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5.10.16

sueñA.

La consecución de un sueño, escalar la cima más alta que uno mismo crea y superarse. Destrozar por completo esas bagatelas que se dedican a lastrarnos.

Y una luz, casi cegadora, me encoge el alma, cada vez que me mira, que me destroza, que me tiembla por dentro y se dedica a empujarme a ser yo, simplemente uno mismo, ese que ya había olvidado y que necesitaba recuperar. La de la sonrisa perpetua, la mirada irreverente, la felicidad constante y consciente de que lo imposible sólo existe en nuestra imaginación.

La risa perfecta a un te quiero, la mirada intensa a un lamento extenso, el perdón oportuno ante cualquier error. Ese gesto tan suyo que me desmonta cada vez que lo hace sin querer y me brillan los ojos al verla ser, simplemente ella…

Un rastro de nieve tras unas pisadas certeras, un brillo estremecedor tras las sombras más oscuras. Y al final de todos los caminos, esos que siempre me dijeron que llevaban a Roma, me llevaron a coser mi sombra a sus talones, para no perder de vista el destino. El futuro perfecto de un tú y yo, tan irreverentemente complejo y tan simple que resulta imposible pensar que no será eviterno.

Y sus ojeras, agudas como las agujas de la catedral, se clavan en mis sueños, partícipes de sus desvelos en las madrugadas eternas que nos atan a la cama. Y sus labios, perfectamente delineados se desdibujan frente a mis dientes que los buscan con esa calma previa a la tormenta, que se desata cuando nos rozamos y por un instante borramos todas nuestras huellas.

Tormenta de arena en plena ciudad sin playa ni mar. Destello de sol entre un millar de nubes, agua en el desierto y frío en el infierno. Simplemente, la sonrisa perfecta para un corazón descerrajado a tiros por una vida que se comporta como si pudiese juzgar una historia.

“Y nuestra historia no conoce principio ni fin, y nuestra vida no es vida si no estamos los dos aquí”. M.



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