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22.11.13

Nunca te abandonaré

Me prometiste no dejarme nunca, llevarme siempre contigo. Y ahora te vas. Me dejas aquí, sin saber qué hacer, esperando que llegue ese no sé qué. Tantas veces dijiste aquello de: “Yo jamás te abandonaré”… que llegué a creérmelo.

¿Y ahora qué? Te vas, te has ido, y yo… aquí sin ti. No te pediré que vuelvas pues es imposible, pero te pido que te quedes allá donde y con quién estés. Que le prometas a otro eso de no abandonarle jamás. Pero a mí no.

Puede que ya no me necesites y por eso te hayas ido en busca de otras falsas promesas que yo nunca te hice. Quizás, que no te prometiese nada y lo diese todo te cansó.

Sé que va a ser difícil encontrar alguien que no me haga promesas. Pero también sé que está ahí fuera, jugándose la boca, desgastando sus labios con los de un idiota. No tengo prisa. Me dedicaré a hacer lo que tú hiciste conmigo. Mentirle al oído a cualquiera, decirle que es la más bella entre las mujeres, para escuchar su sonrisa, y rozar, muy deprisa, su vida, su boca, su todo.

Y al día siguiente, si te he visto no me acuerdo. Me convertiré en un ser hecho de muchas, perdido entre todas. Cada noche me desgastaré poco a poco, desvaneciéndome sobre la mesa, en la que antes cenábamos e incluso más de una vez nos amamos. Ahora esa mesa, solo lleva penas, marcas de vasos y botellas de ron.


El ron, ahoga las voces de mi conciencia y del corazón. Acalla mis labios, entumece mi mirada y silencia mis movimientos. Ya no me encuentro, apenas sé quién soy o a dónde voy. Pero claro… “yo jamás te abandonaré” – me susurra la botella, y la verdad, la empiezo a creer.

21.11.13

Cajas marrones

Un mes. Tan sólo un puñado de días, horas minutos y segundos. Todos desperdiciados. Sin poder tenerla a mi lado. Los treinta días más oscuras de mí relativamente corta existencia. Días en los que unas nubes grises invadían mi alma, perdían mi mirada y acallaban mi risa. Nunca fui ese tipo de muchacho que amaba loca ni desesperadamente, era más amigo de la razón que del corazón.

A ti, que no hubiese hecho por ti. Nunca llegué a decírtelo, aunque siempre lo deseé. Y es que, un par de horas antes de que dejases todo esto para siempre y comenzases de nuevo en un lugar a más de un millar de kilómetros de aquí, volví a verte.

Me invitaste a subir a tu casa. Al abrir la puerta, la primera imagen… desoladora. Aquel piso, que años atrás tantas veces llenamos de pasión esas noches de sábado… estaba ahora vacío. Lleno de nada. Carente de todo. Las cajas, de ese tono marrón tan lúgubre, se apilaban cuidadosamente cerca de la entrada. Te marchabas.

Me dejaste hablar mientras terminabas de llenar esas malditas cajas que te iban a separar de mí. Apenas pude decir nada, bueno, nada importante. Palabrería y mentiras. Con esa falsa sonrisa que tan bien se me da poner… te pedí que no tardases demasiado en volver. Me miraste extrañada. Feliz y triste, con ganas de besarme y abofetearme. Tu última mirada, tan llena como siempre. Aquel día, tus ojos grises se volvieron negros, tu sonrisa voló con mis sueños.

Nos despedimos, y antes de montar en aquel taxi, me volviste a besar. Me besaste como la primera vez, sin pausa, sin tiempo. Tanto me recordó aquel beso… que cuando ya te alejabas y no podías oírme susurré: “Vuelve, que yo, todavía… te quiero”. Mientras aquellas palabras escapaban de mi boca, agitaba la mano como un idiota. Como un niño, que sabe que va a pasar todo el verano encerrado en ese internado, pero la última sonrisa de su madre vale más que cada llanto nocturno.

Y así, cuando una lágrima recorría mis mejillas, el taxi que se me llevaba media vida, giró la esquina.
En la primera semana, sólo pensaba en ti, en la segunda en mí. La tercera en nosotros, y ahora que termina la cuarta… te puedo decir, que nunca dejé de pensar en lo que he perdido sin ti.


No te lo dije antes de que te zambulleses en aquel taxi, pero ahora, que espero que no me leas, te digo que no te olvido, que sin ti apenas vivo, que vuelvas, que te quiero, que te echo de menos…

13.11.13

Sonrisas de lágrimas

La he visto llorar. Es lo que más horrible que vi jamás. Pero ver su sonrisa entre lágrimas… ser el culpable de ese destello de felicidad, eso es lo más gratificante del mundo. 

