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29.10.15

Hasta el fin del mundo

Hasta el fin del mundo, pero contigo.

Supongo que aún me recuerdas. O eso quiero creer. Quiero decirte que no te olvido, que es imposible borrar todos esos recuerdos que dejaste grabados en mi retina. Tus pupilas siguen despertándome de madrugada, tu olor sigue persiguiéndome y si no te encuentro, enloquezco, pero siempre es por tu culpa. No debiste volver, porque ahora que te pierdo, otra vez, creo que no voy a ser capaz de recomponerme de las cenizas que dejaste ahogadas en un vaso de ginebra.

Hace tiempo que no te escribo, supongo que es porque no he encontrado ni las palabras ni las fuerzas para poder ponerle letras a tu voz. Siempre me gustó oírte, porque cuando hablabas rasgabas el aire que había entre tú y yo. Y eso, recortaba las distancias entre tu helado corazón y mi maltrecho metrónomo desacompasado.

Bueno, te contaré la verdad, estas letras tienen su sentido. Y es que he decidido no olvidar lo que significaba quererte. Porque supongo, muy a mi pesar, que eso es lo que pasa, que aún te quiero. Y no te olvido, ni con el trago más amargo, ni con el paso del tiempo.

Y es fácil decir todo esto ahora que estás tan lejos que te echo de menos porque no me dio tiempo, jamás, a echarte de más. La distancia es sencilla, el dolor exponencial a lo lejos que está, y aumenta más cuando pasamos tiempos de silencio, sequías de ausencia.

Pero resistimos, o resistiremos, si quieres. No tengas dudas, yo quiero. Maldigo a cada hora ese reloj que me marca las horas que nos quedan, porque lamentablemente, nosotros también tenemos fecha de caducidad. La marcamos el día en el que nos besamos por primera vez y mordiste mi labio inferior, rompiendo en pedazos todo lo que no me quería creer de ti.

Apareciste de pronto, sin avisar, como si quisieses romper todos mis esquemas para poder hacer tus planos en mi espalda. Nos recompusimos a base de besos y golpes de almas, cada noche que nos queríamos, era un día que perdíamos. Cada sonrisa disparada era una lágrima que se disipaba en la eternidad de tu mirada. Y así, poco a poco, con cada risa y cada gemido, nos comimos hasta las costuras de los labios, los abismos de las pupilas y las cicatrices de la espalda.

Mal que nos pese, nos quisimos. Y creo que aún, por suerte lo hacemos. No sé lo que nos queda, ni siquiera sé si esto es una segunda oportunidad de esas que duran lo que dura la primera, pero con más tristezas por saber el final que espera.

Que te quiero. Así, con esas palabras y sin cortapisas. Este no es el arquetípico amor de Romeo y Julieta, esto es, más bien, una tragedia con final feliz, el de tus pechos contra mi espalda, el de tu cama con los dos y el de los besos a las dos de la madrugada.


Pídemelo, que me voy, contigo, al fin del mundo.

26.10.15

A hielo y fuego

Desgarrar a hielo y fuego los retazos de alma que ella me dejó. Eso es a lo que me dedico últimamente, el hielo de sus frías comunicaciones esporádicas y el fuego de nuestras fotos.

Y es que cuando todo termina y no quedan más que vagos recuerdos en tinta y papel, uno acaba por perder la motivación de aferrarse a todos esos recuerdos que se generaron, y se encierra en una espiral que acaba, casi siempre, pegada a una barra de bar en la que valen más las lágrimas que se pierden en el vacío que las copas que se amontonan a los costados.

Olvidar tiene su parte positiva. Dejas de engañarte sobre todo aquello que sucedió, destierras las esperanzas de volver a caminar entre sus piernas, y también, poco a poco, vas sanando, por dentro y por fuera.

La parte negativa, es que empiezas a no sentir nada de lo que sucede a tu alrededor, comienzas a obviar todo aquello que te recuerda a ella, y sí, es todo. Desde ese bar al que fuisteis por primera vez, a ese otro en el que pasabais las tardes, tu cama, tu cocina, tu casa en general, la maldita ciudad que os vio caminar, asquerosamente felices y perdidos… En definitiva, acabas odiando todo, porque todo es ella. Te dedicas a vagar, con tus recuerdos y sentimientos enmarañados, por las calles, con el ceño fruncido y una mueca de disgusto en tus apretados labios.

Pero acabas olvidando. Parece que ya eres inmune a todo aquello que sucedió, al poso que dejó en lo más profundo de tu alma, e incluso se ha mitigado el dolor inconsciente que padecías. 

Y vuelve.

Más alta, más guapa, con los ojos más vivos, más brillantes. Pero no la ves. Ya no es como antes. 

Pero llegas a casa, buceas entre viejos recuerdos que tienes por los cajones, y la encuentras. Y esa que acabas de ver hace unas horas, no tiene ni punto de comparación con la mujer que tú querías.

Caes. Eres consciente de todo aquello que va a desencadenar, pero la huella caló hasta los huesos, agujereó tus pupilas, tus papilas y hasta tu maldita alma.


