Seguidores

8.1.16

Las despedidas

Hace no demasiado, pensaba acerca de lo jodido que puede ser despedirse de alguien, y la verdad es que es algo tremendamente complicado. Pero esto se torna en una nimiedad frente al hecho de tener que vivir sin ese alguien al que has despedido para siempre.

Uno no se acostumbra a no escuchar esa voz que antes comentaba cada paso que dabas lleno de orgullo. No acabas de hacerte a la idea de que cuando tú te levantes ya no estará ahí, y tampoco imaginas la cantidad de hitos, para ti históricos, que se perderá porque te lo han arrebatado antes de tiempo. En realidad no te haces ni la más mínima idea de lo difícil que será volver a vivir, si es que se le puede denominar así a eso que uno hace cuando pierde a alguien, cuando toda esa fase de duelo, en la que te encuentras tremendamente acompañado, se disuelve y pasas a ser uno más en este mundo. Uno más con algo menos, pero ya a nadie le importa si lo llevas bien, si eres capaz de soportar las consecuencias que te ha dejado esa pérdida o de si eres capaz de levantarte por las mañanas sin derramar un par de lágrimas aún tendido sobre la cama.

Cuando la gente se olvida, eres el encargado de mantener vivo ese recuerdo que queda, de hacer que la pérdida sea menos evidente en tu día a día, pero que su vida sea inmortal. Y eso es lo más complicado, porque en realidad no tienes ni puñetera idea de cómo puedes hacer que no se te note carente de afecto o de aliento porque esa persona no está. Pero lo que si sabes, o deberías saber, es cómo hacer que sea inmortal. Porque al igual que mantienes vivo ese recuerdo en tu mente, a quienes lo merecen, les hablas de esa persona que tuvo que irse, y quien lo escucha se lleva una parte de su vida y eso permite que el recuerdo perdure, que siga tan vivo como lo estamos nosotros.

Y al final, acabas haciéndote a la idea de lo que es la vida sin ellos. Terminas por mostrarte súbitamente insensible a todo aquello que pretende atacarte, y acabas logrando cosas, porque quieras o no hay que seguir adelante. Te pierdes en fotos, te buscas en cualquier rincón de casa y te encuentras cada noche con su recuerdo. Has tirado su ropa, has guardado correctamente sus cosas, o quizás alguna la llevas contigo, porque te hace sentir un poco más fuerte. Pero ya no esperas cruzártelo por el pasillo de casa, o por la calle, ni una llamada de teléfono, ni esperas que esos pasos que salen del ascensor y ese tintineo de llaves se dirijan a tu puerta, abran y te digan que ha sido todo un sueño, que los últimos meses o años de tu vida tan sólo han sido una ilusión. Que aún quedan abrazos en sus brazos, lágrimas en sus ojos y sonrisas en tus pupilas. Que nada era cierto, pero por desgracia, todo es de verdad.

Es entonces, cuando estás en la absoluta ruina emocional cuando necesitas a esa gente, que tiene un don especial para sacar toda tu fuerza. Esas personas, que no tienen miedo a hurgar en tus heridas, que no temen llorar y reír contigo, esos que cuando consigues algo te miran satisfechos y agradecidos, como si los que se nos fueron nos mirasen a través de sus ojos.


“Y dejé de caminar, para poder reunirme contigo. Me encontré con unos ojos del color de la luna mirándome, disparando sonrisas para que me levantase y continuase el camino. Es inevitable que nos reunamos algún día, esta historia nuestra está condenada al final. Pero me encontré con una mirada especial, una que permanece inalterada pese a la adversidad, y con la que camino de la mano. Gracias”.


No hay comentarios:

Publicar un comentario