Siempre he creído que una mujer esta exultantemente bella cuando ha terminado de llorar. Cuando en su cara se refleja tanta pena y la calma que siente en ese instante. Creo, que alguna lloró por mí, que yo en mi infinita estupidez, no supe ver lo que ella necesitaba.

Llorar. Dejar que esas pequeñas lágrimas limpien tus ojos, tu alma y tus recuerdos. Dejar que tan sólo, quedes tú y el mundo. Llorar para olvidar, llorar al recordar. Hay muchos tipos de llanto, incluso de alegría, pero yo me quedo con el de los recuerdos.

Con esas lágrimas que recorren tus mejillas al ver una foto, al leer una carta… Esas, son mis lágrimas favoritas. Pero aun así, adoro las sonrisas entre lágrimas. Esas que provoca alguien especial para ti. Cuando ya no puedes más, cuando no tienes lágrimas que derramar… aparece. Dice algo que sólo los dos entendéis, o simplemente te mira. Y tú, ya no puedes hacer otra cosa que no sea esbozarle media sonrisa cómplice.

Esa media sonrisa, que junto con la mirada de tus ojos vidriosos, dice gracias, dice siempre, dice, no me dejes aquí…


Llorar no tiene porqué ser malo, a veces es necesario, pero la sonrisa debe ser obligatoria.

12.11.13

Dibujar

Dibujar sonrisas en rostros ajenos. A eso me dediqué algún tiempo. Puede llegar a ser gratificante ver a quién no para de llorar, esbozar una leve sonrisa a causa de tus estupideces. Y ver a aquel que siempre sonríe, hacerlo con más fuerza por tus palabras.

Nunca se me dio demasiado mal. Aunque jamás aprendí a dibujarlas en mis labios. Escucho sonrisas, veo risas, dulces momentos que soy capaz de generar, o eso me han hecho creer.

Fue bonito. Jamás nadie me lo agradeció tanto como ella. La encargada de hacer que este que ahora se encarga de dibujar sonrisas llevase una permanente. Ella, quién siempre estaba feliz, incluso mientras lloraba. 
Qué paradoja, llorar y ser feliz. Sonreír y estar triste. Vivir y querer morir. Morir… y arrepentirse de no haber vivido.

Temo que llegue el fin, y desear haber aprovechado más cada instante. No momentos en general, si no, los momentos junto a ella. Cada despertar, cada anochecer y amanecer, cada caricia, cada mirada, que tanto me decía sin separar sus labios.

Y es que, además de las sonrisas, las miradas pueden hacer magia. Puedes reír, querer, sentir, disculparte… Debemos aprender a mirar, y mirar queriendo.


La echo de menos. Quiero volver a despertar y que no sea un sueño. La quiero volver a mirar, y que sea, de verdad…

11.11.13

Lucha

¿Nunca te has preguntado si puedes cambiar lo que eres? ¿Eres realmente lo que quieres? ¿Vas a permitir que el mundo te controle a ti? O, acaso has decidido tomar las riendas de una vez por todas y luchar.

Cada tarde le veo. En su silla de ruedas, ataviado con un chándal y unas zapatillas de deporte. Dispuesto a hacer en cualquier momento aquello que antaño odiaba. Correr. Ver su cara de esfuerzo. Querer y no poder. Ponerse ropa deportiva para ser sentado en esa diabólica silla con ruedas que ahora sustituye a sus piernas. Calzarse unas zapatillas de deporte que jamás desgastarán su suela.

Pero luchando. Haga sol o llueva, nieve, haga frío o calor. Solo o en compañía. Tratando de cambiar aquello en lo que se ha convertido. Quizás jamás pueda volver a sentir caer el peso de su cuerpo sobre sus pies al correr por la ciudad. Puede que acabe sus días sentado en esa silla. Quizás, el esfuerzo sea en vano. Quizá, él nunca se levante.

Puede que su ejemplo sirva a otros para empezar o continuar su lucha por tratar de levantarse. Quizás ese hombre haya perdido la esperanza, y yo, que soy el que junta estas letras, le esté dotando de una fuerza que no posee. Pero quiero creer. Y creo en esa gente, en aquella que se decide a lanzarse al vacío para luchar por algo. Que se tira, aun no sabiendo que el suelo espera abajo.

Quizás, tan sólo sea un loco como ellos, que calla demasiadas veces por el miedo, y que en el fondo lucha para perseguir su sueño. Puede que estas palabras, para ti, que me lees no signifiquen nada. Pero sinceramente espero que te ayuden para seguir persiguiendo tu meta.

Y a esos valientes que ya han saltado al vacío, les digo que son héroes, que encuentren lo que encuentren abajo, habrán luchado, serán un gran ejemplo para otros y sus huellas guiarán el camino.


Lucha. Vive. Toma decisiones. Persigue lo que quieres. Y sobre todo… jamás abandones, ni dejes de disfrutar.