De nuevo todo es ella, y ella… por fin sabe a ella, y a ti. 

25.10.15

Latidos

Nuestra vida avanza en función de los latidos que nos queden. Puede que tengamos millones de ellos disponibles, y cada uno decide en que puede malgastarlos. En demasiadas ocasiones, nos encargamos de dejar que esos pulsos se vayan en compañía de unas respiraciones que no suspiran por nosotros.

Algo así le pasaba a él. Había decidido, que desde ese momento en el que la vio por primera vez, hasta que llegase el final, sus latidos iban a estar atados a esas ojeras bajo aquellas pupilas azules de esa chica imposible.

El incansable metrónomo de su corazón alteraba su ritmo hasta multiplicar sus latidos cuando ella se acercaba, o incluso cuando tan sólo se intuía su presencia. Es complicado adivinar si en ella sucedía todo aquello, o si simplemente era alguien más.

Sincronizaron latidos y decidieron gastarse al mismo tiempo. Los de él, encadenados a las pupilas llenas de historia e historias de ella. Los de esa mujer, anclados a los recuerdos que generaban los dos.

Y vaya si se sincronizaron, tanto, que acabaron latiendo al unísono, casi siempre cuando se querían. Y rompiéndose en mil pedazos, cuando por suerte, discutían. Cada latido en uno de sus corazones, apuntalaba aún más todo aquello que se sustentaba en unos besos discretos, unos abrazos largos, unas miradas interminables y unas conversaciones hasta el amanecer, que terminaba con sudor, alguna que otra lágrima y los dos bajo una misma sábana.

Pero todo se acaba, siempre. Aunque por suerte, gastaron los latidos que les quedaban en aquello en lo que creían. Y ella siguió con la mirada perdida y su dulce aroma un camino lleno de recuerdos que habían creado. Y él, destrozado y sin latidos, acabó. Como todo lo que tiene que terminar, pusieron un punto, y final.


“Cuando creemos en lo que creamos, acabamos queriendo todo aquello que hacemos. No hay mejor sensación que derrochar cada golpe de corazón en alguien por el que darías todo lo que tienes para estar a su lado. Quizás ese alguien tenga unos ojos azules, unos labios rojos, una sonrisa eterna, o una belleza invisible. Pero cuando llegue, no duden en gastar hasta el último aliento en su cuello, en sus pupilas, en su pelo, en su sonrisa o en sus latidos. Porque eso, me temo… que sí es amor”.

21.10.15

Hasta borrarte

“Quiero escribirte hasta borrarte, hasta que tu imagen esté tan distorsionada que seas tan sólo un vago recuerdo en los pensamientos de un cansado pasajero de uno de tus besos. Y cuando desaparezcas, quiero volverte a ver, para no dejar de escribir(te), jamás”.

Las pupilas notablemente dilatas, la boca seca, la respiración entrecortada, las pulsaciones disparadas, la voz sin fuerzas para avanzar por la garganta, el estómago anudado sobre un cúmulo de nervios, la piel muerta de miedo al verte. Los parpadeos incesantes, el frío latigazo del deseo recorriendo mi cuerpo, el hormigueo en las yemas de mis dedos…

Y tú, delante de mis ojos. Tan perfecta, tan rota por los costados, tan exuberante, tan tú, que asustas. 

Los primeros pasos indecisos, hasta tus pies. Los primeros gestos, tranquilos, casi imperceptibles, hasta tu dulce hiel. Y el frío se va, desaparece cuando tus manos y mis dedos se rozan, cuando por fin estás aquí.

Se olvida todo, la gente que pasa, el pulso acelerado, los nervios y hasta por dónde caminamos, sólo existes tú y todo eso que siempre traes. Tus labios callados y calados por todas aquellas palabras que no dicen, tus ojos que miran desde las ruinas de tu alma, tus miradas, rotas por la inconsistencia de lo que quieres, y tú, repleta de aquello que no eres para poder ser alguien que no quieres que quieran.

Apareces, como siempre, en ese momento de debilidad. Cuando más roto estoy, destrozado y desmontado por tus argumentos inverosímiles, vuelves a mis noches desiertas de sueño y sueños, a esas en las que te echo de menos más veces de las que puedo soportar. Y cuando vuelves, me recompones con uno de esos besos salvadores, con un paseo por tus afiladas clavículas, por tus prominentes caderas, por tus gemidos nocturnos, entre las risas de tus piernas.

Y quiero, escribirte hasta que desaparezcas, pero sólo es para que vuelvas. Y cuando vuelvas te escribiré de nuevo, para que nunca me olvide de esos tacones al alejarse, de esas sonrisas caídas en tus labios a medianoche, de esas risas entrecortadas por el frío, de esos abrazos repletos de sueños, de pausas y de prisas. Para no olvidar lo que significa olvidarte, y para que esas caderas que se balancean en tus despedidas, se claven en mis pupilas como se clavaron tus miradas, esas que perdías en el abismo de mis ojos.

Que tus ruinas y las mías, dan para construir uno de esos paraísos, para ti y tus vicios, para mí y tus debilidades…


20.10.15

Cuando vuelven los fantasmas

Cuando vuelven los fantasmas. Ese día en el que pareces haberlo olvidado todo, pero reaparece como una ráfaga helada de viento. Supongo que son cosas que deben pasar. A veces vas cambiando de camino para intentar no cruzarte con tu destino, y acabas, de la misma manera, inmerso en ese azaroso sendero del que deseabas salir.

Pero por suerte, paralelamente a ti, ella recorre su camino. Te mira con esa tormenta del fondo de tus ojos, y te olvidas de todas esas piedras que sin duda acabarás encontrando, porque tienes con quien levantarte. Y es entonces cuando el barro no te parece tan malo, si está ella para salvarte de todo aquello que arruina el camino.

Ese ángel que siempre nos salva, en mi caso, es una de esas mujeres que son difíciles de borrar de la cabeza, del alma, del corazón y hasta de la piel. Una salvadora de clavículas perfectamente perfiladas como si del borde de un precipicio se tratase, con una mirada atormentada y llena de tormentas que no deja de hundir en mis recuerdos.

Los ojos azules, como una de esas noches de verano, después de llover, con alguna estrella rebelde que decide alumbrar algún alma perdida, como la mía. Esos labios rotos, por cualquier lado, de tantos golpes, como los míos, reconstruidos a pedazos de rabia y fuerza.

Sus cabellos me enredan en sueños, y me llevan a ese torso que no quiero dejar de recorrer, y si lo dejo, que sea para anidar en esos labios fruncidos, para evitar que salgan las sonrisas y las palabras, esas que tanto han maltratado su espalda, y de las que no se puede deshacer si no es a golpe de besos.

Sus caderas, me recogen las noches de tormenta, sus pupilas cansadas, cobijan mi alma destrozada por todo lo que fui incapaz de decir. Y juntos avanzamos por ese maldito sendero, no sé si nos espera algo bueno o malo, pero supongo que juntos, llegaremos a ese anhelado final feliz que todos cuentan que existen.

Pero mi final, por mucho que esté por llegar, acaba en ella. En cada sonrisa, en todas y cada una de esas palabras que antes callaba y ahora me dice, y en esas frases que guarda, que son, aunque nadie lo espere, para mí.

Espero sorpresas, pero de las suyas. Que el camino es largo, pero de esas manos suyas, tan terriblemente frías, seguro que se hace más corto, si es al calor de las mías.



19.10.15

Lis

Unos ojos nerviosos, una sonrisa rápida y distante. Una boca llena de palabras que se disipan rápidamente en el aire. Y tras todo eso. Ella.

Una belleza especialmente lúcida. Cuando se calma, y deja de lado todo aquello que la atormenta, se convierte en alguien radicalmente distinto. Su gesto, más relajado, su sonrisa, mucho más amplia y clara que de costumbre, y sus ojos distraídos en todo aquello en lo que no suele reparar hace que nuble todo lo que se encuentra a su alrededor. Y por fin, deje ver que es ella, la que tiene el control de una situación que rara vez ha logrado controlar.

Puede que si se la cruzan en una de esas calles concurridas ni se alteren por su presencia, pues parece tan inalcanzable como esas estrellas que cuando queremos mirar han desaparecido en el firmamento. Pero nada más lejos de la realidad. Es un cúmulo de inseguridades, de velocidad constante, de realidades que poco se acercan a ella.

Y justo ahí, cuando baja la guardia, aparece. Su mirada, se acerca tímida a cualquiera, su sonrisa se esconde, aunque es tan amplia que merece la pena esperar tan sólo por el espectáculo brillante que puede brindar. Es una de esas mujeres tan duras que parece que en cualquier momento va a tomar las riendas, pero no lo hace porque huye de toda esa responsabilidad que puede afrontar.

Desinhibida, es cuando realmente merece la pena. Sus ojos atrapados en las sombras, brillan. Toda ella parece irradiar una luz cegadora. Y descuelga de sus labios permanentemente fruncidos una tímida sorpresa, que se torna en una sonrisa de las que calienta el alma.

Aunque a veces, puede sesgar cualquier resquicio de esperanza con una de esas afiladas miradas. Pero no se dejen engañar, hay que saber buscar, y tras todo eso, está ella.

Ella.




18.10.15

Aleth

 “Despreciar todo aquello que no cuenta para hacer que todo lo tengas en cuenta”.

Ese puñado de palabras, un radiante positivismo y una sonrisa permanente son su carta de presentación. Así, sin un motivo aparente, sin nada que esconder y con todo por decir se posiciona frente a ti, y dispara una sonrisa tras otra, y claro, se acaba contagiando esa estúpida felicidad.

Me gustaría que viesen sus gestos al reír, o al avergonzarse por algo, porque en ese instante puede pararse el mundo, que no importaría nada más. Y aunque apenas te dediques a mirar sus movimientos, la intuyes, alegre, allá donde esté. Sus ojos podrían pasar desapercibidos en mitad de cualquier parte, pero cuando se enfrentan a tus pupilas, te retuercen el estómago, te empujan hacia arriba, y sonríes, seas quien seas, acabas sucumbiendo a su incansable positivismo.

