno de nada. Carente de todo. Las cajas, de ese tono marrón tan lúgubre, se apilaban cuidadosamente cerca de la entrada. Te marchabas.

Me dejaste hablar mientras terminabas de llenar esas malditas cajas que te iban a separar de mí. Apenas pude decir nada, bueno, nada importante. Palabrería y mentiras. Con esa falsa sonrisa que tan bien se me da poner… te pedí que no tardases demasiado en volver. Me miraste extrañada. Feliz y triste, con ganas de besarme y abofetearme. Tu última mirada, tan llena como siempre. Aquel día, tus ojos grises se volvieron negros, tu sonrisa voló con mis sueños.

Nos despedimos, y antes de montar en aquel taxi, me volviste a besar. Me besaste como la primera vez, sin pausa, sin tiempo. Tanto me recordó aquel beso… que cuando ya te alejabas y no podías oírme susurré: “Vuelve, que yo, todavía… te quiero”. Mientras aquellas palabras escapaban de mi boca, agitaba la mano como un idiota. Como un niño, que sabe que va a pasar todo el verano encerrado en ese internado, pero la última sonrisa de su madre vale más que cada llanto nocturno.

Y así, cuando una lágrima recorría mis mejillas, el taxi que se me llevaba media vida, giró la esquina.
En la primera semana, sólo pensaba en ti, en la segunda en mí. La tercera en nosotros, y ahora que termina la cuarta… te puedo decir, que nunca dejé de pensar en lo que he perdido sin ti.


No te lo dije antes de que te zambulleses en aquel taxi, pero ahora, que espero que no me leas, te digo que no te olvido, que sin ti apenas vivo, que vuelvas, que te quiero, que te echo de menos…

13.11.13

Sonrisas de lágrimas

La he visto llorar. Es lo que más horrible que vi jamás. Pero ver su sonrisa entre lágrimas… ser el culpable de ese destello de felicidad, eso es lo más gratificante del mundo. 

Siempre he creído que una mujer esta exultantemente bella cuando ha terminado de llorar. Cuando en su cara se refleja tanta pena y la calma que siente en ese instante. Creo, que alguna lloró por mí, que yo en mi infinita estupidez, no supe ver lo que ella necesitaba.

Llorar. Dejar que esas pequeñas lágrimas limpien tus ojos, tu alma y tus recuerdos. Dejar que tan sólo, quedes tú y el mundo. Llorar para olvidar, llorar al recordar. Hay muchos tipos de llanto, incluso de alegría, pero yo me quedo con el de los recuerdos.

Con esas lágrimas que recorren tus mejillas al ver una foto, al leer una carta… Esas, son mis lágrimas favoritas. Pero aun así, adoro las sonrisas entre lágrimas. Esas que provoca alguien especial para ti. Cuando ya no puedes más, cuando no tienes lágrimas que derramar… aparece. Dice algo que sólo los dos entendéis, o simplemente te mira. Y tú, ya no puedes hacer otra cosa que no sea esbozarle media sonrisa cómplice.

Esa media sonrisa, que junto con la mirada de tus ojos vidriosos, dice gracias, dice siempre, dice, no me dejes aquí…


Llorar no tiene porqué ser malo, a veces es necesario, pero la sonrisa debe ser obligatoria.

12.11.13

Dibujar

Dibujar sonrisas en rostros ajenos. A eso me dediqué algún tiempo. Puede llegar a ser gratificante ver a quién no para de llorar, esbozar una leve sonrisa a causa de tus estupideces. Y ver a aquel que siempre sonríe, hacerlo con más fuerza por tus palabras.

Nunca se me dio demasiado mal. Aunque jamás aprendí a dibujarlas en mis labios. Escucho sonrisas, veo risas, dulces momentos que soy capaz de generar, o eso me han hecho creer.

