Hace no demasiado, pensaba acerca de lo jodido que
puede ser despedirse de alguien, y la verdad es que es algo tremendamente
complicado. Pero esto se torna en una nimiedad frente al hecho de tener que
vivir sin ese alguien al que has despedido para siempre.
Uno no se acostumbra a no escuchar esa voz que antes
comentaba cada paso que dabas lleno de orgullo. No acabas de hacerte a la idea
de que cuando tú te levantes ya no estará ahí, y tampoco imaginas la cantidad
de hitos, para ti históricos, que se perderá porque te lo han arrebatado antes
de tiempo. En realidad no te haces ni la más mínima idea de lo difícil que será
volver a vivir, si es que se le puede denominar así a eso que uno hace cuando
pierde a alguien, cuando toda esa fase de duelo, en la que te encuentras
tremendamente acompañado, se disuelve y pasas a ser uno más en este mundo. Uno
más con algo menos, pero ya a nadie le importa si lo llevas bien, si eres capaz
de soportar las consecuencias que te ha dejado esa pérdida o de si eres capaz
de levantarte por las mañanas sin derramar un par de lágrimas aún tendido sobre
la cama.
Cuando la gente se olvida, eres el encargado de
mantener vivo ese recuerdo que queda, de hacer que la pérdida sea menos
evidente en tu día a día, pero que su vida sea inmortal. Y eso es lo más
complicado, porque en realidad no tienes ni puñetera idea de cómo puedes hacer
que no se te note carente de afecto o de aliento porque esa persona no está.
Pero lo que si sabes, o deberías saber, es cómo hacer que sea inmortal. Porque
al igual que mantienes vivo ese recuerdo en tu mente, a quienes lo merecen, les
hablas de esa persona que tuvo que irse, y quien lo escucha se lleva una parte
de su vida y eso permite que el recuerdo perdure, que siga tan vivo como lo
estamos nosotros.
Y al final, acabas haciéndote a la idea de lo que es
la vida sin ellos. Terminas por mostrarte súbitamente insensible a todo aquello
que pretende atacarte, y acabas logrando cosas, porque quieras o no hay que
seguir adelante. Te pierdes en fotos, te buscas en cualquier rincón de casa y
te encuentras cada noche con su recuerdo. Has tirado su ropa, has guardado
correctamente sus cosas, o quizás alguna la llevas contigo, porque te hace
sentir un poco más fuerte. Pero ya no esperas cruzártelo por el pasillo de casa,
o por la calle, ni una llamada de teléfono, ni esperas que esos pasos que salen
del ascensor y ese tintineo de llaves se dirijan a tu puerta, abran y te digan
que ha sido todo un sueño, que los últimos meses o años de tu vida tan sólo han
sido una ilusión. Que aún quedan abrazos en sus brazos, lágrimas en sus ojos y
sonrisas en tus pupilas. Que nada era cierto, pero por desgracia, todo es de
verdad.
Es entonces, cuando estás en la absoluta ruina
emocional cuando necesitas a esa gente, que tiene un don especial para sacar
toda tu fuerza. Esas personas, que no tienen miedo a hurgar en tus heridas, que
no temen llorar y reír contigo, esos que cuando consigues algo te miran
satisfechos y agradecidos, como si los que se nos fueron nos mirasen a través
de sus ojos.
“Y dejé de caminar, para poder reunirme contigo. Me encontré con unos ojos del color de la luna mirándome, disparando sonrisas para que me levantase y continuase el camino. Es inevitable que nos reunamos algún día, esta historia nuestra está condenada al final. Pero me encontré con una mirada especial, una que permanece inalterada pese a la adversidad, y con la que camino de la mano. Gracias”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario