Hasta el fin del mundo, pero contigo.
Supongo que aún me recuerdas. O eso quiero creer.
Quiero decirte que no te olvido, que es imposible borrar todos esos recuerdos
que dejaste grabados en mi retina. Tus pupilas siguen despertándome de
madrugada, tu olor sigue persiguiéndome y si no te encuentro, enloquezco, pero
siempre es por tu culpa. No debiste volver, porque ahora que te pierdo, otra
vez, creo que no voy a ser capaz de recomponerme de las cenizas que dejaste
ahogadas en un vaso de ginebra.
Hace tiempo que no te escribo, supongo que es porque
no he encontrado ni las palabras ni las fuerzas para poder ponerle letras a tu
voz. Siempre me gustó oírte, porque cuando hablabas rasgabas el aire que había
entre tú y yo. Y eso, recortaba las distancias entre tu helado corazón y mi
maltrecho metrónomo desacompasado.
Bueno, te contaré la verdad, estas letras tienen su
sentido. Y es que he decidido no olvidar lo que significaba quererte. Porque
supongo, muy a mi pesar, que eso es lo que pasa, que aún te quiero. Y no te
olvido, ni con el trago más amargo, ni con el paso del tiempo.
Y es fácil decir todo esto ahora que estás tan lejos
que te echo de menos porque no me dio tiempo, jamás, a echarte de más. La
distancia es sencilla, el dolor exponencial a lo lejos que está, y aumenta más
cuando pasamos tiempos de silencio, sequías de ausencia.
Pero resistimos, o resistiremos, si quieres. No
tengas dudas, yo quiero. Maldigo a cada hora ese reloj que me marca las horas
que nos quedan, porque lamentablemente, nosotros también tenemos fecha de
caducidad. La marcamos el día en el que nos besamos por primera vez y mordiste
mi labio inferior, rompiendo en pedazos todo lo que no me quería creer de ti.
Apareciste de pronto, sin avisar, como si quisieses
romper todos mis esquemas para poder hacer tus planos en mi espalda. Nos
recompusimos a base de besos y golpes de almas, cada noche que nos queríamos,
era un día que perdíamos. Cada sonrisa disparada era una lágrima que se
disipaba en la eternidad de tu mirada. Y así, poco a poco, con cada risa y cada
gemido, nos comimos hasta las costuras de los labios, los abismos de las
pupilas y las cicatrices de la espalda.
Mal que nos pese, nos quisimos. Y creo que aún, por
suerte lo hacemos. No sé lo que nos queda, ni siquiera sé si esto es una
segunda oportunidad de esas que duran lo que dura la primera, pero con más
tristezas por saber el final que espera.
Que te quiero. Así, con esas palabras y sin
cortapisas. Este no es el arquetípico amor de Romeo y Julieta, esto es, más
bien, una tragedia con final feliz, el de tus pechos contra mi espalda, el de
tu cama con los dos y el de los besos a las dos de la madrugada.
Pídemelo, que me voy, contigo, al fin del mundo.