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28.8.15

Hasta pronto

“Tenemos que dejar de vernos, esa actitud tan tuya de dejarte llevar, la apatía diaria y ese desprecio hacia todo aquello que trata de evadirnos de la rutina, me condena a cada paso que doy a tu lado. Te pediría que cambiases, pero sería como pedirle a la Luna que comenzase a emitir una luz propia tan radiante como la del Sol, eso, cariño, es tan imposible como que tú te dejes llevar por la vida de mis manos. Lo siento”.

Un maldito párrafo te sirvió para sentenciar todo aquello que parecía que nos habíamos ganado a pulso entre los baches de nuestras vidas. Y te fuiste con unas palabras, tal y como llegaste. Te dolió, porque lo vi en tus ojos, me lo dijeron todo, como siempre, pero no me quise creer que me ibas a dejar tan sólo porque era tan yo como debía ser.

Me he quedado aquí, delante de estas malditas teclas, abandonado a la negrura en la que vivo constantemente, deambulando de acá para allá sin saber qué hacer. Tengo tu foto, esa que tanto me gustaba de ti, recién despertada, en esa cama en la que ahora apenas puedo tumbarme porque se me hace demasiado grande. Y joder, si quiero que vuelvas, pero no puedo porque ahora está todo más negro que antes, sin tu luz, sin esa maldita luz que me hacía levantarme de la cama cada mañana y desear volver a casa durante toda la jornada.

Y no quiero. No quiero que vuelvas porque llevas meses luchando por algo en lo que yo llevo una vida entera sin creer. Te mereces algo mejor, que te quiera más no, porque será imposible que alguien te quiera como lo hice yo, pero que te quiera como debe, porque no hay nada más triste para mí que ver como se ha ido apagando esa sonrisa. Tu mirada me decía que te ibas, tus besos me acercaban a las ruinas de eso que algún día hasta llamamos amor, y esas noches frías, sin rozarnos bajo las sábanas consumaban una muerte anunciada desde el día en el que cruzaste tu mirada con mis pupilas, levemente desesperadas, en aquel bar en el que nuestras almas acudieron a llorar.

No me llores, supongo que volveré, algún día, a encontrarte. Y no me acompañará esta puta oscuridad que lo ennegrece todo. Volveré a ser ese que te hacía fotos cuando despertabas, el que te hacía reír en las noches de lluvia y el que te hacía sentir, no sé exactamente qué, pero te hacía sentir.

Gracias. Supongo que me lo merezco, hubiese acabado arrastrándote a este fango en el que he tenido que luchar pero del que saldré, aunque sin esa mirada tuya, que se empieza a diluir entre mis recuerdos, será muchísimo más difícil.


Hasta pronto, si nos vemos. Que tengas suertes, te lo mereces. 

15.8.15

La mujer de los ojos azules

La mujer de los ojos azules, llamémosla Sofía, esa que un buen día me dejo sin noches.

Tiene unos ojos tan sumamente profundos que pese a haberme perdido más de una noche en ellos, desearía poder volver a naufragar en ese abismo de sus pupilas. Ahora que no la tengo cerca, mis malditos recuerdos no me dejan alejarme de ella, porque saben que aquello que sentí al verla caminando hacia mí la primera vez, sigue latiendo en mi maltrecho corazón. Ese corazón que partió con ella y que espero que no vuelva, porque tan sólo me hacía sentir vulnerable y frágil.

Que se lo quede, no quiero tenerlo de nuevo, porque si tengo que sentir que sea por ella, por otra no merece la pena, porque siempre tendré ese maldito recuerdo atormentando mis sueños. Y esos besos que nos quedaron por dar, me los guardaré por si vuelve, porque nadie los merece más.

Es adicta a las profundidades, las de sus heridas de guerra y de vida son mis favoritas. Esa cicatriz que se difumina en su rostro es tan sólo una parte más de su mística belleza, porque hay que ver lo jodidamente difícil que es olvidar esa cara, partida en dos por una vida que no merece.

Sus labios, suaves y escondidos, encargados de un triste adiós que nos dedicamos en una estación de autobuses. Los culpables de aquellos besos que quedaron a medias en más de una noche porque ninguno de los dos fuimos lo suficientemente valientes como para jugarnos unas sonrisas a cara o cruz.

Y si algo nos tenemos que jugar en esta vida, que sean sus miradas, sus sonrisas, su irreverencia, su complicidad, nuestras llamadas de madrugada o ese 21-2-1 que puede que nadie más que ella entienda.

Si la ven por ahí, con su largo cabello negro, con sus pasos cansados, su sonrisa etérea y eterna, y esa mirada tan suya que consideré casi nuestra, díganle que quiero que vuelva. Necesito que esté aquí, porque ese olor a mora o a “nenuco” no se puede olvidar ni con diez años de distancia.

Aún la huelo por ahí, parece que puede volver en cualquier momento, pero no, tan sólo es un vago recuerdo de esos cientos de pasos que hemos compartido.


Vuelve, si quieres, pero que sea conmigo. Y aunque está oscuro, ahí  viene el sol…

                                                                                                                                            R