Me tiemblan las manos.
No puedo dejar de escribirte. Me falta el aire. Tengo los pulmones llenos, de
tus recuerdos. Tengo el corazón desbocado, por las ganas, algo así como un
caballo salvaje, galopando hacia el abismo, pero con la inexplicable certeza de
que es capaz de superar cualquier cosa. Me ha explotado la puta cabeza, has
tomado los mandos, te has metido dentro de mí. Desde la médula al hipotálamo.
Metástasis de una
sensación inexplicable. Incapacidad transitoria de razonamiento lógico.
Enfermedad en estadio tres. Creo que el diagnóstico apunta a taquicardia
compulsiva al cruzarme con tu mirada, a una cantidad irreverentemente grande de
larvas, floreciendo en mi estómago al rozar mis manos con las tuyas. Se me ha
apagado el cielo y ahora únicamente veo una constelación, desde tus labios
hasta tu espalda. Y joder, si parece que brilla más que el maldito meteorito
que impactó entre nosotros.
Siempre me rodeó la
muerte, desde una edad en la que uno no debería ni siquiera saber qué coño es
eso. Lo que no sabía es que hubiese algo que tuviese la capacidad de apoderarse
así de alguien.
Quizás, simplemente tenga que ver con encontrar los ojos
adecuados a los que mirar. A los que encontrarme cada jodida mañana, del resto
de mi lamentable existencia, imperantemente feliz, al lado de esas pupilas por
otro lado. Quizás iba de eso la vida, de encontrar alguien a quien quieres
mirar cada día del resto de tu vida. O no.
Siempre me encontré
indefenso ante estas cosas, supongo que por la inexplicable afición de encontrar
la belleza en todo aquello que el resto no ve.
A veces, al recordar
esa mirada, sigo temblando.
Nunca me había muerto
de miedo y de ganas al mismo tiempo. Jamás, había sido incapaz de gritar en un
susurro todo aquello que me brotaba del maldito músculo arrítmico que late aquí
dentro.
Desde que se cruzaron
esas pupilas en el camino, hace algo así como 170 días, en un cálculo bastante
vago, y que parecen media vida, sigo teniendo ese nudo en el estómago antes de
ver cómo aparece de la nada.
Realmente, un
descubrimiento, consiste en algo que cambia la vida, de arriba abajo, te
explota la cabeza y te revuelve las entrañas. Eso es ella, el puto
descubrimiento de toda la historia, el mejor.
Ahora. Qué ya no puedes
estar. Qué no te dejo de pensar. Ahora, realmente veo que no me equivocaba, que
esas pupilas son algo sobrenatural. Que me estalla el puto corazón con tus
recuerdos, que me duelen los pulmones cada vez que pienso en escribirte porque
se me corta la respiración.
Ahora que caminas a tus anchas dentro de mi pecho,
que te refugias en mis pensamientos cada noche antes de dormir, cuando no me
mata el puto insomnio. Ese maldito insomnio en el que me acompañas, porque no
estoy sólo, pasando las noches en vela, sino que tú, desde mi cabeza, te
encargas de revivirme los mejores momentos, de ciento setenta y pico días, que
se están tomando un descanso.
Ojalá vuelvas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario