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17.2.13

Bajo la Luz


Se encontraba recostado contra la pared, con el pie apoyado en ella. Llevaba unos pantalones negros, unos zapatos a juego y una camisa blanca con los tres primeros botones desabrochados. Tenía el pelo largo, era delgado y tenía un tatuaje en el antebrazo izquierdo, estaba a la vista porque tenía las mangas de la camisa recogidas. Sus ojos eran negros, y la barba cubría parte de su rostro. Con la mano derecha estaba sujetando un cigarro encendido, con la otra, jugaba con un mechero.

Llevaba ya unos cincuenta minutos esperándola, se había hecho de noche y estaba sumido en la penumbra, tan solo el reflejo de una farola cercana dejaba entrever que se encontraba allí.

De pronto, se comenzaron a oír unos tacones aproximándose, apuró el cigarrillo y se dejó ver con claridad. Frente a él se encontraba una chica de unos veinticinco años, morena, con ojos azules, de un azul tan vivo que parecían pintados con un rotulador. Su sonrisa era difícil de ver, pero era tan preciosa como ella. Llevaba unos pantalones ajustados de color negro, los zapatos de tacón del mismo color y una blusa de color claro. Llevaba el pelo suelto, y apenas iba maquillada, tan solo llevaba los labios pintados. Era preciosa.
Él, nada más verla, quedó asombrado, ya la había visto antes pero la noche le daba un aire especial a aquella chica, sus ojos brillaban, podía ser por la luz de aquella farola, pero hacía que estos fuesen aún más bonitos.

Se acercó, colocó su mano en la cadera de ella y la besó, apasionadamente. El beso parecía no tener fin, ella jugaba con su pelo, él la apretaba contra su cuerpo y miraba sus ojos mientras la besaba. No debía dejarla escapar, no podía.


16.2.13

El Silencio de Una Mirada


Aquella tarde, deambulaba por el parque inmerso en su libro de poesía. Estaba sujetando el libro con la mano izquierda, leía mientras caminaba sin preocuparse de la gente que le rodeaba. Era alto, con barba de cuatro días, aspecto desaliñado y le rodeaba un halo de misterio. Llevaba unos vaqueros de color negro y una camisa a juego. Las mangas, recogidas a la altura de los codos, dejaban ver sus brazos desnudos y le permitían un mínimo contacto humano pese a su abstracción del mundo exterior.

Ella, como siempre apresurada, apenas se arreglaba porque lo consideraba una pérdida de tiempo, pero unos ojos azules y una gran sonrisa maquillaban siempre su precioso rostro. No se preocupaba demasiado por su pelo, lo solía llevar suelto y era tan indomable como ella, aunque tratara de recogerlo de mil formas. Vestía aquel día un bonito conjunto veraniego de color azul, y la correa de la bandolera permitía apreciar e intuir sus formas femeninas. Y, según su rutina de cada tarde, cruzaba aquel parque rápidamente de camino al trabajo.

Aquella tarde, algo extraño sucedió, dos manos extrañas se rozaron entre la multitud, fue casi imperceptible, apenas un segundo, pero estuvo lleno de magia y energía. Cuando ella quiso volver la cabeza para poder ver a la persona con la que había rozado su mano... él ya se había perdido entre la multitud... Ella, después de perderle entre en la gente, se dijo que sería un calambre sin importancia y que debía dejar de comportarse como una chiquilla; él, en cambio, no sintió nada más que la poesía reverberando y empapando cada esquina de su cerebro.

Sin embargo, la rebeldía de la chica no le permitió dejar las cosas tranquilas y decidió que aquello no había sido un calambre ni nada por el estilo. Eso había sido una pequeña descarga de magia porque había conectado con alguien, pero ese alguien parecía un hombre invisible que se camuflaba entre la gente. Aun así, era demasiado joven como para tirar la toalla y decidió acudir otra vez al parque y seguir esa ruta alternativa por si acaso le encontraba. No obstante, se negaba a asumir que sus esperanzas eran nulas, muy escasas. Pero no sabía que la magia y el destino le deparaba una sorpresa.

