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3.3.13

Autocine


Se sentaron el uno al lado del otro en el metro, ella leía; él, por el contrario, estaba pegado al móvil. Le miró extrañada, iba vestido con un traje negro, una corbata del mismo color y una camisa blanca, los zapatos, eran negros también. Él, era alto, delgado y con unas facciones marcadas, iba perfectamente peinado, engominado totalmente y afeitado. No se veía gente tan bien arreglada en pleno verano. Le acompañaba un maletín de color negro con un cierre numérico metálico. Ella por el contrario, llevaba un atuendo más alegre y extrovertido. Llevaba una falda y una blusa, algo fresco, propio del verano. Tenía los ojos azules, el pelo negro y cortado en una media melena que le enmarcaba el rostro, sonrisa permanente y un cuerpo esbelto, los tacones, aunque no muy altos, siempre le acompañaban y realzaban su figura.
El guardó su teléfono móvil, era viernes, volvía a casa tras una semana de duro trabajo. La miró de manera fugaz, un simple reflejo involuntario. Se levantó para bajarse en aquella parada y sin querer rozó su mano al guardar el teléfono, se le erizó la piel y el vello de las manos, sintió que el mundo se convertía en un lugar mejor y más perfecto. Ella, por el contrario, seguía inmersa en su historia mientras el metro le transportaba hasta la comodidad de su hogar.
Tras un par de paradas ella se bajó del metro. Salió afuera mientras el sol abrasador se ocultaba tras unos árboles y vio una figura conocida entre la multitud. Él también la vio a lo lejos, decidió acercarse y proponerla algún plan, ir al autocine, por ejemplo. Llegó a su lado, y se armó de valor.
- Hola… me, me llamo…-empezó él con el rubor cubriéndole hasta las orejas.
- Hola.- y una enorme sonrisa iluminó su rostro- Tú eres el tipo que estaba a mi lado en el metro, ¿verdad?
- Si, el mismo.
- Encantada, me llamo Mar, ¿cómo me has dicho que te llamabas?
- Bueno en realidad no lo he dicho aún, soy Alex, un placer.
Tras esa breve presentación, él decidió invitarla al autocine, formaban una pareja atípica. Ella tan desinteresada del mundo y el tan encorsetado en aquel traje negro. La película era lo de menos, seguramente una de esas películas antiguas que suelen poner en los cines de verano, apenas le prestaron atención. Preferían pasarse los minutos analizando cada partícula de su cuerpo, memorizándose el uno al otro y estudiándose sin tocarse; ése era, para ellos, un mejor argumento que el que representaban los actores en la gran pantalla de ese cine.
Salieron del cine caminando uno al lado del otro, había refrescado y él, como el galán de la película que habían visto y no visto, le ofreció su chaqueta. Después la acompañó hasta casa mientras sonreía tímidamente con lo que ella le contaba, y, al llegar, le robó un beso. Fue el primero, despreocupado, tímido y sincero; pero también valiente y temeroso. Y, después de aquello, se vieron sin falta cada día hasta el final del verano. Sin embargo, fue un verano que olvidaron con las primeras lluvias; y con ellas desapareció aquella historia…

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