A pesar del poco espacio que queda entre mis labios,
siguen estos, queriendo deslizar tu nombre entre ellos. Pero puede que ya sea
demasiado tarde para andar buscando una inicial con la que referirme a ti, sin
divulgar todas tus letras, para que el sabor que dejas en mi lengua sea menos
amargo. Ya no vale de nada.
Puede que haya llegado el momento en el que debamos
vaciar esos cajones emocionales que nos dejamos perdidos en el interior del
otro. Y esos recuerdos, tan dulces que ahora empalagan, deban marcharse a otro
lugar, a uno en el que su dulzor aún sepa tan bien como antes a nosotros.
Y eso es todo lo que tenemos que hacer. Deshacernos,
por dentro y por fuera, de todo aquello que no tiene que estar aquí, porque se
marchitó lo que había entre los dos. Ardua tarea esta que te propongo, querida.
Porque ahora, cuando me sigo girando a ver como se mueven tus caderas mientras
te separas de mí, tengo que acostumbrarme a no mirar, a no ver y a no sentir ni
padecer por esos contoneos que alguna que otra vez me dedicaste.
Y no es nada
fácil, te tengo grabada a fuego en mis cansadas pupilas. Esas que parecieron
revivir por un instante hace apenas un par de noches, en las que me dijiste “te
quiero”.
Hoy, yacen cansadas en mi maltrecho rostro. La huida
es evidente, justa y necesaria. Te necesito, lejos de aquí. Aproximadamente a
dos centímetros de esas promesas incumplidas, esos besos desesperados, y esas
miradas encontradas en las noches de verano que tuvimos entre mis brazos y tus
abrazos.
Me cuelgo de estas letras, que entonan un
desafortunado adiós de esas piernas tuyas, tan largas y desdichadas como las
caricias que dejé en tu tortuosa espalda. Y te digo que nos urge una limpieza
emocional, una de esas profunda y completa, en la que se borre, hasta de
nuestra piel el primer roce que originó este bendito caos que nos ha tenido
engañados.
Unos meses más, unos días menos, y unas horas a tu
lado. Eso es lo que te dejo con estas letras, una de esas despedidas amargas,
plagadas de lágrimas en estaciones de autobuses que miles de personas pisan.
Esas despedidas tan nuestras, que nos hacían encontrarnos, en otro sitio, tal
vez mucho más lejos y menos frío, pero nuestro.
Hasta pronto, si nos vemos no te diré que no me
queda tiempo para un beso más.