Siempre he oído que la curiosidad mató al gato, ella parece que quiere morir sabiendo. Y es de agradecer, porque se dedica a husmear hasta en los rincones más oscuros, y acaba, haciendo que sueltes ese lastre que te obliga a fruncir el ceño o a apretar los labios para parecer alguien diferente al que realmente eres.

Y aunque nunca lo diría, me temo que es una de esas apariciones, inesperadas, que dejan huella, aunque no quieras. Y cada uno de esos pasos, quedan marcados en la espalda y calan hasta el alma, donde los recuerdos, ya no se borran, por suerte.

Pongamos que, se llama Aleth. Y no significa otra cosa que, la verdadera. Y no sé si es de verdad todo lo que les he contado. Lo que les puedo asegurar es que esa sonrisa con la que se engalana cada mañana, su pelo, cuando está liso, y esa felicidad contagiosa… hacen que sea una de entre cualquiera, pero que realmente valga la pena.


Alma. Lealtad. Esperanza. Tozudez. Hoy. Todo eso es ella, pero hay mucho más de lo que se puede ver, tan sólo tienen que dedicarse a mirar, hacia ese lugar en el que el resto del mundo no se encarga de buscar. 

16.10.15

Mis ojos azules

A veces los recuerdos y las distancias marcan abismos que a simple vista parecen insuperables. Y esos malditos precipicios, suelen marcar un antes y un después, en esas vidas de gatos que teníamos, y de las que apenas queda una, maltrecha y deslavazada.

Pero a veces, ese destino caprichoso, quiere que nos volvamos a juntar. Y quiere también, que esa voz que antes mecía mis sueños ahora me resulte extraña, demasiado adulta para ella, que siempre había sido uno de esos sueños de eterna juventud.

“Sigo siendo la chica de ojos azules de las cicatrices tatuadas”. 

Y es en ese instante en el que su boca, que tanto dice cuando calla, crucifica mis tristes pensamientos y desdibuja una sonrisa, una mirada brillante y un nudo en el estómago.

La chica de los ojos azules, ha vuelto a mirar como antes, con esa profundidad y cariño que desprende, y yo, qué les voy a decir, no le puedo negar nada a esos ojos que tantas noches me han acompañado hasta dormirme.

Sus cicatrices siguen tatuadas, no se borran, algunas crecen, otras se tatúan nuevas. Pero conozco cada una de ellas como la palma de mi mano, y lejos de alejarme de todos esos miedos y penas que guarda en su espalda, allá dónde unas alas habitaron algún día, me dedico a recorrerlas, cada centímetro de ellas es ella. 

Y ella, es simplemente la chica de los ojos azules, con las cicatrices tatuadas, las sonrisas etéreas enganchadas a esos labios rotos en su perfil alto por esos azares de la vida, que hacen que una cicatriz sea el rasgo más hermoso de unos labios.

Toda ella, se encaja bajo esa mirada, cálida y helada. Que me congela las palabras pero me calienta el alma, siempre, aunque la vea de lejos, sé que es ella, porque mis vellos se erizan, mi estómago decide anudarse sobre sí mismo, y las palabras, esas que a veces disparo, se convierten en vagos recuerdos en el cielo de mi boca.

Dicen que todo eso es amor, pero creo que es algo mucho mejor. Es ella, la chica de la sonrisa eterna, de los labios rotos, de los ojos azules, de las cicatrices tatuadas, del pelo rebeldemente domado, parca en palabras, prolija en miradas que rompen los esquemas y desencajan las ideas.

Ella, la que sigue siendo la mujer, de los ojos azules y las cicatrices tatuadas.

 R.

15.10.15

Todo lo que no se ve

Ella tenía unos ojos azules, impredecibles. Los de él, eran marrones, sumamente comunes, pero brillaban al mirar los de esa chica, que quería por encima de todas las cosas. No eran diferentes a cualquiera que se cruzase por la calle, pero sonreían, eso les delataba. Y se miraban, como dos desconocidos que se querían, como un matrimonio que lleva toda una vida…

Y es que echar un polvo era algo así como morir y revivir en un instante, conocer cada recoveco de su cuerpo para luego perderme en las profundidades más oscuras de sus labios. Se perdían ambos en las cicatrices, los miedos y los deseos del otro, se encontraban después, pegados a sus labios, esperando la redención de uno de esos besos, que salva más vidas de las que cualquiera pudiese pensar.

Tenían la sensación de quererse a contrapié, como si ellos no pretendiesen hacer todo aquello pero algo los impulsase a cometer esos actos de locura irrefrenable, que les conducía, casi siempre a quererse de una forma desmedida. Y claro que se querían pero no sabían si todo aquello iba a conducir a algún destino, en el que estuviesen, los dos.

