“Tenemos que dejar de vernos, esa actitud tan tuya
de dejarte llevar, la apatía diaria y ese desprecio hacia todo aquello que
trata de evadirnos de la rutina, me condena a cada paso que doy a tu lado. Te
pediría que cambiases, pero sería como pedirle a la Luna que comenzase a emitir
una luz propia tan radiante como la del Sol, eso, cariño, es tan imposible como
que tú te dejes llevar por la vida de mis manos. Lo siento”.
Un maldito párrafo te sirvió para sentenciar todo
aquello que parecía que nos habíamos ganado a pulso entre los baches de
nuestras vidas. Y te fuiste con unas palabras, tal y como llegaste. Te dolió,
porque lo vi en tus ojos, me lo dijeron todo, como siempre, pero no me quise
creer que me ibas a dejar tan sólo porque era tan yo como debía ser.
Me he quedado aquí, delante de estas malditas
teclas, abandonado a la negrura en la que vivo constantemente, deambulando de
acá para allá sin saber qué hacer. Tengo tu foto, esa que tanto me gustaba de
ti, recién despertada, en esa cama en la que ahora apenas puedo tumbarme porque
se me hace demasiado grande. Y joder, si quiero que vuelvas, pero no puedo
porque ahora está todo más negro que antes, sin tu luz, sin esa maldita luz que
me hacía levantarme de la cama cada mañana y desear volver a casa durante toda
la jornada.
Y no quiero. No quiero que vuelvas porque llevas
meses luchando por algo en lo que yo llevo una vida entera sin creer. Te
mereces algo mejor, que te quiera más no, porque será imposible que alguien te
quiera como lo hice yo, pero que te quiera como debe, porque no hay nada más
triste para mí que ver como se ha ido apagando esa sonrisa. Tu mirada me decía
que te ibas, tus besos me acercaban a las ruinas de eso que algún día hasta
llamamos amor, y esas noches frías, sin rozarnos bajo las sábanas consumaban
una muerte anunciada desde el día en el que cruzaste tu mirada con mis pupilas,
levemente desesperadas, en aquel bar en el que nuestras almas acudieron a
llorar.
No me llores, supongo que volveré, algún día, a
encontrarte. Y no me acompañará esta puta oscuridad que lo ennegrece todo.
Volveré a ser ese que te hacía fotos cuando despertabas, el que te hacía reír
en las noches de lluvia y el que te hacía sentir, no sé exactamente qué, pero
te hacía sentir.
Gracias. Supongo que me lo merezco, hubiese acabado
arrastrándote a este fango en el que he tenido que luchar pero del que saldré,
aunque sin esa mirada tuya, que se empieza a diluir entre mis recuerdos, será
muchísimo más difícil.
Hasta pronto, si nos vemos. Que tengas suertes, te
lo mereces.