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2.6.20

Ahora sí que sí

Querida nadie:



Quiero decirte que te echo de menos. Sí, te echo de menos en esta ausencia que se antoja casi definitiva, porque yo te recuerdo y tú tan solo deseas olvidar. Puede que esta pausa intermitente nos permita saber que nunca existimos más que en esa realidad paralela que nos creamos. Y en esa maldita agonía de la distancia no puedo parar de echarte de menos, aunque me engañe a mí mismo borrándote de mi cabeza cada vez que te pienso, o escribiendo y borrando letras para ti. Mientras tanto, escribo poemas que quizás nunca leas. Pero te echo de menos, tanto como el primer día.

 

Has tardado mucho más de lo que pensaba en irte, supongo que la arrogancia de ir a pecho descubierto y disparando letras, acaba pasando factura. Te desbordaste. Yo tengo el alma enmarañada, las entrañas retorcidas por unas manos gélidas que me recuerdan el calor de las tuyas. Dice “Carolina Durante” que no hace falta que me escribas, en esa canción que brota de tus labios y suena tan bien.

 

Debo reconocer que esta ausencia me duele y me mata. Estoy rozando el abismo y esa sensación de inestabilidad de estar a punto de cambiar de algo conocido a algo diametralmente opuesto, me produce un cosquilleo en el corazón y un hormigueo en las manos. Quizás vuelvas, en algún momento, o quizás no. La distancia que nos separa es la misma que nos une. No puedo afirmar que no piensas en mí, ni todo lo contrario, pero espero que en algún momento de debilidad, un pensamiento te roce y ocultes tus pupilas un instante para encontrarte con las mías.

 

Ojalá.

 

Supongo que no debo alargar la agonía, debería concluir con estas líneas y despedirme, al menos de momento. Siempre tuve esa extraña habilidad de encontrar en los ojos ajenos todo aquello de lo que carecía. Y también podía ver algo que nadie más. Supongo que eso causó todo aquello, mi maldita obsesión por descubrir almas y reflejarlas. Pero sin todo eso yo no sería nada.

 

Me arde el pecho. Supongo que es tu recuerdo, que quiere aferrarse a cada uno de los latidos que me quede. Un escalofrío y las manos heladas deslizándose sutilmente por el teclado. Esa misma sensación de nerviosismo que justo antes de encontrarte frente a tu portal. Un calor inmenso y un frío extremo. Y la paz, justo cuando cruzabas tu mirada con la mía, la sonrisa eterna y esa forma tan tuya de llamarme.

 

Quién pudiera volver a ese instante. Alargar una de esas noches durante semanas, siendo conscientes del momento, sabiendo que todo aquello era, es y será único. Quizás sientas arder nuestras desdichas rápidamente ahora, todo aquello es lo que nos queda.

 

Derramo una lágrima justo al lado de este teclado.

 

Creo que es el momento. Hoy no puedo disparar más letras, aunque sean mi mejor medicina.

 

Hasta pronto, nadie.