Ella siempre quiso ser poesía. Una de esas
combinaciones de palabras irremediablemente cortas que mueven los cuerpos por
dentro. Quería ser metáforas, paralelismos y sinestesias. Pero lamentablemente,
toda la poesía que quería ser, estaba en mis dedos, y yo, nunca supe escribir
poesía.
Tan sólo sé
observar esos labios, anhelando aquellos tiempos en los que las sonrisas
me las dedicaba a mí, o en los que se dedicaba a cerrar las heridas de mi piel
a golpe de besos. Y esas manos, que yacían impávidas sobre los latidos
alborotados de mi corazón desacompasado, mientras su cabello, se agolpaba entre
mis manos, y las enredaba en unos sueños que nunca fuimos capaces de pagarnos
con actos, ni con palabras.
Ahora que lo pienso detenidamente, quizás toda esa
poesía que siempre me dijo que quería ser, era ella. Quizás, a través de estos
ojos, agotados y ojerosos, hiciesen de ella poesía en cada mirada, pues la
poesía mueve los cuerpos, alimenta las almas, y su visión provocaba todo
aquello en mi interior.
Éramos, dos almas embravecidas en una noche de
tormenta eterna, y nos despedazábamos cada vez que dejaba de llover en nuestras
pupilas, porque no sabíamos, y seguimos sin saber, vivir en paz.
Porque nos
mordíamos en cada beso, simplemente por el puro placer de hacernos daño, y nos
matábamos en cada esquina, a besos, porque no podíamos vivir sin ese llanto
constante. Teníamos tanto que dejar escapar, que se nos escapó hasta la vida
juntos.
Yo quiero poesía, no hacerla, sino sentirla,
vivirla, como antes, cada día. Poesía, de unos besos amargos, de unos labios
rotos por las comisuras, de unos ojos entreabiertos en las noches de invierno,
de madrugadas de sonrisas maleducadas que se escapan cuando tan sólo queríamos
dedicarnos una tímida aprobación. Yo quiero esa poesía eterna, que me
desgarraba por dentro, que aceleraba unos latidos que creía perdidos, que me
mataba cuando escribía versos lejos de mis pies. Una de esas poesías en las que
nuestras manos digan todo eso que llevan meses callando. Poemas que curen las
cicatrices que nos quedan, para poder marcarnos de nuevo, a sangre, fuego,
tinta y besos si es necesario.
Quiero, al fin y al cabo, que volvamos a ser esa
poesía irreverente, que hacía versos de cien sílabas, que no riman, pero que
suenan tan bien al sentirlos, que lo de menos, es que sean letras.
Quiero, mi
poesía.
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