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28.8.13

Alas

Unas alas tatuadas en su espalda con las que soñaba algún día poder volar. Aquella chica, cada noche mientras miraba las estrellas desde su ventana, deseaba ser libre para disfrutar de aquellas alas. Necesitaba librarse de aquella vida que llevaba y dar rienda suelta a la verdadera Inés.

Había un puñado más de tatuajes por su cuerpo, eran parte de ella y no sólo por estar para siempre en su piel, sino porque significaban algo más que las simples letras o dibujos que se veían a primera vista.

Las alas en su espalda. Una frase que rezaba: “Never stay alone” en su brazo derecho. Una pequeña estrella adornaba la parte interior de su tobillo izquierdo. Y unas iniciales en su muñeca izquierda,  completaban, por el momento, el registro permanente de su vida en tatuajes.

Era morena, y llevaba el pelo siempre suelto, aunque a veces se lo recogía en un esperpéntico moño cuando necesitaba concentrarse… Sus ojos eran negros, si pasabas un rato mirándolos te absorbían de tal manera que todo el mundo alrededor desaparecía y sólo quedaba ella, además, eran tremendamente grandes y expresivos. Aunque últimamente, aquellos ojos, pasaban más tiempo cubiertos de lágrimas que de destellos brillantes de felicidad.

No era demasiado alta, y jamás dejaba que las camisetas desvelasen sus alas. Los vaqueros se ceñían a su figura y la acompañaban cada día. Jamás llevaba tacones, las zapatillas eran su más fiel compañía, con ellas deambulaba por las calles y recorría la vida, sin hacer demasiado ruido, sin tener demasiada prisa…

Inés, un día tropezó con aquel chico tan interesante como inesperado. Llevaba el pelo muy corto y hacia un lado, aunque solía cambiarlo dependiendo de su estado de ánimo. Cuando se sentía bien consigo mismo lo peinaba hacia la derecha. Aquellos días era capaz de comerse el mundo, de tragarse a ese tipo inseguro que muchas veces le dominaba y le hacía sentirse mal. Sin embargo, cuando lo peinaba hacia la izquierda, la timidez la vergüenza y el miedo se hacían con él.

Jamás pensó que aquella chica que conocía hace unos cuántos años, podría interesarse por él. Apenas habían hablado un par de veces cuando los juegos de miradas comenzaron a establecerse como una rutina.

Ella le miraba, él apartaba la vista aunque al segundo continuaba contemplándola.
Las miradas derivaron en sonrisas, estas en largas conversaciones que, tras mucho tiempo, culminaron en un leve beso en la boca al despedirse una noche.

Él, llego a casa, no sabía qué hacer. Se colocó frente al espejo, se lavó la cara un par de veces con el agua muy fría para tratar de convencerse a sí mismo de que todo lo sucedido no era parte de un sueño. Cuando logró por fin asegurarse de que todo aquello era real. Comenzó un ritual que llevaba demasiado tiempo establecido en él. Era un continuo, no quiero, no debo, no puedo. ¿Y sí no sale bien? ¿Y si le hago daño?

Hubo un instante en el que una lágrima se asomó en su ojo derecho. Debía parar. Calló. Reflexionó y se fue a dormir.

¿Y si sale bien? ¿Y si le haces feliz? Quieres, debes, puedes…

Inés acabó volando y disfrutando, por fin aquellas alas cumplían su cometido. Libertad. Huir de aquella prisión que ella misma había construido. No voló con él, porque aquel chico, no quiso, y pensó que no debía.
Ella disfrutaba cada día como si fuese el último, él se lamentaba cada día porque jamás fue el primero…