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29.1.20

Constelaciones.


Ella es un escalofrío en la columna vertebral. Rompe todo, del hipotálamo al jodido corazón con una mirada. Tiene la capacidad de sonreír en mitad del llanto. Así es, una leona encerrada en un pequeño cuerpo que tiene un corazón demasiado grande, que se desboca continuamente. Ella cree que es peligrosa, que hace cosas sin sentido y que está loca. Lo que no sabe es que tiene la increíble capacidad de devolver a la vida a quienes la creen perdida.

Sus cejas, enmarcan unos ojos dignos de admiración. La profundidad de estos podría recordarnos a una de esas fosas abisales, perdida en mitad del océano. Y lo cierto, es que a pesar de su profundidad, sabes que puedes perderte perfectamente en ellos, porque encontrarás la calma. Creo que esa sensación, de encontrar paz, es única. Nunca hay que dejar pasar a esas personas que te dan paz y te hacen crecer y volar, aunque pienses que estás tan jodido que es imposible volver a hacer cualquiera de esas cosas.

Me ha dicho bastantes veces que estoy loco, qué gran halago. No se equivoca, porque soy de los que piensa que cuando uno tiene a alguien en la cabeza las malditas dieciocho horas que se pasa despierto, que no vivo ni cosas de esas, simplemente con los ojos abiertos, intentando dilucidar que hacer con su vida, es alguien por quien merece la pena volverse loco. Ella también está loca, es más, creo que está aún peor que yo, porque su locura, no está estrictamente vinculada a algo o alguien, es su forma de entender la vida. Y está loca, porque ella es un jodido volcán de sensaciones y sentimientos y porque ella tiene esa maldita y maravillosa capacidad de convertir todo en un puto parque de atracciones. Consigue, que cuando estás en el jodido fango, cuando has tocado fondo, o eso crees, porque siempre hay algo más bajo que el lugar que ocupas ahora, te regocijes y disfrutes del momento. Ella está loca y es parque de atracciones. Ella es casa. Bendita locura.

Sigo soñando con esa constelación bajo las palmas de mis manos. Sigo pensando, que puedo conectar cada una de sus estrellas con mis labios, mientras suena alguna canción de fondo, de la que no escuchamos nada más que la melodía, porque nosotros le ponemos la letra. Quizás, este sueño vehemente e incoherente acabe en una de esas tragedias del romanticismo. Aunque lo mejor de todo, sería que si esto acaba como una de esas historias, como Bodas de Sangre, por ejemplo, significaría, que por fin, nos hemos dado cuenta de muchas cosas, que por más que neguemos, sabemos que están ahí. Justo delante de nuestros ojos.

Cada noche, antes de desear desaparecer, recuerdo cada una de sus facciones con mis manos. Recuerdo esas cejas que enmarcan sus ojos verdes, su nariz, que se desliza para llevarte a sus labios, carnosos, frágiles, veloces, tímidos. Y recuerdo cada instante, como si no fuese a terminar, como si jamás hubiese tenido un final. Como si al final, el día que nos juntemos, porque hace más de cuatrocientas cuarenta horas que no tengo sus ojos frente a los míos y que no rozo su tenue piel con mis manos, rudas y devastadas, lo recuperásemos todo en el momento exacto en el que me acarició por última vez.

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