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16.6.15

Limpieza emocional

A pesar del poco espacio que queda entre mis labios, siguen estos, queriendo deslizar tu nombre entre ellos. Pero puede que ya sea demasiado tarde para andar buscando una inicial con la que referirme a ti, sin divulgar todas tus letras, para que el sabor que dejas en mi lengua sea menos amargo. Ya no vale de nada.

Puede que haya llegado el momento en el que debamos vaciar esos cajones emocionales que nos dejamos perdidos en el interior del otro. Y esos recuerdos, tan dulces que ahora empalagan, deban marcharse a otro lugar, a uno en el que su dulzor aún sepa tan bien como antes a nosotros.

Y eso es todo lo que tenemos que hacer. Deshacernos, por dentro y por fuera, de todo aquello que no tiene que estar aquí, porque se marchitó lo que había entre los dos. Ardua tarea esta que te propongo, querida. Porque ahora, cuando me sigo girando a ver como se mueven tus caderas mientras te separas de mí, tengo que acostumbrarme a no mirar, a no ver y a no sentir ni padecer por esos contoneos que alguna que otra vez me dedicaste. 

Y no es nada fácil, te tengo grabada a fuego en mis cansadas pupilas. Esas que parecieron revivir por un instante hace apenas un par de noches, en las que me dijiste “te quiero”.

Hoy, yacen cansadas en mi maltrecho rostro. La huida es evidente, justa y necesaria. Te necesito, lejos de aquí. Aproximadamente a dos centímetros de esas promesas incumplidas, esos besos desesperados, y esas miradas encontradas en las noches de verano que tuvimos entre mis brazos y tus abrazos.

Me cuelgo de estas letras, que entonan un desafortunado adiós de esas piernas tuyas, tan largas y desdichadas como las caricias que dejé en tu tortuosa espalda. Y te digo que nos urge una limpieza emocional, una de esas profunda y completa, en la que se borre, hasta de nuestra piel el primer roce que originó este bendito caos que nos ha tenido engañados.

Unos meses más, unos días menos, y unas horas a tu lado. Eso es lo que te dejo con estas letras, una de esas despedidas amargas, plagadas de lágrimas en estaciones de autobuses que miles de personas pisan. Esas despedidas tan nuestras, que nos hacían encontrarnos, en otro sitio, tal vez mucho más lejos y menos frío, pero nuestro.


Hasta pronto, si nos vemos no te diré que no me queda tiempo para un beso más.

7.6.15

Iluminadas

El contrapunto a una historia de amor, es la historia que pocos ven y nadie sabe. Las sonrisas perdidas delante de una pantalla, tan sólo son el reflejo de un maravilloso caos que no tiene más motivo que un inesperado gesto de alguien que está a un buen puñado de kilómetros.

¿Alguna vez han visto una de esas personas que le sonríe estúpidamente a la pantalla de un teléfono móvil? ¿O qué no deja de sonreír ante su ordenador? Pues eso es lo que se preguntaba ella cada mañana, si él, con cada despedida dedicaba una sonrisa a la luminosa pantalla del teléfono, o continuaba sonriendo a pesar de que ella desapareciese.

Justamente al contrario que él, que tan sólo deseaba que las sonrisas fuesen en directo y solo para sus pupilas dilatadas por la mejor visión posible en el planeta. Aunque la distancia, convertía en un buen sistema el pequeño dispositivo que siempre le acompañaba en el bolsillo. Un pequeño (y ya típico) silbido lo alertó, no le dio importancia y continuó caminando. Paró en un semáforo y miró el teléfono. Era ella. Estúpida sonrisa a la pantalla, ágil movimiento de dedos y a esperar.

Ella aún está tumbada sobre la cama, le escribió en respuesta a su última pregunta de ayer. La vibración del móvil sobre el colchón no la altera lo más mínimo. Intuye que es él, hasta el teléfono parece saberlo y por eso la avisa de manera diferente. Disfruta de ese instante de incertidumbre, y aunque ya sonreía antes, ahora brilla su rostro de otra manera. Efectivamente era él. El juego sigue así durante todo el día.

Los dos se mueren de ganas de encontrarse, solos, en algún lugar indeterminado entre la distancia y el amor. Un largo paseo, quizás un helado, sus manos rozándose en el camino y… y todo lo que tenga que surgir.

Y sin embargo, cuando nadie mira y se encuentran los dos en esa acompañada soledad, todo funciona como realmente debe ser. No hablan demasiado, sus manos se rozan jugando, se encuentran sin buscarse, se miran a hurtadillas por los recovecos de la luz que dejan las pupilas desgastadas de tanto brillar sin respuesta a una simple pantalla. Y se sumen en una profunda angustia si se van del lado del otro.



6.6.15

B(ella)

“Ella, estaba hecha a medida de mis costuras, desgastadas y rotas por las comisuras de mis labios. Ella, que no sabía de la vida más que lo que le contaron una noche en que la dieron por perdida, era la conjunción perfecta de desamor e ilusión que podía completar mi vida.

Yo, que por no tener no tenía ni sonrisa si no venía de sus labios, no sabía que hacer sin aquella muchacha, que por culpa de una mala tarde me encontró, en ruinas, delante de sus pupilas. Pero hay algo más allá de esto, unas curvas, sutiles y difuminadas que hacían que encontrase la redención en cada uno de mis pasos por su piel.

