Querida nadie:
Quiero decirte que te
echo de menos, quizás sea esta ausencia de todo, menos de tiempo para pensar y
para darnos cuenta de lo que tenemos y lo que perdimos. Quizás este tiempo nos
haga encontrar la excusa perfecta para pensar que no estuvo tan mal. Yo te sigo
echando de menos como aquel primer día que te despediste de mí durante unas
horas. Sí, desde aquellas primeras buenas noches que me escribiste te estoy
echando de menos.
No te puedo culpar de
tu ausencia, esta intermitencia mía, ser montaña rusa sin saber cómo empieza ni
acaba el día son mi perdición. Bueno, debo decir que comienza y pone punto y
final de la misma manera, contigo jugando entre mis costillas, acomodándote en
ese gran hueco que te hiciste al lado de esa máquina imperfecta que dice
llamarse corazón. Hace tiempo que perdí ese pulso que llevaba a tu lado,
supongo que es lo que tiene tu ausencia, que hasta algo mecánico pierda su
capacidad para hacer las cosas como siempre las había hecho.
Ahora sí, debo
confesarte que tengo todo el tiempo del mundo, para mirarte a los ojos y
perderme en ellos. Tengo la extraña habilidad de encontrarlos al cerrar mis
párpados, creo que por eso duermo tanto y vivo tan poco en estos días extraños.
Tengo flashes, recuerdos entrelazados que se convierten en mis sueños,
recurrentes y constantes, que me dan la vida. Y tú, recuerdas aquella vez, que
convertimos un inhóspito lugar, una cálida tarde de un atípico diciembre, en un
remanso de paz, en el que todos los que pasaban envidiaban esa atmósfera perfecta
que habíamos creado. Yo recuerdo los tonos rojizos del cielo que se desplomaba
para dar paso a la luna, aunque para nosotros aún fuese mediodía. También veo
nítidamente todos esos colores, reflejados por la pantalla de tu móvil en tus
pupilas, o verte desde unos metros cómo hacías fotos al atardecer perfecto, y
cómo reflejaba el sol, en sus últimos estertores, sobre tu cabello rubio como
la cerveza. Y quizás no salgamos en ninguna de esas fotos, pero estamos en
todas y cada una de ellas. Espero que las sigas guardando en tu móvil, o en tu
maravillosa memoria.
Antes, hubo un tiempo
en el que me negaba a sentir, en el que mi corazón, recubierto de hielo, apenas
hacía esfuerzos por ponerse a latir fuertemente. Sí, quizás todas esas chicas
que vi, que pensé que tenían algo distinto y que jamás se atrevieron a
descubrirlo, lo detectaron y prefirieron huir. Y allí, de entre la multitud,
surgieron tus ojos vivos, brillantes, desbocados, invitándome a la aventura de
vivir. Esa aventura de ir a pecho descubierto y dejar que alguien dispare a tus
entrañas y no morir, sino saborear cada gota de sangre que se derrama.
Creo que todo ese mar
de lágrimas que siento dentro del pecho, es el deshielo de este corazón, quizás
deban salir, porque cada vez el espacio que ocupas es mayor. Tengo que hacerte
sitio.
El jodido ave fénix me
arde en el pecho, quizás me evapore en algún momento, tener el fuego y el mar
es una sensación extraña. Aunque creo, que es la conjunción perfecta para tu
cielo y tu tierra. De las nubes de tu pelo a la paz de tu pecho. Ojalá seas
casa.
Por hoy lo dejo aquí,
nadie.
Sé que encontrarás
entre estas palabras tu nombre.
Sigue haciendo magia.
Sigue derrochando luz.
Sigue creando
instantes.
Sigue dando paz.
Sigue fotografiando
atardeceres.
Sigue soñando.
SieM.pre.