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31.12.14

De la cabeza a los pies

Sus labios callados me susurraron una tímida despedida. La reina del latín se desdibujo ante mis pupilas y yo, no me lo quise perder. “A capite ad calcem”. 

De la cabeza a los pies, eso es lo que me hacía estremecer cada vez que podía recibir una de sus miradas. Tras esas tímidas palabras en mi oído, se aferró a lo poco que quedaba de mí, y beso mi alma, la que trataba de escaparse por las rendijas de mis palabras.

Es el fin, pensé nada más perder su mano entre mis dedos. Acaba aquí. Y la verdad es que no estoy muy seguro de si ha terminado, o simplemente no ha hecho nada más que empezar.

De la tierra al cielo hay más de mil pies, los mismos que nos separan en este instante. Pero no te dejo de pensar, ni de soñar. Quizás sea eso, que ya no puedo perderme, y tampoco olvidarte.

Y la verdad, yo ya no lo sé. Quizás nunca quise saber. Me conformé (y lo seguiré haciendo), mientras encuentre tus ojos buscándome en mitad de la noche para saber que ni tu estas sola ni yo estoy contigo. Con un par de miradas casi perdidas que nos encontremos, en cualquier lugar me bastará. Puede que uno de esos besos tontos que me encuentro en tus abrazos sea suficiente, y que no quieras más, y no merezca más.

Ya no te diré que quiero querer, pero puede que con una oportunidad más sumada a esas que hemos perdido, me encuentre ese par de ojos de tigresa vagabunda por las frías calles. Que no sea hoy, ni mucho menos aquí. Pero que sea así, contigo, y para mí.

Suena egoísta, y lo es. Pero esos ojos tan extraordinariamente comunes no se pueden perder entre copas una noche cualquiera. Esos labios que no dejan de gritar en silencio, merecen unas manos que sepan plasmar todo lo que no te digo.

También, te digo que no existes, que solo te imagino. Pero quiero que vuelvas a arroparme con tus palabras cuando me muera de frío. Que me calmes con tus ojos sabor a tierra cuando me encuentre perdido. Aparece de una vez, que ya no puedo más. Vuelve, que te necesito. Vete, que te perderé.

Quizás sea eso lo que necesito, un paso más, hacia algún lado en el que puede que no quiera estar, y lo que es peor, en el que tú no estés. Radical, expectante, soñadora y somnolienta.


De mi cabeza, a tus pies. 

26.12.14

Opuestos

El lugar donde empezó nuestra decadencia es muy claro. Las diferencias nos acorralaban cada noche mientras tratábamos de ahuyentarlas con tímidos actos de fe. Mi mundo había pasado de ser gris a ser multicolor, mientras tú, seguías en tu línea decadente hacia ninguna parte. Yo era un alma libre capaz de volar donde me llevase el viento, tú, un hombre pegado a la tierra. Alguna vez me pareció ver los tornillos que te fijaban firmemente al suelo.

Tú. Alteraste el orden de las cosas sencillas, cambiaste de sitio hasta las estrellas. Así es como se acaba una vida, se empieza una aventura y se crea el principio de un final que ninguno de los dos aprendió, ni quiso, bailar.

Dicen que los polos opuestos se atraen, y es cierto. Pero lo que nadie dice es que el amor no lleva al paraíso. Más bien, se encarga de marcar las heridas del pasado, las hace más fuertes, profundiza en aquellos desencantos y acaba con nosotros. El amor, nos convierte en ese malo de película, el que siempre acaba perdiendo. Somos, en definitiva, la parte inexacta de una pieza que no encaja.

Pero, el amor no siempre muere. A veces, lo matamos a base de besos vacíos, y miradas perdidas que anuncian llantos desconsolados, que ya, no valen la pena. Tú y yo, la conjunción perfecta de dos imanes opuestos que se atraían más de lo que podían imaginarse. Y así acabé yo, perdida. Tú, desesperado, anunciabas medidas para sanar las heridas.

Supongo que nos dejamos llevar por esa felicidad, la del paraíso. Quisimos, hacer de algo pequeño y corriente, algo grande y bonito. Y por desgracia, no siempre funciona. A veces, nos convertimos en objetos obsolescentes, marcamos nuestra propia fecha de caducidad. Acabamos, en definitiva, con ese paraíso que alguna vez, juntos, pisamos. Puede que querernos tanto y mal, o simplemente el no haber sabido como querer, fuese el fin.


Al final, consiste sólo en eso, en saber bailar el mejor de los finales posibles. Aprovechar cada instante en el que dejamos que suene la música, para que los polos opuestos, se atraigan indefectiblemente hacia una historia que difícilmente olvidaremos. 

Escrito por A & M

21.12.14

Salir corriendo

“¿Y cómo huir cuando no quedan islas para naufragar?”. J. Sabina. Peces de Ciudad

Así es como se encontraba en aquel instante. No podía dejar de pensar en aquella mujer de los ojos nublados, los labios inciertos y los dedos inquietos. Pero ya no quedaba ninguna isla en la que poder encontrarse con ella.

