Ella, la esencia de la vida comprimida en apenas ciento
sesenta centímetros de cuerpo. Sus lunares, una constelación a lo largo de su
cuerpo, que quizás, en algún sueño vehemente, me propuse unir con mis manos y
mis besos.
Tenía más cicatrices que yo mismo, que cuento con algunas,
emocionales, incluidas. A cada costado de su cuello, un breve recuerdo, una
incitación al optimismo, un punto de partida para crear una nueva historia a
través de algo que ya no está.
Igual que quise unir todos los lunares de la constelación de
su cuerpo, me propuse encontrar en el fondo de sus ojos, color esmeralda, una
red de historias que girasen con las mías. Qué curioso encontrar un color de
ojos tan especial y mirarlos con unos tan vulgares. En su mirada, que es lo
realmente bello de sus ojos, te encuentras a esa pequeña niña que fue, que
busca, ansiosa, conocer y saber.
Divaga por cada una de tus cicatrices,
entrando en las heridas, desvelando cada motivo que las creó y cerrando sus
puertas con un beso que no te da, pero que sientes en el alma. Ella, con la
mirada curiosa, sincera, penetrante, intensa, reina del drama, sabe más de la
vida que muchos otros que han vivido bastante menos.
Se le rompieron los labios por las costuras de tanto
sonreírle al mundo. Quiso recomponer los míos, muertos, vacíos, y sin darse
cuenta, devolvió la vida a mi vida. Asimétricamente imperfecta perfección la
suya. Se desvive en cada instante, sería capaz de morir por quien merece la
pena. Lo que no sabe, es que si un océano se nos cruzase, sería capaz de
achicar cada centímetro cúbico de agua, aunque me llevase media vida,
simplemente si ella lo susurrase.
Ella, la chica de la luz, tiene magia y encima se encarga de
ponerle unos jodidos efectos especiales que te pueden dejar estupefacto. Es capaz,
en esa curvatura convexa de sus labios, de crear realidades que, simplemente
aceleran nuestros desacompasados ritmos arrítmicos, impulsados por ese músculo
encargado de regir, no sólo las pulsaciones, sino la vida.
Me susurró con letras dos palabras, a kilómetros de
distancia. Y se me paró el corazón. Y eso, que a veces, no vale eso de, ojos
que no ven, corazón que no siente.
Sus labios disparaban aviones que se
estrellaban en mi garganta, y aún, recuerdo, como se despegaban de mis labios,
como si no fuera ayer, como si volviese a ser, mañana.
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