Se desgarraban y se querían apresuradamente, rotos por el miedo que les provocaba el perderlo todo. Y querer con prisas, además de hacer sentir todo aquellos que otros sólo imaginan, hace que todo sea tan brutalmente bueno, que no quieras parar jamás.

Solían encontrarse cada día, en lugares diferentes, jugar a ser dos desconocidos que por un flechazo, se habían enamorado. Acababan paseando, de la mano, como una de esas parejas de verdad, que se quiere tanto en secreto que darse de la mano es todo un reto. Para ellos, tan sólo era el preámbulo de todo lo que estaba por suceder.

Compartían pensamientos, palabras, caricias, besos entre la gente, que los miraba incrédulos. Y así cada día, y cada noche. Era difícil que todo aquello acabase, se estaban enamorando de verdad, y aunque les asustaba todo lo que sucedía, decidieron recorrer juntos ese camino, que no tenía destino, más que ir el uno al lado del otro.

Tras amarse en cualquier lado, durante un buen rato, acababan tendidos sobre la cama. Cuando era ella la que primero se dormía, él contemplaba su respiración acompasada, su gesto de felicidad y a toda ella. ¡Y qué bonita era!

Sucedía justo lo mismo cuando era al revés. Ella, con su rostro descansando en su pecho, se movía al ritmo que marcaba la respiración de él. Cerraba los ojos y se dormía feliz, allí.

Los dos. Esos que no tuvieron miedo a quererse de forma desmedida.


14.10.15

¿Qué es?

“Yo no soy muy listo, pero sé qué es el amor” – Forrest Gump.

Lucas había visto una y otra vez aquella película. Y es cierto que siempre había estado en su cabeza aquella sentencia pronunciada por un personaje, que puede que no supiese mucho de muchas cosas en la vida, pero que le ponía el corazón a todo aquello que hacía.

Antes de pronunciar esa frase, le preguntó al que era, fue y será el amor de su vida que por qué no quería casarse con él, que sería un buen marido. Ella le aconsejó que no le convenía estar con ella y justo en ese instante le asegura a aquella mujer que lo mira atenta desde las escaleras que él no es muy listo, pero sabe lo que es el amor.

¿Cómo alguien puede decidir por otra persona si es conveniente o no que estén juntos? Creo que esto no va de conveniencia, va de algo totalmente diferente. Va de complicidad, sinceridad, amistad, cariño, pasión, felicidad…

Puede que sean polos opuestos o que estén tan sumamente cerca que se rocen. Pero si no hay un cúmulo de puntos fuertes que se acumulan entre ambos, nada existe. Y por eso no hace falta ser demasiado listo para saber que es el amor. Porque es algo que aparece sin más, aunque hay que cuidarlo para que no se acabe.

Tras ver el final de la película y soltar alguna que otra lágrima, porque la historia es triste, -y Forrest sigue poniéndole el corazón a todo y eso es algo admirable-, pensó en Sofía.

Ella le recordaba a aquel personaje de película. Se dejaba el corazón en todo, aunque implicase perderlo, si no por completo, una gran parte. Admiraba notablemente a aquella chica, y llevaba meses sin dejar de pensar en ella. Tras un par de minutos buceando en su teléfono, encontró su última conversación, esa que había terminado con un simple adiós por su parte y un pequeño audio de aquellos labios que alguna que otra vez le habían sonreído. Volvió a escucharla, un escalofrío recorrió su cuerpo y erizó su vello.

No sabía que eso era amor, porque no creía en todo aquello. Pero que bien sentaba escuchar esa voz, alegre, llena de esa calidez que a él le faltaba. Deslizó velozmente los dedos por el teléfono. “Te quiero”.

Y ella sorprendida por aquellas palabras llenas de calor de alguien tan frío, le devolvió esas dos palabras, y le propuso que se viesen aquella misma noche, daba igual la hora, para una vez que los dos se atrevieron, decidieron quererse.

Nadie sabe qué es el amor, hasta que lo encuentra. Y sabe Dios, que ellos dos, por fin, lo encontraron.

Porque puede que ninguno de los dos fuera un genio, pero sin duda, habían descubierto lo que era el amor. Su amor. El de Lucas y Sofía.

L&S


13.10.15

Sobre Vivir

Es relativamente sencillo evidenciar las carencias que uno mismo posee, pero quizás el momento en el que la gente descubre todas ellas, el problema radica en que no conocen cada una de las cicatrices que provocan esas carencias.

Puede, que simplemente tengamos que evidenciar nuestros puntos débiles, exponernos delante de aquellos que consideramos “los buenos” y permitir que estos nos ayuden, que demonios, nos permitan que les dejemos ayudar a paliar esos problemas. Pero no es tan simple, al igual que un bolígrafo no puede escribir sin una mano que guie esos trazos, una de esas cargas que hemos decidido soportar no puede aliviarse simplemente con la compasión de aquellos que no saben lo que hemos tenido que vivir para llegar a ser ese despreciablemente querido ser, con el que se sientan frente a frente en una mesa de bar, a decirle que, ya no nos vamos a poder ver más porque tus miedos me frenan y si tú no crees yo no puedo crecer contigo.