Él, por el contrario, seguía tan frío e impasible como siempre, parecía y aparentaba ser de hielo. Un hielo que le cubría y hacía que fuese difícil adentrarse en lo más profundo de su ser, le llenaba de escarcha por completo. Pasaba los días inmerso en poesías, libros y más libros...a veces, también escribía pero nada de valor, consideraba que no era bueno y desechaba todo lo que redactaba. Salía a la calle a menudo, pero nunca se fijaba en la gente; simplemente los libros le ofrecían toda la compañía que necesitaba. Un día sentado en un banco, leyendo como de costumbre, una ráfaga de viento tiró de su mano el libro, y vio como una chica cruzaba la multitud apresuradamente...su figura era esbelta su pelo era mecido por el aire, y por un instante sus miradas se cruzaron y esos ojos azules, esa mirada... Aquello hizo que algo se moviese en su interior, no podía no saber nada de aquella mujer.

Como cada día, siguiendo su rutina, la joven volvió a recorrer el parque de camino al trabajo. Pero esta vez con más calma y mirando cada rostro. De repente, un chico se levantó a recoger un libro del suelo y al levantarse sus ojos negros, como un pozo sin fondo, se cruzaron. Ella, incrédula, no daba crédito a que volviera a tener a ese chico ante sus ojos. Por eso, viendo que el destino le brindaba una segunda oportunidad, decidió darse una oportunidad y tratar de conocer a ese misterioso chico, pero no sabía ni por dónde empezar.

Al día siguiente, volvió a ver a aquella joven, mas no se atrevió a decirle nada. Demasiada vergüenza. Pensó que quizás con una nota que se cruzase en su camino o un encuentro fortuito, algo que le ayudase a conocer más acerca de ella... quizá pudiese perderse en la inmensidad de aquellos ojos. Quizá pudiera saber que ocultaba tras ellos. Era muy complicado, no estaba muy habituado a esta clase de situaciones.

Por el contrario, ella no era capaz de concentrarse en nada más que en ese chico. Sentía que algo había cambiado en ese intercambio de miradas y que algo más iba a cambiar. Y era por esto por lo que no paraba de consultar el reloj mientras revisaba facturas y albaranes sentada detrás de la mesa metálica de su oficina. Ése era su trabajo vivir entre papeles llenos de números y hacer cuentas y más cuentas; no había cabida para otra cosa. Aunque, tarde o temprano, todo cambiaría. Otro tipo de papel con otra clase de contenido había alterado el orden de su mundo.

Él se encontraba sumergido en aquel libro en el que se decía que si crees en los sueños estos se cumplen, su teléfono sonó y se marchó rápidamente olvidando por completo aquel mundo de fantasía, dejándolo en el banco en el que estaba sentado. 
Ella que como cada tarde lo veía, decidió acercarse al banco y entonces vio el libro, tras mirar un poco el contenido de este, al final, había una frase manuscrita: “Ni el amor ni la guerra podrá cambiar lo que somos. Tan solo nosotros somos los dueños de nuestro destino. Atrévete.” 
Fue entonces cuando ella decidió llevarse el libro a su casa, y allí, analizando más profundamente su contenido, vio que, entre las palabras del autor, él había escondido un número de teléfono. ¿Qué debo hacer?- se preguntó. Quizás, ese número era la llave que le permitiría conocer a aquel hombre en el que no paraba de pensar.

Llamó, apenas dudó un instante, y una voz cálida y entrecortada apareció al otro lado, era él. Quedaron al día siguiente, en el mismo lugar donde se conocieron, aquel parque que había cambiado sus vidas para siempre.
Eran las seis menos diez, en apenas diez minutos aparecería aquel hombre ante sus ojos, estaba nerviosa, un nudo parecía haber cerrado su estómago y su corazón palpitaba a gran velocidad. Se había arreglado más que nunca, sus ojos brillaban, a pesar de que aquel día era nublado, ella estaba iluminada. Transmitía felicidad, no era necesario más que mirarla para saber que esa sonrisa y ese brillo de ojos denotaba algo positivo. 
Él llegaba puntual, entonces la vio, un escalofrío recorrió su cuerpo, tenía miedo, él no sabía si sería suficiente para aquella mujer que tan sólo había visto caminar entre la gente, le aterraba. Respiró profundamente, se armó de valor y se colocó frente a ella. Estaba nervioso, pero logró proponerle ir a tomar un café. En ese preciso instante, comenzó a llover, no se lo pensó dos veces. 

