Una especie en extinción, de sonrisa completa e
inconsciente, permanentemente radiante y con destellos de felicidad. De ojos
vivos, curiosos, que hacen que se sumerja hasta el fondo y entre la maraña de
dudas, te arrastre hasta la superficie, como si fuese la encargada de rescatar
barcos hundidos, esos que nadie sabe si tienen monedas de oro o baratijas, ella
siempre se arriesga, y todo brilla, pero es por ella. La he visto bucear en las
pupilas más hastiadas y desoladas del mundo y reflotar en ellas un breve ápice
de esperanza, es capaz hasta de descolgar sonrisas en labios impertérritos,
pues se desvelan en su presencia y dejan que salgan brillantes restos de algún
tipo que alguna vez fue algo parecido a lo que ella consigue hacer que aflore.
Probablemente no se hayan percatado de su presencia, pues
necesitan indagar más entre sus cabellos y en torno a sus labios para poder
conocer mejor todo lo que esconde. El lienzo de su rostro invita a que las
manos se deslicen sobre él, casi sin rozarlo, pero sintiéndolo. Unos labios
desgastados, devastados por las frías costumbres de un lugar tan lejos del
suyo. Pero aún así, contra viento y marea ella no ceja en su empeño de sonreír.
Armónicamente imperfecta, se erige como un halo de luz entre la oscuridad cegadora.
Absolutamente incapaz de abandonar. Irremediablemente
curiosa e innegablemente aventurera, quizás todo eso la lleve a un agónico
final en el que todos lo lamentarán y ella estará orgullosa de todo lo que ha
descubierto. Pero lo mejor de todo esto no es descubrir todo aquello que
esconde, sino poder presenciar esos momentos en los que ríe y se vuelve
desconcertantemente bella, ella no tiene ni idea de eso, pero llega un instante
en el que te envuelve con cada carcajada, se deja caer y te ayuda a levantarte.
Es indescriptible en muchos aspectos. Pero quizás si ven esa
sonrisa, sólo con eso, sean capaces de descubrir quién es. Sólo entonces,
cuando sus manos se encarguen de enmarcar el rostro que se coloca ante ella,
serán capaces de entender que es imposible volver a separarse de esas pequeñas
cosas que da sin saber. Muchas veces teme todo lo que hace, piensa que es
imposible volar en compañía y razón no le falta. No hay vuelo más bello que el
suyo, en soledad.
Los demás, simples mortales debemos conformarnos con
permanecer anclados a un suelo en el que ella una vez naufrago, verla volar
alto, todo lo alto posible, hasta confundirse con las nubes y dejar que cuando
caiga en picado, aterrice en unos brazos en los que llorar, sólo hasta
recuperarse de nuevo, y volar.
“Y no nos deberían haber dejado nada más que la capacidad de ser ríos, para huir o para dejarnos llorar. Y huimos hasta encontrarnos y nos dejamos llevar hasta que necesitamos huir. Ahora vuelas, lejos, a diez mil pies de altura sobre mi cabeza, y aquí dentro, sigues, como si jamás te hubieses ido, como si aún siguieses respirando sobre mí, en mi costado, llenando de latidos un corazón que estaba congelado”. M.