Seguidores

30.9.14

Sí o no

Hace no demasiado tiempo hablaba con alguien acerca de la necesidad de saber recibir y encajar un no, para poder pasar página. Lo cierto es que no soy un acérrimo defensor de aquellos que tratan de aferrarse a un imposible, aunque lo haya hecho en más de una ocasión. Creo que está bien mantener la esperanza, porque es algo que nos une a la ilusión de seguir caminando, y en demasiadas ocasiones, me atrevería a decir que es lo que le falta a mucha gente.

Entiendo que la gente prefiera un no a tiempo, que un sí cuando ya no hay nada que hacer. En realidad creo que uno solo pasa página cuando está preparado para desprenderse de esa persona, independientemente de ese sí, o ese no.  Quizás yo sea un tipo demasiado anticuado, pero prefiero no recibir, al menos por el momento, un no tan rotundo que se me caiga el cielo a los pies. Y es que aunque intuyas el no que recibirás, la esperanza suele apoderarse de ti.

He recibido un buen puñado de noes durante mi vida, y todos y cada uno de ellos han contribuido a modificar, en cierto modo, mi forma de ser, vivir, pensar y sentir. Aunque supongo que más que una necesidad de satisfacer el corazón lo que necesitaba era alguien que me cobijase en sus brazos y escuchase mis lamentos, y de paso, que me incluyese en esa obsesiva necesidad que mucha gente parece tener de estar en pareja.

Es algo que hay que aprender a discernir, quizás no estemos buscando el amor, sino tan solo una buena compañía para un largo tramo de viaje. Pero claro, es complicado encontrar a alguien y decirle que le quieres tener lo suficientemente cerca como para disfrutar con él, y también aprovechar su comprensión, pero lo necesariamente lejos como para no unirte a esa persona para siempre.

Últimamente lo que se lleva es ir cambiando de compañero de viaje cada dos por tres, o cada tres por dos (ya me entienden), y no veo la necesidad de buscar aceleradamente a alguien que nos acompañe, y menos aún de jugar con los sentimientos de personas. Creo que el camino puede ser lo suficientemente largo como para disfrutar de buenas compañías, sin hacer y sin que nos hagan más daño del necesario.

Así que sí, digan que sí, porque más vale arrepentirse de un sí, que sentirse frustrado por lo que no fue. Pero si de verdad no les quieren, si no les necesitan a su lado, díganles que no, porque será mejor, necesitan aprender a volar, y mejor solos que en mala compañía.


Vayan acostumbrándose a querer sin querer, porque es la mejor manera que pueden tener de disfrutar de esto que tenemos…  

27.9.14

Anónimas críticas

Apático. Egocéntrico. Displicente. Tan sólo tres adjetivos que engloban a otros tantos con los que podría incluso clasificarme a mí mismo. Y es que en realidad lo que hacemos es crear máquinas competitivas para poder superar al vecino del al lado. Es todo lo que queremos, ser mejor que alguien que es mejor que otro. Lo conseguiremos, ya estamos cerca de abandonar esa estúpida concepción grupal en la que todos parecemos muy dispuestos a ayudar. Ahora es cuando realmente, ante la situación que atravesamos, podemos parecer animales que destripan a sus rivales para poder apoderarse de lo que tengan. Hagamos que aflore esa alma casi sanguinaria que poseemos.

Destrocémonos, y acabemos con esa idílica visión de grupo. Es justo y necesario que cada uno mire por su propio bien, pero hay que cuidar las maneras y las formas, quizás sería mejor disimular, aunque tan sólo sea tímidamente esos impulsos que tenemos, y trazar, aunque sea levemente, un ambiente más calmado dentro de la tempestad.

Indefectiblemente, acudimos a esta máscara protectora para huir de una realidad que no queremos tener a nuestro lado. Y sí, aunque lo nieguen más de mil veces todos lo han hecho. Yo ya dejé de creer en esta decadente sociedad que se despedaza por momentos a una velocidad vertiginosa. Pero aún creo, en ti.


