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28.2.16

Alas de mariposa

Tenía la espalda repleta de unas mariposas que jamás le ayudaron a levantar el vuelo. Pero allí estaban, poblando, de arriba abajo su columna, ocultando un rastro de deseos y sueños incumplidos que adoraban acumularse en su espalda, para acercarla, cada vez más a ese fango terrenal que muchos llaman vida. Vida, o la existencia mediocre con el objetivo de hacer que nadie sobresalga para no tener que preocuparnos de ser mejores que nosotros mismos.

Allí estaba yo, contemplando esas mariposas, rozando con las yemas de mis dedos todas y cada una de las decepciones que representaban, y alentándolas a batir las alas para que ella volviese a levitar. Nos volvimos irreverentemente adictos a esos vuelos, bajos, de apenas unos segundos, que nos llevaban a unas sonrisas que titilaban entre todas aquellas tempestades que nos arreciaban cada vez que nos escondíamos entre nosotros mismos.

Sus sueños, se aferraban a mis pasos inciertos, y se empeñaban en acompañarme hasta mi ascenso a los infiernos, que lamentablemente, eran muy a menudo. Parecían atados a las costuras de mi sombra. Un triste abismo para unos vuelos de duelo preciosos. Por el contrario, mis sueños, permanecían impasibles entre los pliegues de sus sonrisas, que no eran tan certeras como antes. Y esas ínfulas de grandeza de esta cabeza distraída y cansada, se mecían entre unas piernas eternas, unos cabellos frondosos y oscuros, y unos ojos tan profundos como las llanuras abisales del océano, azules oscuros, que se tornaban en un tono más claro cuando la “felicidad” invadía sus pupilas. Y sí, “felicidad”, porque es algo inexistente, simplemente son momentos perfectos que quedan grabados a fuego en esas retinas que insisten en vivir.

Un cuerpo sin historias, no es una vida. Y ella, por suerte, tiene más de una, como los gatos, debe ser por la mirada felina que se gasta cuando quiere, de amor. Y en eso estamos, en hacer levitar unos sueños que ella da por perdidos con unas malditas mariposas grabadas con tinta a lo largo de su columna. Arrastrando mis dedos entre ellas, para hacerla recuperar las sensaciones que una vez tuvo, entre tanto, nos lanzamos unas miradas, nos dedicamos unas sonrisas entrecortadas y nos besamos distraídamente.

Se gira hacia mí sobre las sábanas blancas que nos cubren. Mis dedos se han despegado de sus alas, imposible resucitar, ya no queda esperanza en mis yemas. Se queda mirándome fijamente, siempre que está así tengo unas ganas enfermizas de no despegarme de ella jamás, y por fin, sus labios, movidos por unos hilos invisibles que nacen en sus comisuras, se deslizan hasta mi oído derecho.
“Vamos a borrarnos las cicatrices y a levantar el vuelo. Despiértame cuando dejes de quererme, tengo miedo a caer” – susurró.
Me besó en la mejilla. Y quise morirme allí mismo, junto a, más bien, entre sus brazos, para que no nos separásemos jamás.

Aún seguimos volando. Nos caeremos, sí, pero a ver quién es capaz de obligarnos a no levantarnos.

“Las mariposas volaron, nuestras almas, cosidas a sus alas, están por ahí, conociendo un mundo lejos de eso que algunos llaman vida. Llenándose de cicatrices”.


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