Querida nadie:
Rompo la pulcritud de esta página para ponerte en letras lo
que mi alma no cesa de convertir en sangre, que inunda mi cuerpo y me sabe a
metal helado. Tus recuerdos se están enturbiando, quizás sea el paso del
tiempo, que borra mi historia, a sabiendas de la importancia que tiene, para
que pueda tomar aire y por fin, respirar, sin olerte.
Seducen tus recuerdos mi memoria, tratando de avivar mis
lágrimas, para que no dejen de brotar. Como si esperasen que creciese un
maldito árbol al rozar el suelo, cuando en realidad ni siquiera se acercan al
filo de mis labios. Y una vez que brotan las lágrimas, me derrumbo, pero tu
recuerdo me sigue reconstruyendo, al igual que lo hacían antes tus palabras.
Esas, que ahora son tan frías y distantes, dos desconocidos,
tan parecidos, que parecen conectados, pero desconocidos, a pesar de todo, o
por todo lo pasado, dos almas, cuyos cuerpos insisten en mantener a distancia.
Para no colisionar. Para que no empiecen a crear ese maldito
terremoto que cometían al acercarse. Supongo, que como siempre me decías, la
distancia tiene un motivo, una razón, y creo, que después de todo la he
comprendido. Alejarse para no entrar en combustión.
Siguen cayendo en mis manos letras que me recuerdan a ti.
Historias imposibles que pasan, desconocidos que se cruzan y ese jodido hilo
rojo que lo une todo. Yo lo he sentido. Lo tengo cosido al corazón, y en cada
latido que da, siento como tira de mí. Los dos conocemos el destino, fatal y
aterrador. Estoy a punto de arrancar todo dentro de mí, dejar que se desboquen
mis latidos y quemar ese maldito hilo.
Todo para que te llegue la combustión. Para que sientas el
calor de mi alma dentro de tu pecho. Si es que esa historia es cierta y nos
une. Quizá no. Quién sabe si sí. Ojalá.
Y aquí estás de nuevo, un alma en dos cuerpos, latiendo al
unísono, desenfrenadamente acompasadas, aunque distantes.
Siempre supiste encontrarme en los peores momentos. Y ahora,
que retumba en mis oídos una canción que tú y yo sabemos. Sólo puedo decir que
sí, que ni te miré, pero que ahora, lo único que quiero, siempre, siempre,
siempre, siempre, siempre, siempre, es mirarte a los ojos.
Y no despertar jamás de esas pupilas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario