Seguidores

27.6.14

Pongamos que...

“Las niñas ya no quieren ser princesas, y a los niños les da por perseguir el mar dentro de un vaso de ginebra”.

Eso sonaba mientras, como de costumbre, estaba pensando en ella. Qué razón tiene el maestro Sabina. Las niñas, como la que ella fue, quieren ser princesas, pero con las prisas los engaños y los años, acaban por convertirse en unas de esas damas, que acompañan, matan y engañan.

Y por más que traté de hacerla princesa, me quedé en simples promesas. Me volví loco de atar, por no poder jugar entre sus piernas, por no poder perderme en sus labios, sus ojos ni sus respiraciones. Acabé, buscando en el fondo de un vaso, de la barra más triste del último bar, un consuelo para no dejar de respirar.

Pero cuando uno toca fondo y decide no levantarse, es mejor hundir la cabeza en ese líquido que te mantiene consciente y recordar. Pensar en qué ha sucedido para que llegases a tal extremo. Y cuando ves todo lo que hiciste mal, o directamente no hiciste, ves las cosas buenas.

Quizás, no sea con ella, o sí. Pero esas sonrisas que te regaló, esos suspiros que te dieron la vida, y ese momento en el que paso de ser una, a ser la única… puede que sea lo que necesitas para afrontar el nuevo camino.

Así que tira ese maldito vaso. Aclara tu voz. Y sal de ese bar en el que pasas más horas que en tu propia casa. Vuelve a buscarla, vuelve a volver a querer enamorarte. Vuelve a hacerla feliz, a sonreír, a no mentir.

Y no le pongas el punto final a una historia que quedó en tan sólo unos puntos suspensivos, no tires al traste una novela sin final. Porque lo mejor de nuestra vida, es que además de vivirla, podemos escribirla. El final no está escrito, y a su lado, ni siquiera lo has imaginado.

Cread. Creed. Y dibujad un final en el que morir de amor, y matar amando, no sea tan malo. Porque al fin y al cabo, cuando llegue el punto final de los finales, siempre podrás cerrar los ojos y recordar cada mañana a su lado, para dejarlo todo en tan sólo el fin de una historia interminable.


22.6.14

Resquicio de alma

“De ti depende y de mí que entre los dos siga siendo ayer noche, hoy por la mañana.”  J .Sabina.

Rotas las comisuras de sus labios, resquebrajados los bordes de su falta, deshilachadas las luces, que aún nos acompañan. Su espalda, amargo camino lleno de sueños perdidos, y besos mal entendidos.

Una vez más será ella. Esa que con sus ojos color verde marihuana, como dice el maestro, me hacían perder la razón, en este vaivén que es el querer. Sus labios, puertas celestiales al abismo de su boca que guardaba el infierno más candente con el que jamás me imaginé encontrar.

Su pelo, caza sueños de indios, que se entremezclaba con mis labios y con mis sueños. Era tan negro como su alma, y tan suave como los recovecos de su espalda que aún soñaban con volar. Ese cabello, de ensueño, que tantas veces aparté de su rostro, para que me envenenase con sus ojos.

Las manos le guiaban durante todo el camino, sabían buscar, encontrar, y hacer olvidar, pero sobretodo sabían querer, y querían no soltarme jamás, al menos, eso quería yo. Muchas veces, ocultaba su rostro entre ellas, queriendo desdibujar sus facciones, tan duras que le hacían suave, tan suaves, que le hacían temible.

Aquellas piernas que marcaban el principio del fin, que dejaban que volase la imaginación, el amor, y el descontrol. Aquellas en las que más de una noche me perdí, me encontré y me desarmé.

Me dejaba sin sentido con cada suspiro. Su voz, al oído, me helaba. Y un beso, contenido, me perdía. No tuvimos noches ni días, tuvimos momentos, sueños, cielos, suelos, instantes, melodías, canciones, frases, alegrías, pero ya solo nos queda… la melancolía.

Así, cada mañana reconstruyo sus noches, cada noche mis mañanas, y cada día, sus días.

Pero ya no nos rompemos las comisuras, no nos perdemos las miradas lanzadas, ya ni nos encontramos. 

Aunque siempre queda un resquicio de alma, de calma. De ella. De mí. Sin ti. Contigo.

