Seguidores

27.3.20

Querida nadie


Querida nadie:

Quiero decirte que te echo de menos, quizás sea esta ausencia de todo, menos de tiempo para pensar y para darnos cuenta de lo que tenemos y lo que perdimos. Quizás este tiempo nos haga encontrar la excusa perfecta para pensar que no estuvo tan mal. Yo te sigo echando de menos como aquel primer día que te despediste de mí durante unas horas. Sí, desde aquellas primeras buenas noches que me escribiste te estoy echando de menos.

No te puedo culpar de tu ausencia, esta intermitencia mía, ser montaña rusa sin saber cómo empieza ni acaba el día son mi perdición. Bueno, debo decir que comienza y pone punto y final de la misma manera, contigo jugando entre mis costillas, acomodándote en ese gran hueco que te hiciste al lado de esa máquina imperfecta que dice llamarse corazón. Hace tiempo que perdí ese pulso que llevaba a tu lado, supongo que es lo que tiene tu ausencia, que hasta algo mecánico pierda su capacidad para hacer las cosas como siempre las había hecho.

Ahora sí, debo confesarte que tengo todo el tiempo del mundo, para mirarte a los ojos y perderme en ellos. Tengo la extraña habilidad de encontrarlos al cerrar mis párpados, creo que por eso duermo tanto y vivo tan poco en estos días extraños. Tengo flashes, recuerdos entrelazados que se convierten en mis sueños, recurrentes y constantes, que me dan la vida. Y tú, recuerdas aquella vez, que convertimos un inhóspito lugar, una cálida tarde de un atípico diciembre, en un remanso de paz, en el que todos los que pasaban envidiaban esa atmósfera perfecta que habíamos creado. Yo recuerdo los tonos rojizos del cielo que se desplomaba para dar paso a la luna, aunque para nosotros aún fuese mediodía. También veo nítidamente todos esos colores, reflejados por la pantalla de tu móvil en tus pupilas, o verte desde unos metros cómo hacías fotos al atardecer perfecto, y cómo reflejaba el sol, en sus últimos estertores, sobre tu cabello rubio como la cerveza. Y quizás no salgamos en ninguna de esas fotos, pero estamos en todas y cada una de ellas. Espero que las sigas guardando en tu móvil, o en tu maravillosa memoria.

Antes, hubo un tiempo en el que me negaba a sentir, en el que mi corazón, recubierto de hielo, apenas hacía esfuerzos por ponerse a latir fuertemente. Sí, quizás todas esas chicas que vi, que pensé que tenían algo distinto y que jamás se atrevieron a descubrirlo, lo detectaron y prefirieron huir. Y allí, de entre la multitud, surgieron tus ojos vivos, brillantes, desbocados, invitándome a la aventura de vivir. Esa aventura de ir a pecho descubierto y dejar que alguien dispare a tus entrañas y no morir, sino saborear cada gota de sangre que se derrama.

Creo que todo ese mar de lágrimas que siento dentro del pecho, es el deshielo de este corazón, quizás deban salir, porque cada vez el espacio que ocupas es mayor. Tengo que hacerte sitio.

El jodido ave fénix me arde en el pecho, quizás me evapore en algún momento, tener el fuego y el mar es una sensación extraña. Aunque creo, que es la conjunción perfecta para tu cielo y tu tierra. De las nubes de tu pelo a la paz de tu pecho. Ojalá seas casa.

Por hoy lo dejo aquí, nadie.

Sé que encontrarás entre estas palabras tu nombre.

Sigue haciendo magia.

Sigue derrochando luz.

Sigue creando instantes.

Sigue dando paz.

Sigue fotografiando atardeceres.

Sigue soñando.

SieM.pre.

******


26.3.20

De heroínas y villanos


Hoy, que debemos quedarnos en casa, que comprendemos la fragilidad de la vida con más crudeza, encuentro en todas ellas la inspiración, en quienes se enfrentan cara a cara a todo esto que nos priva de tocarnos y abrazarnos. Pronto volveremos. Pronto abrazaremos de nuevo. 

******


Por fin hemos encontrado referentes a los que valorar en la sociedad y a quienes tomar como ejemplo. En este momento, médicas y enfermeras, sin olvidarnos de celadores, personal de limpieza, técnicos sanitarios, auxiliares y todo el personal que integra nuestro sistema sanitario, se colocan en primera línea luchando contra un enemigo invisible. Ellas, las médicas y enfermeras, siempre están ahí, pero necesitamos situaciones extremas para vernos en la obligación de reconocer su labor.

Todo esto de aplaudir cada tarde a nuestros sanitarios, me parece un gesto enorme por parte de esta sociedad, pero debo deciros algo, qué este reconocimiento no empañe el exhausto trabajo al que se someten debido a los incesantes recortes sanitarios que hemos sufrido a lo largo de la última década. No debemos olvidar la precariedad a la que se enfrentan cada día, no sólo en estos momentos, cada vez que no disponen de los equipos necesarios o que no pueden llevar a cabo todo lo que desean por falta de personal, quizás debamos reflexionar sobre ello. Ellas, son la base del estado de bienestar, el sustento de la sociedad, desde el nacimiento hasta la muerte, aunque por el camino se nos olvide. Nacemos y morimos a su lado, amparados en su tremenda generosidad, en su empatía y en su lucha constante, para que todos nos agarremos a la vida como a un clavo ardiendo.

