Maravilloso
desastre.
Supongo que es una definición bastante vaga de alguien. Quizás, si la
conociesen podrían comprenderlo mejor. Pero sí, algo así podría resumir sus
centímetros de discordante perfección. Asimétricamente coherente y
distantemente omnipresente. La fiel representación de todo lo que uno debería
ser, encerrado en quien debe estar, en quien debe ser.
Ese
maravilloso desastre surgió, con una voz irreverente, cargada de algo que sólo
ella entiende. Con una forma de entender la vida, muy distante a lo que podría
parecer en un primer momento. Un feminismo contextualizado, una conciencia
social y la capacidad, jodidamente asombrosa, de poder hacer todo lo posible
por quien ya ha dejado de creer en sí mismo. Una visión positiva, valiente,
altruista y decidida, rota por una locura inexplicable, de cuna, y también
transitoria. Es, a fin de cuentas, un ser lleno de luz, que se acaba
descubriendo, poco a poco, sin pausa pero sin prisa. Y cuando por fin, tomas un
poco de distancia y observas desde lejos, ves que todo lo que pensabas siempre,
siempre, se quedó corto.
Si se
cruzan con ella, miren sus ojos, esconden demasiada verdad, y tienen la
capacidad de borrar y olvidar días de mierda, simplemente en unos instantes. Y
no se fijen en sus lunares, porque puede que queden hipnotizados, aturdidos, en
el intento de formar una constelación con los que recorren su cuerpo. Porque si
lo hacen, si osan recorrer con sus ojos algunos lunares, tratando de unirlos
imaginariamente, los querrán unir manual y mecánicamente. En una cadena de
besos, que recorran todo su alma.
Y
quédense prendados de sus labios, observen que sus comisuras, aunque parezcan
impertérritas, en algún momento se rompieron de tanto sonreír. Hay quien no
concibe la sonrisa y trata de erradicarla.
Ella, una kamikaze de la sonrisa, no
ceja en su empeño de devolver, incluso a quienes no lo merecemos, esa curvatura
convexa de sus labios, que a veces, hasta se dedica a escribir nombres en almas
ajenas. Si se cruzan con ella, díganle que en la mía quedaron sus iniciales,
que vuelva para completar lo que comenzó a escribir. Porque las historias sin
final, siempre vuelven.
Redescubrí
un golpe fuerte aquí dentro, resultó ser un corazón que seguía latiendo, con
una fuerza inusitada. Lo resucitó, y ahora cada golpe que me da, al escuchar
con las ganas, su voz, sé que lo hace para gritarme, ve. Ve por ella.
Porque
como dice Irene X, “Si la quieres y no te mueves al ver cómo se va: eres
imbécil. El mundo lo sabe. Ella no tardará en darse cuenta”.
Así que,
ponte a latir fuerte, que allá vamos.
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