Fue bonito. Jamás nadie me lo agradeció tanto como ella. La encargada de hacer que este que ahora se encarga de dibujar sonrisas llevase una permanente. Ella, quién siempre estaba feliz, incluso mientras lloraba. 
Qué paradoja, llorar y ser feliz. Sonreír y estar triste. Vivir y querer morir. Morir… y arrepentirse de no haber vivido.

Temo que llegue el fin, y desear haber aprovechado más cada instante. No momentos en general, si no, los momentos junto a ella. Cada despertar, cada anochecer y amanecer, cada caricia, cada mirada, que tanto me decía sin separar sus labios.

Y es que, además de las sonrisas, las miradas pueden hacer magia. Puedes reír, querer, sentir, disculparte… Debemos aprender a mirar, y mirar queriendo.


La echo de menos. Quiero volver a despertar y que no sea un sueño. La quiero volver a mirar, y que sea, de verdad…

11.11.13

Lucha

¿Nunca te has preguntado si puedes cambiar lo que eres? ¿Eres realmente lo que quieres? ¿Vas a permitir que el mundo te controle a ti? O, acaso has decidido tomar las riendas de una vez por todas y luchar.

Cada tarde le veo. En su silla de ruedas, ataviado con un chándal y unas zapatillas de deporte. Dispuesto a hacer en cualquier momento aquello que antaño odiaba. Correr. Ver su cara de esfuerzo. Querer y no poder. Ponerse ropa deportiva para ser sentado en esa diabólica silla con ruedas que ahora sustituye a sus piernas. Calzarse unas zapatillas de deporte que jamás desgastarán su suela.

Pero luchando. Haga sol o llueva, nieve, haga frío o calor. Solo o en compañía. Tratando de cambiar aquello en lo que se ha convertido. Quizás jamás pueda volver a sentir caer el peso de su cuerpo sobre sus pies al correr por la ciudad. Puede que acabe sus días sentado en esa silla. Quizás, el esfuerzo sea en vano. Quizá, él nunca se levante.

Puede que su ejemplo sirva a otros para empezar o continuar su lucha por tratar de levantarse. Quizás ese hombre haya perdido la esperanza, y yo, que soy el que junta estas letras, le esté dotando de una fuerza que no posee. Pero quiero creer. Y creo en esa gente, en aquella que se decide a lanzarse al vacío para luchar por algo. Que se tira, aun no sabiendo que el suelo espera abajo.

Quizás, tan sólo sea un loco como ellos, que calla demasiadas veces por el miedo, y que en el fondo lucha para perseguir su sueño. Puede que estas palabras, para ti, que me lees no signifiquen nada. Pero sinceramente espero que te ayuden para seguir persiguiendo tu meta.

Y a esos valientes que ya han saltado al vacío, les digo que son héroes, que encuentren lo que encuentren abajo, habrán luchado, serán un gran ejemplo para otros y sus huellas guiarán el camino.


Lucha. Vive. Toma decisiones. Persigue lo que quieres. Y sobre todo… jamás abandones, ni dejes de disfrutar.

5.11.13

Un nuevo camino

Allí estaba, colocada frente al espejo. Su largo pelo de color negro como el carbón se deslizaba hasta más abajo de sus hombros. Los ojos, inundados por las lágrimas le impedían ver con claridad. Abrió el cajón que estaba a su derecha, y sin mirar palpó su interior en busca de unas tijeras. Deslizó sus dedos dentro de ellas y las sacó a la luz.

Con la mano izquierda secó sus lágrimas con la ayuda de su camiseta. Afianzó las tijeras a su mano derecha y con la izquierda, ya desocupada, atrapó un mechón de pelo. Comenzó a cortar, sin miedo y con decisión. Su larga melena en apenas unos minutos se desvaneció y su pelo cubría el suelo del baño.

