“Me despierto en sueños y aún sigues ahí, a mi lado, moviendo rítmicamente tu pecho, mientras tu pelo se cuela en mis sueños, su olor invade mis recuerdos y acabo besando ese cuello tuyo, tan delicado, perfectamente adornado por un pequeño símbolo que nos recuerda la fragilidad de todo esto que tenemos, o teníamos, o tendremos…Toda tú me evade y se empeña en encontrarme”. - Desesperadamente tuyo.
Y así cada noche, se despierta temiendo que ella no
esté, que ella, se haya vuelto tan fugaz como esas estrellas que una vez
soplaron y desearon juntos. Se sentía un tipo afortunado por poder compartir
sus momentos con aquella mujer perfecta, de ojos negros, pelo oscuro, mirada
incansablemente brillante y sonrisa perpetua teñida con lágrimas de cuando en
cuando. Cada noche, se deshacía en besos por su espalda, besaba cada cicatriz
hasta acabar en el tatuaje de su cuello, se volvían uno cuando sus labios se
unían, nerviosos, buscando cielos en esos paladares hastiados de besos salados.
Se rompían en mil pedazos cuando nadie los veía,
estaban enganchados. Él a esas pupilas de las que se desmarcaban un par de
ojeras perpetuas, en las que reposaban esos sueños que no se duermen. Y ella,
era adicta a sus letras, a sus ideas, y a esas inmensas ganas de ser el tipo
desequilibradamente perfecto que era. Eran, una de esas parejas jodidamente
perfectas, esas, que nunca terminan bien. Se acaban destrozando porque no
conocen límites para querer, y es ese amor, incondicionalmente brutal el que
acaba con todo. Devastador.
Destrozaron todos los registros posibles. Libraron una
guerra, breve, pero intensa. Apenas unos meses les bastaron para acaparar todo
el jodido amor del mundo y concentrarlo en unos míseros metros cuadrados. Una
habitación oscura, repleta de sueños, jadeos y palabras, que se desvanecían
cuando ambos se fundían, se mordían y se sentían.
Consumieron todas las existencias que les quedaban,
firmaron un tratado de paz ficticio, se saldó la guerra con un par de muertos,
y unas cicatrices irreconciliables. Un tímido beso acompañado de un par de
puñados de lágrimas clausuraron la mejor historia de amor jamás contada.
La tuya y la mía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario