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17.1.19

Sigue Lloviendo


Un pitido breve y constante. Marca el ritmo de mi corazón. Sé que me estoy apagando, que puede que apenas queden un par de meses para poder disfrutar de todo cuanto me rodea, o quizá menos. Una lenta balada inunda sutilmente la habitación. Es curioso cómo la música puede describir a la perfección cada momento, sin siquiera planearlo.

Esta historia comienza hace unos meses, no recuerdo cuantos. Llevo una eternidad encerrado entre estas cuatro paredes. La fiebre me invadió de pronto, sin motivo aparente, sin ningún otro síntoma. Tras recorrer varias salas de urgencias, una sala color crema, un ordenador demasiado anticuado y un hombre con una barba cana; unos meses. El diagnóstico fue sencillo y directo, en aquel momento apenas me enteré de nada, mi cabeza abotargada, no era capaz de sintetizar ninguna información. Ahora, mi conciencia me acompaña en este último viaje.

¿Quién es capaz de resumir y concluir su vida en unos meses? Creo que nadie. La lucidez iba y venía por jornadas, a veces pasé semanas al completo sin saber ni dónde me encontraba ni qué me pasaba, pero cada instante de realidad valía su peso en oro. En el fondo, no les negaré que es una putada que te pase algo así, pero te la opción de despedirte, de acabar, si puedes, como te gustaría. Recuerdo el último instante de realidad.

Caminaba por la calle, iba de su mano y hacía apenas unos segundos que no sabía ni dónde estaba. Era un 6 de Julio. Una tarde soporífera, con un sol radiante. (Es una suerte irse en verano, es difícil que sea un día gris). Veníamos de algún lugar y creo recordar que había insistido en dar un rodeo considerable para volver a casa, accedió, como siempre desde que estaba enfermo, se volvía loca por cumplir mis deseos. Dos calles para volver a casa y comenzar lo que sería, desgraciadamente, el principio del fin. Me paré en mitad de la calle, nos encontrábamos inusualmente solos. Veía la catedral, media vida observando sus agujas, y lo que ha sido mi vida durante tantos años, mi casa.

Ella, se paró en seco. Me miró con gesto preocupado y apretó mi mano fuertemente. Susurró si me pasaba algo. Me volví hacia ella, la miré, creo que mi mirada brillaba en ese instante, y vi cómo se humedecían sus pupilas. Simplemente sonreí, le di las gracias por todo y le dije todo lo que la quería. Mi último momento de lucidez. Ella, valiente como nadie, contuvo las lágrimas y me abrazó. 

Desaparecí de nuevo.

Los días pasaron y acabé entre estas cuatro paredes blancas. Sé que me estoy apagando. Está comenzando a llover y esa balada me adormece. No hay nadie, creo que han ido a descansar y a por un café para recargar las pilas.

El rumor de la lluvia golpeando contra los cristales fue el último sonido que me acompañó. Un pitido agudo y sostenido. Se acabó.

Siguió lloviendo dos días.