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19.7.20

De mil miradas

Querida nadie:

Hoy te escribo porque temo que te estés volviendo una desconocida. Supongo que el inexorable paso del tiempo tiene consecuencias, el olvido es una de ellas. Quizá, el tiempo y el espacio confluyan para dibujarme de nuevo en tu camino, supongo que nunca lo podré saber. Evidentemente, todo este tiempo de ausencia, obligada, me hace recordar otros momentos, de cuando era feliz, vaya.

Y debo confesar. Te escribo porque te echo terriblemente de menos, pero mi maldita cabeza me dice que te deje marchar, porque al fin y al cabo, soy esa inestabilidad emocional, esa maldita montaña rusa que te ha agitado, de una u otra forma la vida.

Echo de menos tu risa descontrolada, tu sonrisa desde lejos y aún más tu sonrisa a medio metro de mi cara o a medio centímetro. Echo de menos tu mirada viva, tu maldito océano encerrado en tus ojos, ver cómo te emocionas con mis penas, que compartimos. Echo de menos ver tus pupilas brillar al mirarme, tus párpados caer y esa sonrisa de tus ojos, que debo decir que es preciosa.

Supongo que son anhelos estúpidos de quien no puede estar con quien desea estar. Puede que todo aquello que fue sin ser, haya sido lo mejor que me ha pasado jamás. Echo de menos tus estrellas y esa maravillosa constelación que convierte tu cuerpo en firmamento. Y sí, sigo queriendo nombrar cada una de tus estrellas para poder recordarlas cada vez que las yemas de mis dedos se deslicen por tu cuerpo.

Aún recuerdo el instante perfecto. Unos ojos enormes, una sonrisa amable y unas ganas tremendas de comerse la vida. También recuerdo cómo te queda el sol de diciembre sobre tu melena de leona. Y esa luz artificial sobre tus rasgos en cualquier noche, de madrugada, en una ciudad dormida. Supongo que me diste tantos sueños que me quitaste las ganas de dormir.

Me has regalado letras, permitiste que reflejase esa luz tan tuya. Siempre atrajiste nuevas definiciones realmente alucinantes a mis manos. Pasé de citarte Extremoduro a quedarme con las ganas y con Zahara. Y a partir de ahí, me diste esas alas de luz para reescribir el mundo a través de la magia de tus ojos.

Escribir me ha salvado muchas veces, seguramente muchas más de las que me atrevería a contar, porque nunca admitiré todos esos miedos que se comen las páginas en blanco, pero contigo no me salva. Me hunde en el recuerdo, me eriza la piel, me inunda las pupilas de unas lágrimas a veces tristes, otras alegres, y me lleva a todos esos instantes en los que por un momento, parábamos el mundo y se volvía un lugar mucho más plácido y tranquilo.

Tengo un hueco en el pecho, supongo que es tu recuerdo. Arde, no se ha apagado. Y te siento, aquí, anclada a mis costillas, buscando un refugio en el que quedarte a vivir. Aún no sabes que tienes un corazón entero para quedarte a vivir.

Ayer leía que las células que componen el corazón laten a su propio ritmo cuando se separan unas de otras, pero que cuando vuelven a unirse, se sincronizan. Afirman, que eso podría ser una explicación del amor, que ambos corazones se sincronizan y comienzan a latir al mismo ritmo. Tu ausencia me ha dejado un corazón arrítmico.

Vuelve.

Supongo que no encontrarás estas letras especialmente interesantes, pero debo confesar que me encantaría que este maltrecho irrigador de sangre y oxígeno se desbocase al ritmo de tus latidos.

 

 

 


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