Querida nadie:
Tengo
tantas cosas que decir que parece imposible que haya pasado tanto tiempo, pero
hace algo más de un año que no me dedico a rellenar páginas en blanco con lo
que escapa de mi cabeza, supongo que está tan ocupada llenando los huecos que
dejas que no puede proveerme de palabras para decirte. Supongo que no es algo
que me pase a menudo, porque, aunque soy un estúpido que es incapaz de
comunicarse verbalmente, las palabras siempre me han hecho caso. Era uno de tus
superpoderes, dejarme sin habla.
Precisaba
de un atisbo de inspiración, y tras un largo tiempo pensando cómo enfrentarme a
esta última página en blanco para ti, ha llegado el momento en el que al fin
desisto. Se acabó. He borrado nuestras conversaciones, cambiado mi fondo de
pantalla y hasta he eliminado los recuerdos de imágenes que quedaban en mi
móvil. No dejaré de pensarte, pero sí de escribirte. Ya no me queda
absolutamente nada. Igual que tú, ya no estás.
Quiero
decirte que quizá necesitaba esto, romper con todo para hacerme saber que
siempre fue un imposible. Para reafirmarme que nunca importó el tiempo ni la
distancia, ni siquiera el puto hilo rojo que nos une, porque está destrozado,
hemos tirado tanto de él en direcciones tan opuestas que se ha deshilachado por
completo y es imposible reconstruirlo.
Mil
días, yo no tardé diecinueve como Sabina, sino mil días. Y creo que aún más
noches, pero eso es lo que duró, un instante. Tengo un nudo en el estómago y la
garganta a punto de deshacerse en lágrimas. Pero aún me quedaban suficientes
palabras para terminar aquella historia en la que solo estábamos tú y yo. Y la
terminé, con el mismo silencio que nos une.
Siempre
pensé que, en algún momento, en alguna vida, en otro instante, nos volveríamos
a encontrar, no sé muy bien para qué, porque está claro que nunca fuimos lo
suficientemente valientes para nada, pero tenía esa certeza. Ahora, novecientos
cincuenta y seis días más tarde, creo que ya no será posible. Por mucho que
cierre los ojos y encuentre los tuyos, yo ya no puedo más.
Me
dijeron tantas veces que era un imposible, y yo solo pensaba en que como mucho
sería improbable, pero que podía pasar. Por todo eso no podía parar de
escribirte, de pensarte, de mirar una y otra vez aquella foto de un atardecer y
pensar que nunca había sido tan feliz con tan poco.
Cuando
te fuiste perdí todo lo que tenía, todo. Porque significabas eso, eras la
persona en la que me refugiaba incluso cuando no podía más. La persona que era
capaz de empatizar tanto conmigo que lloraba mis penas. Y desde que no estás,
eso es mucho más difícil, te diría que casi imposible, pero es lo que pasa
cuando empiezas a jugar con fuego, puedes acabar ardiendo y perder
absolutamente todo.
También
eras la única capaz de pararme el mundo cuando me mirabas, como si nada más
existiese. Y lograste que, por una vez, en unos instantes, me olvidase de
mantener los ojos abiertos mientras besaba a alguien. Me paraste el corazón y
lo empujaste de nuevo a latir, sincronizado con el tuyo, un corazón en dos
cuerpos latiendo al unísono. Ahora el mío está totalmente desacompasado y no se
acelera antes de verte, ni se calma en cuanto te ve aparecer. Ya no sabe ni
cómo debe latir.
Podría
decirte que ya no te escucho cuando suena Zahara, que no escucho tu versión de
con las ganas mientras conduzco o alguna madrugada que no puedo dormir, o que no
me pongo nervioso pensando que podrías escribirme o que una de tus historias de
mejores amigos tiene algún mensaje para mí. O un tweet. O un simple hola. O cualquier maldita cosa. Porque
lo echo terriblemente de menos, nadie.
Y
a pesar de todo, ya no voy a escribirte nunca más aquí. Porque hoy firmo la
rendición, desisto y abandono. Yo que jamás dejo nada a medias, ni voy a medias
tintas, no puedo más. Es una terrible agonía no poder decirte algunas cosas
porque no debo escribirte, o no poder presentarme con rayito bajo tu ventana, decirte
que bajes e ir al castillo, para que llores por mi y te vayas con una sonrisa
para que no me ponga triste. Y que desde lejos me sonrías. Que, a dos
centímetros de mí, me mires, pares el mundo, me sonrías y todo vaya tan
despacio que no quiera irme jamás. Pero ya no nos queda nada de eso. Lo
perdimos todo.
Yo
tan solo quería eso, perderme contigo y en ti, no perderte a ti y a mí.
Conseguí justo lo contrario.
Han
pasado casi mil días desde aquella noche que se nos hizo amanecer, sigues
viviendo en mi cabeza a pesar del silencio. Sigues siendo, aunque no estés. Y
seguramente, aunque no lesas esto jamás, yo seguiría perdiéndome en tus pupilas
una y mil veces más. Aunque tú no. Aunque ya no. Aunque yo nada. Y tú, siempre,
todo.
Hasta
siempre, chica de las constelaciones.
Siempre,
siempre, siempre, siempre, siempre, siempre.