Un pitido breve y
constante. Marca el ritmo de mi corazón. Sé que me estoy apagando, que puede
que apenas queden un par de meses para poder disfrutar de todo cuanto me rodea,
o quizá menos. Una lenta balada inunda sutilmente la habitación. Es curioso cómo
la música puede describir a la perfección cada momento, sin siquiera planearlo.
Esta historia comienza
hace unos meses, no recuerdo cuantos. Llevo una eternidad encerrado entre estas
cuatro paredes. La fiebre me invadió de pronto, sin motivo aparente, sin ningún
otro síntoma. Tras recorrer varias salas de urgencias, una sala color crema, un
ordenador demasiado anticuado y un hombre con una barba cana; unos meses. El
diagnóstico fue sencillo y directo, en aquel momento apenas me enteré de nada,
mi cabeza abotargada, no era capaz de sintetizar ninguna información. Ahora, mi
conciencia me acompaña en este último viaje.
¿Quién es capaz de
resumir y concluir su vida en unos meses? Creo que nadie. La lucidez iba y
venía por jornadas, a veces pasé semanas al completo sin saber ni dónde me
encontraba ni qué me pasaba, pero cada instante de realidad valía su peso en
oro. En el fondo, no les negaré que es una putada que te pase algo así, pero te
la opción de despedirte, de acabar, si puedes, como te gustaría. Recuerdo el
último instante de realidad.
Caminaba por la calle,
iba de su mano y hacía apenas unos segundos que no sabía ni dónde estaba. Era
un 6 de Julio. Una tarde soporífera, con un sol radiante. (Es una suerte irse
en verano, es difícil que sea un día gris). Veníamos de algún lugar y creo
recordar que había insistido en dar un rodeo considerable para volver a casa,
accedió, como siempre desde que estaba enfermo, se volvía loca por cumplir mis
deseos. Dos calles para volver a casa y comenzar lo que sería, desgraciadamente,
el principio del fin. Me paré en mitad de la calle, nos encontrábamos
inusualmente solos. Veía la catedral, media vida observando sus agujas, y lo
que ha sido mi vida durante tantos años, mi casa.
Ella, se paró en seco.
Me miró con gesto preocupado y apretó mi mano fuertemente. Susurró si me pasaba
algo. Me volví hacia ella, la miré, creo que mi mirada brillaba en ese
instante, y vi cómo se humedecían sus pupilas. Simplemente sonreí, le di las
gracias por todo y le dije todo lo que la quería. Mi último momento de lucidez.
Ella, valiente como nadie, contuvo las lágrimas y me abrazó.
Desaparecí de
nuevo.
Los días pasaron y
acabé entre estas cuatro paredes blancas. Sé que me estoy apagando. Está
comenzando a llover y esa balada me adormece. No hay nadie, creo que han ido a
descansar y a por un café para recargar las pilas.
El rumor de la lluvia
golpeando contra los cristales fue el último sonido que me acompañó. Un pitido
agudo y sostenido. Se acabó.
Siguió lloviendo dos
días.