Deslizó su mano por la cara de aquella preciosa mujer, apartó su pelo y dejó su mano reposando sobre el hombro de ella. La miró, los ojos de ambos brillaban, estaba apenas a dos centímetros. Una gota de agua recorría la cara de ella, utilizó su mano para secar aquella gota y se acercó lo suficiente como para que los labios de ambos se rozasen.
Cuando cruzó su mirada con la de él lo tuvo claro, ahora o nunca. Él pensó lo mismo. Y casi a la vez lo decidieron, ella se sorprendió por la suavidad de sus caricias que se oponía a la aspereza de su barba contra su cara. Él sintió la suavidad de su piel y su delicada colonia con un ligero aroma a fresa. Ambos se dejaron llevar, sentir y alimentarse a través del beso del otro. Entonces, él decidió acercarse un poco más para sentir mejor su cuerpo, colocó su mano sobre su cadera y la atrajo hacia sí; ella se sorprendió pero no opuso resistencia, estaba segura de que eso era lo correcto. Un segundo después ella decidió subir sus manos suavemente por su espalda hasta llegar a su pelo y enredar sus dedos en él para seguir disfrutando unos instantes más el roce de sus labios. 

En esos momentos, no les importaba que la lluvia les empapase, ni lo que sucedía a su alrededor, estaban fundidos el uno con el otro, y eso era todo lo que necesitaban. El mundo era una simple mancha alrededor. Cuando su beso terminó tras unos instantes, se miraron el uno al otro mientras él aspiraba el aroma de su pelo y ella reposaba la cabeza sobre su hombro y dejaba que la colonia de él la embriagase. Deshicieron su abrazo y se miraron a los ojos una vez más, para después abandonar el parque cogidos de la mano. Nunca más se dejaron escapar...



11.2.13

Tragos de rojo carmín II


Habían pasado ya unos años, pero al volver a oír el sonido de aquellos tacones recordó perfectamente a aquella mujer, la que fue sin ser. El despacho había cambiado ligeramente, una mano de pintura, nuevo mobiliario y el desorden de papeles había desaparecido. El también había cambiado, una barba ocultaba parte de su rostro, no era muy densa, pero le daba una mayor apariencia de tipo duro. Su pelo estaba considerablemente más largo pero con su sombrero este detalle era imperceptible. Ella apenas había cambiado, seguía casi como siempre, salvo por un pequeño detalle, sus ojos habían perdido aquel brillo que tenían.

Esta vez, su visita no era para contratarlo como detective, se encontraba sola y quería compañía. Un café no hace daño a nadie se dijo, salieron por la puerta. Ella con su abrigo de piel, que de nuevo encerraba una esbelta figura envuelta en un vestido, él, con traje, gabardina y sombrero. Llegaron a la cafetería y ella comenzó a hablarle acerca de su vida pero él no podía apartar los ojos de sus labios, después sus ojos lo atraparon. Olvidó el café, la gente y todo lo que les rodeaba.

Se levantó de su sitio y acercó su silla junto a ella, acarició su cara mientras retiraba su pelo. Fue entonces cuando se acercó a su oído, y le susurró lo preciosa que era, y le confesó que nunca había olvidado aquellos ojos y que quería devolverles aquel brillo que tenían. Tras decirle aquello, la besó, la besó como nunca antes lo había hecho, la besó durante unos minutos, ambos olvidaron el resto. Cuando terminó aquel beso, ella abrió sus ojos y volvían a brillar...