¿Quién habla de crecer? Si lo único que pretendo es sobrevivir. Es algo así como uno de esos cactus del desierto, tan despreciables por fuera y tan llenos de vida por dentro. Pero no siempre apreciamos a aquellos que tan sólo pretenden sobrevivir, queremos más. Siempre. Y no es nada malo luchar por crecer, pero hay quien ha tirado la toalla, porque está cansado de luchar por promesas inconclusas, que tan sólo llevan de un fango a otro. No está mal disfrutar del barro, pero de ahí, sólo queda levantarse, y seguir. Hacia delante, creciendo o sobreviviendo.

“Yo soy más de sobrevivir, pero ser un niño, uno de esos Peter Pan, que cree en quien no debe, porque le cuentan sueños, irrealizables. Quizás sólo sobreviva, ya tendré tiempo de crecer, entre las espinas de esta vida. Pero prefiero creer, en los sueños de otros, porque los míos, siempre han estado ligados a esos labios rojos, que me sonríen en la distancia, que se sonrojan ante mis pupilas y que me besan… en sueños. Sobre vivir, por suerte, no hay nada escrito”.



12.10.15

Rendición

El color de sus ojos no era muy distinto al de su alma, profundamente negros. Quizás venía dado por ese descarnado dolor que había sufrido durante tantos años y del que no había sido capaz de desprenderse, al menos por el momento. Y no era fácil comprender esos misterios que ocultaba tras unas gafas de sol, una barba de tres días y un buen puñado de ironía y mal humor. Pero tras esas gafas de sol, esos ojos tan negros ansiaban encontrar una mirada que los desconcertase tanto que aquel color negro, se quedase simplemente en sus pupilas.

No era difícil identificarle en mitad de la calle, solía tener un aspecto bastante distinto al resto de la gente de aquella decrépita ciudad de la que no podía escapar, aún. Algunas veces llevaba un sombrero que ocultaba un pelo cuidadosamente despeinado por la inconsistencia de sus actos, y sumado a esas apáticas gafas de sol que lo acompañaban buena parte del año, siempre pasaba desapercibido.

Era uno de esos tipos que pasa de puntillas por la realidad del resto de personas. Sin dejar rastro para no permitir que le dejasen huella. Y es que al fin y al cabo, quedar marcado es lo único importante en esta vida, para bien o para mal, una marca, nos ayuda a recordar aquello que nos hizo sonreír o que por el contrario nos hizo llorar. Aunque nunca deseó vivir del pasado, siempre pensó que era bueno que se quedase ahí, por si algún día todo aquello servía de algo para cualquier otra cosa en esa maldita vida.

Y tanto rogar por una de esas miradas salvadoras, la encontró a ella. Mejor dicho, ella le encontró a él. Andaba perdido en sus pensamientos mientras deambulaba por esas aceras repletas de gente, porque por desgracia personas quedaban muy pocas, cuando ella quedó cegada por ese aura, tan profundamente triste que desprendía. Eran dos polos opuestos, ella radiante. Sonreía, tenía una mirada viva, unos rasgos perfectos, unas clavículas desencajadas, una sonrisa perfectamente anclada a unos labios rojos, y unos cabellos indomables que hacían de ella, la mujer más hermosa del mundo.

Trató de seguir con la mirada a aquel tipo, se encontraron en un café. Él, sumido en su ordenador apenas levantaba la vista de su pantalla más allá del gigantesco recipiente humeante con un café solo, muy cargado. Ella, se deshizo de su chaqueta, dejando a la vista un vestido que le permitía lucir unas largas y perfectas piernas. Se sentaron a unas dos mesas de distancia.

Ella estaba profundamente intrigada. Aquel chico despertaba una curiosidad inhóspita dentro de su ser. Decidió levantarse y acercarse a su mesa. Le preguntó acerca del sitio que había libre frente a él, y con un leve gesto, arqueando las cejas, le indicó que estaba vacío.

De pronto, levantó la cabeza de la pantalla y de sus desgastadas teclas. Y allí estaba ella, mirándolo, como un niño que observa el arcoíris por primera vez.

Se desarmó, se quedó sin ningún tipo de argumento. Retiró aquellas gafas de sol estilo aviador de su rostro, dejó a la luz sus ojos, subrayados con unas ojeras bastante pronunciadas, y se rindió ante ella.

Pasaron meses hablando, bebiendo cafés, paseando, y hasta queriéndose. Él dejó de llevar gafas de sol en días nublados. Ella, lo quiso, incondicionalmente. Y claro que se dejaron huella, una tan profunda, que ahora es imposible borrar.




8.10.15

Recuerdo

Era ella tan sólo un recuerdo en mis pupilas destrozadas por el tiempo. Pero aún puedo cerrar los ojos y ver a la perfección cada detalle de su rostro, porque, a pesar de ser unas viejas pupilas, mi motor de recuerdos, se niegan a olvidar toda la belleza que encerraba en cada mirada.

