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8.1.23

Todas las veces que no lo dije

Querida nadie:

He vuelto a leer la historia que escribí, esa historia que nos empeñamos en destrozar a base de malas decisiones. Te sigo viendo feliz en las fotos, seria, como siempre, y con los ojos brillantes. Supongo que tienes todo aquello que deseas. Y supongo, que para que los sueños de unos se cumplan, es necesario que se rompan los de otros, por eso de mantener el puto universo equilibrado. Como si a alguien le importase de qué va lo que hay ahí fuera, si es incapaz de entenderse aquí dentro. No nos hemos cruzado en más de mil días, y aún tengo la esperanza de salir y ver tus enormes ojos entre la multitud. Que no me veas, pero que mi olor se cruce en tu camino y durante un segundo me pienses. Porque puede que ese sea el único consuelo que me queda, pensar que me piensas.

Creer a ciegas en ese puto hilo rojo, montado en un coche, sin frenos, excediendo todos los límites de velocidad y pensando, que después del puto precipicio, seguirás estando ahí. Y quizá, solo quizá, ese maldito pensamiento me aliente para joder el puto equilibrio del universo y cumplir mis sueños sin romper ninguno más. Es una acción kamikaze, de una locura irreversible, supongo. Porque nadie pasaría mil días aferrado a algo que apenas duró unos instantes. Pero como siempre, me empeño en ser el defensor de todos los putos imposibles, porque yo creo. Creo con una fe ciega en todo. En que todo es posible si nos arriesgamos, si lo deseamos con suficiente fuerza.

Aunque las mías flaquean, creo que están próximas a la extinción. Pero sigo hablando de ti como si lo hiciese del amor de una vida. Y eso no sé pararlo. Porque te vas mitigando, como un dolor crónico, con el que te acostumbras a vivir, hasta que se hace prácticamente imperceptible, o hasta que destroza todo y no queda más remedio que mirar de dónde viene. Y aunque cada vez lo noto más lejano, a veces vuelve con una fuerza inexplicable y me atenaza a esa mal llamada zona de confort. Porque quedarme ahí nunca fue mi opción, tú me empujaste a extender ese pequeño círculo a algo más grande, y aún pienso que soy capaz de todo.

Supongo que te has ido. Porque es lo que debías hacer, lo que siempre debiste hacer. Y yo, a veces siento la irrefrenable necesidad de escribirte, cuando no puedo más, pero consigo frenar a tiempo el impulso. También las ganas. Aunque siempre me quede con ellas.

Es quizá la última vez que escriba aquí, o quizá no, pero llevo diez años ininterrumpidamente escribiendo palabras vacías que no llegan a nadie, y supongo que el que podría ser el último, debía ser para nadie.

Aquí yacen unas últimas palabras, porque parafraseando a Zahara “al llegar ni me miraste”, pero jamás podremos ser unos más de cientos.

Siempre.

Siempre.

Siempre.

Siempre.

Siempre.

Siempre.

Con las ganas.


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