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8.3.16

Cuerdas

Nos rasgamos las bocas como si de las cuerdas de una guitarra se tratase, y lo hicimos tan desesperadamente como aquellos que saben que el incierto futuro les separará para siempre. Si bien es cierto que no nos separaríamos entonces, sí que vislumbrábamos uno de esos finales anunciados, como la muerte que narra Márquez. Quizás, fue eso lo que nos impulsó a destrozarnos de aquella manera, a borrarnos las comisuras para poder tatuarlas en nuestras retinas, y, a besarnos como nunca antes habíamos hecho.

Nos digerimos lentamente, saboreando cada ápice de nuestros ya desgastados labios, y nos comimos una y otra vez, hasta que no dejamos ningún rastro del uno sobre el otro. Algo así como un último intento desesperado por recordarnos para siempre, a pesar del fuerte efecto que pronto ejercería el olvido sobre unas pupilas marchitas, que una vez estuvieron repletas de ganas.

La caída de dos gigantes, sus ojos, y mis letras. Me desgasté las yemas de los dedos, de tanto describirla en cientos de papeles repletos de espacios y carentes de ideas, esas, que antes la habían recorrido de arriba abajo, haciéndose dueñas de cada pliegue de su piel. Sus ojos, se quedaron mudos y se quebraron en más de mil pedazos, cuando rota por la inconsciencia de ese estado de perpetua dependencia, me dijo que no podía más, que ya no (me) podía querer más. Una última declaración de todas esas intenciones que se quedaron ahí, entre mis yemas y sus pupilas.

Se tatuó resiliencia en el costado, yo me resigne a ser mediocre. Las dos cruces de una historia tan triste como nosotros, cuando negábamos callados todo lo que éramos, pasión, sutileza, silencios y secretos. Nos dedicamos mil y una historias, cruzadas entre nuestras id(e)as, de lo que somos, y venidas. La desdibujé cada noche, hasta crearla de nuevo, se desvaneció, como la arena de playa que se escapa entre las manos.

Y volvió. Y nos tocamos las cuerdas rotas, para curar viejas cicatrices que aún supuran recuerdos. Así seguimos, destrozándonos muy de vez en cuando para poder reconstruirnos, cual ave fénix de sus cenizas. Ella desde mis manos, yo desde sus ojos.



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