26.9.14

El principio del fin

Rozó su cara con sus dedos, estaba helada y sonrojada. No podía dejar de mirarla ni podía parar de pensar en que aquella podía ser la última vez que la viese. Sus ojos, azules, enormes, llenos de historias, risas y llantos. Perfectos. Su sonrisa, su tristeza, todo en ella era magnífico. Volvió a acariciar su cara, secó una de sus lágrimas y robó un beso, solamente uno, el primero, el último, el único, el mejor.


Ella le mordió el labio, apretó fuerte, no quería dejarle ir. Aquel beso se alargó en el tiempo, todo parecía haberse detenido, pero no. Llegó el final, el adiós. Él cogió su maletín y su americana, la puso sobre su hombro y se alejó por la calle, caminando. 

23.9.14

Bajo el sol

Mientras un sol radiante nos perseguía, la espesura de aquel minúsculo bosque nos cobijaba de aquel infierno. La humedad, nos calaba hasta más allá de los huesos, nos traspasó hasta el alma y decidimos parar. Era el lugar idóneo, quizás, de no haber encontrado ese resquicio de paz en mitad del bullicio de la ciudad, no nos hubiésemos confesado jamás. Relatamos, a duras penas, nuestros pecados inconfesables, buscando en el otro un ápice de comprensión.

Ella lo encontró en mí, y yo, en ella. Era una conjunción perfecta de desfachateces muy diversas las que nos contamos, pero la comprensión que apareció, era mucho más poderosa que todos aquellos pecados. Y sí, no está de más confesarse con alguien a quien buscas y en quien confías. Puede que muchas veces, el pecado sea demasiado para el confesor, debemos elegir bien.

Allí, aquella mañana de julio, en la que salimos a no encontrarnos con nadie, acabamos encontrándonos el uno con el otro. Habíamos encontrado, bajo un majestuoso árbol un escueto acomodo, perfecto para una nada fastuosa comida. Cuando el miedo a hablar te paraliza, y encuentras sus ojos, clavados en tus pupilas, que se dilatan a pasos agigantados, sabes que ha llegado el momento.

Cuando salimos de allí, ya mediada la tarde, el sol apenas se mostraba difuso entre las nubes, allá a lo lejos. No encontramos otro motivo, que el paso del tiempo para caminar, sin rumbo ni destino. Y lo disfrutamos, como si fuésemos unos niños redescubriendo una ciudad ya cansada por los años, que se mostraba ante nosotros como si fuese una recién nacida.

Acabamos, comiéndonos las comisuras de los labios en cada beso, sentados en unas escaleras cualquiera, de una ciudad cualquiera, una noche, estrellada, que nos gritaba entusiasmada. La vi, por primera vez radiante. Y no pude evitar colgarme de sus labios, de las nubes de su pelo, y de esa fragancia, tan inmadura como sensata.

Ahora, de vez en cuando confieso mis pecados, que no van más allá de querer sin medida, besar sin permiso, y encontrarme cada noche con la mujer más hermosa del mundo.


Gatos y azar

Sus ojos nunca hicieron más que prisioneros. Con aquellas miradas, casi mortíferas, con sus ojos de gata callejera, me envolvió en una ocasión. Él, ya alertado por las malas lenguas, que se cernían sobre su mera presencia, decidió no mirarla a los ojos, para poder escapar de sus redes. Ella, no cesó en su incansable labor de atraparlo, y por fin él se rindió a su felina mirada.

Ella, esperaba otro de esos tipos que busca trofeos, aquellos que marcan en el cabecero de su cama con una muesca una nueva víctima. Pero él parecía diferente, al menos, en ese instante, no le pareció uno de esos tipos. Poseía una mirada diferente, bastante más aséptica que el común de los mortales.

Decidió no apresarlo, al menos no del todo. Quería ver que hacía él. Normalmente, solía usar a los hombres, y anotarse, al igual que habían hecho ellos cientos de veces con ella, una nueva muesca en la colección. Mientras tanto, él se movía ajeno a aquella mirada que lo había cubierto durante unos instantes. Volvió, al lugar donde la encontró por primera vez, y la miró como nadie lo había hecho, y esos ojos gatunos tan suyos, se estremecieron ante los de aquel tipo, que se erigía implacable ante ella.

Apenas un minuto bastó para determinar aquella esperpéntica y ardua batalla, que habían librado sin mediar dos palabras. Ella hizo ademán de levantarse, y él, le ofreció su mano, no dudó en aceptarla. Cuando ella asió su mano, firme y desgastada por su azarosa vida, decidió que no quería soltarle jamás.

Y así, el tipo más desafortunado, caminó con los ojos de gata más preciosos y maltratados de la historia. Desde aquel día, se dedicaron a escribir su propia historia y hoy, aún se miran buscando una respuesta que le quite el sentido a ese no sé qué, que tienen. Porque los ojos de gata, las miradas asépticas, y la mala vida, no siempre acaban mal, puede que la historia sea buena, y juntos, la hagan aún mejor.


16.9.14

Reales ficciones

Discernir la realidad de otras estúpidas ficciones.

Supongo que esa compleja frase es la que define a muchas de las personas que conozco, y entre ellas a mí mismo. Trato de quedarme mirando algún punto fijo, perdido en ninguna parte para no tener que encontrarme conmigo, ni con nadie. Es mucho más fácil tratar de obviar todo lo que ocurre cerca de nosotros mismos que intentar, aunque solo sea por un momento, interesarse.

Puede que así, olvidando todo lo que creo saber y haciendo un caso omiso a todos los estímulos que se presentan frente a mis cansados ojos, pueda levantar, no sin esfuerzo, mis pesados párpados. Y ver, finalmente una nítida realidad. Esa que espero encontrar en la que yo, realmente soy ese yo que todos creen conocer, y juraría nunca haber visto.

Simplemente hay que observar para poder ver. Y creedme, he observado todo cuanto he podido a lo largo de estos años, y sigo sin encontrar nada realmente bueno que logre encaminarme a ese apoteósico final, que sin duda, debería llevarme a esa realidad, la fácil de discernir entre otras estúpidas e inútiles ficciones.

Quizás, no exista tal realidad, y tengamos que ser nosotros los encargados de llevarla a cabo. Estaría bien erradicar a un puñado de anodinos seres que revolotean cerca de las personas, y hacen su vida mucho peor. Puede que la extinción sea un castigo demasiado severo, incluso para ellos, que sin duda, al menos a mi parecer, no desmerecen.

Y por último, me gustaría contarles algo acerca de esa ficción que todos ustedes creen haber vivido. Esa de las mariposas, y de los cuentos de ha… ¡no puedo ni terminar la dichosa frase! ES MENTIRA. No sé, generalmente acostumbro a ver gente falsamente feliz por la calle, encerrada en algo semejante a una relación, que hace demasiado que cruzó el punto de no retorno. Dejen de fingir que son quienes en realidad no son. Hagan algo diferente al resto, sean únicos, creen realidades. No es una tarea fácil, tampoco es una obligación, pero créanme si les digo, que siendo uno mismo, se vive mejor.

Y a pesar de no cumplir todo lo que les cuento, alguna vez, fui yo mismo. De verdad. Un tipo parecido a este que últimamente les alimenta de palabras e ideas a través de un dispositivo que emana una luz propia, una vez, fue diferente, y se atrevió.


Pero ahora, ya no. Simplemente ahora, me encargo de vagar por estas ficciones que distan mucho de ser una verdadera realidad.

12.9.14

Hoy, quiero

¿Hasta cuándo es necesario continuar persiguiendo nuestros sueños? 

Supongo, que existe algún tipo de límite, no temporal, sino mental e interno. Creo que cuando ese momento llega, independientemente del tramo del camino en el que te encuentres, debes abandonarlo. Quizás, superar esa barrera implique romperse y por tanto, reinventarse a uno mismo. No tiene demasiado sentido proseguir en la tarea cuando sabes que todo eso que haces, cada paso que te conduce a la meta, te aleja un poco más del verdadero destino. Hay que saber abandonar a tiempo, y nunca hay que tomarlo como una estúpida retirada, ni como ausencia de valor, coraje y ganas. Se ha de entender como el fin de una etapa que ya carece absolutamente de sentido.