Y aquellos labios, imperecederos, en los que encontré el consuelo de una boca que quería escuchar los pecados que nunca me atreví a cometer. Esos ojos, que me martirizaban al fijarse en mis pupilas y hacían que fuese hombre de una sola mirada, la suya.

Sus manos, el único remedio a mis pesadillas nocturnas, y sus cabellos, la única almohada digna de ser soñada. Así era y es ella.

Pero ya no quedan más que los despojos de un par de almas olvidadas en la esquina de una cama, que no vivió más que llantos y sonrisas, y ahora que parece que se acerca irremediablemente su fin, no deja de latir. Sus muelles se mueven al compás de dos cuerpos desangelados, fríos y etéreos, que fingen seguir queriendo que quieren querer.

Todo acaba, nada que tenga principio se queda sin final. Y su final, y desgraciadamente el mío, se acaba de ir tras una vieja puerta de madera que crujió al sentir su marcha. Y sus pasos, tranquilos y satisfechos, se encaminan decididos hacia un ascensor, que por fin la llevará al infierno del que me rescató. Mis huesos darán al mismo sitio que sus piernas.

Pero que más se puede pedir, si encontré el cielo entre el oasis de sus pechos, me dio las llaves, y habitamos el paraíso durante largos meses.


Ella, nada más.”

5.6.15

Y cómo

Y cómo pueden decir que es amor, si nunca se han estremecido tus papilas gustativas al rozar su piel.

La suya, era tan ácida y electrizante como un limón exprimido directamente sobre la lengua, aunque tenía esos toques dulces, tan característicos de su cuello. Supongo, que eso también es algo importante, porque tiene la mezcla perfecta entre ácido y dulce.

Tan perfecta como ese café que no tomamos, porque sin mediar una palabra nos volcamos en una historia que parece no tener un final.

Esa mezcla, tan particularmente peculiar, como esos ojos, los que se escondían entre mis pestañas los días de lluvia, en los que una mirada era suficiente para decir que todo iba a ir bien.

Si no han sentido que su piel se deshacía al tocar sus manos, siguen sin poder decir que se han enamorado. Y no me digan que vale todo si uno quiere con todas su fuerzas, porque si uno no siente algo diferente al querer, no puede decir que está enamorado. Ni siquiera han tenido ese típico nudo en el estómago al ver como se acercaba ella.

Y es que ese instante en el que llevas meses sin verla, o la ves por primera vez después de algo inesperado, hace que desaparezca absolutamente todo lo que rodea a su figura. Pero eso no es lo mejor de todo, quizás, cuando escuchan su voz, tenue y calmada, aunque distorsionada levemente por el teléfono móvil, sus vellos se niegan a no reaccionar y una estúpida sonrisa se les dibuja en la cara, eso sí puede ser lo mejor.

Pero que les voy a decir del amor, si cuando roza mis labios tan sólo siento su aliento ahí, al lado de mi intrépido pulso, como un leve silbido en una de esas noches de verano en las que hace demasiado calor como para soñar.


2.6.15

Nudos

Seguro que recuerdan esa mujer “perfecta” que les he contado mil veces. Les refrescaré la memoria, unos ojos azules en los que uno puede perderse, un cabello tan indomable como ella y una espalda llena de cicatrices que no acaban, ni quiere que acaben, de cerrar. Un par de alas para atar los sueños al suelo y unas piernas en las que lo mejor era dejarse volar. Ella.

Pues bien, ya no la pienso ni la siento con ese nudo en la boca del estómago. Supongo que ha dejado de pasearse por la costa de mis recuerdos para anclar su barco en una orilla aún desconocida.

Quizás, ahora estén pensando que todo se ha ido al traste por un acto infantil y heroico del tipo que escribe, pues no. Simplemente el tiempo ha hecho mella en esto, que ya no sé cómo definir, que funcionaba sin ir al compás.

La realidad es que en cuanto uno deja de notar esa mano que se aferra fuertemente a la boca de su estómago, deja de sentir demasiadas cosas. Puede que esas cosas sean simples nimiedades o que por el contrario hagan que te alejes, para bien o para mal, de algo que hace tiempo debería haberse terminado.

Ahí tienen a Shakespeare, con sus Romeos y Julietas. Como dice el maestro, Sabina, “ayer Julieta denunciaba a Romeo, por malos tratos en el juzgado”. Y es que malos tratos no hubo, simplemente dejaron de sentir esa pasión que hace falta para poder sustentar todo aquello que desde el principio les (y nos) venía grande.

Así, sin más, de una noche a otra todo puede desaparecer. Y no es que sea malo que se produzca un cambio en una historia que aún no ha escrito los puntos finales, pero es que ya, sin esa sensación de ambición y, porque no, de estabilidad, la vida no puede seguir igual.


“Caminé una última vez por ese maremágnum de cicatrices para acabar en la base de sus recuerdos, me encontré perdido, y marqué un camino para saber regresar a ese lugar. Uno de esos de los que jamás quieres salir. Navegando entre aquellas piernas, tan sutiles, tan tristes, tan bellas, hundí un puñado de recuerdos apretando mis labios, contra los suyos”.