La distancia

Ella estaba sentada a su lado; le miraba de reojo, casi a hurtadillas. Él sentía un sudor frío recorriendo cada centímetro de su piel, estaba nervioso y su corazón bombeaba más sangre que nunca, cuanto más se acercaba ella las pulsaciones más aumentaban. Se tocó el pelo intentando parecer menos nervioso, ella le apartó la mano, la colocó en su cintura y se aproximó aún más. Tan solo unos milímetros los separaban. Cerraron los ojos, como si estuviesen enamorados, y el primer roce de sus labios logró que pareciese que su corazón se iba a salir de su pecho. Ella, juguetona, le mordió el labio y pasó suavemente la mano por su pelo. Pasaron unos instantes hasta que se separaron, pero era ya un recuerdo imborrable.

9.2.13

Un trago de rojo carmín


Entró en su despacho, las paredes tenían un tono amarillento, y tan solo un viejo sillón, un perchero, un par de viejas sillas y el escritorio ocupaban casi todo el espacio, un cuadro con una licencia de detective adornaba la pared. El escritorio estaba repleto de papeles, se acercó con paso firme hacia ellos, los apartó dejando entrever un vaso, buscó en uno de los cajones y sacó una botella de whisky, se sirvió un poco en el vaso y lo tomo de un trago.

Deambulo unos minutos con el vaso en la mano por el despacho, decidió sentarse y revisar algunos papeles. Llevaba algunos días sin ningún caso, los papeles estaban repletos de datos y cuentas acerca de los casos pasados, quizás debería ordenarlos, pensó. Llamó a su secretaria y esta apareció rápidamente en el pequeño despacho, antes de hablar con él, abrió las ventanas y dejó entrar la luz. Tras una breve charla ella se llevó un montón de papeles para archivarlos...

Tras unos minutos, cuando estaba distraído mirando por una de las ventanas, se empezaron a oir unos tacones golpeando el suelo. El paso era firme, se acercaba hacía la puerta, a través del cristal del despacho, pudo adivinar la silueta de una mujer. Tenía una larga melena, y parecía bastante alta... El pomo de la puerta del despacho comenzó a girar lentamente. Una mujer joven, rubia, con el cabello largo, los ojos azules y los labios pintados con carmín color rojo intenso, se adentró en el despacho. Se apresuró a sentarse en su silla y adecentar un poco el escritorio, hacía mucho que una mujer como aquella no entraba en su despacho. Ocultó el vaso, la botella, y se colocó la corbata correctamente con la mano derecha mientras que con la izquierda, se apresuraba a sacar una pluma para poder escribir lo que aquella mujer dijese.

Aquella mujer le impactó, se quitó el abrigo que llevaba y lo colgó en el perchero, no medió palabra con él. Bajo el abrigo, se ocultaba una mujer con una silueta perfecta, llevaba un vestido negro, y unos tacones del mismo color, caminó hacia la mesa del detective y se sentó en una de esas viejas sillas que estaban frente al escritorio, cruzó las piernas y se le quedó mirando. Él no era capaz de articular palabra, tragó saliva y con cierto tono de indiferencia y con una voz muy grave le preguntó que qué le había llevado a una mujer como ella ante alguien como él.


La mujer comenzó a hablar, él estaba embelesado con su mirada, esos ojos azules le perdían. Ella había acudido a él con el fin de saber si sería capaz de encontrar unos papeles y unas joyas que le habían sustraído hace un par de semanas de su casa. Él afirmó poder hacerlo, pero, necesitaba saber de que se trataba, que contenían esos papeles, y como eran las joyas robadas. La mujer entonces, le proporcionó la información que necesitaba, le entregó un dossier que sacó de su bolso con toda la información referente al caso y le aseguró una buena suma de dinero si lo llevaba a cabo con éxito.

Tras un par de semanas de investigación, y unas cuantas noches en vela en el coche, encontró una pista que podía llevarle hasta el ladrón. Era un simple ratero, se escondía en un pequeño local situado en un callejón. Aquella noche decidió no hacer nada, se subió en su coche y fue a su despacho. Cuando llegó al despacho, telefoneó a aquella bella mujer y le comunicó que ya tenía al ladrón y que mañana recuperaría sus pertenencias.