Quizás, haya quienes crean que los sueños hay que perseguirlos hasta el último aliento. Y lo entiendo, no es fácil abandonar cuando sientes todo tan sumamente cerca que estás, casi literalmente, rozándolo con la yema de los dedos. Lo sé, lo que defendí hace escasas líneas solo muestra a alguien que ya lo da todo por perdido, que se ha resignado a aceptar todo tal y como está. Pues sí.

Cuesta horrores abandonar un sueño, pero es más doloroso saber que nunca lo alcanzarás, y que es mejor dejarlo antes de morir en el intento. Les diré que los sueños son como el amor, que como diría Sabina, “cuando no muere, mata”. Y creo que no está demasiado distante de esa gran mentira con la que todos soñamos. Soñar, como amar, es para esos pobres ilusos que tan solo encuentran la realidad en su propio mundo, y que, al fin y al cabo, viven por y para ellos.

Nosotros, pobres mortales que nos dedicamos a saciar todas esas estúpidas necesidades que creamos, 
no tenemos tiempo, ni recursos para soñar o amar. Y es verdaderamente triste, porque más de una vez he oído, a algún incauto, que el amor es maravilloso, y que lograr alcanzar tu sueño es una sensación que provoca un estado de felicidad supremo. ¡JA! Me rio de todos ellos. Los sueños, tan sólo nos permiten seguir caminando. El amor, seguir creyendo en este marchito sistema y además nos evade, o eso creo, de ciertas realidades que tememos afrontar.

La soledad. La mediocridad. La racionalidad. La continua inseguridad. Todo eso que no nos deja avanzar, pero que demasiadas veces no queremos ver. Y saben que les digo, que a pesar de este escepticismo del que en muchas ocasiones hago gala, hoy quiero vivir. Quiero luchar como un estúpido por lograr algo que puede que jamás consiga, o que tan sólo alcance como medio para lograr algo mayor. Quiero querer. Sí, me gustaría comerme un puñado de esas mariposas que algunos afirman sentir cuando están enamorados. O padecer alguno de esos síntomas, irreales, cuando sientes esa cosa que muchos siguen empeñados en llamar amor.


Hoy, quiero.

10.9.14

Entre nubes...

Necesito acariciar de nuevo esa voz rasgada por un llanto que aún no ha cesado. Su tono y su tempo, relajado y cálido, casi imperceptible entre sus labios, que dejan entrever una sonrisa.

Puede que eso sea lo único capaz de salvarme del mundo, y de mí. Tan solo un puñado de palabras que se deslicen entre algún suspiro, y me susurren, “quédate conmigo”. Nada más, y por supuesto, con mucho menos sería suficiente. Quizá, una mirada que decida perderse en mis ojos, o un simple roce al filo de su boca. Simplemente, eso.

Se sume de nuevo entre esas malditas nubes, que apenas le dejan ver el sol. Se asoma, tímidamente, a una de ellas, y solo encuentra motivos para no volver jamás. A veces, lo urgente nos aparta de lo verdaderamente importante. Y es esto último lo que nos impulsa a vivir, a descubrir de nuevo quienes somos, y que queremos.

En demasiadas ocasiones acabamos perdidos entre una maraña de nubes, que únicamente se encargan de hacer más pesada la carga. Puede que en ocasiones estas nubes nos hagan falta para poder encontrarnos, pero debemos saber dejarlas de lado.

Y así, si cuando los dos nos encontremos perdidos entre las nubes de tormenta que no nos dejan ver el sol, tú me dedicas un leve susurro, o pierdes en mí una de tus miradas… me rescatarás, y yo, iré a buscarte. Porque si necesitas nubes las tendrás, pero si quieres ver el sol, lo podremos encontrar.


Tú y yo.