Sus cabellos, negros, como una de esas noches invernales sin estrellas. Sus ojos azules, engalanados con unas ojeras casi permanentes, a causa de las noches que en vez de dormir, quería) que no hacían más que acentuar la viveza de sus ojos. Azules. Como esos cielos de un verano para recordar, iluminados por un sol perpetuo. Su boca, encajada en el complicado laberinto de sus labios, encerraba miles de palabras que no querían salir, y una húmeda e intrépida aventurera que tan solo quería besar, era ella, la culpable de los tristes finales y las cálidas bienvenidas entre su cielo.

Aún recuerdo, como dejaba que se colgasen mis pupilas de sus miradas, mis sonrisas de sus nadas, y mi yo, de su todo. Y cómo esa mujer, tan azuladamente oscura, tan de cicatrices y de belleza oculta, me dejó, un bonito zarpazo en el corazón, que late, pero se va con ella en cada sístole y diástole. Porque sus recuerdos, aunque sean zarpazos, no cicatrizan, ni con el tiempo que pasa.

Y ahí está de nuevo. Sólo si cierro los ojos. La recuerdo tan joven, con esas mínimas arrugas en las comisuras de sus labios al reír. Con sus párpados que presagiaban aciagas miradas en las noches más frías. Sus labios, sin carmín, marcados en mis cuellos de camisas, en mis hombros, y en mi cuello, despiadados, inesperados y siempre bien recibidos. Su profundo olor sigue persiguiéndome, al cruzarme con él, ella aparece. Y sus largos abrazos, esos que nos permitían perdernos, a mi entre sus cabellos, y a ella entre los aromas de mi cuello.

Ella, ella, ella. Tan sólo un vago recuerdo que está más vivo que nunca, entre mis párpados y sus pupilas. Entre sus suspiros y mis anhelos.


Tan sólo ella, un recuerdo.

5.10.15

Coreografía de una derrota



“Me duele todo lo que trae, pero odio cuando después de luchar, decide llevárselo todo”


Su rostro perfectamente esculpido a base de golpes de vida y trabajo, se había recompuesto tras la inesperada noticia. Quién podría haber esperado aquella noticia hace tan solo unos meses. Siempre había permanecido absorto en esa vida que había decidido escribir a base de un esfuerzo inusitado y de dejar en el camino todo aquello que, en otras circunstancias, le hubiese hecho perder la cabeza para ocuparse del corazón.

Tras salir de aquella luminosa consulta, el mundo se le vino abajo. Completamente. Un derrumbamiento general, de toda una vida, resumido en un instante. Baja en un ascensor atestado de gente, sensaciones dispares, pesadumbre, un ambiente lleno de silencios y respiraciones profundas que se antojan claves para afrontar todo lo que va a llegar.

Calle. Aire, más o menos fresco. Agua. Liberación. Un par de lágrimas. Una sonrisa, capucha y vistazo al móvil. Ella, preguntando. ¡Joder! Titubeos varios, pantalla bloqueada, móvil en silencio y de vuelta al bolsillo, un problema demasiado grande como para zanjarlo con un puñado de palabras.

Un 30% de éxito. Merece la pena iniciar una lucha, aunque sea para perderla. Y ahora ella. ¿Cómo explicas a alguien que te ha ayudado a recorrer ese maldito camino, que ahora, a mitad de viaje, puede que no des un paso más a su lado? Café. Silencio y una mesa cualquiera, cerca, y con más valor que uno de esos antiguos soldados de infantería que arremetía sin temor contra el enemigo. Descerrajar un tiro en la boca del estómago. “Puede que me esté apagando, puede, que si entro en ese treinta por ciento de personas que gana la lucha, sea una sombra de lo que soy”.

Y pasan las semanas, y esas ganas de lucha, se desvanecen. Sus atrevidos rasgos, ahora, demacrados, quedan enmarcados por una áspera barba que le recuerda que se ha declarado perdedor. Y sus pupilas, cargadas de ganas, se acaban fatigando en un no tras otro, en una sesión tras otra, que tan sólo le succiona las pocas energías que le quedan y le envenena lentamente a través de un filo plateado que se resbala hasta el interior de su piel.

Acaba. Hastiado de todo cuanto ha hecho, se has perdido, encontrado, vivido, amado, querido, tenido, soñado, besado y hablado. Ahora apenas hay palabras, se reduce a la mínima expresión que le permite tu otrora atlético cuerpo, que ahora se dedica a contenerle mientras vaga entre todo aquello que le aferra a la vida.

Últimos días. Arrecia la lluvia en la ventana. Una tormenta de verano, la última de sus últimos días. Un verano más, raro, pero con esa impertérrita sonrisa que se desvela cada noche en mitad de sus quejidos.

Ella también lo sufre, y lo sufrirá, porque por suerte se quedará. Esos ojos azules se destapan en sus sueños. Y una noche, la chispa de lucidez que le permite despedirse de quien, por suerte, podría haber dado la vida para salvarla, hasta de la muerte.