Ellas son la primera línea de vida, y las primeras en sentir la muerte. Y no puedo ni imaginar la de lágrimas que habrán derramado por ese amor desinteresado que nos profesan. Porque ser médica o enfermera, no es simplemente una carrera de fondo que implica adquirir infinitos conocimientos, que no dejan de adquirir en toda su vida, porque la sanidad es un escenario cambiante, sino que también es vocación. Voluntad, alma y corazón.

Ahora mismo, muchas de ellas están renunciando a su familia, a sus parejas, a su vida en general para protegernos. Para hacer frente a un enemigo común al que ellas se exponen por todas nosotras. Pero no es necesario que hagan turnos de doce horas, que no descansen, que no puedan refugiarse en la oscuridad y la soledad de su habitación para soltar todo aquello con lo que cargan. No podemos consentir que se las cuide tan poco, que se las exija tanto y se las premie tan poco.

Ellas son heroínas, desprotegidas, pero valientes, empáticas, constantes, luchadoras, cariñosas. Ellas nos traen a la vida y nos dan una dulce despedida. Aplaudidlas, no sólo durante esta cuarentena cada tarde para reconocer su trabajo, sino cada día, cada vez que vais a un centro de salud y las veis desbordadas sonreídles, ellas no son las culpables de los colapsos, los villanos son otros.

Cuidemos de todas ellas.

Para todas aquellas heroínas, que cuidan desinteresadamente de todas nosotras.


11.3.20

Ave fénix

Han pasado setenta y un días desde aquella vez. He dejado de escribir durante treinta y 
siete días. Tengo el corazón a punto de estallar y cada una de estas palabras son mi 
salvación. Durante este quejumbroso silencio, he escrito poemas y no ha dejado de habitar mi cabeza ni mi pecho.

Hace apenas un par de semanas, un veinte de febrero, descerrajó a bocajarro otro disparo a la boca de mi estómago. La soledad durante todo este tiempo me ha sumido en un estado de irreverencia total, en un colapso mental que me impide relacionarme con claridad. 

Todo esto, simplemente me empuja a escribir. A recordar esos ojos verdes que quiero devorar en una mirada y que, aún, sin esfuerzo, veo cada noche al cerrar mis ojos. 

Tengo una constelación tatuada en la memoria, no he podido unir cada una de sus estrellas para trazar un plano, pero estoy seguro de que alguna de ellas lleva mi nombre, está esperando a ser descubierta. Estoy aterrado, porque ella ha sido capaz de nimbar mi alma con la suya y todo eso me dejó estupefacto. ¿Qué se hace cuando uno no tiene respuestas? ¿Cómo alguien puede exhalar su aire y hacer que todo eso sea el aliento necesario para continuar?

Estoy sumido en la locura absoluta, como un león encerrado en una jaula tras haber vivido en cautividad durante toda su vida. Me siento pleno de energía y roto por dentro al mismo tiempo. Es una sensación extraña que me late aquí dentro, que hace que el corazón esté a punto de desbocarse y que no pueda pararme absolutamente nada. Estoy vivo, y pienso demostrarlo.

He creado una constelación de recuerdos, supongo que se parece a la tuya, o simplemente, quizás, se superponga a las mías para poder recordar todo. Quizás, ahora encuentre en el recuerdo algo que pasé por alto, algo que fue un detalle que me empujó al abismo. No sé si encontraré la razón de toda esta desazón, porque quizás mi única solución sea encontrarme frente a frente con esos ojos color aceituna, como tú me dijiste, para que puedan decirme lo que tu boca es incapaz de expresar con palabras.

Quiero comerme el miedo, ese monstruo que me ha atenazado durante mi existencia, se está haciendo pequeño. He creado un superpoder, aquel que me regalaste sin saberlo diciéndome a la cara que yo era capaz de todo, que podía comerme el mundo. Ahora me lo creo. Ahora estoy pegándole bocados infinitos a esta historia que se escapa entre mis dedos, a esta vida que di de lado y que quiero recuperar. 

Siempre que puedo, encuentro un instante, cierro los ojos y aprieto mis labios fuertemente, aún sigues aquí, cosida a mis tinieblas, abrazada a mis costillas. Sé que no 
te has ido, que, aunque quisieras, tu corazón te impide abandonarme a mi suerte.

“Sentiré como desgarras cada herida.
 Abrirás las cicatrices.
 Nimbarás tu alma con la mía.
 Dejarás tu experiencia en mi esencia.
 Reunirás mis cenizas.
 Avistarás al fénix”.

Había muerto y he resucitado como el jodido ave fénix.