Supongo que así es como se llega al final, entrelazando unos dedos que jamás volverán a rozarte y respirando en un cuello que besaste hace unos minutos. Pero no queda más remedio que rendirse ante tal sutileza.

Volvió a aferrarse a ella con todas sus fuerzas, no quería que escapase bajo ningún concepto. Por un momento pensó que había logrado retenerla. Ella se refugió en sus brazos, a pesar de todo, no quería dejarle allí. Le respiró al oído un suspiro cargado de emociones. Dejó que sus labios se lamentasen en su cuello, y perdió sus manos en la espalda de él, que poco a poco la sentía cada vez más lejos.

Lo beso de nuevo, quizás un par de veces. Ambas figuras se tornaron difusas en aquella dulcemente amarga noche. Ella se resistía levemente, él, se fue. Sus manos resbalaron hasta sentir de nuevo el frío.

Un nudo apretó su estómago. Una mano cerró sus gargantas. Un par de ojos desesperados buscaron la última mirada. Se cruzaron durante un segundo, tristes desahuciados, rotos.

Él, en un acto suicida volvió. Ella lo esperaba. Una última despedida. Empapada de promesas sin cumplir, sueños sin realizar y alguna que otra cuenta por saldar.

Supongo, que cuando ya no quedan islas para naufragar, acabamos perdiéndonos a la deriva. A veces, no saber dónde vamos, o a quién esperamos, nos ayuda a seguir soñando. Pero cuando tenemos claro el fin, y el camino se vuelve espinoso, es mejor seguir a la deriva que aceptar que nos hundiremos en un océano, que por un momento, veremos vacío, oscuro y tremendamente frío, sin ella.

Salir corriendo para saltar con un mayor impulso. Desafiar los límites de lo racional para seguir soñando. En definitiva, descubrir una isla, para poder naufragar, disfrutar, aprender, cumplir, querer, convencer, sentir, vivir. 

Con ella. Sí.


16.12.14

No digas nada

No quiero que digas nada. Lo diré yo por ti, siempre lo hiciste tú por mí. Por una vez, no pasará nada. Te diré que esta vez no ha sido suficiente, que llegaste demasiado tarde como para poder empezar pronto. Puede que ahora mismo no te des cuenta de nada, y seguro que es mejor así, menos problemas.

Ahora sí, me miras, y respiro ese dulce aroma que te inunda cada día. Y la verdad, no quiero otra cosa que no sea ese olor a azahar invernal. Quizás, ahora mismo te encuentres pensando en ese tipo con el que has cruzado miradas, y has rozado sus manos. Pero quizás, estés pensando en que aún nos queda un mundo por descubrir.

Lo cierto es que no me acuerdo si tienes los ojos azules, marrones o negros. Pero no dejo de pensar en ese susurro que se desliza por mis oídos cuando estás a mi lado. Y no te mentiré, no te voy a dejar de querer. Quiero ser esa promesa, que nunca cumplimos ninguno de los dos.

Ahora respira. Piensa en eso que no quieres repetir jamás. Y escribe (me). Solo busco, encontrarme contigo una de esas noches en las que no buscamos más que encontrar la mañana, y seas tú, la única que me entienda.

Una sonrisa más, un momento menos. Me pierdo de nuevo en esos ojos, en los que me hundo para no poder descubrirte, totalmente entregado a tu voluntad, para que puedas decirme lo que hicimos mal. Y es ahí, en la espesura de tus ojos, que ahora recuerdo negros, en la que encuentro lo que más quiero.

Una sonrisa fugaz, un destello. Tu mejilla contra la mía. El frío invierno de un verano sin sol. Me susurras, de nuevo al oído que fue sin querer. “Quédate a mi lado”. Y vuelves a hundir tus manos en mi espalda, dibujando círculos y yo, me pierdo en un abrazo que no sé dónde empezó.

Muerdes mi labio, se para el tiempo.  Se acaba el momento. Y ahí sí, volvemos a esa calle sin salida en la que nos batimos en un duelo silencioso por ver quién quiere menos que ayer.

A ti. La de los labios tristes y las miradas perdidas. De sonrisas calladas, lágrimas ahogadas. No digas nada.


14.12.14

El oasis de sus ojos

Un profundo dolor atenaza su espalda. Respira con dificultad. Duele. Se angustia. Trata de tomar aire por su boca. Duele más. Ese ser extraño le aprieta aún más en su espalda, todo se convierte en algo difícil. No puede respirar más. Punzadas directas al corazón, y ese dolor que no se va. Boquea como un pez fuera del agua, llega algo de oxígeno. Se detiene, se sienta en mitad de la calle y envuelve su rostro con las palmas de sus manos. Llora. Parece que se va…

Como puedes definir algo que no entra en tu vocabulario. Puede que sea una señal, de ya demasiadas, que indica que el camino no es el correcto. Varias personas cruzan su mente, se para en una de ellas. 

Es una imagen de una mujer que parece demasiado lejana. Se descubre lentamente la cara y por fin la ve. Tiene esa aura propia de los ángeles, o más bien, eso que él considera propio de ellos. No puede detenerse mucho más en ella, un fogonazo lo deslumbra y le hace volver al mundo de los mortales.

Ese mundo en el que aquel dolor que le impedía hasta caminar, y había tensado sus cuerdas vocales hasta hacerle enmudecer, se había disipado levemente con el frío nocturno. No supo nunca el tiempo que pasó allí sentado, un par de minutos, quizás lo suficiente.

A duras penas se arrastró hasta casa. Y allí estaba ella. Esa que le había salvado de la miseria hacía tan solo un rato. Quien le devolvía la sonrisa en las mañanas más frías del más crudo invierno.

Ahora sí. Esos ojos negros que le recibieron eran la mejor señal divina que le podían entregar. Estaba a salvo. Ella se abalanzó buscando un abrazo desesperado. Un par de segundos hasta rozar sus mejillas. Sus manos se perdieron en la espalda de ella, en la negra nube que coronaba sus pensamientos. Las de ella, por el contrario, se aferraron a sus hombros, clavó sus dedos entre sus huesos, dándole a entender que jamás le dejaría escapar.

Hay mucho más de ti de lo que quieres enseñar. Eres capaz. Apenas un puñado de palabras susurradas en el momento oportuno, para decir que no rasgarán eso que hay entre los dos.


Sonaba de fondo un ritmo melódico, calmado, pausado. Uno de esos ritmos, que envuelve la tensión de algo diferente. Algo así como un lago en mitad de un desierto. Un pequeño oasis de lágrimas entre sus brazos.

Aún huele mi ropa a ti.

10.12.14

E.lla

Apreciar la belleza invisible de lo que vemos. Admirar, esos ojos marrones, tan comunes que aún se dirigen a nosotros con pasión y curiosidad.

Ver que la casualidad no existe, y es, tan sólo una realidad ficcionada por esos labios que claman venganza contra tus pupilas.

Unos rasgos, casi divinos, que se acaban desdibujando de abajo hacia arriba, desembocando en un océano tan negro como un cielo sin estrellas, en el que, por una noche, me dejaría perder, y encontrar.

Y después, si me dejase, me descolgaría por esa espalda, aún por descubrir. Que cubierta de frías promesas que nunca se cumplieron, no deja que vea la luz del sol. Ni inspiro ni expiro me susurró, y que quieren que les diga, prefiero que suspire, al lado de mis labios. Que me deje esculpir en su rostro los más aguerridos versos. Que si me deja, descubriremos ese cielo, pintado de azul oscuro entre las columnas de un templo derribado.

Una diosa, recubierta de ese aspecto tan cotidiano. La excelencia, descrita en una palabra, que se desliza entre mis dedos, al dejar escapar su pelo. Extraordinariamente común. Comúnmente extraordinaria. Estrepitosa, iluminada, ascética, excéntrica, ejemplar, lúcida, ángel, única, increíble.

No inspira. Se lo aseguro. Tan sólo se encarga de hacer que fluyan las letras por estas manos que ahora la escriben. Sin ella, no. Con ella, tampoco. Ni día ni noche, tan sólo momentos que poco a poco se apagan.

Y se va, se pierde, se acaba, se termina. Y se funde la luz en esos ojos, tan marrones como la propia tierra, y en ese pelo que me lleva, al compás hacia un mundo que no sé si está aquí. Pero yo quiero ir.

Ese latido a contrapié, no es el mío, es el suyo entremezclándose con las letras, que se quedan cortas para tan excelsa virtud.

E.lla.


9.12.14

Mis letras

Tengo una larga lista de letras llenas de desencantos. Supongo, que cuanto más mayor se hace uno, más larga se hace la dichosa lista. No creo que sea especialmente acertado comentarles cada una de las letras, puesto que representan, en su gran mayoría un nombre o un lugar que ha terminado dándome menos de lo que esperaba. No tienen la culpa las letras del mal que propician quienes las portan, pero como a nadie le importa, ellas, son las menos indicadas para hablar del bien.

Quizás lo que más duele es cuando una persona, te traiciona, como Bruto a Julio César. Así, de mala manera, por la espalda, y con un puñal en los idus de Marzo. También les digo, vaya mala suerte la suya, o mala conciencia. Puede que la culpa sea de uno, que no sabe diferenciar el bien del mal, ni dónde dejar de dar para empezar a recibir. Ahí reside la clave, en ser capaz de frenar en seco, replantearse todo y comenzar de nuevo.

Y el colmo de la desfachatez llega cuando tú, que crees haber superado las incesantes trabas que aparecen… se duplican con una ciudad que lejos de alejarte de lo que odias, se convierte en un hostigador de tu inquieta conciencia.


El final del propio fin. La ridícula ficción que escribimos más con el corazón que con los labios, es lo que nos encamina a ese final ciego. Y les aseguro que no encontraremos una pálida luz de color blanco, sino un amargo e incandescente rojo que nos llevará, allí donde siempre merecimos estar. 

Lejos de aquí.