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8.1.20

Sempiterna


Ella, la esencia de la vida comprimida en apenas ciento sesenta centímetros de cuerpo. Sus lunares, una constelación a lo largo de su cuerpo, que quizás, en algún sueño vehemente, me propuse unir con mis manos y mis besos. 

Tenía más cicatrices que yo mismo, que cuento con algunas, emocionales, incluidas. A cada costado de su cuello, un breve recuerdo, una incitación al optimismo, un punto de partida para crear una nueva historia a través de algo que ya no está.

Igual que quise unir todos los lunares de la constelación de su cuerpo, me propuse encontrar en el fondo de sus ojos, color esmeralda, una red de historias que girasen con las mías. Qué curioso encontrar un color de ojos tan especial y mirarlos con unos tan vulgares. En su mirada, que es lo realmente bello de sus ojos, te encuentras a esa pequeña niña que fue, que busca, ansiosa, conocer y saber. 

Divaga por cada una de tus cicatrices, entrando en las heridas, desvelando cada motivo que las creó y cerrando sus puertas con un beso que no te da, pero que sientes en el alma. Ella, con la mirada curiosa, sincera, penetrante, intensa, reina del drama, sabe más de la vida que muchos otros que han vivido bastante menos.

Se le rompieron los labios por las costuras de tanto sonreírle al mundo. Quiso recomponer los míos, muertos, vacíos, y sin darse cuenta, devolvió la vida a mi vida. Asimétricamente imperfecta perfección la suya. Se desvive en cada instante, sería capaz de morir por quien merece la pena. Lo que no sabe, es que si un océano se nos cruzase, sería capaz de achicar cada centímetro cúbico de agua, aunque me llevase media vida, simplemente si ella lo susurrase.

Ella, la chica de la luz, tiene magia y encima se encarga de ponerle unos jodidos efectos especiales que te pueden dejar estupefacto. Es capaz, en esa curvatura convexa de sus labios, de crear realidades que, simplemente aceleran nuestros desacompasados ritmos arrítmicos, impulsados por ese músculo encargado de regir, no sólo las pulsaciones, sino la vida.

Me susurró con letras dos palabras, a kilómetros de distancia. Y se me paró el corazón. Y eso, que a veces, no vale eso de, ojos que no ven, corazón que no siente. 

Sus labios disparaban aviones que se estrellaban en mi garganta, y aún, recuerdo, como se despegaban de mis labios, como si no fuera ayer, como si volviese a ser, mañana.   

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