21.6.14

Para querer...

Hace no demasiado oí que para saber si quieres a alguien debes saber todo acerca de la otra persona. No es fácil, porque muchas veces queremos con los ojos cerrados, sin esperar nada más allá de sus labios. Quizás, buscando evitar ese precipicio que augura un imponente golpe que nos despertará del sueño.

También decían que había que conocer sus miedos, defectos y virtudes. El miedo a vivir o morir. Creo, que no consiste en saber sus miedos, sino en ser capaz de llevarla tan alto, que el único miedo que quede sea el de perderte.

No hay mejores motivos para vivir, que poder morir. Ser feliz durante este etéreo camino que nos ha tocado andar. Y sin duda, se hace más llevadero si la senda va a su lado.

Puede que no haya que saber nada para poder querer a alguien, o quizás, haga falta saberlo todo. Siempre nos quedamos atenazados por el miedo que nos invade ante el rechazo, la pérdida, o los buenos momentos.

Simplemente, cierra los ojos, disfruta, y si llega el momento en el que la caída es inevitable, sonríe al precipicio, y grita. Cuando llegues abajo, no te quedes lamiendo tus heridas o viendo como cicatrizan en tu piel, abre los ojos de nuevo, mira a tu alrededor y aprende a disfrutar de ese instante nuevo que te rodea.

A veces, queremos ver tan sólo eso que no se despega más que un par de milímetros de nuestro cuerpo, pero hay vida más allá del ayer. Los recuerdos se quedan adheridos a nuestra piel, queriendo seducir a la memoria. No se lo podemos permitir.

Quizás, para querer, no haga falta dominar las letras, puede que no le guste Sabina, que no adivine las rimas, que no caiga en la cuenta de quererte más de lo debido. Pero, tal vez, tan sólo un suspiro sea capaz de helarte la respiración, y haga que la estúpida rutina se convierta en una maravillosa aventura, que vive en el filo de su boca.


Pero yo no soy quién para decirte como querer, porque apenas lo hice una vez. Y me jugué la vida en aquellas sonrisas perdidas, y ahora tan sólo colecciono miradas desesperadas.


14.6.14

Y siguió...

“Y la vida siguió, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido”

Así, como dice Sabina, es como siguen las cosas cuando ya no hay más, cuando se acaban y se apagan las llamas de una vida.

Quizás, después de haber leído una cantidad ingente de libros acerca de la positividad, y de afrontar las pérdidas como ganancias, pueda decir que es imposible. Un recuerdo tarda más de una vida en borrarse aunque en tan sólo un par de segundos deje una huella. Y puedes leer, escribir, reemplazar, pero no olvidar, cambiar o sustituir.

Porque pasaran los meses y seguirás sintiendo que es su llave la que se desliza por la cerradura, que en un instante girará en el sentido contrario a las agujas del reloj, y volverá. Pero ya no. Ya no abre la puerta porque no está. Y lo sabes, pero no dejas de imaginar que hubiese sido de ti si…

Y llega un instante en el que crees que has empezado a asumirlo, a aceptarlo, pero estás comenzando a olvidar uno a uno los recuerdos a su lado. Se borran, despacito, movidos por un pequeño mecanismo hacia el abismo. Y no puedes evitar que se pierdan, porque hace ya demasiado que no creas uno nuevo junto a esa persona que se fue.

Pero aparece ella, la que siempre está aunque no se la vea. La que, con tan sólo una mirada, una sonrisa y un par de palabras te entiende, y la comprendes. Entonces, pregunta afiladamente sobre todo aquello. Cada palabra se clava como un cuchillo en la mantequilla, son puñaladas demasiado profundas.

Y está ahí, ávida de saber más, de conocerte. Te espía con esos ojos que a veces no van a su lado, sino al mío. Con esa mirada, tan intensa y profunda, como esas puñaladas llenas de respeto y admiración. Y espera que respondas. Ayuda, con esas palabras que nadie te dice, a Recordar(le), te dispara de nuevo, y se lo agradeces.

No quieres que pare, porque ella es la que marca el punto de no retorno de aquello que se borró, pero fija, todo eso que vives para ella, y con ella.