Se quita el maldito oxígeno que le ata al mundo. Se encuentra con la tormenta de sus ojos, la paz de su pelo y con sus labios. Esos labios tan suyos, que una vez fueron de los dos. Esboza un te quiero con la mirada, apenas puede balbucearlo.

La invita a dormir, ella se agarra a tu mano, esperanzada. Esperando, que no sea la última noche. Y tras dormirse, se va.

Para siempre.



4.10.15

A cámara lenta

Hay quien considera que el amor es tan sólo una sucesión de hechos, que suceden a toda velocidad ante nuestros ojos, y que tenemos la obligación de vivirlos como si fuesen el último que va a suceder en nuestra triste vida. Pero eso no puede ser verdad. El amor, se vive a cámara lenta, muy despacio, saboreando cada instante como si de verdad fuese el último, pero no de la historia, sino de ese segundo que respiramos su aroma.


La vio pasar, despacio, como movida por unos hilos ocultos, dirigidos por el mejor titiritero del mundo. Se deslizaba suavemente, sin esfuerzo alguno. Y le dedicó una mirada, intensamente leve, sus ojos apenas pudieron apreciarse, pero ese instante le contentó para todo el día.

Tenía una larga melena de un color cobrizo que se desdibujaba ante sus ojos, domada en demasiadas ocasiones en una coleta perfecta. Los ojos negros, brillantes, como si albergasen una vela con una pequeña llama en su interior. Y una sonrisa enmarcada entre unos labios alegres que escondían un pequeño paraíso en el que perderse era el mejor de los pecados.


[***]


Y nos redimimos de nuestros pecados, varias veces, durante algunos meses. Puede que quizás fuesen un par de años. Nos quisimos despacio, para no poder terminar todo aquello de golpe, para disfrutar, a lametazos, de todo lo que guardábamos en silencio, escuchando a Sabina, diciendo que lo suyo, por mucho que durase, costaba que se borrase diecinueve días y quinientas noches.

Efectivamente, se acabó. Nos dejamos en una noche oscura, en medio de un bar desértico en el centro neurálgico de una ciudad infestada de gente que amaba rápido. La despedida, lenta, sin lágrimas pero con deseos. Sin reproches pero con unas ganas brutales de poder repetir, porque el amor, a cámara lenta… sabe mucho mejor.



“Apareció perdida entre los pasillos en una biblioteca. No pude dejar de mirarla porque jamás había visto a una mujer como ella. Apenas reparó en mí, pero el instante en el que cruzamos nuestras almas, su sonrisa se quedó enganchada a mis ojeras, y mi olor a su pelo, y su pecho, a mis besos. La quise a cámara lenta, nos consumimos deprisa. Su amor alimenta, ¡pero cómo duele cuando mata!”

1.10.15

Distracciones

Una sonrisa perezosa se descolgaba entre unos labios desgastados, corroídos por la tristeza que deja el besar unas intenciones equivocadas. Era una de las imágenes más bellas que se pueden contemplar, estaba allí, distraída entre la multitud de personas que deambulaba por la calle, sonriendo.

Su rostro era pálido, iluminado por un radiante sol de otoño, que calentaba más su cuerpo que su desacompasado corazón, que latía sin prisas. Sus cabellos largos y profundamente oscuros empañaban de vez en cuando su rostro, dejando a la vista unas facciones cuidadosamente esculpidas, que dejaban al descubierto, como enmarcados, sus ojos. No tenían un color demasiado llamativo, eran de un maravilloso color miel. Y esas miradas, que parecían sacadas del mismísimo infierno, porque enfriaban hasta el alma, nunca me dejaron indiferente, y nunca quisiera dejar de ver esos ojos.

Una nariz, pequeña, se desdibujaba en mitad de su rostro, tan sólo empujaba a conocer esos ojos tan fieros, o a perderse en esos malditos labios.

Ahora mordía su labio inferior, nerviosa. Estaba esperando a alguien, seguramente fuese uno de esos tipos encorsetados en unos vaqueros demasiado holgados, una camiseta extremadamente larga y unas gafas de sol que no permitían conocer al que de verdad ocultaban.

Sus manos jugueteaban nerviosas, sus ojos, recorrían incesantemente a la multitud para poder encontrar a quien deseaba. Y allí estaba, por fin. Era un chico, normal. No parecía diferente a cualquiera de esos otros que caminaba por allí.

El rostro de ella se iluminó, las comisuras de sus labios se arquearon para dejar escapar una amplia sonrisa. Sus ojos se tornaron en una mirada brillante, y toda ella, parecía resplandecer. Él, no hizo movimiento alguno. Espero su llegada silencioso, sumergido en la belleza que se acercaba a pasos agigantados hacia él.

Su llegada fue indescriptible. Nada de esos besos distraídos en las mejillas. Un beso, largo, sentido, y un abrazo, de esos que te dejan cegados con el olor de la otra persona y te hacen olvidar al resto del mundo.

Les vi cogerse de la mano, y se perdieron entre la multitud… El resto de la gente no reparó en ellos, pero quizás, fue el momento en el que más cerca estuve de todo aquello que algunos insisten en llamar, amor.