Ahora apenas quedaba rastro de la chica que hace tan sólo unos minutos se encontraba frente al espejo. Había decidido cambiar su vida de forma radical. Había conseguido que le quedase bastante bien su nuevo corte de pelo. Sin detenerse a limpiar todo aquello, salió del baño y fue hasta su habitación. Nada más cruzar el umbral de la puerta, deslizó por sus hombros los tirantes de su vestido. Cayó al suelo y en ese mismo lugar dejó los tacones que llevaba puestos.

Se quedó en ropa interior, y así caminó hasta el armario, descalza. Una vez allí, sacó unas zapatillas, unos vaqueros rotos y una camiseta que dejaba su hombro derecho al aire. Se puso los pantalones y mientras los abrochaba, deslizó sus pies dentro de las zapatillas. Levanto los brazos y dejo que la camiseta cayese hasta cubrir su torso.

Tras de sí, dejó todo aquel desorden. Ya lo recogería luego, pensó. Y mientras una lágrima corría la aventura de deslizarse por sus mejillas… cerró la puerta.

Había decidido salir a comerse el mundo. Sin que nada ni nadie se lo impidiese. Aquel día, una nueva mujer había nacido.

Lo cierto, es que había quedado a las siete de la tarde en una céntrica cafetería de su ciudad. ¿Con quién? Pues con quien hasta aquella misma tarde era tan sólo un viejo conocido.

El chico con el que se había citado aquella tarde era uno de los hijos de la vecina de sus padres, tenía un par de años más que ella y siempre le había parecido “mono”. Hacía casi diez años que no sabía nada de él, pero hace un par de semanas, en una de las visitas que le hacía a sus padres, se le cruzó por la escalera. 

Estaba como siempre… bueno, casi. Su pelo largo de la adolescencia había desaparecido y un serio pelo corto le acompañaba ahora. Aquella delgadez extrema, había sido sustituida por un cuerpo bastante trabajado y definido. Sus ojos verdes brillaban igual que cuando por las noches, al volver juntos de la calle, le miraban al despedirse.

Ambos habían cambiado un poco, ella ya no era la princesita que vio hace dos semanas, que casi siempre llevaba un vestido, y el pelo suelto, que cubría sus ojos azules con unas enormes gafas de sol, y que, siempre veía el mundo desde una superficie que no era la suya.

Llegaba tarde, aquel ataque de cambio, había hecho que se retrasase. Le vio desde lejos, estaba apoyado contra la pared al lado de la puerta del bar. Cuando llegó allí, ese chico que años antes se hubiera reído de su aspecto, no dijo nada. Se dieron dos besos, y él, le abrió la puerta para que pasase.

Buscaron una mesa, lo más alejada de la puerta posible, le retiró la silla para que se sentase. Todo un caballero. Le preguntó que quería tomar y se acercó a la barra para pedir. Ella, desde la silla, le miró de arriba abajo. Aquel muchacho era ahora un hombre. Llevaba unos zapatos negros, unos pantalones negros y una camisa blanca, con las mangas recogidas. Ciertamente, el muchachito que conocía desde hace años, había mejorado mucho.

Él volvió con un refresco y un whisky. Se sentó frente a ella, y le preguntó por aquel cambio. Entre lágrimas le explicó que necesitaba un cambio. Escucho atento, sin mover un solo músculo, sin pestañear apenas y no dijo una palabra hasta que terminó.

Él, borró las lágrimas de su cara con sus manos, muy despacio, muy suave. Nunca fue un tipo con demasiadas palabras, pero cogió una servilleta de papel, y se levantó a pedirle un boli al camarero. Volvió a la mesa y tan sólo necesitó un puñado de letras y unos pocos segundos.

“El cambio empieza aquí. Escribamos juntos el camino”.

Dobló la servilleta y se la dio. Ella la desdobló despacio, leyó aquello y por primera vez en todo el día… sonrió.


Estuvieron en aquel café hasta que cerraron. Después deambularon hasta pasada la media noche por las calles vacías. Habían empezado a escribir su camino.