Supongo que la gente cuando ve dibujadas en tus letras, las cicatrices que ocultas, siente una irrefrenable necesidad de decirte cuanto siente esas cicatrices, lamenta las heridas que lo causaron. Ella no. Ella las destapa, las observa, las abraza, y las guarda con tanto celo que parecen suyas.

9.6.14

Así. Allí. Ellos.

Sentía que se le tragaba la tierra cuando ella ya no le miraba. Que él ya no era parte de su mundo, que ya no compartían un espacio propio y vetado al resto del mundo. Se acabó, sólo dos palabras que cortan como el cuchillo más afilado. Una fría noche de verano se dijeron que no. Adiós. Se terminó. Así, sin aviso previo, sin un tenemos que hablar y sin excusa aparente. Tan sólo unos ojos, ya apagados, unos rostros cansados de decirse sí cuando era no. Allí, de aquella manera tan extraña, sin besos, sin un solo roce. Así, sin ella, con ella, en ese jodido banco que perdió hasta el color con aquella situación.

No se lo veía venir, o sí, pero no quería percibirlo. Ya estaba, todo había acabado, todo se había ido por el retrete. Tantos años de risas y momentos compartidos, de besos a tientas, de instantes. Ellos, los instantes, pasaban como diapositivas en su cabeza. Ahora el viaje a Londres de hace un par de años, ahora su primer beso un día frío esperando el bus; y, después, el vacío de su pérdida. Se había ido y los recuerdos no calentaban un corazón que ya se había quedado frío, como si lo hubieran congelado de repente.

Roto por la ausencia que le dejaba el no quererla. Perdido en ese mar de dudas, de besos que no le dio, de sonrisas que no le devolvió, y de momentos que ya no vivirá. Él a golpe de vaso olvidaba, ella, a golpe de helado, caja de pañuelos y horas de llamadas, lloraba. Pero siempre que hay una pérdida se produce una ganancia, redescubrieron la soledad, la ausencia. Al principio todo empieza con su hueco en el colchón que, poco a poco, va desapareciendo; con una foto que rezuma felicidad, y que, ahora, con sólo mirarla, provoca una punzada que le hace sentir un dolor insoportable e indescriptible.

Sin embargo, día a día, todo pasa y la vida vuelve a cobrar sentido, o eso parece. De repente, un día cualquiera y sin mucho motivo, aparece alguien que hace cambiar todo o, la mayoría de las veces, no pasa nada. Esta vez, sí pasó algo, o alguien más bien. Hacía meses que no sabían el uno del otro, y se encontraron en el lugar más inesperado, aquel banco. Él estaba con otra, olvidando lo inolvidable y haciendo un dolor insoportable un poco más llevadero. Ella caminaba recordando todo aquello, perdiéndose en recuerdos que habían perdido el color.

No obstante, ella pasó de largo sin mirar y con dolor, sin ganas de saber nada de él, le dolió más de lo imaginable y de lo que esperaba. Ahogó las lágrimas que luchaban por salir y se fue a casa, una vez allí sacó todos sus recuerdos con él y los metió en una caja para tirarlos. Era hora de pasar página, pero no contaba con que él cuando le vio, sintió la necesidad de luchar por lo perdido. Dejó a la chica abandonada en el banco y se fue a casa de ella, esperaba que aún viviera en el mismo lugar. Aprovechó que alguien saliera para entrar y subir hasta su piso. Escribió una nota rápida, la coló bajo la puerta y llamó al timbre.

Ella la recogió y no pudo evitar descolgar de sus labios una sonrisa tonta que delataba lo que aún sentía. No respondió a la nota, era la fuerte, o quería parecerlo. Él no cesó en aquel intento de reconquista. Le deslizó una nota más, la enésima en media hora, estaba a punto de rendirse. Rezaba así: “Te quiero, te quise y te querré. Te necesito y quiero no volverte a perder de vista. Necesito sentir tu aliento en mi espalda cada mañana al despertar.” Dos lágrimas surcaron su cara, abrió la puerta y allí estaba él, sentado, esperando. Queriéndole. Se levantó raudo y la besó. Buscó en aquellos labios la redención eterna de todos sus pecados.

Se enamoró, la coronó y la ascendió a los altares. Así, teniendo que bajar al infierno para poder tener a un ángel del cielo, como Orfeo hizo para rescatar a Eurídice. Así. Allí. Ellos.