A la mañana siguiente se desplazó hasta el escondite del ladrón y esperó a que apareciese. Fue tras él, ambos entraron en el local, y apenas necesitó usar la fuerza para recuperar los papeles. Las joyas, se las había vendido a un joyero que tenía su negocio dos calles más lejos de allí. Se fué sin preguntar nada más. Llegó al negocio del joyero y tras unas preguntas y una pequeña suma de dinero pudo recuperar las joyas...

Llegó al despacho, ella ya estaba esperando allí, le devolvió sus pertenencias, esta, le entregó un fajo de billetes y le dió un beso en la mejilla, dejó el carmín con la forma de sus labios en la mejilla. Él, anonadado, balbuceó un hasta luego, ella con la mano en el pomo de la puerta, le dijo hasta pronto. Dejó la gabardina en el perchero, la americana también, de camino hacia la mesa, aflojó su corbata. Se sentó en el sillón, sacó el vaso y la botella de whisky y se sirvió un poco, mientras escuchaba cómo esos tacones y aquella mujer se alejaban, aunque no fue la última vez que se vieron, ni la última en que el carmín se marcó en él. Bebió un gran trago, se sirvió otro poco y se quedó pensativo mirando al infinito...

8.2.13

Un Mensaje, Una Palabra


Tenía los ojos marrones, algo bastante común, pero su mirada era completamente diferente a la del resto del mundo. Su pelo largo, moreno, sedoso y con un gracioso flequillo que le permitía jugar y esconderse cuando ella quería. No era demasiado alta, era delgada y lo que más caracterizaba a aquella chica era, su eterna sonrisa, su pequeña nariz y sus labios.

Aquella mañana se levantó con ganas de comerse el mundo, y salió decidida a decirle a aquel muchacho lo que sentía por él. Ese chico era alto, moreno, con el pelo medianamente largo, solía llevar barba, su aspecto era bastante descuidado y tenía un aire misterioso, a su vez, parecía un tipo duro, difícil...

Llegó, le vio, se plantó frente a él y le dijo que llevaba tiempo soñando con estar a su lado, con descubrir un poco más de él, deseaba saber que había bajo ese disfraz de tipo duro. Él, con un cierto aire de arrogancia, la miró, y prosiguió su camino.

Algo hizo clic en su cabeza, se dio cuenta de que aquella chica quería descubrirlo, quería saber lo que ninguna otra había intentado conocer. Quizás, debería decirle algo, la conocía desde hace tiempo pero nunca se había planteado lo que ella podía suponer para él. Quizás, lo que llevo tanto tiempo buscando este más cerca de lo que creo – pensó, pero rápidamente deshecho aquella estúpida idea, nadie lo había intentado nunca, ella no sería diferente.

Aquel mismo día, cuando llegó a casa, se sentó en su cama y comenzó a pensar en cómo sería su vida con ella, esbozó una sonrisa. Decidió coger el teléfono móvil y escribió rápidamente: “Aún podemos conocernos mejor, intentarlo. Sonreír juntos... Vivir y ser felices. No perdemos nada al intentarlo.” Estuvo dudando unos minutos acerca de si enviarlo o no, finalmente, decidió enviarlo...

Tras un par de horas su teléfono sonó, era un mensaje, la respuesta era clara y concisa: “Si”. Tras leer esto, cogió su chaqueta, salió a la calle, aún llovía, corrió hacía la casa de aquella chica, llamó a su puerta. Tuvo que esperar un poco pero enseguida apareció ella, su mirada aún era mejor que lo habitual, ella estaba radiante. Sonreía constantemente, estaba feliz. Fueron a caminar bajo la lluvia, él, en un acto de valentía, se acercó mucho a ella...

Apartó su pelo mojado lentamente, acarició su cara despacio y de forma muy cariñosa. Se acercó lentamente mirando a esa preciosa chica a los ojos, apenas rozó sus labios pero ya sentía más que con cualquier otra. La lluvia inmortalizó aquel beso y el tiempo aquel amor...