5.11.13

Un nuevo camino

Allí estaba, colocada frente al espejo. Su largo pelo de color negro como el carbón se deslizaba hasta más abajo de sus hombros. Los ojos, inundados por las lágrimas le impedían ver con claridad. Abrió el cajón que estaba a su derecha, y sin mirar palpó su interior en busca de unas tijeras. Deslizó sus dedos dentro de ellas y las sacó a la luz.

Con la mano izquierda secó sus lágrimas con la ayuda de su camiseta. Afianzó las tijeras a su mano derecha y con la izquierda, ya desocupada, atrapó un mechón de pelo. Comenzó a cortar, sin miedo y con decisión. Su larga melena en apenas unos minutos se desvaneció y su pelo cubría el suelo del baño.

Ahora apenas quedaba rastro de la chica que hace tan sólo unos minutos se encontraba frente al espejo. Había decidido cambiar su vida de forma radical. Había conseguido que le quedase bastante bien su nuevo corte de pelo. Sin detenerse a limpiar todo aquello, salió del baño y fue hasta su habitación. Nada más cruzar el umbral de la puerta, deslizó por sus hombros los tirantes de su vestido. Cayó al suelo y en ese mismo lugar dejó los tacones que llevaba puestos.

Se quedó en ropa interior, y así caminó hasta el armario, descalza. Una vez allí, sacó unas zapatillas, unos vaqueros rotos y una camiseta que dejaba su hombro derecho al aire. Se puso los pantalones y mientras los abrochaba, deslizó sus pies dentro de las zapatillas. Levanto los brazos y dejo que la camiseta cayese hasta cubrir su torso.

Tras de sí, dejó todo aquel desorden. Ya lo recogería luego, pensó. Y mientras una lágrima corría la aventura de deslizarse por sus mejillas… cerró la puerta.

Había decidido salir a comerse el mundo. Sin que nada ni nadie se lo impidiese. Aquel día, una nueva mujer había nacido.

Lo cierto, es que había quedado a las siete de la tarde en una céntrica cafetería de su ciudad. ¿Con quién? Pues con quien hasta aquella misma tarde era tan sólo un viejo conocido.

El chico con el que se había citado aquella tarde era uno de los hijos de la vecina de sus padres, tenía un par de años más que ella y siempre le había parecido “mono”. Hacía casi diez años que no sabía nada de él, pero hace un par de semanas, en una de las visitas que le hacía a sus padres, se le cruzó por la escalera. 

Estaba como siempre… bueno, casi. Su pelo largo de la adolescencia había desaparecido y un serio pelo corto le acompañaba ahora. Aquella delgadez extrema, había sido sustituida por un cuerpo bastante trabajado y definido. Sus ojos verdes brillaban igual que cuando por las noches, al volver juntos de la calle, le miraban al despedirse.

Ambos habían cambiado un poco, ella ya no era la princesita que vio hace dos semanas, que casi siempre llevaba un vestido, y el pelo suelto, que cubría sus ojos azules con unas enormes gafas de sol, y que, siempre veía el mundo desde una superficie que no era la suya.

Llegaba tarde, aquel ataque de cambio, había hecho que se retrasase. Le vio desde lejos, estaba apoyado contra la pared al lado de la puerta del bar. Cuando llegó allí, ese chico que años antes se hubiera reído de su aspecto, no dijo nada. Se dieron dos besos, y él, le abrió la puerta para que pasase.

Buscaron una mesa, lo más alejada de la puerta posible, le retiró la silla para que se sentase. Todo un caballero. Le preguntó que quería tomar y se acercó a la barra para pedir. Ella, desde la silla, le miró de arriba abajo. Aquel muchacho era ahora un hombre. Llevaba unos zapatos negros, unos pantalones negros y una camisa blanca, con las mangas recogidas. Ciertamente, el muchachito que conocía desde hace años, había mejorado mucho.

Él volvió con un refresco y un whisky. Se sentó frente a ella, y le preguntó por aquel cambio. Entre lágrimas le explicó que necesitaba un cambio. Escucho atento, sin mover un solo músculo, sin pestañear apenas y no dijo una palabra hasta que terminó.

Él, borró las lágrimas de su cara con sus manos, muy despacio, muy suave. Nunca fue un tipo con demasiadas palabras, pero cogió una servilleta de papel, y se levantó a pedirle un boli al camarero. Volvió a la mesa y tan sólo necesitó un puñado de letras y unos pocos segundos.

“El cambio empieza aquí. Escribamos juntos el camino”.

Dobló la servilleta y se la dio. Ella la desdobló despacio, leyó aquello y por primera vez en todo el día… sonrió.


Estuvieron en aquel café hasta que cerraron. Después deambularon hasta pasada la media noche por las calles vacías. Habían empezado a escribir su camino.