8.6.14

Movimientos del corazón

Ella, seguía siendo la diástole perfecta para esa sístole, sin ritmo, que vagaba por aquel maltrecho corazón. 

Ella, que tan solo era ella. La bala perdida que él encontró, que se clavó en su pecho y le dio algo más de pulso a su triste corazón.

Ambos latían a contrapunto en el camino que se habían marcado. Él, ponía las canciones tristes. Ella, las rompía con aquel movimiento tan suyo de cadera que le volvía loco.

Se encontraron una fría noche, en la que él, buscaba alguien con quien calentar su cama y ella, tan solo quería una noche que no acabase invadida por la monotonía. Él, se acercó, con esa barba desaliñada, buscando en esos ojitos verdes una buena compañía. Ella, que no se cortaba ni las venas para tragarse las penas, le buscó, y le acabo encontrando. En la segunda esquina, sus miradas se cruzaron, las bocas se encontraron y ella, con un fuerte aunque cariñoso mordisco en sus labios marcó el terreno.

Él, se aventuró por su espalda, se la jugó, y encontró el abismo, en el que ambos se quisieron jugar la boca.

Apenas llegaron a su casa, las escaleras del portal, y el ascensor fueron testigos de la pasión. Ella, a tientas, abrió la puerta, mientras él perdía sus manos en aquella mujer. Nada más abrir, él, haciendo gala de esa chulería que le caracterizaba, la cogió en brazos, y con el filo de sus zapatos cerró la puerta. No necesitaban ir más lejos.

Ella, le desabotonaba la camisa, él se dejaba hacer. La dejó poner los pies en el suelo, y él, sin saber, cayó de rodillas frente a ella. Comenzó a besarla bajo aquellos pechos, que aún cubría el sujetador que ella se apresuró a quitar. Recorrió el camino hasta su fuente de placer. La besó, como nunca con cualquier otra, la comió a besos.


Allí. Así. 

2.6.14

Y si...

- ¿Y si se muere? – me espetó con frialdad ese pequeño niño.

Es difícil saber encontrar una buena respuesta, a una pregunta que sin duda es sí. Puede que lo mejor sea morderse la lengua, que se lanzaba envenenada hacia la verdad, y disimular, si se puede, una respuesta que no duela.

- Si se muere… nos cuidará desde el cielo – sabía que no era la mejor respuesta, pero no podía hacer otra cosa.

Me miró fijamente, con sus pequeños ojos abarrotados de lágrimas, apretó mi mano fuertemente, y quiso no estar allí en ese momento.

Lo lleve lejos. Lo saqué de esas paredes color crema que decoraban aquel triste hospital. No dejaba de aparecer en mi cabeza lo que iba a ser de él, cuando el irremediable futuro actuase.

Nunca es fácil afrontar esas palabras, y menos si vienen de un niño, que ve cómo ante sus jóvenes ojos, se escapa algo que le ha cuidado durante años. Quizás, lo más coherente sería sentarse a su lado, y esperar. Pero la vida no espera por nadie. Es demasiado frívola como para pararse a comprender que ese niño aún le necesita a su lado. Pero no duda, le arrebata todo, antes de tiempo.

Sí. Se muere. No tiene el tiempo suficiente para ver como creces, para hacerle sentir feliz, para verte jugar. Ya no. Se acaba la aventura antes de tiempo, pero tú, eres el encargado de continuarla, porque ahora, por muy sólo que estés siempre tendrás compañía.

Puedes creer en algo más allá, puedes no hacerlo, pero cuando realmente lo experimentes, sentirás que no estás solo, que en cierto modo, se ha quedado ahí, aunque jamás te verá conducir, ni volverá a cruzar la puerta de casa, pero no se ha ido del todo.

Puede que tan sólo necesites recordarle para que no se vaya. Aunque es inevitable que el tiempo vaya borrando su huella. No es justo. Lo sé, pero no queda más que seguir colocando un pie tras otro para no dejar que se borre el camino.

Y si… Siempre nos planteamos este tipo de dudas. Y si pasa, pasó. Y si no… haz que pase. No esperes a que te regalen nada, búscalo, gánatelo. La vida, es como un juego en el que nunca te toca mover ficha, pero siempre eres el protagonista de tu partida.