A lo largo del día podemos percibir cientos de olores diferentes. Algunos de ellos, se encargan de abrirnos el apetito, o simplemente nos acompañan durante unos instantes, pero hay unos que se dedican a abrir viejas cicatrices en unas clavículas angostas y desvencijadas. Son estos últimos, los más interesantes, pues tienen el poder de trasladarnos a un tiempo en el que vivimos, más o menos felices que ahora, pero que nos duele recordar. Siempre hay que prestar atención al pasado, aunque nunca se debe vivir de él.
Es complicado establecer una relación entre un olor y las reacciones nerviosas que se encadenan en nuestro cuerpo para evocar un recuerdo. Pero una vez que se desata en nuestra mente, parece que esa persona a la que nos recuerda la fragancia que nos ha invadido, camina a nuestro lado, pueden ser tan sólo unos simples pasos, pero son los mejores pasos del día.
Una mezcla entre miel y unas tímidas notas de flores es la fragancia que se apropió de sus recuerdos el otro día. Al principio, él permanecía impertérrito, ni siquiera se inmutó al percibir ese olor. Sin duda, era ella, como siempre, volvía a ser ella.
La sensación que le produjo ese olor evocado es inenarrable, pero tuvo que pararse en mitad de la calle para poder alejarse de todo aquello que le rodeaba. Volvieron a aparecer esos ojos azules a su lado. Estaba tan bella como siempre, no había cambiado ni un ápice el brillo de su mirada, supuso que era lógico dado que vivía un recuerdo.
Aquella misma tarde tuvo la necesidad de hablar con ella. Y no pudo ni hablar ante su presencia, enmudeció con la primera sonrisa que ella disparó, le sentenció con una de esas miradas llenas de todo que estaban tan carentes de nada. Anticipó bajo aquel vestido las profundas y agudas clavículas a las que tantas veces se había amarrado en noches de tormenta. Y ella, dejó que vislumbrase tan sólo un momento, con sus manos, aquellas caderas en las que había encontrado refugio alguna noche, en la que ella no quería dormir sola y a él no le importaba la compañía.
“Volver a encontrar lo que creíamos perdido, es algo semejante a retroceder en el tiempo a desdibujar en el rostro de alguien una sonrisa perdida. Ella, escondida entre las pupilas de aquel que no sabe nada más que perder, le convirtió en el tipo más desafortunadamente dichoso de ese universo en el que las estrellas aparecían colgadas de unas caderas que tan sólo buscaban un par de noches en vela. Él, tan enamorado de su recuerdo, no pudo contener la respiración para lanzarse a bucear al infierno de su boca. Y al final, ni ella ni él, ni ellos, ni nadie. Tan sólo un par de almas desdichadas que decidieron probar suerte en otros labios”.